Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


martes, 13 de enero de 2015

168.-El fascismo I.- a


El fascismo.



Introducción. 

Águila posada sobre fasces, como adornaban las gorras y cascos de la Italia fascista



El término fascista, y más habitualmente sus síncopas coloquiales facha o facho,​ se utiliza en sentido peyorativo para aludir a personas de ideología fascista.

Aunque el término original, en sentido estricto, se refiere a ideologías fascistas, su uso coloquial lo ha extendido de forma que hoy se usa para aludir con tinte peyorativo a los oponentes ideológicos aunque su ideología no sea fascista. También se utiliza para referirse a cualquier dirigente o gobierno totalitario, autoritario o nacionalista, con independencia de si la persona o grupo así calificado se reconoce o no como fascista. En algún caso se ha aplicado a personajes históricos que vivieron antes de la aparición del fascismo.

Con independencia de su origen, el abuso del término "fascista" ha sido denunciado en varias ocasiones. Como señaló el historiador Stanley G. Payne:

En el sentido más amplio, por supuesto, «fascista» es simplemente el término del que más se abusa popularmente y su uso indica únicamente que, sea lo que sea a lo que haga referencia, «desagrada» al que lo pronuncia, como dice Gottfried. De ahí que periodistas y comentaristas hayan recurrido de inmediato a aplicar la palabra que empieza por «f» a Donald Trump, aunque a veces han admitido que realmente no sabían qué era lo que podría significar. Al nivel más común del discurso izquierdista, «fascismo» suele implicar meramente «no lograr estar en consonancia con los cambios introducidos mucho después de la Segunda Guerra Mundial». La trivialización es absurda, pero habitual.

Ya en 1944 el término se había extendido tanto en su uso que el ensayista y novelista británico George Orwell escribió:
Aunque cuando usamos el término 'fascismo' al describir Alemania o Japón o la Italia de Mussolini, sabemos más o menos que significa. Es en la política interna donde el término ha perdido los últimos vestigios de su significado. Por ejemplo si miras la prensa encontrarás que no hay quien —y por supuesto ningún partido político u organización— no haya sido denunciado por ser fascista durante los últimos diez años. (...) Parecería que, tal como se usa, la palabra «fascismo» ha quedado casi totalmente desprovista de sentido. En las conversaciones, por supuesto, se usa casi más ampliamente que en prensa. La he oído aplicada a granjeros, tenderos, al Crédito Social, al castigo corporal, a la caza del zorro, a las corridas de toros, al Comité 1922, al Comité 1941, a Kipling, a Gandhi, a Chiang Kai-Shek, a la homosexualidad, a las transmisiones de Priestley, a los albergues juveniles, a la astrología, a las mujeres, a los perros y a no sé cuántas cosas más. (...) Lo más que podemos hacer por el momento es usar la palabra con circunspección y no, como se suele hacer, degradarlo al nivel de una palabrota.

Más recientemente, en 2018, el Huffington Post publicó la siguiente reflexión:

Facha es el comodín del que se tira en cuanto se quiere concluir una discusión por la vía rápida, el ataque más duro que se puede dirigir contra alguien que defienda ideas de derechas o, más recientemente, incluso de izquierdas. Es la bala dialéctica que se dispara a las primeras de cambio en cualquier conversación política, social e incluso deportiva.

Según José María Marco, este uso del término fue parte de una campaña de propaganda de la URSS, que lo utilizó para señalar a todo aquel que no simpatizara con el comunismo.
No importaba el anacronismo, la injusticia o el disloque, sino el mensaje. 


Definición.

De forma similar, el fascismo como ideología es también difícil de definir. Originalmente, el fascismo se refería a un movimiento político que existió en un solo país (Italia) durante menos de 30 años, y que gobernó dicho país entre 1922 y 1943 bajo el mando de Benito Mussolini. Es evidente que si esa definición se limita al fascismo italiano original, el término fascismo tendrá poco sentido fuera de la historia de la política italiana. La mayoría de académicos, por tanto, prefiere usar la palabra fascismo en un sentido más genérico para referirse a una ideología (o grupo de ideologías) que fue influyente en muchos países en muchos momentos distintos. 
Para ese propósito, hay que identificar un "mínimo fascista", es decir, las condiciones mínimas indispensables que debe cumplir un grupo político para poder ser considerado fascista. La mejor forma de hacerlo es considerar cuál ha sido la propia definición de fascismo para diversos autores relevantes.


Mussolini, fundador del Fascismo

Introducción.

Las distintas definiciones de fascismo y de lo que constituye de cada gobierno fascista existentes son objeto de gran controversia, y fuente de numerosas y acaloradas disputas. Historiadores, politólogos y otros académicos llevan décadas discutiendo la naturaleza exacta del fascismo y sus principios básicos.
La mayoría de académicos coincide en que un "régimen fascista" es, por encima de todo, una forma de gobierno autoritaria, aunque no todos los regímenes autoritarios sean fascistas. El autoristarismo es, en el fascismo, tan solo una de sus características, de forma que la mayoría de académicos afirman que son necesarios más rasgos identificativos para poder definir un régimen autoritario como fascista.
Quizás podemos considerar que a ser fascista significa no respetar los derechos de los demás, fuera de su grupo.

El fascismo según Benito Mussolini.

Benito Mussolini, Il Duce, dictador de Italia antes de y durante la Segunda Guerra Mundial, firmó una entrada en la Enciclopedia Italiana en 1932 titulada doctrina del fascismo. Suele citarse a ese texto como la definición "original" del fascismo italiano, el cual, a su vez, es considerado el fascismo "original". Sin embargo, el valor de las afirmaciones de Mussolini sobre su propio movimiento político es objeto de discusión.
Algunos extractos destacados de una de las traducciones de la Doctrina del fascismo:
Aunque el XIX fuera el siglo del socialismo, el liberalismo y la democracia, eso no significa que el siglo XX deba ser también el del socialismo, el liberalismo y la democracia. Las doctrinas políticas pasan; las naciones permanecen. Somos libres de creer que este es el siglo de la autoridad, un siglo que tiende hacia 'el bien', un siglo fascista. Si el XIX fue el siglo del individuo (liberalismo implica individualismo), somos libres de creer que este es el siglo del 'colectivo', y por tanto el siglo del estado.
La concepción fascista del estado es totalmente incluyente; fuera del mismo no puede existir ningún valor humano o espiritual, mucho menos tener valor. Comprendido esto, el fascismo es totalitario, y el estado fascista - síntesis y unidad que incluye todos los valores - interpreta, desarrolla y potencia toda la vida de un pueblo.
El fascismo es una concepción religiosa en la que un hombre es visto bajo la perspectiva de su relación inmanente con una ley superior y con una Voluntad objetiva que trasciende al individuo particular y le eleva a la pertenencia consciente a una sociedad espiritual. Cualquiera que no haya visto en las políticas religiosas del régimen fascista nada más que mero oportunismo, no ha entendido que el fascismo, aparte de ser un sistema de gobierno, es también, y sobre todo, un sistema de pensamiento.


El fascismo según los antifascistas.

Franklin D. Roosevelt

Franklin Delano Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945, en su texto de 1938 Mensaje del Presidente de los Estados Unidos transmitiendo recomendaciones relativas al fortalecimiento y la imposición de las leyes antitrust describió el fascismo de la forma siguiente:
La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo - la propiedad del estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado.

León Trotsky

El revolucionario, político, militar y teórico soviético León Trotsky definió al fascismo de la siguiente manera (carta a un camarada británico, luego publicada en The Militant el 16 de enero de 1932):
¿Qué es el fascismo? El término se originó en Italia. ¿Fueron fascistas todas las formas de dictadura contra­rrevolucionaria (es decir, antes del advenimiento del fascismo en Italia)? 
La Comintern llama dictadura fascista a la ex dicta­dura de Primo de Rivera en España. ¿Es correcto? Creemos que no.
El movimiento fascista italiano fue un movimiento espontáneo de grandes masas, con nuevos dirigentes surgidos de la base. Es de origen plebeyo y está dirigi­do y financiado por las grandes potencias capitalistas. Se formó en la pequeña burguesía, en el lumpenproletariado y hasta cierto punto también en las masas proletarias; Mussolini, un ex-socialista, es un self-made man producto de este movimiento.
Primo de Rivera era un aristócrata. Ocupaba un alto cargo militar y burocrático y fue gobernador en jefe de Cataluña. Llevó a cabo el golpe con la colaboración de fuerzas estatales y militares. Las dictaduras de Es­paña e Italia son dos formas totalmente distintas de dictadura. Hay que diferenciarlas bien. Mussolini tuvo dificultades para reconciliar a muchas viejas instituciones militares con las milicias fascistas. Este problema no existió para Primo de Rivera.
El movimiento alemán se parece fundamentalmente al italiano. Es un movimiento de masas, cuyos dirigen­tes emplean una buena cantidad de demagogia socia­lista, la cual es necesaria para la formación de un movimiento de masas.
La base genuina es la pequeña burguesía. En Italia cuenta en gran medida con esa base: la pequeña burguesía de la ciudad y el campo y el cam­pesinado. También en Alemania existe una buena base para el fascismo[...]


