Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


lunes, 19 de enero de 2015

172.-Los socialdemocracia y su ideología.-a


Logo del SPD de 1874.

 Los socialdemocracia y su ideología



Introducción.


La socialdemocracia es una ideología política que procura un Estado de bienestar universal y la negociación colectiva dentro del marco de una economía capitalista. A menudo se usa para referirse a los modelos sociales y políticas económicas predominantes en el oeste y norte de Europa durante la segunda mitad del siglo XX.
Es una tendencia política que surgió en la segunda mitad del siglo XIX. Se diferencia de otras concepciones del socialismo por la manera que interpreta el significado e implicaciones de ese término, especialmente en materias políticas:

La Internacional Socialista se fundó hace cien años para coordinar la lucha mundial de los movimientos socialistas democráticos por la justicia social, la dignidad humana y la democracia. En ella se reunieron partidos y organizaciones de tradiciones diferentes, que compartían el objetivo común del socialismo democrático. A lo largo de su historia, los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas han defendido los mismos valores y principios. [...] Los socialistas democráticos han llegado a proclamar estos valores por caminos muy distintos, a partir del movimiento obrero, de los movimientos populares de liberación, de las tradiciones culturales de asistencia mutua y de solidaridad comunitaria en muchas partes del mundo. También tienen raíces en las diversas tradiciones humanistas del mundo. Pero aunque existan diferencias ideológicas y culturales, todos los socialistas comparten la concepción de una sociedad mundial pacífica y democrática, con libertad, justicia y solidaridad.
Los socialdemócratas se caracterizan por sus políticas reformistas ligadas a la participación ciudadana, a la protección del medio ambiente y a la integración de minorías sociales en las democracias modernas, y abordan los valores sociales desde un prisma progresista.

En sentido estricto, la socialdemocracia es una tendencia política que surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, como una ideología política de izquierdas de carácter europeísta que promueve un socialismo democrático y reformista. Es una versión socialista peculiar de países altamente desarrollados. 



 Socialdemócrata.

Es propiamente un fenómeno político del norte de Europa —Finlandia, Suecia, Noruega, Alemania, Austria, Dinamarca— que obedece al avance del movimiento obrero de los países nórdicos. 

Orígenes (1848-1880)

El término socialdemocracia apareció en Francia durante la revolución de 1848 en el entorno de los seguidores del socialista Louis Blanc. Karl Marx lo utilizó en su célebre obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, cuya primera edición se publicó en Nueva York en 1852, para designar la propuesta política del que llama partido socialdemócrata formado tras las «jornadas de junio» por la unión de la pequeña burguesía democrática con la clase obrera socialista.
 «A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia».

 Según Marx, en esta alianza predominaba la ideología de la pequeña burguesía: 

«su carácter peculiar» estribaba «en el hecho de exigir instituciones democrático-republicanas, como medio no para abolir los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antagonismo, convirtiéndolo en armonía», o lo que es lo mismo, «la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía».


Sin embargo, según el marxista revisionista alemán Eduard Bernstein, el término había sido acuñado tras la revolución de 1848 por el poeta alemán Gottfried Kinkel. Y lo cierto es que el primer grupo que se autodenominó socialdemócrata fue un partido alemán fundado en 1863 por Ferdinand Lassalle con el nombre de Asociación General de Trabajadores de Alemania (Allgemeiner Deutsche Arbeiterverein) y cuyo periódico se llamó La Socialdemocracia. 

Este grupo se fusionó en 1875 con el Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania (Socialdemokratische Arbeiterpartei), de inspiración marxista, creado por Wilhelm Liebknecht y August Bebel en 1869, dando nacimiento al Partido Obrero Socialista de Alemania (Sozialistische Arbeiterpartei Deutschands), que años después adoptó el nombre definitivo que mantiene en la actualidad de Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD).
 El nuevo partido intentó aunar las dos herencias de las que había surgido, la lasselleana y la marxista, mediante el Programa de Gotha aprobado el año de su fundación (1875) pero éste fue objeto de una dura crítica por el propio Karl Marx —en un famoso opúsculo titulado Crítica al Programa de Gotha—. Este decía que a la sociedad sin clases no se podría llegar con «lindas menundencias» democráticas meramente «burguesas», sino tras un período de «dictadura del proletariado» que pusiera fin a la «lucha de clases».

 En efecto, en el programa de Gotha se recogían objetivos de «raigambre lassalleana» como la «organización democrática del Estado nacional que aceptara reformas concretas como el sufragio universal, la milicia popular, la educación obligatoria o la restricción del trabajo de mujeres y niños», y en un plano más general, la finalidad última del reparto igualitario del poder político, social y económico. Una posición reformista «volcada sobre todo en la acción del Estado».

Tras el SPD alemán se fundaron el Partido Socialista Obrero Español (1879), el Partido Obrero Belga (1885), el Partido Socialdemócrata de Austria (1889), el Partido Socialdemócrata Húngaro (1890), el Partido Socialista Polaco (1892), el Partido Socialista de Rumania (1893), el Partido de los Socialdemócratas Búlgaros, el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Holanda (1894), el Partido Socialista de Argentina (1896), y el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (1898). Un desarrollo político muy importante tuvieron los partidos socialdemócratas escandinavos (Partido Socialdemócrata de Dinamarca, 1871; Partido Laborista Noruego, 1887; Partido Socialdemócrata Sueco, 1889). En Inglaterra y algunos otros países los partidos socialistas siguieron una línea más laborista y adoptaron ese nombre.

El «periodo clásico» de la socialdemocracia (1880-1914): la «edad de oro del marxismo»

Entre 1880 y 1914 la socialdemocracia asumió plenamente las tesis marxistas, por lo que ese período también ha sido llamado «la edad de oro del marxismo». Sin embargo, la interpretación del marxismo que hizo la corriente mayoritaria («ortodoxa») de la Segunda Internacional, fundada en 1889, acentuó los aspectos mecanicistas y materialistas del marxismo («economicismo») convirtiéndolo «en un dogma, que mediante el análisis de las relaciones productivas, era considerado capaz de prever, en sus grandes trazos al menos, el inexorable curso de la historia», que culminaría con la «inevitable victoria del proletariado» como consecuencia del desarrollo del propio capitalismo que llevaba consigo la progresiva concentración del capital en unas pocas manos y la creciente miseria de la clase obrera. Esta concepción del inexorable derrumbe del capitalismo era la que sostenían August Bebel y Karl Kautsky, en Alemania; Paul Lafargue y Jules Guesde en Francia; Achille Loria y Enrico Ferri, en Italia; y Jaime Vera y Julián Besteiro, en España.

Pero existía una contradicción entre la teoría revolucionaria que defendía la corriente «ortodoxa» y la práctica política reformista que aplicaba. El principal teórico de la socialdemocracia alemana Karl Kaustky creyó encontrar el apoyo a esta política en el que se consideró el testamento político de Engels, la «Introducción» a la edición de 1895 de la obra de Marx La lucha de clases en Francia. Allí el cofundador del marxismo y principal depositario de la herencia de Marx (muerto doce años antes) defendía el sufragio universal como un medio para conseguir la victoria del socialismo tras una «labor larga y perseverante» de las masas, aunque Engels también preveía que las fuerzas burguesas acabarían violando su propia legalidad para impedir su triunfo, lo que entonces legitimaría otros medios de alcanzar la sociedad socialista.


Uno de los primeros en señalar la contradicción entre teoría y práctica fue el alemán Eduard Bernstein en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit entre 1896 y 1898 y sobre todo en su libro de 1899 Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. En una Alemania a punto de convertirse en la primera potencia industrial europea Bernstein constató que las predicciones de Marx no se estaban cumpliendo pues ni se vislumbraba el colapso del capitalismo víctima de sus propias contradicciones ni el proletariado vivía en unas condiciones cada vez más miserables. Así pues, Bernstein procedió a «revisar» buena parte de las tesis marxistas —como la teoría del valor-trabajo o la de la polarización social entre burguesía y proletariado que haría desaparecer a las clases medias—, y en consecuencia defendió las políticas reformistas para alcanzar el socialismo—, con lo que la contradicción entre teoría y práctica desaparecía.

La «revisión» de Bernstein, influida por el neokantismo, suscitó un gran debate en el seno de la socialdemocracia alemana y europea en el que Karl Kautsky, el teórico más influyente del SPD, fue el principal defensor de las tesis «clásicas» marxistas —o de la interpretación que había hecho de ellas la corriente «ortodoxa» mayoritaria—.

El punto central del debate fue la alternativa reforma o revolución para alcanzar el socialismo. Bernstein defendió la primera, tomando como referencia las ideas de la Sociedad Fabiana —fundada en 1884, y que fue el principal origen doctrinal del laborismo, «la versión británica de la socialdemocracia europea»— que Bernstein conoció durante su exilio en Londres en la última década del siglo XIX. Los fabianos ajenos a la tradición marxista y opuestos a la revolución, defendían alcanzar el socialismo mediante la «extensión gradual del sufragio y la transferencia de rentas e intereses al Estado, no de golpe, sino poco a poco», como escribió en 1889 Bernard Shaw, el fabiano más conocido. Por su parte Sidney Webb, fundador de la sociedad junto con su esposa Beatrice Webb, remarcó la estrecha relación entre democracia y socialismo:

El resultado inevitable de la democracia es el control por parte del propio pueblo no sólo de la propia organización política, sino también de los principales instrumentos de riqueza… El aspecto económico del ideal democrático es, en realidad, el socialismo.
Al igual que los fabianos, Bernstein veía la democracia como «el medio para la lucha en pro del socialismo» y la «forma imprescindible de realización del socialismo», mientras que la dictadura del proletariado la consideraba una forma de «atavismo político». En consecuencia, enlazando en esto con Lassalle, no consideraba al Estado como un instrumento de dominación de clase, como sostenía la interpretación marxista «ortodoxa», sino como el «legítimo guardián del interés general de la colectividad». 
Edición de 1906 de Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia de Eduard Bernstein.

Bernstein, citando a Engels, decía que el socialismo se lograría a través de una lucha «prolongada, tenaz, avanzando lentamente de posición a posición», lo que produciría una especie de evolución del capitalismo dado que por un lado: 

a) Las condiciones económicas no eran las suficientes como para permitir la aparición del socialismo; y
b) Que la concentración o acumulación del capital no se había realizado en los términos previstos por Marx, sino por el contrario, se había extendido a través de la generalización de las empresas de capital social. 
Lo que significaba que en lugar de pauperizar habían mejorado los niveles de vida de amplios sectores de ella y que, por otro lado, la ampliación de la democracia y los logros de beneficios sindicales que esa extensión hacía posible significaba que el proletariado tendría cada vez más derechos a defender y por lo tanto, menos razones para una insurrección. 

Todo lo anterior "ha revolucionado completamente las condiciones de la lucha del proletariado. Los métodos de 1848 (la referencia es al Manifiesto Comunista) son obsoletos en todo sentido". Paralelamente Bernstein argumentaba que la extensión de derechos democráticos a las clases desposeídas -específicamente, el derecho a voto a quienes no son propietarios- cambiaba las reglas de la política: la democracia se había transformado en conquista y herramienta popular y por lo tanto superaba la necesidad de una insurrección y/o guerra civil a fin de instaurar una dictadura del proletariado. Consecuentemente, Bernstein analizaba la posibilidad de transformación del capitalismo al socialismo mediante un proceso de reformas políticas y económicas; la consecución de estas reformas debían figurar en adelante como objetivo prioritario del movimiento obrero, por lo que la confrontación electoral y la presencia parlamentaria de los partidos socialdemócratas se transformaba en método central de avance al socialismo. Aunque las tesis de Bernstein fueron condenadas por casi todos los partidos, su posicionamiento (denunciado por los continuistas como revisionismo) tuvo una amplia influencia en el socialismo internacional.

Es importante tener presente que las reformas que Bernstein está postulando no se refieren solo un sistema de beneficios, sean sindicales o sociales, sino que al sistema político mismo -especialmente el de su tiempo- Para el, la democracia es un concepto no solo mejorable sino un objetivo político que se debe lograr o implementar -por ejemplo, a través de la lucha por el derecho de los sindicatos a participar no solo en la administración de empresas sino también en la dirección política de un país- Así, define democracia, negativamente, como: 
“la ausencia del gobierno de clases (...) el principio de la supresión del gobierno de las clases aunque no todavía la actual supresión de las clases”.

La asunción de las tesis revisionistas y reformistas (1918-1945)

La Revolución de Octubre de 1917 supuso la ruptura del movimiento socialista europeo ya que los partidarios del modelo leninista que acababa de triunfar en Rusia abandonaron los partidos socialistas y socialdemócratas para fundar los partidos comunistas adheridos a la nueva Tercera Internacional, mientras que aquéllos asumieron plenamente los valores democráticos y la vía reformista para alcanzar el socialismo —con la excepción del Partido Socialista Obrero Español que protagonizó la fracasada Revolución de octubre de 1934—.Así el sector «revisionista reformista» encabezado por Bernstein, —y al que hicieron importantes aportaciones el italiano Carlo Rosselli y el belga Henri de Man— 20 acentuó la estrecha relación entre el socialismo y la democracia —«La clase obrera exige la democratización del Estado y de la administración pública, la democratización de las empresas, la extensión de la democracia a todos los terrenos, a la enseñanza, a la cultura física, al arte, al comercio», escribió Bernstein en 1922—. Pero también obligó al sector «ortodoxo» a definir con precisión el significado del concepto marxista de «dictadura del proletariado» y su relación con la democracia. 

En 1911 Kaustky ya había admitido que «un verdadero régimen parlamentario puede ser igualmente un instrumento de la dictadura del proletariado como de la dictadura de la burguesía», y tras el triunfo de la "Revolución de Octubre" denunció que en Rusia se había sustituido la «dictadura del proletariado» por la dictadura del partido («la dictadura conduce a que el partido que sustenta las riendas del poder tenga que procurar mantenerse por todos los medios, sean éstos limpios o sucios, porque su derrocamiento equivale a su derrumbamiento total»), lo que provocó la airada respuesta de Lenin denunciando el «democratismo pequeñoburgués» del «renegado Kaustky» (La revolución proletaria y el renegado Kaustsky, 1918; El Estado y la revolución, 1918).

La socialdemocracia también cuestionó la identificación entre socialización y nacionalización o estatalización de los medios de producción, el modelo que se estaba aplicando en Rusia. El mismo Kaustky siempre había aceptado que en la sociedad socialista pudieran convivir formas variadas de propiedad junto a la estatal, como la municipal, la cooperativa, la sindical e, incluso, en algunos casos la propiedad privada. 
«El mecanismo económico de una sociedad socialista admite la misma variedad que en la actualidad. Lo que desaparecerá es nuestra febril agitación, la lucha a ultranza en la que se trata de vencer o morir, a la que nos condena el sistema actual de la competencia. Lo que desaparecerá, en definitiva, es el antagonismo entre explotadores y explotados», había escrito en 1902. 

Una idea que reiteró para criticar la revolución bolchevique —tanto la democracia como el socialismo «son medios, que deben darse conjuntamente, para el fin de suprimir toda opresión», escribió en 1918— y que los reformistas, siguiendo la estela de los fabianos, aún llevaron más lejos al identificar el socialismo con la democracia extendida a todos los terrenos de la vida social.
 «Berstein llegó a negar la eficacia milagrosa de la socialización de la propiedad, que no veía como un fin en sí misma y que, por ello, no tenía por qué afectar a todos los sectores económicos ni recibir la forma jurídica de apropiación pública, pudiendo bastar la mera intervención estatal en las empresas privadas y el control del conjunto de la actividad económica»

Un intento de conciliación entre la socialdemocracia y el leninismo lo representó la creación de la llamada Segunda Internacional y Media que asumió en gran medida la posición más benévola sobre la Revolución de Octubre sostenida por el austromarxista Otto Bauer —consideraba la dictadura del proletariado en Rusia como una fase de transición hacia la democracia, lo que nunca llegó a realizarse—. Finalmente los partidos o corrientes que seguían las tesis de Bernstein, que continuaron denominándose socialistas o socialdemócratas, fundaron en 1923 la Internacional Obrera y Socialista.
Durante este período de entreguerras se produjo la primera participación de los socialdemócratas en los gobiernos, (en Alemania, en Austria, en Bélgica, en Gran Bretaña, en Dinamarca o en España), aunque la misma fueron efímera salvo en el caso del Partido Socialdemócrata Sueco que se mantuvo en el poder desde 1932 hasta 1976.
Entre los pensadores y políticos más conocidos que tuvieron más influencia sobre la socialdemocracia en este periodo se encuentran:
 Léon Blum; Ramsay MacDonald; Pierre Mendès France; Tony Crosland (principal implementador político de las ideas de Keynes), John Maynard Keynes; John Kenneth Galbraith, Olof Palme, Nehru, etc.

El abandono del marxismo después de 1945

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial la socialdemocracia europea abandonó el marxismo y elaboró una «una visión diferente de las relaciones entre capitalismo y socialismo», y su propuesta se centró en «una mayor intervención estatal en los procesos de redistribución que en los de producción, de forma que una política fiscal progresiva permitió consolidar eficazmente la red asistencial que configura el Estado de bienestar.
El momento decisivo se produjo en 1959 cuando en el Congreso de Bad Godesberg el Partido Socialdemócrata Alemán abandonó el marxismo, renunciando a «proclamar últimas verdades», e identificando completamente socialismo y democracia. Así el SPD se propuso crear un «nuevo orden económico y social» conforme con «los valores fundamentales del pensamiento socialista» —«la libertad, la justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad»— y que no se consideraba incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada.

Frente a la aceptación del capitalismo propugnada por el SPD y el resto de partidos socialdemócratas del centro y del norte de Europa, sus homólogos del sur elaboraron una alternativa que llamaron socialismo democrático en la que no renunciaban a alcanzar el socialismo, aunque siempre mediante el respeto a las reglas de la democracio —los partidos comunistas del sur también se sumaron a esta iniciativa construyendo su propia alternativa «socialista democrática» que llamaron eurocomunismo—.

Los ideales de la nueva socialdemocracia heredera del «revisionismo reformista» quedaron plasmados en la Declaración de Principios de la Internacional Socialista de 1989 en la que se proclamó que «una democracia más avanzada en todas las esferas de la vida: la política, la social y la económica» es el marco y a la vez el fin del socialismo. 

Así pues, según los socialdemócratas no existe un conflicto entre la economía capitalista de mercado y su definición de una sociedad de bienestar mientras el Estado posea atribuciones suficientes para garantizar a los ciudadanos una debida protección social. En general, esas tendencias se diferencian tanto del social liberalismo como del liberalismo progresista en la regulación de la actividad productiva, y en la progresividad y cuantía de los impuestos. Y esto se traduce en un incremento en la acción del Estado y los medios de comunicación públicos, así como de las pensiones, ayudas y subvenciones a asociaciones culturales y sociales. Algunos gobiernos europeos han aplicado en los últimos años una variante de la Tercera Vía que es un poco más próxima al liberalismo, con un menor intervencionismo y presencia de empresas públicas, pero con el mantenimiento de las ayudas y subvenciones típicas de la socialdemocracia —cuyo principal exponente ha sido el laborista británico Tony Blair. Por lo demás, su ideología en temas sociales es equiparable a la del resto de la izquierda política.

Entre los pensadores y políticos que han tenido más influencia sobre la socialdemocracia en el presente se encuentran Gerhard Schröder, Paul Krugman, Robert Solow, Joseph Stiglitz, Amartya Sen, Claus Offe, y, principalmente, Norberto Bobbio y Zygmunt Bauman. Las ideas que han dado origen a las posiciones de Tony Blair y Gordon Brown se asientan principalmente sobra la obra de Anthony Giddens y Jeffrey Sachs. Gordon Brown ha sido también influido por alguna de las percepciones de Gertrude Himmelfarb.
Los partidos socialdemócratas se encuentran entre los más importantes en la mayor parte de los países europeos, así como en la mayor parte de países influidos por el viejo continente, con la notable excepción de Estados Unidos.


¿El fin del sueño socialdemócrata en Suecia?

La socialdemocracia sueca se encuentra en un momento de repliegue. Pese a que ha logrado, con dificultades, mantener el poder en las elecciones de fines de 2018, en alianza con partidos de centro, el modelo de Estado de Bienestar igualitario ha venido retrocediendo, se ha afianzado la contrarreforma económica, las desigualdades se han incrementado y la extrema derecha nacionalista y xenófoba ha capitalizado parte del descontento social. Con todo, la izquierda sigue siendo una fuerza significativa, aunque necesitada de nueva energía, ideas novedosas y una renovada dosis de radicalismo en sus venas.

Las elecciones celebradas el 9 de septiembre de 2018 se saldaron con el peor resultado obtenido por los socialdemócratas suecos desde que en 1911 se introdujera el sufragio masculino cuasi universal. Entonces, el partido recibió 28,5% de los votos; esta vez, consiguió 28,3%. Se perdió todo un siglo de avance electoral. Aun así, la cúpula del partido saludó el resultado como una semivictoria y el líder partidario, Stefan Löfven –un respetable hombre de familia de mediana edad–, se fue de fiesta (con su esposa) hasta bien entrada la noche. Las ambiciones de los socialdemócratas suecos se han vuelto bastante modestas. Históricamente, el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (Socialdemokratiska Arbetareparti, sap) fue, con creces, el más exitoso de los partidos socialdemócratas y laboristas del mundo. Durante más de medio siglo, entre 1932 y 1988, obtuvo en todas las elecciones más de 40% de los votos, en un sistema caracterizado por la representación proporcional, las circunscripciones de varios escaños y múltiples partidos. Ningún otro partido sueco ha superado desde la Primera Guerra Mundial 30%. Todavía en 1994, el sap obtuvo más de 45%. Gobernó el país sin interrupciones desde 1932 hasta 1976, excepto durante el gobierno de las «vacaciones de verano» de 1936, y nuevamente en 1982-1991, 1994-2006, 2014-2018 y hasta la actualidad.