Definición marxista de fascismo.

Es la dictadura terrorista abierta que desatan los grandes monopolistas y financieros cuando asumen definitivamente las riendas del Estado al llegar el capitalismo a su última fase.
El fascismo aparece con la llegada del capitalismo a su etapa monopolista para frenar el ascenso del movimiento obrero y tratar de superar la crisis que tal etapa engendra inevitablemente. El imperialismo es un sistema en descomposición, en crisis permanente y, a fin de impedir su hundimiento definitivo, está obligado a adoptar las más drásticas medidas de fuerza. La agudización de todas las contradicciones de esta etapa, impiden a la burguesía resolverlas por los métodos propios de la democracia burguesa: parlamentarismo, elecciones, partidos, tribunales, etc.
Pero el fascismo no es sólo una ideología; el fascismo no está representado sólo, ni siquiera pincipalmente, por determinados grupos o partidos de extrema derecha, chovinistas o racistas. No se puede separar al fascismo del poder del Estado y surge cuando el capitalismo ha llegado a su última etapa como una forma de impedir la revolución socialista. El fascismo es el monopolismo en la política, el control del poder por un reducido núcleo de los sectores financieros más poderosos. Es la superestructura política que adoptan los países imperialistas, de manera que si la democracia burguesa corresponde al capitalismo premonopolista, el fascismo es la forma de Estado del capitalismo monopolista. En consecuencia, no es un fenómeno político limitado al momento transcurrido entre las dos guerras mundiales del siglo XX, sino una tendencia permanente y general de todos los países capitalistas.
Tampoco se puede identificar al fascismo con sus formas exteriores, ni tampoco con las manifestaciones nacionales en la que se materializó (nazional-socialismo en Alemania, fascismo en Italia, falangismo en España).
El fascismo crea la premisas para incorporar a sectores muy extensos de las masas a la lucha a causa de la privación absoluta de derechos, poniendo de manifiesto la identidad de intereses entre la democracia y la revolución socialista. 
El Diccionario filosófico, obra soviética a cargo de Mark Moisevich Rosental (1906-1975) y Pavel Fedorovich Iudin (1899-1968), uno de los más difundidos manuales filosóficos, toma su definición de los documentos del XXII Congreso del PCUS:
El fascismo es la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero.



José Carlos Mariategui

José Carlos Mariategui, por su parte, en sus estudios mostró cómo el fascismo no era una "excepción" italiana o un "cataclismo", sino un fenómeno internacional "posible dentro de la lógica de la historia", del desarrollo de los monopolios en el imperialismo y de su necesidad de derrotar la lucha del proletariado. Mariátegui vio el fascismo como una respuesta del gran capital a una crisis social profunda, como la expresión de que la clase dominante no se siente ya suficientemente defendida por sus instituciones democráticas por lo que culpa ante las masas de todos los males de la patria, al régimen parlamentario y a la lucha revolucionaria, y desata el culto a la violencia y al nuevo orden del estado fascista, concebido como estructura autoritaria vertical de corporaciones. Mariátegui vislumbró cómo el triunfo del fascismo estaba inevitablemente destinado a exasperar la crisis europea y mundial.


El fascismo según los historiadores.



Stanley G. Payne

Stanley G. Payne, en su obra de 1980 Fascismo:Comparación y definición, usa una larga lista de características para identificar al fascismo, incluyendo (entre otras)
Creación de un estado autoritario
Creación y control de un sector económico integrado en el estado
Uso de simbología fascista
Antiliberalismo
Anticomunismo
Anticonservadurismo

Roger Griffin

Roger Griffin pone el énfasis en el aspecto de la retórica popular fascista que reclama un "renacimiento" de la nación y la etnia entremezcladas. Según Griffin:

El fascismo se define mejor como una forma revolucionaria de nacionalismo, una que pretende ser una revolución política, social y ética, fusionando al "pueblo" en una dinámica comunidad nacional bajo el mando de las nuevas élites infusas en valores heroicos. El mito central que inspira ese proyecto es el de que tan solo un único movimiento populista e interclasista de purificación, un renacimiento nacional catárquico (palingénesis), puede detener la ola de decadencia.
También según Griffin, durante los años 1990 se desarrolló un amplio consenso académico en el ámbito de las ciencias sociales dentro del mundo angloparlante, centrado en la siguiente definición de fascismo:

[El fascismo es] una forma genuínamente revolucionaria de anti liberalismo transcláseo, y en su último análisis, nacionalismo anticonservador. Como tal, es una ideología profundamente inmersa en conceptos de modernización y modernidad, ha asumido una considerable variedad de formas externas para adaptarse al contexto histórico y nacional particular en el que aparece, y ha desatado una gran cantidad de corrientes culturales e intelectuales, tanto entre la izquierda como entre la derecha, anti modernas y pro modernas, con el fin de articularse como un cuerpo de ideas, lemas y doctrinas. En el período de entre guerras se manifestó principalmente en la forma de un "partido armado" dirigido por una élite, que intentó, normalmente de forma infructuosa, generar un movimiento de masas populista a través de un estilo político lleno de liturgia y un programa de políticas radicales que prometían vencer una amenaza representada por el socialismo internacional, acabar con la degeneración que afectaba la nación bajo el liberalismo, y traer una renovación radical de la vida social, política y cultural del país, como parte de lo que era comúnmente considerado como una nueva era inaugurada en la civilización occidental. El mito movilizador central del fascismo, que condiciona su ideología, su propaganda, su estílo político y sus acciones, es la visión del inminente renacer de la nación desde la decadencia.
Griffin afirma que la definición anterior puede condensarse en una sola frase:
El fascismo es una ideología política cuyo núcleo mítico en sus varias permutaciones es una forma palingénica de ultranacionalismo populista.
La palabra palingénico se refiere a la noción de renacimiento (en este caso, renacimiento nacional), y tiene un significado similar a los términos "apocalíptico" y "milenario", aunque sin connotaciones religiosas.

Emilio Gentile

Emilio Gentile describe el fascismo como "la sacralización de la política" a través de métodos totalitarios.

Robert Paxton

Robert Paxton, profesor emérito de la Universidad de Columbia, define el fascismo en su libro Anatomía del fascismo como:

[...] una forma de comportamiento político marcada por la obsesiva preocupación por el declinar, humillación o victimismo de la comunidad, así como por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en los que un partido de masas o un conjunto de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en difícil pero efectiva colaboración con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue, con redentora violencia y sin restricciones éticas o legales, metas de limpieza interna y expansión externa.

Definición de RAE.

fascismo

Del it. fascismo.
1. m. Movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista.
2. m. Doctrina del fascismo italiano y de los movimientos políticos similares surgidos en otros países.

3. m. Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo.



“Soy un animal”, se definía Mussolini, ávido
de dominio en sexo y política. De idealista, nada

La naturaleza del fascismo histórico.

En un pequeño libro,el filósofo Umberto Eco señalaba una serie de rasgos de lo que llamaba el “fascismo eterno”, una ideología y un modelo de régimen político que solo en apariencia habían sido borrados de la historia:
 
“Podían regresar en algún momento bajo una apariencia inofensiva, por lo que nuestro deber consiste en desenmascararlo y poner de manifiesto cada uno de sus nuevos aspectos”.

La advertencia sigue siendo válida, aun cuando ni el fascismo clásico ni el nazismo resurjan de sus cenizas. Sí pueden darse regímenes y movimientos políticos que contienen algunas de sus características fundamentales: el aplastamiento de la democracia y de los derechos humanos, la supresión del pluralismo y de la libertad de expresión, el monopolio del poder por un líder carismático que se apoya en la noción de “pueblo”, construida desde la discriminación del otro. No son estrictamente fascistas, pero sí forman parte de la “nebulosa” heredera del fascismo (y en el caso de Putin, del totalitarismo soviético).
El debate sigue vivo sobre la naturaleza del fascismo histórico. La literatura antifascista post-1945 elaboró una interpretación útil para la polémica, pero simplificadora. El fascismo de Mussolini habría sido un movimiento reaccionario, desprovisto de ideología, basado en el recurso a una violencia terrorista, al servicio del gran capital. Frente a ello, el revisionismo de Renzo de Felice, mediados los años setenta, propuso con gran éxito la imagen de un fascismo modernizador, propio de unas clases medias emergentes, portador de unas ideas que le causaron siempre inseguridad al tratar de ser aplicadas a la realidad italiana. Desde la tensión permanente entre “fascismo movimiento” y “fascismo régimen”, Mussolini habría intentado ejercer un poder personal, incapaz de cubrir la distancia entre las aspiraciones fascistas y su política. Fue “absolutamente distinto” del nazismo. Hablar de “fascismos” sería un error.