La socialdemocracia llegó a Suecia a través de Alemania y Dinamarca, y los camaradas daneses sirvieron de modelo original para la primera generación de reformadores suecos. Pero desde mediados de la década de 1930, los suecos fueron universalmente reconocidos como los maestros de su clase. Entre 1932 y 1976, los socialdemócratas fueron eminentemente exitosos como impulsores de la reforma social desde el gobierno: cautos, graduales, bien preparados. Podían apuntar al pleno empleo, una economía próspera y abierta que fuese competitiva en los mercados mundiales, un generoso Estado de Bienestar y una sociedad igualitaria, que en 1980 tenía las tasas de desigualdad por renta y por género más bajas del mundo. La propuesta planteada por los sindicatos liderados por el sap de crear «fondos de inversión de los asalariados» en 1976 fue quizá la medida de mayor alcance hacia una economía socialista jamás avanzada por los socialdemócratas convencionales1. La socialdemocratización del país fue suficientemente profunda como para mantener a los partidos «burgueses» –como se los conoce oficialmente en Suecia– de la coalición de centroderecha que gobernó en 1976-1982 en la senda del pleno empleo y los derechos sociales2.

Contrarreforma

Fueron los propios líderes del sap quienes comenzaron la contrarreforma socioeconómica a comienzos de la década de 1980. El giro neoliberal comenzó como una especie de gestión de la crisis. El sector exportador se estaba volviendo menos competitivo debido a sus costos. Los productores de textiles y prendas de vestir que quedaban fueron barridos, los astilleros coreanos y japoneses superaron finalmente a los suecos, y los sectores del acero y la silvicultura se vieron obligados a reducir su tamaño. La rentabilidad era baja, y también la inversión. La balanza de pagos estuvo en números rojos entre 1978 y 1981, y la participación de los beneficios en el valor agregado cayó de 30% en la década de 1960 y comienzos de la de 1970 a 24% en 1978. Esto se presentó como una amenaza para los puestos de trabajo, aunque los niveles de empleo seguían subiendo a pesar de la crisis internacional. Tanto los economistas de la Confederación de Sindicatos Suecos, conocida como lo (Landsorganisationen i Sverige), como los de la sap acordaron que sería necesario contener los salarios y aumentar los beneficios. La principal herramienta para conseguirlo fue devaluar la moneda 16% en cuanto el sap recuperó el poder en 1982. Los líderes del partido privaron a la propuesta de creación de fondos de inversión de los asalariados planteada por Rudolf Meidner de su verdadero potencial transformador, aunque se aprobó oficialmente una versión aguada, como gesto simbólico hacia los congresos del partido y del sindicato3.

La década de 1980 fue testigo del avance internacional de la teoría económica neoliberal. En ese marco, un grupo de economistas del sap organizó un seminario para estudiar las nuevas ideas de Chicago que consiguió llegar a los oídos del ministro de Finanzas, Kjell-Olof Feldt, y del gobernador del Banco Central. La mercantilización y el control de la inflación se convirtieron en las nuevas prioridades de la política socialdemócrata. En 1985, este grupo impuso la liberalización de los mercados de crédito y de capitales en Suecia. Feldt contó que, cuando le presentó la propuesta a Olof Palme, el primer ministro respondió: «Hagan lo que quieran. De todas formas, yo no entiendo nada». Estas decisiones, junto con la reorganización de la Bolsa de Estocolmo, durante mucho tiempo adormecida, abrieron las compuertas al capital financiero especulativo, tanto nacional como extranjero. Esto generó a su vez, en 1991, una crisis financiera de origen interno, que puso fin al pleno empleo en Suecia, redujo el pib en un 4% y les costó a los contribuyentes otro 4% del pib para rescatar a los bancos.

El sap tuvo la suerte de que entre 1991 y 1994 estuviera en el poder una coalición «burguesa» –liderada por Carl Bildt, un partidario convencido de la Guerra Fría, del Partido Moderado–, que tuvo que enfrentar las consecuencias de este estallido de la burbuja financiera. Fue una tarea que la coalición desempeñó muy mal, lo que permitió la vuelta de la socialdemocracia al poder en 1994, con 45% de los votos. Los socialdemócratas consiguieron volver a estabilizar la economía y liberar al país de su dependencia de los banqueros neoyorquinos. Fue un logro a corto plazo, sin embargo, conseguido con duras medidas de austeridad, y no incluyó un replanteamiento de la privatización, la mercantilización o la «nueva gestión pública» –que utiliza las prácticas de las grandes empresas en los servicios públicos– y, mucho menos, preocupación igualitaria alguna. Las coaliciones burguesas y las lideradas por el sap, que se han alternado en el poder desde 1991, han actuado, por el contrario, como corredoras de relevos en la promoción de la desigualdad y la especulación. Juntas han eliminado los impuestos a la herencia y sobre el patrimonio y los bienes inmuebles, han hecho que los rendimientos del capital tributen menos que los ingresos del trabajo y han restringido la escala de las prestaciones sociales, además de endurecer el acceso a ellas. Hace dos años, la revista Forbes declaraba que «Suecia encabeza la lista de los mejores países para hacer negocios en 2017», aunque se trataba de un país gobernado por socialdemócratas4.

La desigualdad económica se ha disparado. La tasa de ingreso disponible ha aumentado 60% desde 1980 –de un coeficiente de Gini de 0,20 a 0,32 en 2013–, lo que devolvió la distribución de ingresos del país al nivel de la década de 1940 o quizá finales de la de 1930. Dos tercios de ese aumento pueden atribuirse a las decisiones políticas referentes a los impuestos y a las transferencias sociales, y solo un tercio a una distribución más desigual de la renta familiar bruta. 
La actual distribución de la renta en Suecia guarda cierta semejanza con la inglesa de 1688. El 0,1% más rico tiene en promedio una renta disponible, después de impuestos y transferencias, 38 veces superior a la del asalariado medio. En el momento de la Revolución Gloriosa, los temporal lords de Inglaterra tenían una renta 30 veces mayor que la de los mercaderes y comerciantes urbanos de clase media5. La distribución de la riqueza ha empeorado aún más, lo que dio como resultado el patrón más desigual de Europa occidental, a la par de los de Brasil, Sudáfrica o Estados Unidos6. En 2002, el 1% más rico de Suecia era propietario de 18% de la riqueza de los hogares; en 2017, ese porcentaje había subido a 42%7. Otras desigualdades están también profundizándose. 
La Autoridad Nacional de Educación (Skolverket) ha concluido que una cuarta parte de las calificaciones de los estudiantes puede atribuirse ahora a la clase social de los padres, frente a 16% en 1998. La brecha en la esperanza de vida a los 30 años entre grupos de distinto nivel educativo ha aumentado desde 2000 en dos años para las mujeres y uno para los hombres; llega hasta seis años menos de vida para los menos educados si se tienen en cuenta ambos sexos, en comparación con los muy educados. La desigualdad de género es una excepción y no ha aumentado. Las mejoras de 1968 y el movimiento feminista no han retrocedido y siguen repercutiendo en un país profundamente laicizado y sin una derecha religiosa significativa. Esto no significa que Suecia esté libre de dominación masculina y machismo: al contrario, el movimiento internacional MeToo, cuando llegó a Suecia, se convirtió en una serie de protestas colectivas en todo el país contra el acoso sexual, lideradas por las profesionales, entre ellas policías, académicas, médicas, abogadas y banqueras.

Factores

¿Cómo ha podido producirse este giro hacia desigualdades cada vez más profundas, que ha deshecho más de medio siglo de igualación gradual? El capitalismo posindustrial, globalizado y financiarizado tiene una tendencia intrínseca a aumentar la desigualdad económica, al debilitar la posición de los sindicatos, fragmentar a la clase obrera y descualificar a partes de ella mediante cambios en la demanda de trabajo, por no mencionar la apertura de nuevas perspectivas para el capital, mediante la deslocalización hacia países de salarios más bajos y el aumento de las oportunidades para extraer renta financiera. Habría sido de esperar, sin embargo, que la Suecia socialdemócrata se encontrase entre los países mejor situados para resistirse a esas tendencias y contenerlas. La desigualdad en Suecia ha aumentado, por el contrario, más que en la mayoría de los países de Europa occidental. Parece que hay tres razones principales para la sorprendente evolución de las pasadas tres décadas. Quizá el factor más importante haya sido el cambio de orientación de los dirigentes del sap, que han abandonado cualquier preocupación significativa por la desigualdad y la justicia social. Un ejemplo ilustrativo fue el acuerdo sobre las pensiones, negociado en secreto entre el gobierno del sap y los partidos burgueses en la década de 1990, y aprobado por el Parlamento en 1998. La idea principal era hacer que las prestaciones dependiesen de los cambios del pib y de las tendencias demográficas. La intención era hacer el sistema más sostenible bajo la presión económica y demográfica, un objetivo racional tras el colapso financiero sueco de 1991. Pero los expertos que calcularon y negociaron el tema no tuvieron en cuenta las consecuencias distributivas de la nueva estructura de las pensiones. Resultó que, 15 años después, el sistema había producido un grado de pobreza relativa más alto que la media de la Unión Europea: 17% frente a 14% de media en la ue. En Dinamarca, el porcentaje de pensionistas pobres se sitúa en 8%-9%8. En otro acuerdo sobre tributación alcanzado en 1991, el gobierno del sap introdujo tipos impositivos más bajos para los rendimientos del capital que para el (sustancial) ingreso del trabajo. En 2004, el gobierno socialdemócrata abolió todos los impuestos sobre sucesiones y donaciones9. La gestión de la crisis y la promoción del crecimiento expulsaron otras preocupaciones económicas. La socialdemocracia sueca siempre había prestado una importante atención a estos temas, pero antes lo había equilibrado con una preocupación equivalente por la seguridad social y la igualdad.

En segundo lugar, se produjo una ofensiva empresarial intensiva y bien financiada, desarrollada primero como resistencia (y venganza) ante los avances de los trabajadores en la década de 1970. En 1976, por primera vez en su historia, la federación de empresarios escogió como líder a un ejecutivo empresarial: todos sus predecesores habían sido funcionarios o semifuncionarios de las cámaras de comercio. Dos años después, la federación creó su propia oficina de propaganda, Timbro, el primer think tank importante de Suecia. En octubre de 1983, las organizaciones empresariales convocaron la que quizás haya sido la mayor manifestación acaecida en la historia de Suecia para oponerse a la propuesta de creación de fondos de inversión de los asalariados, contrataron 60 vagones de tren, 200 autobuses e incluso vuelos chárter para trasladar manifestantes a Estocolmo. (Uno de los principales organizadores consultó con un líder estudiantil de 1968 cómo organizar una protesta). 
La ofensiva fue suficientemente inteligente como para no adoptar una actitud explícitamente antisindical en un país fuertemente sindicalizado y con una sólida tradición de colaboración de clase. Se dispuso, por el contrario, a debilitar a los sindicatos con medios sutiles: encareciendo la afiliación sindical, por ejemplo, o la cualificación para obtener un seguro de desempleo de un sindicato, como hicieron los gobiernos burgueses. En esta campaña no encontraron resistencia. En 2010, el profesor de derecho Göran Groskopf, experto en asesorar a los suecos más acaudalados sobre elusión fiscal, describía el país como un «paraíso fiscal (skatteparadis) para los ricos».