De Felice permitió superar un discurso histórico dualista, poner el acento en la importancia de la ideología e insistir sobre la vertiente modernizadora. El panorama resultante gana en complejidad, aunque la incorpora a costa de desembocar en una amalgama entre aspectos positivos e insuficiencias. Y absoluciones. Además, la importancia de las ideologías no debe suponer verlas en el fascismo como guías de la acción política; ya el recurso inicial a la captación de temas y símbolos de la izquierda nos dice que por encima de la lectura de Sorel o de Le Bon estaba la efectividad del manganello —la porra de hierro— y del revólver para aniquilar al adversario de clase. Conviene leer a De Felice o a Emilio Gentile, tras asistir a una proyección de peliculas Novecento o de Vincere. Y contrastar las exculpaciones con datos tales como el racismo exhibido ante Clara Petacci —“cerdos judíos, pueblo destinado a ser completamente destruido”—, o su estrategia del terror aéreo sobre poblaciones civiles (Etiopía, España). “Soy un animal”, se autodefinía Mussolini, ávido de dominio en sexo y política. De idealista, nada.

El 23 de marzo de 1919, era fundado el movimiento fascista los Fascios italianos de Combate, en una asamblea celebrada en el Círculo Industrial milanés de Sansepolcro. La declaración ideológica, obra de Mussolini, revela que su matriz se encontraba en el intervencionismo de Italia en la Gran Guerra. De ahí surgen los tres causantes de la formación del fascismo: movilización ultranacionalista de clases medias, con el exsocialista Mussolini a la cabeza; intereses capitalistas en busca de beneficios extraordinarios, y complicidad del rey, avalista de la llegada y consolidación del fascismo en el poder.
Como en Alemania para el nazismo, la guerra fue el vivero de actitudes políticas subversivas y de violencia para el fascismo. En Sansepolcro, Mussolini invocó a los mártires de la guerra, el derecho de la nación italiana a la expansión territorial y la intención de eliminar a los “neutralistas”. Otros aspectos son confusos, pero el rasgo definitorio es ese ataque a los “neutralistas”, léase socialistas, los “leninistas de Italia”. De la guerra clásica a la guerra social. Semanas más tarde, el 15 de abril, el fascismo naciente descubre su verdadero rostro, al asaltar, y causar varios muertos, una manifestación socialista en Milán, incendiando su diario Avanti! Los excombatientes armados salieron del local de Il Popolo d’Italia, dirigido por Mussolini. De la policía, ninguna protección.
Escuadrismo y violencia antiobrera, amparados por las fuerzas del orden, tal fue la fórmula de ascenso al poder, hasta 1922. El liberalismo gobernante vio en el fascismo una eficaz contrarrevolución armada al servicio de la propiedad, bajo una capa de demagogia. En este marco de intereses, la “revolución” consistió en un proceso de invasión progresiva del poder por un partido-milicia. Su atractivo consistía en responder además a las frustraciones del nacionalismo tras la unificación. El alto precio pagado por la guerra —medio millón de muertos— legitimaba la aspiración de las clases medias a alcanzar un poder que les era negado por las elites liberales, a la sombra amenazadora de la revolución rusa. La cuadratura del círculo se plasmó en una “revolución conservadora”, donde el desplazamiento del poder político respetó las jerarquías previas del orden social.
Sobre estas bases, el fascismo forjó desde la violencia una alternativa al Estado liberal. Resulta discutible el relato de Emilio Gentile, proponiendo un “cambio radical” desde el primer fascismo, supuestamente antiestatalista e individualista, al constructor de un nuevo Estado, donde el pluralismo resulta sofocado por un “totalitarismo que subordina toda acción individual al Estado y a su ideología” (Eco). Conviene tener en cuenta la capacidad de Mussolini para captar temas y símbolos enfrentados a aquello que quiere derribar: un Estado a cuya conquista y reorganización aspira, atendiendo al patrón totalitario diseñado previamente por Lenin. Una vez alcanzado el Gobierno en 1922, el Estado fascista institucionalizó al escuadrismo, bajo el omnímodo poder del Duce. Fue una construcción política que precisó de la represión y del terror para su establecimiento y consolidación, y que siendo heredera del intervencionismo se proyectó agresivamente hacia el exterior, a partir de la exaltación nacionalista.

Todo ello jugando a fondo la baza modernizadora, especialmente en la comunicación política. Consiguió así, desde el imaginario, generar un consenso, dotado incluso de una dimensión religiosa; pasivo dado el carácter militar de las relaciones políticas y activo por el recurso a una movilización permanente. Al participar en ella, cada fascista ve satisfechas sus pulsiones básicas: dominar al otro, practicar la camaradería, exhibir un machismo desenfrenado y traducir impunemente el odio en violencia. En calidad de líder carismático, Benito Mussolini garantizará la realización de tales aspiraciones generando un culto desaforado a su personalidad.
Togliatti definió el fascismo como “régimen reaccionario de masas” y es precisamente a ese líder a quien corresponde dirigir a las masas, nunca ciudadanos, para su plena integración en el Estado totalitario. Fue un objetivo inacabado en el caso italiano. Pero, más allá de las inevitables distancias, es la convergencia en esa trayectoria lo que aglutina a fascismo y nazismo bajo el denominador común de “fascismos”. Mussolini lo percibió al experimentar una auténtica fascinación cuando conoce a Hitler. Eran “dos dioses sobre las nubes”.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política



Mussolini, Benito, La doctrina del Fascismo.

Alan Plata
Bibliografía
Mussolini, Benito, La doctrina del Fascismo. Trad. A. Dabini, Firenzo, Vallecchi Florencia, 1937.

Temporalidad: 1933 - 1940 Fascismo

Principios ideológicos del movimiento fascista, concepción de Estado y critica a las facciones políticas democrático-liberales y  socialistas, en un contexto Italiano previo a la Segunda Guerra Mundial (fascismo 1933-1940).

Resumen.

Desde la política Mussolini plantea que el Fascismo es una doctrina que tiene una visión orgánica donde los individuos forman la Nación y Patria, y ellos debe sacrificar sus intereses particulares en pro de un deber superior, el cual consiste el valor de hombre. Esta doctrina concibe la vida a los hombres como activos y dedicados a la acción con todas sus energías, lo que significa que estos sean conscientes de las dificultades existentes. Por otro lado, propone la visión de la vida como lucha, donde al hombre le toca conquistar la vida que sea realmente digna de él; creando para ello, ante todo, en sí mismo el instrumento (físico, moral, intelectual) para edificarla. El hombre en el Fascismo está en función del proceso espiritual a que contribuye por eso la tradición es un elemento importante, ya que fuera de la historia este es nada.

El Fascismo se opone al liberalismo tanto en su forma de concebir al individuo como a sus postulados políticos. El fascismo se pronuncia por un Estado fuerte e individuos que coinciden con el Estado. En esta visión todo está en el Estado y nada que sea espiritual o humano existe fuera de él; por lo que es totalitario, ya que es síntesis y unidad de los valores.

El Fascismo se opone a la democracia porque considera que al pueblo no se le debe ver desde un punto de vista cuantitativo (como lo ha concebido la democracia), sino desde uno cualitativo, por lo que el pueblo debe de ser guiado por la consciencia y voluntad de una minoría, lo cual pasará a concretarse en la consciencia y voluntad de todos, para esto es necesario una personalidad, una consciencia de sí.

El Fascismo se opone al socialismo porque considera que éste impide el movimiento histórico por la lucha de clases y la falta de unidad nacional.

El Fascismo afirma que el Estado es el que engendra a la Nación, con lo que el Estado es el creador del derecho. La Nación como Estado es una realidad ética que existe y vive en cuanto se desarrolla. El Estado no es solamente autoridad que gobierna y da forma de ley y valor de vida espiritual a las voluntades individuales, sino que también hace valer su voluntad en el exterior, por lo que hay una universalidad en su exterior. El Estado en el Fascismo es totalitario, por lo que éste no sólo se encarga de funciones de orden y tutela, sino que funge como un Estado educador, por lo que disciplina y ejerce autoridad para dominar la vida espiritual del pueblo; esto a través de la vigilancia y el uso de la fuerza como mecanismo para enfrentar y evitar la disidencia política, y así establecer un control sobre la vida política, económica y cultural del pueblo. Por otro lado, El Estado fascista tiene voluntad y potencia de imperio, no es solamente como una expresión territorial, militar o mercantil, sino también espiritual y moral. La expansión del imperio es la manifestación de su vitalidad.

Caracterización de la violencia:

En este texto se puede encontrar elementos de violencia política. El régimen fascista ejerce un control absoluto del Estado y del derecho. Este régimen dirige tanto la vida política, económica y cultural del pueblo, por lo que es quien ejerce violencia política sobre el pueblo. El pueblo está obligado a obedecer las órdenes porque si no el Estado recurre al uso de la fuerza; para ejercer control y “unificación” del pueblo. Por lo que todo está en el Estado y nada que sea espiritual o humano existe fuera de él; por lo que es totalitario. Se menciona que el Estado fascista que es imperialista debe expandirse. Este expansionismo está ligado con uso de la violencia para garantizar el sometimiento de los nuevos territorios y la imposición de un dominio político, económico y cultural.