El tercer factor impulsor de la desigualdad –en concreto, de la distribución de la riqueza– ha sido el nuevo dinamismo del sector exportador de altas tecnologías. Concentrado durante mucho tiempo en la empresa de telecomunicaciones Ericsson, recientemente ha engendrado una serie de prósperos inventores en el sector de las tecnologías de la información que pronto han acumulado una gran riqueza: Skype, Spotify y juegos de ordenador como Candy Crush y Minecraft son todos suecos. Las empresas de capital de riesgo, la forma más agresiva de capital financiero, están excepcionalmente bien representadas en Suecia: en proporción del pib, son las segundas de Europa, después de Reino Unido.

Relatos nacionales

La creciente polarización de clase que se está produciendo en la sociedad sueca no ha pasado desapercibida. Los gobiernos municipales de Estocolmo, Gotemburgo y Malmö han creado comisiones para investigar la segregación residencial y el estado de la sanidad y la educación, así como las desigualdades económicas. El movimiento sindical ha establecido un grupo de trabajo de investigación sobre igualdad, que deberá presentar sus conclusiones en el congreso de 2019 10. Sin embargo, no se ha logrado que el tema se sitúe en el primer plano de la escena política.

El relato predominante sostiene que Suecia se ha convertido en una sociedad amenazada por la inmigración. En la Suecia de 2018, el lenguaje burgués es un poco más pulido que el de Alemania durante las décadas de 1920 y 1930. De acuerdo con el líder del Partido Moderado, que encabeza la Alianza por Suecia, compuesta por cuatro partidos, la «integración» es el factor que conecta «muchos de los problemas que tenemos en Suecia». Este persistente tema electoral –la «cuestión del destino»– es un reconocimiento tácito de que el programa neoliberal de rebajas tributarias y aumento de las privatizaciones, que todavía figura en las propuestas de la Alianza, ya no tiene un atractivo masivo.

En el invierno y en la primavera de 2018, el sap y los cuatro partidos burgueses convergieron en ver a los inmigrantes y su «integración» como la principal cuestión política afrontada por el país, y compitieron entre sí para ser los mejor situados para abordarla. Este enfoque los puso a jugar en la cancha de los Demócratas de Suecia, xenófobos y antiinmigrantes, que se dispararon en las encuestas de opinión. Más tarde, el sap comprendió su error y empezó a sostener que las elecciones de 2018 trataban fundamentalmente de política social o välfärd (bienestar), que en Suecia sigue siendo una palabra con connotaciones positivas. 
A medida que avanzaba la campaña, el sap viró un poco hacia la izquierda propiciando límites a la especulación en los servicios públicos, atacando las propuestas de rebajar los impuestos, anunciando planes de aumento de los impuestos sobre el capital y prometiendo algunas prestaciones sociales más beneficiosas. Al final de la campaña, esto dio sus frutos, en el sentido de contener el desastre universalmente previsto. De la media de 23%-25% que daban las encuestas, los electores acabaron dándole al sap 28%, lo que claramente reafirmó su posición como partido más votado y, probablemente, salvó la cabeza de su líder, Stefan Löfven.

Inmigración y xenofobia

Como la mayor parte de Europa, Suecia fue históricamente un país de emigración, cuya población huyó en masa de la pobreza, pero también de la persecución religiosa y política. Las minorías étnicas –fineses y samis, principalmente– eran pequeñas y estaban oprimidas y sometidas a la asimilación forzosa. A finales de la década de 1930, la opinión pública burguesa y estudiantil se movilizó contra la aceptación en Suecia de una docena de médicos judíos que huían de la Alemania nazi; y durante la guerra, la «neutralidad» sueca implicó relaciones cordiales del gobierno del sap con Berlín. Sin embargo, en 1943, las autoridades y los ciudadanos de Suecia ayudaron a los judíos daneses a cruzar el estrecho de Sund para escapar de la amenaza de deportación a Alemania.

Después de la guerra, y en especial a partir de la década de 1960, Suecia estuvo abierta a una significativa inmigración de trabajadores, la mayoría de Finlandia, pero algunos también del sur de Europa. En la década de 1970 aceptó refugiados políticos de América Latina, que en general fueron muy bien recibidos. Una nueva oleada de inmigrantes llegó con la ruptura de Yugoslavia a comienzos de la década de 1990, coincidiendo con la profunda recesión que siguió a la crisis financiera de 1991. Para entonces, la situación había cambiado. Ya antes, habían empezado a organizarse movimientos racistas y xenófobos, sobre todo en la provincia más meridional, Escania. En 1979 comenzó a funcionar un pequeño grupo activista llamado Mantener a Suecia Sueca (bss, por sus siglas en sueco); un municipio de Escania organizó un referéndum contra la aceptación de refugiados en 1988 y la moción salió aprobada por una mayoría de dos tercios. Ese mismo año, seguidores del bss y otros activistas establecieron un partido de extrema derecha con elementos neonazis, los Demócratas de Suecia.

La Suecia de posguerra se consideraba a sí misma un país internacionalista y socialdemócrata. La Organización de las Naciones Unidas (onu) y la ayuda al desarrollo tenían un respaldo muy extendido. Palme situó su gobierno y su partido en oposición a la Guerra de Vietnam. El embajador sueco en Chile en 1973, Harald Edelstam, se convirtió en héroe nacional a la par que Raoul Wallenberg por ayudar a numerosos chilenos a escapar de los escuadrones de la muerte de la dictadura militar. A comienzos de la década de 2000, Suecia recibió a muchos refugiados de la destructiva guerra estadounidense en Iraq, y también de conflictos en el Cuerno de África y (más recientemente) Afganistán11. 
El alcalde de Södertälje, una población industrial satélite de Estocolmo, testificó ante el Congreso estadounidense que su ciudad estaba admitiendo a más refugiados de la guerra estadounidense en Iraq que todo eeuu, con orgullo pero también con preocupación. No es de extrañar que en 2015 Suecia fuese, junto con Alemania, el único receptor voluntario de la oleada de refugiados procedentes de Siria y Afganistán, con la admisión de más de 160.000: en proporción a su población, equivaldría a acoger casi un millón de refugiados en Reino Unido. En 2017, casi 19% de los habitantes de Suecia había nacido en el extranjero, y de ellos, 11% en África o Asia.

Aunque una franja racista y xenófoba de la población sueca se oponía a la política de apertura a los refugiados, la ciudadanía en general la respaldaba. El estado de ánimo predominante en ese momento lo expresaron los sucesivos primeros ministros: en 2004, el líder moderado Fredrik Reinfeldt animó a sus conciudadanos a «abrir los corazones» a los refugiados; en 2015, Löfven declaró: «Construimos puentes, no muros». Pero Suecia tiene ahora, sin embargo, un significativo partido xenófobo y contrario a la inmigración, Demócratas de Suecia. El partido entró en el Parlamento en 2010 con 5,7% de los votos y subió a 12,9% en 2014. En septiembre de 2018 obtuvo 17,5% de los votos.

El floreciente Partido Popular Danés le ha proporcionado un modelo táctico, aunque Demócratas de Suecia es más conservador y posee raíces neonazis más directas, a diferencia del partido danés. Como provincia fronteriza con el continente a través del mar Báltico, la región Escania –donde más crece la extrema derecha– es el lugar de entrada de muchos inmigrantes (aunque el condado de Estocolmo tiene una proporción mayor de residentes nacidos en el extranjero). Es también una región muy desigual, con varios municipios posindustriales en decadencia cerca de áreas de riqueza y prosperidad. El nivel más bajo de apoyo a Demócratas de Suecia en ciudades y pueblos similares situados más al norte refleja el funcionamiento gradual de un proceso de difusión, con algunos parecidos a la expansión de la socialdemocracia por el país a finales del siglo xix. Incluso aquí, sin embargo, el partido tiene un acento claramente rural: los municipios de Escania que eluden su control son las dos ciudades de mayor tamaño, Malmö y Helsingborg, la ciudad universitaria de Lund y las zonas residenciales ricas y conservadoras.

A pesar de haber avanzado hacia el norte este año, Demócratas de Suecia sigue siendo un partido predominantemente meridional y provincial. A escala nacional se ha mostrado relativamente débil en 2018 en las principales ciudades –10% de los votos en Estocolmo y 14% en Gotemburgo, aunque ha conseguido 17% en Malmö– y en las ciudades universitarias, con 12% en Lund y en Upsala y 9% en Umeå. Los votantes del partido proceden en su mayoría de la derecha tradicional12.

La actual dirección de Demócratas de Suecia se hizo con el mando del partido en 2005 y lo limpió de cualquier muestra de neonazismo explícito. Sin embargo, pueden encontrarse aún estas conexiones entre sus políticos locales, que tienden a expresar fantasías asesinas en las redes sociales: poner una ametralladora en el Puente de Öresund, desearle un accidente mortal a un político del sap, ansiar que un ferry de refugiados se hunda, etc. El ascenso del partido se ha producido en dos fases. Hasta las elecciones de 2014 inclusive, el resentimiento entre los «perdedores» socioeconómicos fue su principal combustible propulsor. 
La región de Escania fue especialmente golpeada por la crisis de comienzos de la década de 1990. Quienes dependían de las prestaciones sociales sufrieron de nuevo durante la crisis financiera y la recesión de 2008, debido a la política aplicada por la coalición burguesa de favorecer a los empleados y recortar las prestaciones sociales. Las rentas del tercio más pobre de la población disminuyeron entre 2008 y 2013. En esos años, Demócratas de Suecia consiguió un número desproporcionado de simpatizantes y, sobre todo, de activistas y políticos locales entre los desempleados de larga duración, los jubilados anticipados y los trabajadores autónomos en situación precaria13.