El Fascismo se posiciona en contra de los regímenes políticos: democrático-liberales y socialistas.

También podemos encontrar declaraciones donde se exalta el papel de la violencia y se hace crítica al pacifismo. El Fascismo no cree en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua, ya que al pacifismo lo concibe como renuncia a la lucha y cobardía frente al sacrificio. El Fascismo es una doctrina que educa para el combate y acepta los riesgos que éste pueda traer como consecuencias.

Citas textuales:

“El hombre del fascismo es el individuo que es nación y patria, ley moral que une a los individuos y a las generaciones en una tradición y en una misión, que suprime el instinto de la vida encerrada en el reducido límite del placer para instaurar en el deber una vida superior, libre de límites de espacio y de tiempo: una vida en la cual el individuo, en virtud de su abnegación, del sacrificio de sus intereses particulares, y aún de su misma muerte, realiza aquella existencia, totalmente espiritual, en la que consiste su valor de hombre.”
“Para el fascista, todo reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y tanto a menos tiene valor, fuera del Estado. En este sentido, el fascismo es totalitario, y el Estado fascista, síntesis y unidad de todos los valores, interpreta, desarrolla e incrementa toda la vida del pueblo.”
“El fascismo no cree en la posibilidad ni en la utilidad de la paz perpetua. Rechaza, por consiguiente, al pacifismo, que oculta una renuncia a la lucha y una cobardía frente al sacrificio. Solamente la guerra eleva todas las energías humanas al máximo de tensión e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen la virtud de afrontarla.”
“Es fundamento de la doctrina fascista la concepción del Estado, de su esencia, de sus cometidos, de sus finalidades. Para el fascismo, el Estado es un absoluto, ante el cual individuos y grupos son relativos. Individuos y grupos son concebibles en cuanto estén en el Estado.”
“El Estado fascista es voluntad de potencia y de imperio. La tradición romana es aquí una idea de fuerza. En la doctrina del fascismo, el imperio no es solamente una expresión territorial o militar o mercantil, sino también espiritual y moral. Podemos concebir un imperio, es decir, una nación que, directa o indirectamente, guía a las otras naciones, sin necesidad de conquistar un solo kilómetro cuadrado de territorio. Para el fascismo, la tendencia al imperio, o sea a la expansión de las naciones, es una manifestación de vitalidad; su contrario, el quedarse en casa, es un síntoma de decadencia: los pueblos que surgen o resurgen son imperialistas, los pueblos que se mueren son renunciatarios.”



Carta de Trabajo de 1927.


La Carta de Trabajo (Carta del Lavoro en lengua italiana) fue una carta otorgada por Mussolini en el 1927 cuyo objetivo principal era la modernización de la economía italiana, solucionando los problemas sociales y las relaciones entre clases con criterios corporativistas. La Carta fue promulgada por el Gran Consejo Fascista y se publicó en el periódico Il Lavoro d'Italia el 23 de abril de 1927. Su redacción recayó principalmente en Giuseppe Bottai, Secretario de Estado de Empresas.
La Carta declara que la empresa privada es la institución económica más eficaz, ayudando así a Mussolini para confirmar el apoyo de los ricos industriales que fueron los primeros partidarios del fascismo. Insistió en el hecho de que la intervención del Estado sería legítima sólo cuando la empresa privada fuera deficiente. El artículo 7, por lo tanto, declaró que:

"El Estado corporativo considera la iniciativa privada, en el campo de la producción como el instrumento mas eficaz y mas útil a los intereses nacionales."
En el artículo 9 se indica que:

"La intervención del Estado en la producción económica puede tomar encajes sólo cuando la iniciativa privada está ausente o es insuficiente, o cuando están en juego el interés político del Estado. Esta intervención puede adoptar la forma de control, estímulo o de gestión directa."
Se creó un Tribunal de Trabajo para la solución de cualquier controversia o conflicto dentro de las empresas (artículo 5). Este objetivo fue más concretado en 1934 la ley sobre las empresas de 1934. Los trabajadores no tenían la posibilidad de elegir a sus representantes, que eran nombrados por el Estado. Junto a esos representantes de los trabajadores, designados por el estado, las empresas designaban a sus propios representantes.


 Carta del trabajo. La Carta del Lavoro. 


La Carta del Trabajo Italiano fue escrita el 29 de Abril de 1927 y es el tratado político-económico que proclama explícitamente los principios y propósitos de la teoría económica del Fascismo y el establecimiento del Estado Corporativo Nacionalista y Autárquico, la organización colectiva de los trabajadores, en dirección a la defensa de sus intereses y de mejores condiciones de trabajo, en perfecta armonia entre los empleadores y los intereses de la Nación sin lucha de clases y con absoluto respeto a la propiedad privada.


El Estado Corporativo y su organización


I
La Nación es un organismo que tiene fines, vida y medios de acción superiores, en potencia y duración, a los individuos divididos o agrupados que la componen. Es una unidad moral, política y económica, que se realiza integralmente dentro del Estado Fascista.
II
El trabajo en todas sus formas organizadas y ejecutivas, intelectuales, técnicas, manuales, es un deber social, desde este punto de vista y solamente bajo este aspecto, está tutelado por el Estado.
Desde el punto de vista nacional, el conjunto de la producción es unitario; sus finalidades son unitarias y se resumen en el bienestar de los individuos y en el desarrollo de la potencialidad nacional.
III
La organización sindical o profesional es libre. Pero solamente el Sindicato, legalmente reconocido y sometido al control del Estado, tiene derecho a representar legalmente toda la categoría de patronos o de trabajadores por la cual está constituido: a tutelar sus intereses frente al Estado y a las demás asociaciones profesionales; a estipular contratos colectivos de trabajo, obligatorios para todos los pertenecientes a la categoría; imponerles contribuciones y ejercitar, respecto a ellos, funciones delegadas de interés público.
IV
En el contrato colectivo de trabajo es la expresión concreta de la solidaridad entre los varios factores de la producción, mediante la conciliación de los intereses opuestos de los patronos y de los trabajadores, y su subordinación a los intereses superiores de la producción.
V
La Magistratura del Trabajo es el órgano con el cual el Estado interviene para arreglar las controversias del trabajo, sea por lo que se refiere a la observancia de los pactos y demás normas existentes, sea a la determinación de nuevas condiciones de trabajo.
VI
Las asociaciones profesionales legalmente reconocidas garantizan la igualdad jurídica entre los patronos y los trabajadores, mantienen la disciplina de la producción y del trabajo y fomentan su perfeccionamiento.
Las Corporaciones constituyen la organización unitaria de las fuerzas de la producción y representan integralmente sus intereses.
En virtud de esta representación integral, siendo los intereses de la producción intereses nacionales, las Corporaciones están reconocidas por la ley como órganos del Estado. Como representantes de los intereses unitarios de la producción, las Corporaciones pueden emanar normas obligatorias sobre la disciplina de las relaciones de trabajo, así como sobre la coordinación de la producción, siempre que las asociaciones confederadas les hayan otorgado los poderes necesarios.
VII
El Estado corporativo considera la iniciativa privada en el campo de la producción como el medio más eficaz y más útil para el interés de la Nación.
Siendo la organización privada de la producción una función de interés nacional, el organizador de la empresa es responsable frente al Estado de la orientación de la producción.
De la colaboración de las fuerzas productivas deriva la reciprocidad de derechos y deberes entre ellas. El trabajador en general, sea técnico, empleado u obrero, es un colaborador activo de la empresa económica, cuya dirección está a cargo del patrono, que es el responsable.
VIII
Las asociaciones profesionales de patronos tienen la obligación de fomentar con todos los medios, el aumento de la producción, su perfeccionamiento y la reducción del coste. Las representaciones de quienes ejercen una profesión liberal o un arte y las asociaciones de empleados públicos, contribuyen en la tutela de los intereses del arte, de la ciencia y de las letras, y en el perfeccionamiento de la producción y en la consecución de los fines morales del ordenamiento corporativo.
IX
La intervención del Estado en la producción, económica se verifica solamente cuando falte o sea insuficiente la iniciativa privada o cuando estén en juego intereses políticos del Estado. Dicha intervención puede asumir la forma de control, del fomento y de la gestión directa.
En las controversias colectivas del trabajo, no se puede dar lugar a la acción judicial sin que antes el órgano corporativo no haya intentado la conciliación.
En las controversias individuales concernientes a la interpretación y la aplicación de los contratos colectivos de trabajo, las asociaciones profesionales tienen, facultad para intervenir en pro de la conciliación.
Para semejantes controversias, la competencia pasa a la magistratura ordinaria, complementada con asesores designados por las asociaciones profesionales interesadas.


Del Contrato Colectivo de Trabajo y de las garantías del trabajo

XI
Las asociaciones profesionales tienen la obligación de regular, mediante contratos colectivos, las relaciones del trabajo entre las categorías de los patronos y de los trabajadores por ellas representadas.
El contrato colectivo de trabajo se estipula entré asociaciones de primer grado, bajo la guía y el control de las organizaciones centrales, salvo la facultad de substitución por parte de la asociación de grado superior, en los casos previstos por la ley y por los estatutos.
So pena de nulidad, cada contrato colectivo de trabajo debe contener normas precisas sobre las relaciones disciplinarias, sobre el período de aprendizaje, sobre la cuantía y pago de la retribución y el horario de trabajo.
XII
La acción del sindicato, la obra conciliadora de los órganos corporativos y el fallo de la Magistratura del trabajo garantizan la proporción del salario conforme a las necesidades normales de la vida, a las posibilidades de la producción y al rendimiento del trabajo.
La determinación del salario no está supeditada a ninguna norma general y está confiada al acuerdo de las partes en los contratos colectivos.
XIII
Los datos obtenidos por las Administraciones públicas, por el Instituto central de estadística y por las asociaciones profesionales legalmente reconocidas, respecto a las condiciones de la producción y del trabajo, a la situación, del mercado monetario y a las variaciones del tenor de vida de los prestadores de obra, coordenados y elaborados por el Ministerio de Corporaciones, sugerirán el criterio para armonizar entre ellas los intereses de las diferentes categorías y clases y los de éstas con el interés superior de la producción.
XIV
La retribución debe ser asignada en la forma más conforme con las exigencias del trabajador y de la empresa.
Cuando la retribución se fije a destajo, y la liquidación de los destajos se haga por periodos superiores a la quincena, tienen que ser concedidos anticipos quincenales o semanales de adecuada cuantía.
El trabajo nocturno, no comprendido en regulares turnos periódicos, se retribuye con el aumento de un tanto por ciento respecto al trabajo diurno.
Cuando el trabajo se retribuya a destajo, las tarifas de destajo deben determinarse de modo que el obrero laborioso, de normal capacidad de trabajo, pueda conseguir una ganancia mínima además del sueldo base.
XV
El prestador de obra tiene derecho al descanso semanal en coincidencia con los domingos. Los contratos colectivos aplicarán tal principio teniendo en cuenta las normas de leyes existentes, las exigencias técnicas de la empresa, y, en los límites de dichas exigencias, procurarán al mismo tiempo que se respeten las festividades civiles y religiosas según las tradiciones locales. El horario de trabajo tendrá que ser intensa y escrupulosamente observado por el prestador de obra.
XVI
Después de un año de ininterrumpido servicio, el prestador de obra en las empresas de trabajo continuo, tiene derecho a un periodo anual de vacaciones retribuido.
XVII
En las empresas de trabajo continuo, el trabajador, en caso de cese en las relaciones de trabajo, por despido sin culpa, tiene derecho a una indemnización proporcionada a los años de servicio. Dicha indemnización también es debida en caso de muerte del trabajador.
XVIII
En las empresas de trabajo continuo, el traspaso del negocio no rescinde el contrato de trabajo, y el personal adicto a tal empresa conserva sus derechos frente al nuevo titular. Asimismo la enfermedad del trabajador, si no pasa de una determinada duración, no rescinde el contrato de trabajo. La llamada al servicio militar o al de la Milicia Voluntaria de Seguridad Nacional (MVSN), no es causa de despido.
XIX
Las infracciones de la disciplina y los actos que perturben la marcha normal del negocio, cometidos por los trabajadores, están castigados según la gravedad de la falta, con multas, con suspensión del trabajo y, en los casos más gravea con inmediato despido sin indemnización.
XX
El prestador de obra recién entrado en una empresa, está sujeto a un período de prueba, durante la cual es recíproco el derecho a la rescisión del contrato, sin más que el pago de la retribución por el tiempo en que efectivamente se prestó el trabajo.
El contrato colectivo del trabajo también extiende sus beneficios y su disciplina a los que trabajan a domicilio. El Estado dictará varias normas para asegurar la policía y la higiene del trabajo a domicilio.


De las oficinas de colocación

XXII
El Estado precisa y controla el fenómeno de la ocupación y de la desocupación de los trabajadores, índice general de las condiciones de la producción y del trabajo.
XXIII
Las oficinas de colocación están constituidas sobre una base paritética y bajo el control de los órganos corporativos del Estado. Los patronos tienen la obligación de asumir los prestadores de obra por mediación de dichas oficinas. Tienen la Facultad de escoger entre los inscritos en las listas, prefiriendo a los que pertenezcan al Partido y a los Sindicatos Fascistas, según la antigüedad de inscripción.
XXIV
Las asociaciones profesionales tienen la obligación de seleccionar los trabajadores a fin de elevar cada vez más su capacidad técnica y su valor moral.
XXV
Los órganos corporativos vigilan para que las leyes sobre la prevención de infortunios y sobre la policía del trabajo sean observadas por los individuos sujetos a las asociaciones colegiadas.

De la previsión. De la asistencia. De la educación y de la Instrucción

XXVI
La previsión es una alta manifestación del principio de colaboración. El patrono y el prestador de obra deben contribuir proporcionalmente en los gastos. El Estado, mediante loa órganos corporativos y las asociaciones profesionales, procurará coordinar y unificar lo más posible el sistema y los institutos de previsión.
XXVII
El Estado fascista propone:
  • 1) El perfeccionamiento del seguro contra los infortunios; 
  • 2) El mejoramiento y la extensión del seguro-de maternidad; 
  • 3) El seguro contra las enfermedades profesionales y contra la tuberculosis, como tránsito hacía el seguro general contra todas las enfermedades; 
  • 4) El perfeccionamiento del seguro contra la desocupación involuntaria. 
  • 5) La adopción de especiales formas de seguros-dótales para los jóvenes trabajadores.

XXVIII
Incumbe a las asociaciones de trabajadores la tutela de sus representados en las gestiones administrativas y judiciales, referentes al seguro contra infortunios y a los seguros sociales. En los contratos colectivos de trabajo quedará establecida, cuando técnicamente sea posible, la constitución de cajas mutuas para enfermedad con la contribución de los patronos y de los prestadores de obra y cuya administración estará a cargo de representantes de ambos y bajo la vigilancia de los órganos corporativos.
La asistencia a sus representados, sean o no socios, es un derecho y un deber de las asociaciones profesionales. Estas deben ejercitar directamente sus funciones de asistencia y no pueden delegarlas en otras entidades o institutos, como no sea por objetivos de índole general, que excedan de los intereses de cada categoría.

XXX
La educación y la instrucción de sus representados, socios y no socios, especialmente la instrucción profesional, es uno de los principales deberes de las asociaciones profesionales. Estas deben secundar la acción de las Obras Nacionales relativas al post-trabajo y a las demás iniciativas de educación.



Benito Mussolini.



Duce del Fascismo
dal 1936 "Duce Fondatore dell'Impero"



Benito Amilcare Andrea Mussolini (Dovia di Predappio, Italia, 1883 - Giulino de Mezzegra, id., 1945) Líder político italiano que instauró el régimen fascista en Italia (1922-1943).

Presidente del Consiglio dei ministri del Regno d'Italia 
dal 1925 Capo del Governo Primo Ministro Segretario di Stato


Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis de las democracias liberales, agravada por el crac económico de 1929, favoreció un fenómeno que caracterizaría a la Europa de entreguerras: el auge de los totalitarismos. Su primera manifestación fue el fascismo, denominación que procede de los fasci di combattimento creados en 1919 por Benito Mussolini, quien se hizo con el poder en 1922 e impuso una dictadura de partido único. El régimen fascista italiano se convertiría en el principal aliado de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y corrió su misma suerte tras la derrota.

Biografía

Hijo de una familia humilde (su padre era herrero y su madre maestra de escuela), Benito Mussolini cursó estudios de magisterio, a cuyo término fue profesor durante períodos nunca demasiado largos, pues combinaba la actividad docente con continuos viajes. Pronto tuvo problemas con las autoridades: fue expulsado de Suiza y Austria, donde había iniciado contactos con sectores próximos al movimiento irredentista.
En su primera afiliación política, sin embargo, Mussolini se acercó al Partido Socialista Italiano, atraído por su ala más radical. Del socialismo, más que sus postulados reformadores, le sedujo la vertiente revolucionaria. En 1910 fue nombrado secretario de la federación provincial de Forlì y poco después se convirtió en editor del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases). La victoria del ala radical sobre la reformista en el congreso socialista de Reggio nell'Emilia, celebrado en 1912, le proporcionó mayor protagonismo en el seno de la formación política, que aprovechó para hacerse cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del partido. Aun así, sus opiniones acerca de los enfrentamientos armados de la «semana roja» de 1914 motivaron cierta inquietud entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo.
La división entre Mussolini y los socialistas se acrecentó con la proclama de neutralidad que lanzó el partido contra la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Mussolini, que había sido uno de los opositores más radicales a la guerra de Libia y a la participación de Italia en la Gran Guerra, cambió súbitamente de opinión y defendió abiertamente una postura belicista, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista. 
En noviembre del mismo año fundó el periódico Il Popolo d'Italia, de tendencia ultranacionalista. Sobre la vacilaciones del parlamento italiano respecto a la entrada en la guerra, llegó a escribir que "hubiera sido necesario fusilar a una media docena de diputados" para dar un ejemplo "saludable" a los demás. En septiembre de 1915 se enroló voluntariamente, y sirvió en el ejército hasta que fue herido en combate en febrero de 1917.