En la segunda fase, desde las elecciones de 2014 hasta la actualidad, Demócratas de Suecia aprovechó las preocupaciones sociales más amplias acerca de la inmigración y penetró de manera sustancial en la clase trabajadora, una cuarta parte de la cual los votó en 2018. De acuerdo con las encuestas de opinión, el apoyo al partido alcanzó un máximo cercano a 20% de las preferencias en 2015, inmediatamente después de la afluencia de refugiados, luego bajó a 15% en 2017 y volvió a subir en noviembre de 2018. Este último cambio parece deberse a dos factores. Uno fue la vuelta de los moderados, que convirtieron la «integración» de los inmigrantes en la principal cuestión política de las elecciones y de toda la Alianza burguesa. 
El segundo fue un pánico moral azuzado por la información difundida por la prensa sobre la existencia de guerras de bandas a pequeña escala, con una serie de tiroteos. Pero los trabajadores tenían otra razón para preocuparse. En sectores como el transporte y la construcción, las empresas extranjeras de la ue intentan flexibilizar cada vez más el mercado de trabajo trayendo a trabajadores extranjeros mal remunerados (inclusive de países no pertenecientes a la ue, como en el caso de los obreros de la construcción tailandeses).

Adicionalmente, entre 40% y 50% de los votantes de Demócratas de Suecia –es decir, en torno de 8% del total de la población sueca– parece simplemente racista o xenófobo: personas que no quieren vecinos inmigrantes o que un integrante de su familia se case con un inmigrante14. Demócratas de Suecia no encaja bien en la etiqueta convencional de «populismo de derechas». No se está subiendo a la ola de oratoria demagógica, con ataques feroces al establishment y promesas desenfrenadas a la población. Su líder no es un orador demagogo, sino un manipulador ingenioso, frío y con inteligencia estratégica. El partido se autodefine como «conservador social» sobre una «base nacionalista». A pesar de atraer votos de protesta de la clase trabajadora, la mayoría de sus simpatizantes se autodefine como de derecha.

La cultura universalista de la Suecia de posguerra seguía manifestándose en la actitud adoptada hacia Demócratas de Derecha por los partidos burgueses tradicionales, que todavía dudan en formar un gobierno de derechas con apoyo de los xenófobos. Desde 2014, el Parlamento sueco contiene tres bloques políticos. El rojiverde está compuesto por el sap, el Partido del Medio Ambiente y el Partido de la Izquierda, de tendencia poscomunista. Los dos primeros formaron una coalición gobernante entre 2014 y 2018, con el apoyo parlamentario externo del último, necesario para alcanzar la mayoría. El segundo bloque es el de la Alianza, conformada por cuatro partidos burgueses (Moderado, del Centro, Demócrata Cristiano y Popular Liberal), mientras que Demócratas de Suecia constituye por sí solo el tercer bloque. Demócratas de Suecia está cortejando a la Alianza, en especial a sus elementos culturalmente más derechistas, el Partido Moderado y los Demócratas Cristianos, por el momento sin éxito en el ámbito nacional.

El descenso de la centroizquierda

Las rupturas socioeconómicas, las nuevas tecnologías de la comunicación y las nuevas formas de movilidad han debilitado –en algunos casos, prácticamente disuelto– las comunidades populares, sus organizaciones (partidos y sindicatos) y su cultura. Las ciudades y los pueblos industriales de Suecia han experimentado el vaciado de su cultura obrera, antes rica y densa. No obstante, 61% de los trabajadores manuales y 73% de los no manuales siguen afiliados a un sindicato. La Liga de Educación de los Trabajadores (abf, por sus siglas en sueco) tiene presencia en todo el país, aunque ahora ofrece principalmente cursos relacionados con aficiones y enseñanza de lenguas extranjeras. En 1982, 60% de los electores suecos se consideraban a sí mismos «identificados» con algún partido político. En 2014, esa cifra había caído a 27%. En 1956, 11% de los votantes había cambiado su preferencia de partido respecto a las elecciones anteriores; en 1968, la cifra era de 19%; en 1982, de 30%; y en 2018 la proporción había subido a 40%15.

La erosión del respaldo de la clase trabajadora al sap empezó de manera más clara tras el giro a la derecha dado por el partido en la década de 1980. Entre 1982 y 1991, su porcentaje de voto entre la clase trabajadora se desplomó de 70% a 57%. El principal beneficiario en ese momento fue Nueva Democracia, un partido neoliberal y populista con un claro tinte xenófobo. Tras una breve recuperación en 1994, en las elecciones de 2006 se produjo otra caída: en esta ocasión los votantes se decantaron predominantemente por los moderados, que se centraron en las cuestiones del empleo y en la brecha creciente entre ocupados y desempleados, con lo que duplicaron prácticamente entre 2006 y 2010 el apoyo de votantes de clase trabajadora. Estos trabajadores que votaron al Partido Moderado proporcionaron en 2014 a Demócratas de Suecia el grueso de su crecimiento electoral16.

Políticas migratorias

La nueva oleada de migración internacional (e intercontinental) ha creado un conjunto particular de problemas en Europa, durante medio milenio centro mundial de emigración, expansión y conquista, que envió a sus clérigos cristianos a convertir a seguidores de otras religiones. Cuando Europa dominaba los mares, no se hablaba de «integración de inmigrantes». Los pocos europeos que «se pasaban a los nativos» eran despreciados, no idolatrados, en Europa. Ahora, los descendientes empobrecidos de los antiguos conquistados viajan a los países habitados por los descendientes de sus conquistadores. Este nuevo giro migratorio, acelerado por una serie de guerras lideradas por eeuu en la zona de influencia meridional de Europa, de Afganistán a Libia, está creando un verdadero problema para la socialdemocracia europea, cuyos votantes tradicionales se ven muy afectados por la afluencia de personas pobres y para quienes los derechos sociales y la justicia social fueron siempre principalmente de alcance nacional.

En la época en que el racismo se prodigaba por doquier, los movimientos obreros de los países colonizadores europeos plantearon con orgullo lemas tales como «Trabajadores del mundo uníos y luchad por una Sudáfrica blanca» (en la huelga militante que los mineros sudafricanos sostuvieron en 1922), o «Mantener a Australia blanca» (un punto del programa del Partido Laborista Australiano). En una era de «posracismo» oficial, ¿Cómo van a lidiar los movimientos de la propia Europa con las masas de inmigrantes pobres que llaman a las puertas de sus fronteras? Los sindicatos suecos apoyaron en las décadas de 1960 y 1970 una inmigración de trabajadores reglamentada. Ahora piensan que debería permitirse solo de manera excepcional. También apoyan la política más restrictiva hacia los refugiados adoptada después de 2015, aunque siguen aceptando el derecho de asilo. Lo que más les preocupa son los contratistas de la ue que traen consigo sus propios trabajadores mal remunerados. Los líderes sindicales se han mostrado muy activos en la campaña contra Demócratas de Suecia –si bien con efecto limitado fuera de los grandes espacios industriales– y algunos sindicatos han prohibido ocupar cargos sindicales a los miembros de ese partido. Las masas de inmigrantes pobres sí plantean un grave reto para los partidos populares y progresistas, pero la oscilación del apoyo político a la xenofobia muestra que en gran medida ese reto es políticamente contingente.

En las últimas elecciones, los socialdemócratas consiguieron cambiar las prioridades de los electores, alejándolas de la inmigración, y eso frenó la marcha hacia la xenofobia. Pero el Estado de Bienestar no fue simplemente un tema ganador para el sap. Hay muchas quejas sobre las listas de espera en los hospitales y sobre las grandes distancias que hay que recorrer para llegar a las clínicas en la vasta región septentrional. Aunque Suecia no ha estado sometida a un régimen de austeridad comparable al del gobierno conservador británico, los recursos disponibles resultan insuficientes para las demandas crecientes de una población envejecida. Los habitantes del norte acusan a los políticos regionales del sap de sordera o insensibilidad a las necesidades sanitarias de la población. En la circunscripción más septentrional del país, históricamente un baluarte del sap y de los comunistas, un partido regional en defensa de la salud (Partido de la Asistencia Médica) se convirtió en la fuerza más votada. Demócratas de Suecia ha intentado también aprovechar las injusticias relacionadas con el bienestar, afirmando que los recursos eran inadecuados, porque se gastaba el dinero en los refugiados. Los socialdemócratas no pierden apoyo porque su misión de efectuar reformas sociales se haya completado. Están siendo castigados, al contrario, por abandonar la tarea urgentemente necesaria de mejorar e intensificar esas reformas17.

El análisis de la crisis de la socialdemocracia debería prestar atención también a su resiliencia y al espacio existente para la aparición de una nueva izquierda. Esta resiliencia tiene dimensiones económicas, socioculturales y políticas. El aspecto económico hace referencia principalmente al lugar que el país ocupa en el sistema mundial: específicamente, a la medida en que es vulnerable a las oscilaciones del mercado mundial y a las presiones de los acreedores, o en que se ve perjudicado por el subdesarrollo. Suecia se encuentra a este respecto en una posición fuerte, como el noroeste de Europa en general, pero anteriormente gozaba de la ventaja particular, ahora reducida, de ser una economía igualitaria, de tributación elevada y fuertemente sindicalizada que competía con éxito en los mercados mundiales.

Desde el punto de vista social Suecia conserva, a pesar de todo, un duradero legado de reformas. No hay ciudades o regiones enteras arruinadas por la dislocación económica. El principio de los derechos sociales de los ciudadanos sigue firmemente asentado. Desde el punto de vista cultural, la orientación universalista y de solidaridad internacional observada en la posguerra todavía perdura en Suecia, y eso hace que a los partidos burgueses tradicionales les resulte más difícil formar gobierno con el apoyo de la derecha xenófoba, como han hecho ya sus homólogos de los otros tres países nórdicos.

La posición de la socialdemocracia sueca en el sistema de partidos es mucho más favorable que la de partidos hermanos de otros puntos de Europa, en especial fuera de la región nórdica. No tiene que enfrentarse a uno o incluso dos grandes partidos burgueses, sino que afronta a una plétora dividida de formaciones de derecha más pequeñas. El sap sigue siendo la mayor fuerza política en 25 de las 29 circunscripciones de múltiples escaños de Suecia, aunque hay solo una en la que todavía obtiene más de 40% de los votos, en el extremo norte. Sigue siendo el partido predominante de la clase trabajadora y mantiene estrechos lazos con un fuerte movimiento sindical. Aunque en la actualidad está dominado por políticos profesionales, el sap puede todavía conectar con la gente común, en buena medida gracias al jefe actual, Löfven, ex-líder del sindicato de trabajadores metalúrgicos, sin educación académica, que exuda decencia popular, a pesar de mantener la misma arrogancia y los mismos prejuicios que cualquier político europeo convencional. Löfven muestra en ocasiones su instinto de clase, pero es también un representante típico de los cuadros sindicales del sector exportador, comprometido con la colaboración de clase en beneficio de las empresas del sector.

¿Realineamientos en la izquierda?

La socialdemocracia sueca está realmente sumergida en un profundo atolladero, con un respaldo electoral inferior al alcanzado en 1911. Pero no está moribunda ni perdiendo todo su peso político. La posición central del sap en el sistema político sueco ha quedado reafirmada en las maniobras postelectorales y el partido ha vuelto a ascender lentamente a 30% en encuestas posteriores a las elecciones. Sus resultados recientes y sus perspectivas futuras ponen en cuestión las reflexiones simplistas sobre la crisis terminal de la socialdemocracia. Aun así, la falta de regeneración de la socialdemocracia tradicional está a la vista, lo que plantea otra cuestión cuando nos enfrentamos a las tendencias derechistas de hoy: ¿hay espacio para la aparición de nuevas alternativas de izquierda?