Los fasci di combattimento y la Marcha sobre Roma

Finalizada la contienda, y pese a formar parte de la alianza vencedora, Italia se vio relegada a la irrelevancia en las negociaciones de los tratados de paz, que no otorgaron al país los territorios reclamados al Imperio austrohúngaro. Benito Mussolini quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de la sociedad italiana haciendo un llamamiento a la lucha contra los partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables de tal descalabro. En 1919 creó los fasci di combattimento, escuadras o grupos armados de agitación que actuaban casi con total impunidad contra militantes de izquierda y que fueron el germen del futuro Partido Nacional Fascista, fundado por el mismo Mussolini en noviembre de 1921.

En un contexto marcado por la frustración colectiva tras los inútiles sacrificios de la Gran Guerra, por el descrédito general del régimen parlamentario, por la crisis económica y la elevada conflictividad social (el creciente desarrollo del movimiento obrero y campesino, con ocupaciones de fábricas y tierras, inquietaba a las clases acomodadas, temerosas de la revolución social), los fascistas alzaron la voz contra la democracia y la lucha de clases, que a su juicio debilitaban y dividían a la nación. Opuestos frontalmente al liberalismo y al marxismo, propugnaron la solidaridad nacional y la acción colectiva en torno a la figura de un líder carismático, y se presentaron como defensores de los valores de la patria, la ley y el orden, enfrentándose violentamente a la izquierda italiana.

Mussolini consiguió ganarse el favor de los grandes propietarios y salir elegido diputado en las elecciones de mayo de 1921, si bien su partido obtuvo tan sólo treinta y cinco de los quinientos escaños que conformaban la cámara. La impotencia del gobierno para reconducir la situación en que se encontraba el país y la disolución del Parlamento allanaron el camino para la denominada Marcha sobre Roma, iniciada el 22 de octubre de 1922. El 28 de octubre de 1922, en una acción coordinada, cuarenta mil fascistas confluyeron sobre la capital desde diferentes puntos de Italia. El primer ministro, Luigi Facta, declaró el estadio de sitio para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre la capital, y ante la negativa del rey Víctor Manuel III a firmar el decreto, presentó la dimisión.

El 29 de octubre, presionado por los acontecimientos, el rey hubo de firmar el nombramiento de Benito Mussolini como primer ministro. El líder fascista, que desde hacía algún tiempo había renunciado a su feroz republicanismo, reconociendo el papel de la monarquía, formó un gobierno de coalición el 30 de octubre, el mismo día en que los camisas negras, como eran llamados los fascistas por el color de su uniforme, hacían su entrada triunfal en Roma. Amparándose en una calculada imagen de moderación, Mussolini consiguió el apoyo parlamentario de una débil cámara que el 25 de noviembre le otorgó, de forma provisional, poderes de emergencia con el objeto de restaurar el orden, obteniendo a cambio el fingido compromiso de Mussolini de respetar el sistema parlamentario.

Mussolini en el poder.

El fascismo había llegado al poder con el apoyo de los ambientes conservadores, principalmente del latifundismo agrícola, y se reforzó gracias a su capacidad de presentarse como el núcleo central de un bloque de orden conservador, capaz de defender a la burguesía nacional de los peligros democráticos representados, sobre todo, por los socialistas, con su facción comunista. Con la reunión, por primera vez en diciembre de 1922, del Gran Consejo Fascista, se inició el fortalecimiento del partido, que pronto dejaría atrás su extremo anticlericalismo con gestos de acercamiento hacia el catolicismo y la Santa Sede, al mismo tiempo que aumentaba la represión política.
El nuevo gobierno encontró en los "escuadristas" (las Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional) una fuerza que impuso por la violencia y el terrorismo sus posiciones en la campaña para las elecciones de abril de 1924, en las que el Partido Nacional Fascista obtuvo el 69 por ciento de los votos emitidos. A partir de ese momento, la violencia política fue en aumento, y gradualmente (aunque con mayor ímpetu tras el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en 1924) Benito Mussolini se erigió como único poder, aniquiló cualquier forma de oposición y acabó por transformar su gobierno en un régimen dictatorial; tras ser ilegalizadas en 1925 todas las fuerzas políticas a excepción del Partido Nacional Fascista, el proceso de fascistización del Estado culminó con las leyes de Defensa de noviembre de 1926.
A falta de una ideología coherente, el fascismo desarrolló una retórica que insistía en una serie de motivos: el nacionalismo y el culto al poder, a la jerarquía y a la personalidad del Duce ('Líder' o 'Jefe', título adoptado por Mussolini en 1924); el militarismo y el expansionismo colonialista (con más de un siglo de retraso); la xenofobia y la exaltación de un pasado glorioso remontado al Imperio romano y a la romanidad como idea civilizadora.

Suprimidos el derecho de huelga y los sindicatos y patronales, patronos y obreros hubieron de incorporarse a las organizaciones corporativas creadas por el gobierno. El régimen impuso una estructura social de corporaciones que anulaba los derechos individuales y que otorgaba al Estado todo el control; trabajo, vida económica y ocio estaban regulados por el gobierno, a lo que se unía la paramilitarización de la sociedad, los actos propagandísticos de masas, el control de los medios de comunicación y la educación de los niños bajo un credo fascista. Pero tampoco en el tejido productivo se dieron cambios de fondo; el poder económico se mantuvo en manos de quienes ya lo poseían antes de la Primera Guerra Mundial, y el corporativismo quedó reducido a una ideología de fachada.
Apoyado por un amplio sector de la población y con la baza a su favor de aquel eficaz aparato propagandístico, el régimen fascista realizó fuertes inversiones en infraestructuras. Pero en líneas generales el fascismo, matizado en lo económico por un fuerte intervencionismo estatal y una tendencia a la autarquía que se acentuó tras el crac del 29, fue incapaz de proporcionar a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 el pretendido y proclamado progreso material, en aras del cual demandaba a los italianos el sacrifico de la libertad individual.
Sí supo, en cambio, sustituirlo por una generalizada euforia psicológica, en la que el pueblo italiano se vio imbuido por la convicción de que su país experimentaba un nuevo resurgir nacional. En apoyo de tal sentimiento, y tratando de aportar triunfos sensacionales en política exterior con los que magnetizar a los italianos, Benito Mussolini recuperó viejos proyectos expansionistas, como la conquista de Abisinia (1935-1936) y la anexión de Albania (1939). Abisinia (la actual Etiopía) era considerada por el Duce como una zona natural de expansión y nexo lógico entre las colonias italianas de Eritrea y Somalia; la pasividad de Francia y Reino Unido ante la invasión creó un mal precedente.

La Segunda Guerra Mundial.

Tras la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania, Mussolini fue acercándose al nazismo; de hecho, el dirigente nazi se había inspirado en sus ideas, y ambos líderes se admiraban mutuamente. Tras un primer tratado de amistad en 1936, la alianza entre Roma y Berlín quedó firmemente establecida en el Pacto de Acero (1939). Hitler y Mussolini brindaron abiertamente apoyo militar al general Francisco Franco en la Guerra Civil Española (1936-1939), preludio de la conflagración mundial. La agresiva política expansionista de Hitler provocó finalmente la reacción de franceses y británicos, que declararon la guerra a Alemania tras la ocupación de Polonia.

Estallaba así la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y tras las primeras victorias alemanas, que juzgó definitivas, Mussolini validó su pacto con Hitler y declaró la guerra a los aliados (junio de 1940). Sin embargo, el fracaso del poco preparado ejército italiano en Grecia, Libia y África oriental, así como el posterior avance de las tropas aliadas (que el 10 de julio de 1943 habían iniciado un imparable desembarco en la isla de Sicilia, con el propósito de invadir Italia), llevaron al Gran Consejo Fascista a destituir a Mussolini (25 de julio de 1943). Al día siguiente Víctor Manuel III ordenó su detención y encarcelamiento. Dos meses después el nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmaba un armisticio con los aliados.
Liberado por paracaidistas alemanes (12 de septiembre de 1943), todavía creó Mussolini una república fascista en los territorios controlados por Alemania en el norte de Italia (la República de Salò, así llamada por la ciudad en que el gobierno tenía su sede). En los juicios de Verona, Mussolini hizo condenar y ejecutar a aquellos miembros del Gran Consejo Fascista que habían promovido su destitución, entre ellos su propio yerno, Galeazzo Ciano. El avance final de los aliados le obligó a emprender la huida hacia Suiza; intentó cruzar la frontera disfrazado de oficial alemán, pero fue descubierto en Dongo por miembros de la Resistencia (27 de abril de 1945), y al día siguiente fue fusilado con su compañera Clara Petacci; sus cadáveres fueron expuestos para escarnio público en la plaza Loreto de Milán.



Anexo.


"Mussolini es el arquetipo de líderes populistas como Bolsonaro, Trump y Salvini": entrevista al escritor italiano Antonio Scurati.

Antonio Scurati (Nápoles, 25 de junio de 1969) es profesor universitario, ensayista y escritor italiano.


Antonio Scurati  dice que la "iluminación" le vino mientras veía un video de archivo de Benito Mussolini.
Que, mientras se estaba documentando para otro libro, vio al Duce arengar vehementemente a la gente que solía llenar la plaza Venecia de Roma.
Que se acuerda claramente de que, viendo a Mussolini dando uno de sus típicos discursos, tuvo un momento de exaltación:
  "¡Pero si esto no lo contó nunca nadie!".
"Quiero decir", explica Scurati en conversación telefónica con BBC Mundo, "que hay una extensa literatura académica, historiográfica y ensayística sobre Mussolini y el fascismo. Pero nadie escribió una novela sobre Mussolini".

Libro: El  hijo del siglo. 


En 2018, unos 4 años después de esa "iluminación" -y de miles y miles de documentos, libros, recortes de diarios, archivos consultados-, vio la luz "M. Il figlio del secolo" ("M. El hijo del siglo", en castellano), una monumental novela en la que Mussolini es el protagonista.
Su autor la define como una "novela documental", ya que, como reza la advertencia al principio del libro, "todos los hechos, los personajes, los acontecimientos, los diálogos no son inventados, sino históricamente documentados".
"Incluso sus pensamientos", asegura Scurati, que ocupan el primero y el último de los breves capítulos en los que están divididas sus 800 páginas, que constituyen el primer volumen de una trilogía sobre la vida del Duce.
La trilogía, una vez publicada, será transformada en el guion de una serie televisiva internacional dirigida por, adelanta Scurati, "un reconocido director de cine sudamericano que vivió en su país la tragedia de una dictadura".
La narración de "M. El hijo del siglo" empieza el 23 de marzo de 1919 con la fundación del movimiento Fasci di combattimento en Milán, y acaba el 3 de enero de 1925 cuando el Duce, ya presidente del gobierno italiano, asume delante del Parlamento "la responsabilidad política, moral e histórica" del asesinato del opositor socialista Giacomo Matteotti.
Ese momento es el que muchos historiadores consideran como el inicio del régimen totalitario fascista.

Pero, ¿cómo se puede escribir una novela de la que todo el mundo conoce no solo el final sino incluso los acontecimientos intermedios?

"Ese era uno de los desafíos de este proyecto", cuenta Scurati. 
"Por esta razón, estructuré la novela sumergiendo al lector en el flujo de los acontecimientos mientras ocurrían. Como si la historia hubiese podido ir en otras direcciones y no se supiera lo que pasó después".
"Quería captar los hechos desde la perspectiva de los que los vivieron", añade el escritor italiano, "y no desde la del historiador que lo mira todo desde arriba, como un pequeño dios que juzga los hechos desde la distancia".
"Los hombres que vivieron esa época en muchos casos no entendían lo que estaba pasando, eran ciegos. Y quería que el lector tuviese esa misma sensación".
Esto, según él, constituye una de las razones del éxito de este libro, que en Italia ha vendido más de 300.000 copias y que acaba de ser publicado en castellano por la editorial Alfaguara.
La novela se conforma como una crónica minuciosa - y, al mismo tiempo, de lectura fácil, gracias a un estilo directo y dinámico, aunque con algunas caídas de tono estilístico- del agitado clima social, político y económico que se vivía en Italia en esos años.
Resalta en sus páginas la mezcla de oportunismo, inteligencia, cinismo, energía -sexual y política- y falta de escrúpulos que caracteriza al Duce.
Un personaje, asegura Scurati, cuyo conocimiento sigue siendo indispensable para entender lo que ocurre hoy en día.
BBC Mundo habló con el escritor con motivo del Hay Festival de Querétaro, que se celebra esta semana de forma virtual y en el cual participa.

¿Por qué considera a Mussolini como "El" hijo del siglo XX?

Por un lado, porque quería aclarar que él no es el padre del siglo XX, sino un producto de esa época. Y también para subrayar que él fue el hijo favorito del siglo XX.

¿Por qué el preferido?

En el sentido de que él no es un alienígena llegado de Marte o un bufón, un loco o un demonio. ¡No! A través de él, el siglo pasado mostró de manera poderosa su vocación, que acabará en una gran tragedia política.
No es casualidad que el fascismo sea una de las últimas grandes invenciones de Italia que se difunden en el mundo.
El fascismo influencia la historia y los protagonistas del siglo XX, empezando por Hitler y el nazismo y siguiendo con otros modelos políticos, tanto europeos como latinoamericanos.
No hay que olvidar que Perón, en su primera etapa política, idolatraba a Mussolini. Consumía compulsivamente los videos en los que aparecía Mussolini y consideraba el fascismo como el antecesor de esa tercera vía entre capitalismo y comunismo que él buscaba.

Si Mussolini es el hijo del siglo XX, ¿su madre metafórica es la violencia y su expresión más extrema, la guerra?

Sin ninguna duda. Yo defino la forma de violencia del fascismo como hiperviolencia, que tiene sus raíces en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Es decir, una violencia que ya no era a escala humana, sino que todos eran víctimas, incluso quienes la practicaban sobre otros hombres.
Y Mussolini, al principio de su aventura política, sabía que podría contar con dos armas para conseguir sus objetivos.
Una era el diario que dirigía, el "Popolo d'Italia." Él era un periodista brillante quien inventa una manera nueva de hacer propaganda.

¿Y la otra?

La otra eran los grupos de fascistas violentos, a quienes los unía la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Eran todos unos profesionales de la violencia.
El fascismo es el primer movimiento político que se dota de una milicia paramilitar, que coincide exactamente con sus adeptos.
El problema es cuando esta violencia minoritaria y casi profesional llega al poder y se convierte en objeto de deseo político.

¿Qué quiere decir?

Pasa que millones de italianos -estoy pensando en el pequeño empresario o en el simple funcionario, pequeños burgueses que no son violentos- de repente temen que la revolución socialista les arrebate todo lo que tienen.
Entonces empiezan a estar fascinados con esa violencia del fascismo. La desean como una posible solución a sus problemas.
Este es el punto de inflexión: esos pocos profesionales de la violencia se convierten en el símbolo de una solución fácil, inmediata y rápida a la complejidad de la realidad y de la vida democrática, que empieza a parecer inconcluyente, ineficaz y decepcionante.
Y esto está pasando otra vez, también en Europa.

Como toda novela histórica, entonces ¿esta también aspira a decir algo de la época actual?

Mira, creo que una de las razones del éxito de este libro es que muchos lectores buscan y encuentran allí un mapa cognitivo para descifrar y orientarse en un presente político en el que se sienten perdidos.
Esta al principio no era mi intención. Creo que la literatura no tiene otro objetivo que el de contar la condición humana. Sin embargo, mientras lo iba escribiendo, advertía que los ecos de lo que pasó hace 100 años se llegaban a oír también en el presente.

¿Piensa en algún acontecimiento en particular?

Sí, en el populismo. Mussolini se configura como el prototipo del líder populista de los siguientes 100 años, hasta nuestros días.
Con una advertencia: hay muchas diferencias entre el fascismo y los actuales partidos populistas, empezando por la violencia.
Los fascistas utilizan desde un principio la violencia como elemento sistemático de lucha política. Hoy, en cambio, los partidos populistas son por lo general no violentos, se limitan a una violencia verbal y se mueven adentro del sistema democrático.
Pero, si substraemos a Mussolini el componente propiamente fascista, notamos que queda el arquetipo del líder populista, o sea, de ese líder que consigue guiar a las masas, que husmea sus humores -que son casi siempre malhumores: rabia, miedo, rencor, resentimientos- y los secunda.
En este sentido, Mussolini es el arquetipo de Bolsonaro, de Trump, de Salvini. Pero también de líderes populistas de izquierda. Todos ellos tienen convicciones o ideas no vinculados a la realidad.

¿Se trata, pues, de los hijos metafóricos de Mussolini?

Yo diría más bien que son sus nietos o bisnietos.