Como hemos visto en varios países, la crisis de la socialdemocracia puede compensarse con el ascenso de nuevas fuerzas de izquierda. El Partido de la Izquierda sueco dio un modesto paso adelante en las elecciones de 2018 al aumentar su votación hasta 8%. En la actualidad es un partido de tamaño intermedio en las tres mayores ciudades de Suecia, con entre 12% y 14% y algunos baluartes municipales en todo el país. Es una razonable fuerza socialdemócrata de izquierda, sostenida por concejales diligentes y un líder popular, Jonas Sjöstedt, aunque sin mucha aptitud ideológica ni capacidad de innovación política. De orígenes comunistas y posteriormente con posiciones eurocomunistas, el Partido de la Izquierda mantiene el legado político de 1968 en Suecia y ha experimentado una considerable afluencia de nuevos afiliados en años recientes. Con el descenso del sap, organiza ahora las mayores manifestaciones del 1º de Mayo.

Como en Alemania, en Suecia no hay lugar para otro partido de centroizquierda, y los partidos existentes están fuertemente institucionalizados, lo que no deja espacio real para que sobre sus ruinas se forme algo parecido a Francia Insumisa. Por la misma razón, no hay una puerta abierta para que los activistas de izquierda entren en una organización moribunda que todavía conserva un peso parlamentario real, como el Partido Laborista británico. Y tampoco hay sustento alguno para que emerja un movimiento de base como Podemos, al menos hasta la próxima crisis económica. Lo que hace falta –es posible que se alcance– es un amplio movimiento no sectario que sacuda al sap, al Partido de la Izquierda y a los Verdes, inyectando nueva energía, nuevas ideas y una nueva dosis de radicalismo en sus venas, e infundiendo esperanza e inspiración en las personas de tendencia progresista desilusionadas con los partidos existentes. Podríamos añadir que hay más potencial en la clase media progresista de Suecia que en muchos otros países, ya que las capas intermedias suecas están compuestas mayoritariamente por empleados sindicalizados. Se vislumbra una gran batalla social que se centrará en la dignidad del trabajo profesional –su ética, su vocación, su autonomía y su responsabilidad–, que se halla sometido a los ataques cada vez más agresivos de la «nueva gestión pública», los bucaneros de la privatización y sus sicarios de las consultorías empresariales. Estos cambios no están, sin embargo, a la vista en la actualidad. De modo que, incluso aunque se haya logrado en enero pasado un gobierno de cabeza socialdemócrata, en alianza con liberales, verdes y centristas, es probable que la contrarreforma socioeconómica continúe en Suecia, golpeando sin cesar al experimento de reforma social democrática e igualitaria más logrado del pasado siglo.


Nota: una versión más extensa de este artículo fue publicada en New Left
 Review segunda época No 113, 11-12/2018.

1.
Se trató de un ambicioso proyecto de socialización de los medios de producción mediante
 la participación de sindicatos y trabajadores en la propiedad accionaria de las empresas,
 y de acceso de los trabajadores a la gestión de las empresas y hacia la democracia
 industrial [n. del e.].

2.
La derecha debió su victoria en aquella ocasión al rechazo de la energía nuclear por parte
 del Partido de Centro, y se ocupó de gestionar la cuestión de la energía en una coalición
 dividida.

3.
V. el detallado análisis de Jonas Pontusson: «Radicalization and Retreat in Swedish
 Social Democracy» en New Left Review No 165, 9-10/1987.

4.
«Sweden Heads the Best Countries for Business for 2017» en Forbes, 21/12/2016.

5.
Angus Maddison: Contours of the World Economy, 1-2030 AD, Oxford UP, Oxford, 2007.

6.
Credit Suisse: Global Wealth Databook 2017, cuadro 6.5.

7.
Las distribuciones comparativas de la riqueza son más difíciles de calcular que las del
 ingreso, pero los datos sobre la extraordinaria concentración de Suecia parecen muy
 sólidos. V., por ejemplo, el trabajo del principal experto sueco en este terreno, Daniel
 Waldenström, junto con Jacob Lundberg: «Wealth Inequality in Sweden: What Can We
 Learn from Capitalized Income Tax Data?», documento de trabajo, Departamento de
 Teoría Económica, Universidad de Upsala, 22/4/2016. De acuerdo con las cifras tomadas
de la Oficina Estadística sueca, el 30% más pobre del país no tiene riqueza neta, solo
 deudas netas (de hecho, tomado en su conjunto, el 60% más pobre no tiene riqueza neta).
 Se puede encontrar más documentación sobre los resultados de la contrarreforma sueca
 en G. Therborn: «The ‘People’s Home’ is Falling Down, Time to Update Your View of
 Sweden» en Sociologisk Forskning vol. 54 No 4, 2017, y Kapitalet, överheten och allá vi
 andra: Klassamhället i Sverige –det rådande och det kommande, Arkiv / a-z, Estocolmo,
2018.

8.
La pobreza relativa se define cuando los ingresos se ubican por debajo de 60% del
 ingreso medio nacional. V. Oficina Estadística de Suecia: «Högre andel äldre med låg
 inkomst i Sverige jämfört med Norden», 25/10/2017.

9.
De acuerdo con Leif Pagrotsky, entonces ministro del SAP, la abolición del impuesto
 sobre sucesiones fue un regalo hecho por Göran Persson a la clase empresarial sueca
 como expiación por no haber podido introducir a Suecia en el euro en el referéndum
 celebrado en 2003. Erik Sandberg: Jakten på den försvunna skatten, Ordfront,
 Estocolmo, 2017.

10.
A lo largo del último año he tenido el honor de dirigir un proyecto de análisis político,
 «La clase en Suecia», junto con Katalys, el think tank sindical, que hasta el momento ha
 publicado unos 20 informes y el libro Kapitalet, överheten och allá vi andra:
 Klassamhället i Sverige –det rådande och det kommande, cit.

11.
Desde comienzos de siglo, Suecia ha formado también parte de la «fábrica de
 refugiados», con su participación en las guerras de eeuu y la Organización del Tratado
 del Atlántico Norte (otan) en los países natales de los solicitantes de asilo, aunque más
 como promesa de lealtad a la potencia imperial que como gran fuerza de destrucción. El
 ejército sueco se unió a la ocupación de Afganistán en 2002 y a la guerra librada por la
otan en Libia en 2011. A pesar de la guerra de saudíes y eeuu en Yemen, Suecia sigue
 vendiendo armas a los invasores.

12.
Kirsti Jylhä, Jens Rydgren y Pontus Strimling: Sverigedemokraternas väljare, Institutet
 för Framtidsstudier, Estocolmo, 2018. Estos datos proceden de una gran encuesta
 efectuada en febrero y abril de 2018.

13.
Olle Folke et al.: «Arbetslinjen och finanskris förklarar sd:s framgångar» en DN Debatt,
 5/9/2018.

14.
K. Jylhä, J. Rydgren y P. Strimling: Sverigedemokraternas väljare, cit.

15.
Henrik Oscarsson y Sören Holmberg: «Swedish Voting Behaviour 1956-2014»,
 Departamento de Ciencias Políticas, Universidad de Gotemburgo, 21/10/2015.

16.
Per Hedberg: «Väljarnas partier 2014», Departamento de Ciencias Políticas, Universidad
 de Gotemburgo, 2015.

17.
Los habitantes de Estocolmo lo han visto de cerca en el actual escándalo por la
 construcción de un nuevo hospital, el Nya Karolinska, mediante una alianza público-
privada al estilo Blair, que se ha convertido en una ciénaga de corrupción y amiguismo,
impuesta, a pesar de la oposición de todas las organizaciones profesionales, por políticos
 burgueses y una horda de asesores guiados por cuestiones ideológicas y liderados por el
 Boston Consulting Group.

TEMA CENTRAL
NUSO Nº 281 / MAYO - JUNIO 2019


Resultados en las elecciones parlamentarias 1911-2018

1911: 28,5%
1914: 30,1% (primavera)
1914: 36,4% (otoño)
1917: 39,2%
1920: 36,1%

1921: 39,4%
1924: 41,1%
1928: 37.0%
1932: 41,1%
1936: 45,9%

1940: 53,8%
1944: 46,7%
1948: 46,1%
1952: 46,1%
1956: 44,6%

1958: 46,2%
1960: 47,8%
1964: 47,3%
1968: 50,1%
1970: 45,3%

1973: 43,8%
1976: 42,7%
1979: 43,2%
1982: 45,6%
1985: 44,7%
1988: 43,2%

1991: 37,7%
1994: 45,3%
1998: 36,4%
2002: 39,9%
2006: 34,9%
2010: 30,7%

2014: 31,2%
2018: 28,4%


El Partido Socialdemócrata de Alemania.

(en alemán, Sozialdemokratische Partei Deutschlands; SPD) es un partido
 político alemán de ideología socialdemócrata. Es uno de los partidos políticos
 más importantes de Alemania, así como uno de los más antiguos del mundo.

Fue fundado en 1863 por Ferdinand Lasalle, considerado uno de los fundadores
 del movimiento socialdemócrata, bajo el nombre de Asociación General de
 Trabajadores de Alemania, lo que convierte al SPD en el partido político
 democrático más antiguo del mundo.
​ En 1890 adoptó su nombre actual, y desde ese año ha quedado en primer
 o segundo lugar en todos los procesos electorales realizados en el 
país (exceptuando los períodos en los que Alemania fue un estado de
 partido único, como el III Reich o la República Democrática Alemana en 
el este del país durante la Guerra Fría). Ocupó la presidencia de la República 
de Weimar y, tras la Segunda Guerra Mundial, tres socialdemócratas
 han ocupado la cancillería de Alemania, formando parte del Gobierno
 en numerosas ocasiones.

Elecciones al Reichstag

1871 3,2%
1874 6,8%
1877 9,1%
1878 7,6%
1881 6,1%

1884 9,7%
1887 10,1%
1890 19,8%
1893 23,3%
1898 27,2%

1903 31,7%
1907 28,9%
1912 34,8%


Elecciones al Reichstag (República de Weimar)

1919  37.86 %
1920          21.92 %
1924          20.52 %
1924          26.02 %
1928          29.76 %

1930           24.53 %
1932           21.58 %
1932                  20.43 %
1933    18.25 %

Elecciones federales de Alemania

1949 29,2%
1953 28,8%
1957 31,8%
1961 36,2%

1965 39,3%
1969 42,7%
1972 45,8%
1976 42,6%
1980 42,9%

1983 38,2%
1987 37,0%
1990 33,5%
1994 36,4%
1998 40,9%

2002 38,5%
2005 34,2%
2009 23,0%
2013 25.7%
2017 20.5%
2021 25.7%

Decadencia de la socialdemocracia europea y alianzas postelectorales Por: Alternativas | 12 de octubre de 2016 José María Pérez Medina (*) Con las peculiaridades propias de cada caso, la mayoría de los países de Europa
Occidental se dotó tras la Segunda Guerra Mundial de un sistema pluripartidista
ordenado en torno a las cinco grandes familias ideológicas: conservadora, liberal,
demócrata-cristiana, socialista y comunista. Estas fuerzas políticas, además,
representaban las posiciones ideológicas de las potencias vencedoras en el
conflicto armado, lo que cimentó su aceptación y prestigio social. Como quiera que los parlamentos nacionales apenas contaron con representantes
de otros grupos políticos y que los partidos comunista fueron perdiendo eco
elección tras elección, la paz trajo consigo un sistema político estable, que
rápidamente se consolidó y que era muy raramente cuestionado en el interior
de cada país. Este sistema monopolizó la representación política durante un periodo
de algo más de treinta años, sin más sobresaltos que la llegada al
gobierno del SPD alemán en 1966, el triunfo del socialista Mitterrand
en 1981 y la vía libre para el acceso de los partidos socialdemócratas
al poder conforme los temores de la Guerra Fría se iban alejando y se
incrementaban las exigencias de una población que pedía más bienestar
y mejor reparto de la riqueza. Todo ello llevó a la época dorada de la socialdemocracia europea, que
podemos situar en los años setenta y en buena parte de los ochenta
del siglo pasado. A partir de 1983 aparecen novedades en la estabilidad del panorama,
y ello como consecuencia del cambio social experimentado por la
sociedad europea desde 1945. La sociedad de la postguerra empieza
a quedar atrás y es en ese año en que los Verdes acceden al Bundestag
alemán con un discreto 5,6% de los votos. Esta noticia sirvió de pistoletazo
de salida para que en otros países se desplegaran nuevas fuerzas que
cuestionaban el orden postbélico y que ofrecían soluciones alternativas,
sobre todo atendiendo las demandas ecopacifistas que encontraron
su espacio en el panorama de distensión y entendimiento con
el bloque socialista. La caída del bloque socialista a partir de 1990 no alteró sustancialmente
el panorama. Es más, en cierto sentido reforzó el escenario de 1945:
los antiguos partidos comunistas se reconvierten a la socialdemocracia
y se reavivan las posturas más conservadoras que el este de Europa
ya había conocido antes de la guerra. Pero el nuevo escenario duró, una vez más, en torno a los treinta años.
Y el punto de referencia para el cambio puede encontrarse en
el año 2010, cuando la crisis económica hace tambalearse una
seguridad que se creía eterna y se esfuma la idea del progreso
constante de las condiciones de vida. La crisis impulsa simultáneamente
a los partidos situados a la izquierda de la socialdemocracia
y a los movimientos nacionalistas y xenófobos que ahora
llamamos populistas. En el nuevo escenario la socialdemocracia aparece como la gran
perdedora. Los viejos partidos conservadores, liberales y demócrata
cristianos de la postguerra se han reconvertido sin mayores dificultades
en entusiastas defensores del liberalismo económico y parecen
abandonar las políticas sociales que la democracia cristiana animó
en los años cincuenta y sesenta. Pero esta adaptación no se
produce en el espacio socialdemócrata. Los partidos socialdemócratas
se encuentran inmersos en un indudable declive y observa retrocesos
electorales constantes por toda Europa, enfrentados al cambio
demográfico, al paso de la sociedad industrial a la de servicios y
a las dificultades para gestionar los efectos de la globalización
y de una inmigración masiva que atemoriza a sus votantes tradicionales,
ahora más atentos a la seguridad que a la solidaridad.
En suma, se encuentran ante un nuevo escenario social hasta
ahora desconocido y que les cuesta comprender en su totalidad. El resultado es la división de la izquierda, e incluso la atomización.
La socialdemocracia no monopoliza ya el voto de la izquierda
y su hegemonía es cuestionada cada vez con mayor insistencia
y desde posiciones más exigentes. Si el SPD alemán no bajó del 40% entre 1969 y 1980, desde
2005, cuando obtuvo el 34%, no ha vuelto a superar la barrera
del 30%. En parecida situación está el SPD austriaco, que no
ha vuelto a mejorar el 35% de votos obtenido en 2006. El PvDA,
partido socialista holandés, no se acerca al 30% de votos desde
1998. La última vez que el Partido socialdemócrata sueco
superó el 35% de votos fue en 2006. En Dinamarca el Partido
socialdemócrata no supera el 30% desde 1998. Mejores
resultados ha obtenido el Partido socialdemócrata noruego,
con un 35% en 2009. El último triunfo de Tony Blair en el Reino
Unido, en 2005, lo fue con un discreto 35% de los votos, ocho
puntos menos que en su primer mandato de 1997. El efecto de estos cambios es un debilitamiento de
la socialdemocracia.
En la actualidad sólo cuatro partidos socialdemócratas
han superado el 30% de votos en las últimas elecciones
nacionales: en Portugal (32,3), Suecia (31,0%), Noruega (30,8%)
y Reino Unido (30,4%). Si nos ceñimos a los principales países
europeos el resultado es aún más desalentador: el Partido
Democrático italiano obtuvo el 25,4%, el Partido Socialista francés
el 29,4% y el SPD alemán el 25,7%. Pues bien, es en este contexto en el que hay que situar los últimos
resultados electorales del PSOE y las expectativas de voto en un
futuro inmediato. Como se puede comprobar, no se trata de una
situación excepcional. Como consecuencia de la fuerte tendencia al descenso electoral,
hace ya once años que el Partido Laborista británico perdió el poder,
lo que es destacable si tenemos en cuenta que desde entonces
no ha habido gobiernos socialdemócratas en solitario en las
democracias consolidadas de Europa occidental. Y es que los resultados electorales de la socialdemocracia en
prácticamente ningún país europeo son suficientes por sí solos
para acceder al gobierno, sino que obligan a buscar acuerdos
y pactos con otras fuerzas. Esta necesidad ha encontrado dos tipos de respuesta: la
alianza con fuerzas conservadoras, que ahora llamamos “gran coalición”
, o el acercamiento a otras opciones de izquierda para
recuperar en forma de apoyos parlamentarios los votos
perdidos en las urnas. La primera opción ha sido la elegida
por la socialdemocracia en Alemania, Austria, Países Bajos
o incluso en Suecia, por no hablar de Bélgica, donde esa
colaboración tiene una larga experiencia. Los resultados
a largo plazo de esta estrategia están por verse, pero por
el momento los electores no han agradecido el sacrificio
de la colaboración socialdemócrata en aras de la anhelada
gobernabilidad, algo que ya se vio en las elecciones europeas
de 2014 y en lo que insisten las últimas encuestas de intención
de voto procedentes de estos países. Y hablando de expectativas de voto, resulta llamativo que si
en Grecia las encuestas pronostican una fuerte caída de
Syriza, este arrastre en su caída al Pasok, con lo que sus
pérdidas electorales sólo son aprovechadas por el Partido
Comunista o por el grupo ultranacionalista de Amanecer
Dorado. La otra opción, la búsqueda de mayorías de izquierda con
fuerzas políticas con planteamientos ideológicos más cercanos,
ha llevado al gobierno al Partido Socialista portugués, y
ello con la ayuda del Bloco d´Esquerdas y del PCP. En Italia,
Renzi gobierna gracias al apoyo parlamentario de un amplio
abanico de grupos de centro-izquierda; y lo mismo puede
decirse de la presidencia francesa del socialista Hollande,
que ha contado hasta hace poco con el apoyo más o menos
activo de ecologistas y demás grupos de izquierda.
Ciertamente en estos dos últimos casos el sistema electoral
empuja a la formación de dos grandes coaliciones, pero
queda fuera de duda que las expectativas de continuidad de la
presidencia socialista francesa o de la mayoría italiana
de izquierdas serían impensables sin los votos verdes, comunistas
o del Front de la Gauche en Francia, o de Sinistra, Ecologia e
Libertà, l´Italia dei Valori o los grupos de centro izquierda
en Italia. Un nuevo ejemplo lo conoceremos en pocas
semanas: la única esperanza de que la presidencia
austriaca no recaiga en un miembro del xenófobo FPO
es un triunfo del candidato verde con el apoyo socialdemócrata.
En España, esta es la opción que hemos vivido
tras las elecciones autonómicas y municipales de 2015. Constantemente se habla de la urgencia de rearmar
ideológicamente a la socialdemocracia, pero estos
buenos deseos pueden no ser realistas ni suficientes.
Un vistazo a la realidad europea más cercana apunta
a que la única vía realista para que la izquierda recupere
o mantenga el poder es que sea capaz de sumar otras
opciones electorales progresistas; pues, hoy por hoy, es impensable
que uno de los partidos socialdemócratas citados en estas
líneas alcance por sí sólo más de ese 37 o 40% de votos
que pueden ser necesarios para desarrollar un
proyecto ideológico en solitario.