Me explico: para encontrar a los hijos metafóricos de Mussolini deberíamos remontarnos al menos a una generación atrás. Pero los que aluden directa y conscientemente al legado del fascismo están básicamente fuera de la historia. Por aterradores y horribles que sean, siguen siendo y seguirán siendo una minoría.
En cambio, estos "nietos" de hoy, descendientes indirectos e inconscientes, yo los considero más peligrosos.
Si Salvini, pongamos, dice dos o tres tonterías, pero las dice de manera efectiva y directa, como por ejemplo que nuestro único problema son los migrantes y que hay que tirarlos al mar, bueno, esa es una forma de violencia increíble, una reducción brutal y violenta de la complejidad de la realidad.
Y esto es un peligro.

¿Ha contemplado la posibilidad, o incluso el riesgo, de que los lectores quedaran fascinados por el protagonista del libro?

Sí, claro. Yo pertenezco a lo que un amigo mío llama "la generación de los últimos chicos del siglo pasado".

Es decir, somos los últimos en haber sido educados intelectualmente y educados cívicamente en los ideales del antifascismo y del mito de la resistencia contra el nazi-fascismo.
Desde el primer momento que empecé a escribir este libro me pregunté qué estrategia narrativa tenía que adoptar para evitar que el público empatizase con Mussolini, que el Duce pudiera convertirse en héroe trágico.
Y por esta razón hice una elección radical: no hay un solo diálogo, personaje o acontecimiento que no estuviese documentado. Hay una adhesión total y rigurosa a las fuentes históricas.

Este artículo es parte del Hay Festival Querétaro digital, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza del 2 al 7 de septiembre de 2020.

Opinión

El recuerdo de los regímenes totalitarios del siglo XX resulta insuficiente como forma de inmunidad para la democracia, sostiene el escritor italiano, autor de cuatro libros sobre Mussolini.

Antonio Scurati: “El fascismo está muerto, sin dudas, como su fundador, pero su fantasma sigue rondando el presente”Amenaza. “El peligro real para las democracias liberales es actualmente el populismo soberanista”, sostiene 

22/03/2025

“Las narraciones del fascismo siempre fueron contadas desde afuera, desde el punto de vista de los antifascistas -piensa el escritor italiano Antonio Scurati-. Y esto dejó en sombras un aspecto fundamental de nuestra memoria histórica nacional: el hecho que nosotros, los italianos, habíamos sido los fascistas y no los demás.”

Scurati lleva casi una década novelando la historia del fascismo contada desde sus tripas. Detrás de la “M”, en alusión directa al fundador del fascismo, Benito Mussolini, publicó ya cuatro libros: M. El hijo del siglo, M. El hombre de la providencia, M. Los últimos días de Europa y M. La hora del destino. El quinto, M. El fin y el principio, verá la luz en Italia a principios de abril.
Esta pasión por novelar quién fue “Il Duce” y hasta dónde se propagaron sus destrozos le trajo varios dolores de cabeza. Como la suspensión, a último momento, de una participación en la televisión pública italiana el año pasado que para él no tuvo más justificación que censurarlo.

“Me impidieron dar en la Rai, la televisión pública italiana, financiada con nuestro dinero, un discurso en ocasión del 25 de abril, fecha en la que en Italia se festeja la liberación del fascismo, en el que criticaba a la presidenta del Consiglio (Giorgia Meloni) porque se niega a reconocer el valor de la resistencia antifascista. El mismo día en el que tenía que hablar en la Rai, la conductora que me había invitado, me dijo: ‘No podes venir’”, cuenta Scurati. “En cuanto autor de la saga de M soy enemigo intelectual número uno de este gobierno, que lleva adelante un proyecto programático de reescritura de la historia”, dice el escritor.

“Lo que me vuelve a sus ojos un enemigo al que hay que atacar, de todas las formas posibles, es el hecho que yo haya renovado una potente e influyente narración antifascista del fascismo. Ellos se preparaban, como parte de su programa político, a reescribir la historia revalorizando el fascismo de Mussolini. Y la publicación de M lo impidió”, agrega.

-Estos intentos por reescribir la memoria histórica, ¿son un mal de nuestro tiempo o son la consecuencia de no haber saldado deudas con el pasado?

-Siempre he sostenido que los italianos no hicieron cuentas con el pasado fascista y que éste es uno de los motivos por los cuales sentí el impulso de contar en la forma democrática de la novela el fascismo desde dentro. En Italia, en Alemania o en Argentina, donde la dictadura militar terminó hace menos de 50 años, el recuerdo del fascismo, del nazismo, de la dictadura militar no representa más un forma de inmunidad para la democracia.

-¿Qué cambió?

-Creo que está sucediendo algo que nos está llevando fuera de un tiempo histórico. La conciencia histórica que se basa en reglas ciertas, en la reconstrucción de hechos, de verdades compartidas, sobre la que se puede fundar la convivencia civil es sustituida por una memoria de parte, tribal e identitaria que tiene que ver con mi historia personal, la de mi familia. Es una memoria polémica en la que unos están siempre en contra de otros, una memoria que busca siempre un enemigo y que es siempre subjetiva. Sobre esto se montan los populistas soberanistas.

-En su ensayo Fascismo y populismo, usted señala que el posfascismo no representa una amenaza frente a la democracia, pero sí pone en peligro la calidad de esa democracia. ¿Cuáles son los signos de esta degradación?

-Los signos son muchos y ya son realidades en acción. Yo los dividiría en dos categorías. La primera incluye un gran número de comportamientos del poder que empeoran la atmósfera política, social y cultural en una dirección antidemocrática (intolerancia activa y persecutoria hacia la disidencia, constante agresión verbal y denigración de los oponentes políticos o intelectuales, desprecio discriminatorio hacia los sujetos que no pueden ser sometidos o integrados por diversas razones, constantes campañas de odio paranoico y resentimiento contra enemigos imaginarios, etc.). En la segunda categoría están los actos de gobierno y los proyectos de reforma de las instituciones y de las reglas democráticas que apuntan claramente a una forma aberrante de democracia autoritaria (entre ellos, para Italia, sólo citaría la reforma constitucional en sentido presidencialista, el decreto de seguridad, la reforma del poder judicial que atenta contra su independencia…).

-¿Cómo ve que el término “fascista” se haya convertido en un insulto frecuente para descalificar?

-Soy contrario al uso desenvuelto y trasladado del término fascista para definir a un adversario político que tiene características autoritarias. Estoy en contra porque creo que el sentido literal del término desvía nuestra atención y nuestra mirada del peligro real.

-¿Dónde está ese peligro real?

-El peligro real para las democracias liberales es, desde hace un tiempo, el fenómeno diferenciado y unitario que llamamos populismo soberanista. Y es un peligro ya en acción, actual. Al punto que algunos de estos líderes populistas soberanistas están ya en el gobierno de algunos países, empezando por Italia.

-¿Hay conexión entre este populismo del siglo XXI y aquel fascismo del siglo pasado?

-Los populistas soberanistas heredan algunas características del fascismo histórico, aunque no todas. Pero esperar que la amenaza a la democracia venga de un retorno al fascismo en su forma histórica, nos empuja a subestimar el peligro que está ya en acción, que viene de los populistas soberanistas que están ya adentro de la casa democrática. Tenemos que dejar de esperar el regreso de las camisas negras en Italia o de las camisas azules en España porque no volverán, aunque en alguna medida ya volvieron.

-En las últimas páginas del ensayo postula que para heredar el antifascismo del siglo XX hay que renovarlo, que hay que repensar el antifascismo sobre nuevas bases. ¿Cuáles? ¿Cómo debe ser el antifascismo del siglo XXI?

-Un antifascismo que ya no es ideológico, que ya no está vinculado predominantemente a un partido político (la izquierda comunista en Italia) y a un proyecto revolucionario. Un antifascismo bajo cuyas banderas pueden y deben alinearse todos los demócratas sinceros, independientemente de su orientación política hacia la derecha, la izquierda o el centro. La literatura y el arte en general pueden aportar una contribución fundamental a esta nueva narrativa.

-Entonces, ¿el fascismo ha muerto o no?

-El fascismo histórico está sin duda muerto, al igual que su fundador, pero su fantasma sigue rondando el presente, sigue rondando la casa democrática aunque bajo formas diferentes a las de hace 100 años. Al final del quinto y último capítulo de mi saga sobre Mussolini, en el que relato la muerte del dictador, citando a un gran dirigente socialista de los años veinte, escribo que “los muertos no sólo pesan, los muertos sobreviven”.

Señas particulares.

Antonio Scurati nació en 1969 en Nápoles pero vive en Milán, donde enseña literatura contemporánea en la Universidad Libre de Lengua y Comunicación. Su saga M, que inauguró en 2018 con un registro narrativo personal a la hora de contar el fascismo, ganó el Premio Strega, en 2019, el Premio Europeo del libro en 2022 y este año se convirtió en una miniserie de ocho capítulos. Para celebrar los 80 años de la liberación de Italia del fascismo y de la ocupación alemana, el 8 de abril llegará a las librerías italianas “M. El fin y el principio”, el quinto y último libro dedicado a Mussolini y el fascismo.

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