 
En profundidad Política y elecciones Europa La rosa se marchita: el declive de la socialdemocracia europea 19 mayo, 2019 Por Fernando Arancón
Los partidos socialdemócratas han sido un actor político fundamental en el
continente europeo durante los últimos 70 años. Sin embargo, la incapacidad
para adaptarse a una nueva coyuntura internacional tras el final de la Guerra
Fría los ha llevado a perder buena parte de su poder y, en algunos casos,
hasta la casi desaparición. Hubo un tiempo a principios de los ochenta en el que una persona podría haber
cruzado en diagonal Europa occidental pasando únicamente
por países gobernados
por los socialdemócratas. De Suecia a España, pasando por
países como Alemania
o Francia, las formaciones de centroizquierda eran omnipresentes
en el lado
capitalista del Viejo Continente. Entre finales de los años sesenta y hasta que
colapsó la Unión Soviética a principios de los noventa, la política europea vio
aparecer nombres como Willy Brandt, François Mitterrand, Felipe González
u Olof Palme. Fueron, sin duda, años de enorme éxito político para las
formaciones socialdemócratas, que reforzaron y apuntalaron los
Estados de bienestar desarrollados en Europa durante las
décadas de posguerra. De la revolución al Parlamento
Como la mayoría de ideologías existentes actualmente en la izquierda,
la socialdemocracia es una de las corrientes que derivaron de las tesis
marxistas en la segunda mitad del siglo XIX. En los múltiples debates,
congresos y artículos que rodearon a la Primera Internacional
(1866-1876) y la Segunda Internacional (1889-1914), una facción
concluyó que, antes que confrontar de manera directa los sistemas
liberal-capitalistas, era aceptable e incluso deseable jugar con
sus normas e integrarse dentro del sistema para, desde ahí,
lograr mejoras para la clase obrera y, en un futuro, posibilitar
el salto hacia la verdadera “dictadura del proletariado” que propugnaba
Marx. Así, en ese medio siglo anterior al estallido de la Gran
Guerra fueron apareciendo partidos socialistas en buena
parte de los países del Viejo Continente, muchos de los cuales
decidieron integrarse en el juego parlamentario como una formación más.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa de 1917 supusieron
puntos de inflexión para las formaciones socialistas europeas, que
vivieron importantes escisiones por la forma de afrontar ambos sucesos
históricos. En el primero, el internacionalismo que apostaba por que
la clase obrera debía quedarse al margen de un conflicto burgués
quedó enterrado en cuestión de días cuando la mayoría de los
partidos socialdemócratas abrazaron las tesis nacionalistas
que respaldaban la participación de sus respectivos países en el
conflicto; con el segundo, la consolidación de la Unión Soviética
supuso para los sectores comunistas el triunfo de la revolución,
mientras que para los socialdemócratas esa “dictadura del proletariado”
había sido secuestrada por el partido comunista y todo su aparato.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las formaciones socialdemócratas e
incluso comunistas que aceptaron el juego democrático en Europa
occidental fueron fundamentales para la estabilidad política y económica
de estos países e incluso geopolítica en el desarrollo de la Guerra Fría.
Que existiesen partidos de izquierdas plenamente integrados en el
sistema democrático era una forma de encauzar de forma controlada y
asumible las demandas de la entonces enorme clase obrera —sobre
todo industrial—, lo que a su vez evitaba un acercamiento de los países
a la esfera soviética. No obstante, eso no evitó que surgieran grupos
armados como Ordine Nuovo para minar el poder de estas formaciones
de izquierdas, sobre todo de las comunistas, como la Operación Gladio. Sea como fuere, el amplio poder que tuvieron los partidos socialdemócratas
durante aquellos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial
tanto en la oposición como desde el Gobierno dio el empujón definitivo
a los Estados del bienestar, que acabaron consolidándose en
Europa occidental con modelos educativos y sanitarios públicos,
subsidios por desempleo, coberturas de pensiones y diferentes
políticas públicas que buscaban una redistribución de la riqueza
y mayor justicia social. La aceptación de las reglas del juego capitalista
por parte de los partidos socialdemócratas fue tal que en noviembre
de 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán renunció en el congreso
de Bad Godesberg al marxismo para abrazar la necesidad de una
relación entre socialismo y democracia liberal. Dejaba así de lado
una identidad claramente marxista y de clase para convertirse
en un partido atrapalotodo, una estrategia que emularían otras
formaciones hermanas en el continente y que llevaría a los socialdemócratas
en las décadas siguientes a sus mayores cotas históricas de poder,
con presencia destacada en los Gobiernos y
victorias electorales contundentes. Pero, como ya ocurriese a principios de siglo, distintos sucesos
geopolíticos generaron puntos de quiebre para la socialdemocracia
. En el aspecto económico, resultó demoledora la primera crisis del
petróleo en 1973: las tesis keynesianas, de gran difusión desde la
crisis de 1929, no supieron adaptarse a fenómenos como de la
estanflación —estancamiento económico e inflación simultáneos—, y
los altos niveles de gasto social de los Estados del bienestar se
volvieron difíciles de mantener en tal escenario. Esta situación abriría
la puerta a la entrada en la vida europea de las tesis neoliberales,
cuyo máximo exponente sería la primera ministra británica Margaret
Thatcher, durante toda la década de los ochenta.
En el apartado ideológico, el colapso del bloque comunista sería
crucial. La desaparición de la URSS supuso una orfandad para
la razón de ser de la socialdemocracia, ya que había servido
como contrapeso aceptable en el sistema liberal capitalista
para evitar la propagación del comunismo. Si la Unión
Soviética había desaparecido y el capitalismo había obtenido
una victoria incontestable, ¿en qué lugar quedaba la socialdemocracia?
El final del comunismo en Europa solo aceleró dinámicas económicas
que ya se estaban produciendo años antes, como eran la progresiva
desindustrialización de Europa —sobre todo de la industria pesada
— y la deslocalización de buena parte de los procesos productivos
a terceros países, sobre todo asiáticos. El Viejo Continente
comenzaba a perder su identidad industrial de la posguerra
para avanzar hacia nuevos horizontes, desde las economías
basadas en el sector servicios al auge de la clase media como
gran estrato del que casi toda la sociedad se sentía parte. La solución socialdemócrata en esa época para readaptarse
a los nuevos tiempos es inaugurar la llamada “tercera vía”, que
en la práctica suponía una aceptación plena de las lógicas de
mercado y el abandono de los discursos socialdemócratas
tradicionales en favor de un progreso social y unos niveles de
protección más laxos en el marco de la globalización.
En este caso, es el laborismo británico el que lo adopta de la
mano de Tony Blair —primer ministro entre 1997 y 2007—, y al
poco tiempo otros líderes socialdemócratas, como el primer
ministro alemán Gerhard Schröder, replican esas mismas
recetas. La más conocida es la Agenda 2010, un compendio
de reformas económicas y laborales orientadas a dinamizar
la economía germana y que, entre otras cosas,
crearon los miniempleos o minijobs.
Este progresivo giro ideológico y desplazamiento hacia el centro
político en la práctica supone una escasa diferenciación de los
partidos liberales o de centroderecha que ya existían en Europa.
Aunque en general los noventa y primeros años del siglo XXI son una
época centrista en Europa, lo cierto es que con este movimiento
socialdemócrata empieza a quedar vacante un espacio en la
izquierda del espectro político. Una de las pocas diferenciaciones
respecto a formaciones democristianas o conservadoras es que
los partidos socialdemócratas comienzan a centrarse en luchas
concretas de determinados colectivos, como cuestiones de
género, la integración de inmigrantes o las demandas de la
s personas LGTB. Sin embargo, estas posiciones les serían
después criticadas no por atender esas luchas, sino por
dejar de lado a cambio los problemas de la clase trabajadora.
En muchos aspectos, los partidos socialdemócratas habían
asumido las lógicas del “fin de la Historia” —aquellas en las
que el capitalismo y la democracia liberal habían ganado al
socialismo— y olvidado a quienes se habían quedado por
el camino en la transición de sociedades industriales
a sociedades posindustriales. Entre la pasokización y la resurrección
Este sistema de la tercera vía funciona igual que funcionó el
sistema keynesiano durante la posguerra: mientras haya
bonanza económica. Pero en 2008 la música dejó de sonar.
El sistema económico internacional colapsa y, con él, el político.
En ese momento, un electorado huérfano que busca antiguos
refugios y no los encuentra les echa en cara los postulados
que habían abandonado durante la década anterior.
Precisamente por ello, son identificados como parte del establishment
causante de la crisis y, por tanto, parte del problema. Una vez
más, una gran mayoría de los partidos socialdemócratas europeos
no reaccionan ante la coyuntura y se desploman tanto en las
encuestas como en los distintos comicios a los que se van
enfrentando a partir de los primeros años del estallido de la crisis. El caso paradigmático de este fenómeno es el del Movimiento
Socialista Panhelénico o Pasok. Desde los años ochenta
y hasta 2009, el partido socialdemócrata griego obtuvo
siempre resultados cercanos, cuando no claramente
superiores, al 40% de los votos, lo que posibilitó que
durante esos años gobernase en distintos periodos
—incluida la pequeña dinastía de los Papandréu, con
padre e hijo como primeros ministros—. Pero en la segunda
década del siglo no ha cosechado más que disgustos
electorales, una situación que llevó a la práctica
desaparición del partido e hizo nacer un término con el
que muchos partidos socialdemócratas han tenido que
vivir estos años: la pasokización. Como es lógico, este fenómeno no se ha vivido con
la misma intensidad en todos los países europeos,
pero sí es un fantasma que se ha paseado por todos
s ellos. En Alemania lo ha sufrido el Partido Socialdemócrata;
en España, el Partido Socialista; en Italia, el Partido
Democrático, y en Reino Unido, el Partido Laborista,
por citar las economías más importantes de la Unión.
El caso más extremo —con el permiso heleno— bien
ha podido ser el del Partido Socialista en Francia,
que pasó de ganar las presidenciales con Hollande
en 2012 a sufrir una debacle sin precedentes cinco
años después al ceder la presidencia ante Macron
—precisamente ministro de Economía con Hollande
— y enfrentar la práctica desaparición en el legislativo
pocos meses después. Para colmo, la fragmentación
de la izquierda gala ha llevado a los socialdemócratas
franceses a una lucha intestina por no caer
en la irrelevancia política.
Además del respectivo voto de castigo o la desmovilización que muchas
de estas formaciones sufrieron por su gestión y por errores del pasado,
también vieron un importante trasvase de votos a nuevas formaciones:
algunas surgieron en el espacio a la izquierda que años atrás abandonaron
los socialdemócratas, como el caso de Syriza en Grecia o Podemos en
España, que reclamaban posiciones y políticas más sociales y de la
izquierda tradicional, pero también formaciones de
extrema derecha que incorporaron a su discurso político factores
de clase y de proteccionismo
económico que este amplio electorado reclamaba, aunque fuese
a costa de crear un enemigo —interno o externo—, como fue el
caso del Frente Nacional en Francia o Alternativa para Alemania.
Bien es cierto que algunos partidos socialdemócratas han
conseguido sobrevivir a este proceso, la mayoría gracias a un
repliegue a antiguas posiciones de la izquierda clásica,
como fue el caso de los laboristas británicos al elegir a Corbyn
después del fracaso de Miliband frente a David Cameron en
2015 o los socialistas ibéricos, cuyos respectivos partidos
están en los Gobiernos de España y Portugal, lo cual es
una anomalía dentro del continente europeo. No obstante, el quiebre en el sistema ya se ha producido y
a muchas de las formaciones socialdemócratas les está
costando recuperar su antigua posición porque, precisamente,
otros partidos ya han ocupado ese espacio o han asumido
demandas clásicas de la socialdemocracia. Hasta los partidos
verdes, que hasta hace pocos años eran formaciones muy
minoritarias con una agenda ecologista y un electorado de
nicho muy definido, se han asentado como grandes aglutinadores
de voto joven y urbano y han sido trascendentales en distintas
elecciones presidenciales y legislativas en el Viejo Continente.
Es incierto el futuro que les espera a los partidos tradicionales
de la socialdemocracia. Su ideario clásico ha sido
asumido por otras formaciones de perfil variopinto
—aunque la mayoría en la izquierda— y con resultados
electorales aceptables, lo cual evidencia que ese ideario
sigue teniendo predicamento entre importantes
segmentos de la ciudadanía. La gran diferencia es
que, al contrario que en el pasado, los partidos
socialdemócratas no han llevado a cabo una profunda
transformación ideológica acorde a los tiempos que
corren, como tampoco parecen haber puesto una
agenda en común o unas estrategias que los
ayuden a revitalizar su potencial político. Parece que en
el futuro asistiremos a una llamativa divergencia: el adiós
a los partidos clásicos socialdemócratas mientras sus
tesis siguen más vivas que nunca.



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