Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


viernes, 2 de enero de 2015

160.-El príncipe de Nicolás Maquiavelo



PRINCIPE



El príncipe (en italiano: Il principe) es un tratado político escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513, mientras este se encontraba encarcelado en San Casciano por la acusación de haber conspirado en contra de los Médici. El libro fue publicado en 1531 y dedicado a Lorenzo II de Médici, duque de Urbino, en respuesta a dicha acusación, a modo de regalo.

Tiene ciertas inspiraciones en César Borgia. Se trata de la obra de mayor renombre de este autor, aquella por la cual se acuñaron el sustantivo maquiavelismo y el adjetivo maquiavélico y cuya influencia sigue vigente hasta la época actual.

Su objetivo es mostrar cómo los príncipes deben gobernar sus Estados, según las distintas circunstancias, para poder conservarlos exitosamente en su poder, lo cual es constantemente demostrado mediante múltiples referencias a gobernantes históricos y a sus acciones. Presenta como característica sobresaliente el método de dejar de lado sistemáticamente, con respecto a las estrategias políticas, las cuestiones relativas a la moral y a la religión. 
Solo interesa conservar el poder (de hecho, para Maquiavelo así obran incluso papas como Alejandro VI, lo que constituye la clave de su éxito.) La conservación del Estado obliga a obrar cuando es necesario «contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión.» Y ello requiere a nivel teórico -en oposición a toda la tradición de la filosofía política desde Platón en adelante- dejar de idealizar gobiernos y ciudades utópicas e inexistentes para inclinarse en cambio por los hombres reales y los pueblos reales, examinar sus comportamientos efectivos y aceptar que el ejercicio real de la política contradice con frecuencia la moral y no puede guiarse por ella.

El desprecio del que surgió 'El príncipe' de Maquiavelo.


 
03/05/2022 


Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de 1469 y murió en esta misma ciudad el 21 de junio de 1527. Perteneciente a una antigua familia florentina de la que habían surgido muchos portaestandartes y priores. Su padre, el abogado Bernardo Maquiavelo, no tuvo nunca una buena posición económica, pero aún así su hijo pudo adquirir una gran formación. Maquiavelo será testigo de múltiples acontecimientos políticos, casi todos ellos protagonizados por los Medici, ya fueran triunfos, traiciones, muertes u ocasos que marcarán tanto su experiencia vital como su pensamiento”, así iniciaba Mercedes Menchero Verdugo un monográfico dedicado al florentino en Música y pensamiento de Radio Clásica.

“En 1494, Carlos VIII de Francia arrasará la península itálica, acabará con el gobierno de los Medici y en Florencia se instaurará una República teocrática y de corte popular inspirada por el dominico Savonarola, quien acabará siendo condenado a la hoguera en 1498 por el Papa Alejandro VI. Este mismo año, Florencia verá surgir una República civil en la que el 19 de junio Nicolás Maquiavelo será nombrado secretario de la segunda Cancillería, labor que desarrollará hasta que los Medici recuperen el poder en 1512 y le cesen de todos sus cargos”.
“Antes de que la cárcel, la tortura y el posterior destierro sean la consecuencia de una acusación falsa: la de traidor. Habrá llevado a cabo a lo largo de 14 intensos años importantísimas misiones diplomáticas, tanto para resolver las relaciones de las distintas ciudades estado italianas entre sí, como para ocuparse de la relación de Florencia con potencias extranjeras. Más allá de sus propias ideas políticas a favor de la República, será siempre un hombre de Estado que como pensador dejará reflejadas sus reflexiones y su experiencia en obras como El Príncipe, un texto inspirado por la admiración que Maquiavelo sentía por dos españoles: César Borgia y Fernando el Católico”.
Cuando se cumplen 553 años del nacimiento de Maquiavelo aprovechamos para repasar su vida y su obra más conocida, El príncipe, se publicó en 1532, por lo tanto hace 490 años que vio la luz. Te proponemos este recorrido por diferentes programas de RNE que se han acercado a su trayectoria y pensamiento.

“Librar a las sociedades”

“Maquiavelo es el primer pensador político de la era cristiana que analizó sistemáticamente los requisitos para acceder al poder y conservarlo”, así lo definía Henry Kissinger en unas palabras recogidas en la Biblioteca básica de Radio 5 para una monográfico dedicado a El príncipe, una obra que la destaca como “el manual de política más manoseado”.
“Todo empezó tras el despido y posterior retiro a su propiedad de San Casciano en 1512. Se siente pobre, menospreciado, vacío, sin honores”, destacaba Esther de Lorenzo, la responsable de esta biblioteca radiofónica.
“Él, que ha presenciado el poder del dinero y la política, ahora presencia al poder de Dios que le encarcela y tortura bajo sospecha de haber conspirado contra los Medici. Diez meses más tarde les dice a los pocos amigos que le quedan qué ha escrito en la soledad de las noches un libro de ciencia política”.
“Hace una descripción del gobernante sin escrúpulos que lleva a cabo sus proyectos sin importarle los medios que haya que utilizar para ello”, explicaba Jesús Pérez en Pensamientos al margen, el espacio para las reflexiones de autores y colectivos de Radio 5, sobre El príncipe. 

“Probablemente este príncipe descrito por Maquiavelo, más que representar un modelo de práctica política, sería la descripción de lo que, según este autor italiano, habría que hacer para librar a las sociedades, en determinados momentos, de los peligros del desorden y el despotismo. No obstante, lo que resulta indudable es que su pensamiento podría ubicarse dentro de un realismo político extremo del cual deriva una sobrevaloración, por encima de todo, de la razón de estado”.

“Aborda este autor la política de una manera inédita, puesto que, más allá de la reflexión sobre la naturaleza del mejor régimen y sobre sus fines, pone el acento en cuestiones que tienen que ver con el poder, cómo conquistarlo y cómo conservarlo. En este sentido, el realismo político de Maquiavelo corta con el idealismo y el espíritu de utopía de sus predecesores. Trata de seguir la verdad efectiva y se apoya en una visión pesimista del hombre”.


Suplemento de cultura

La rara edición de "El Príncipe" de Maquiavelo sale a subasta

Una rara copia del famoso tratado de Maquiavelo estuvo en una biblioteca italiana hasta mediados del siglo XIX y pasó por muchas manos antes de ser comprada por un coleccionista inglés. Es una edición de 1532, le falta la primera página y hay una razón para ello. Se subastará en Londres y se espera que el precio de venta supere los 350 euros
El diplomático del Renacimiento italiano, Nicolás Maquiavelo, se ha convertido en sinónimo de intriga sutil. Ahora saldrá a subasta la rarísima primera edición de la obra que lo hizo famoso, "El Príncipe", con un precio previsto: 375.000 dólares. La copia del libro de principios del siglo XVI es una de las 11 primeras ediciones conocidas hasta el momento, según la casa de subastas "Sotheby's". Todos los demás residen en bibliotecas institucionales, principalmente en Italia. Esta publicación también destaca por el hecho de que era desconocida hasta hace poco.

"No sabíamos que ninguna otra copia perteneciera a nadie, estamos seguros de que es la primera copia que sale a subasta en décadas", dijo a CNN Gabriel Heaton, experto en valoración de libros y obras antiguas. Aparecerá en la subasta mundial "Sotheby's Books & Manuscripts". "Así pues, poseemos una de las grandes obras de teoría política de todos los tiempos, uno de los libros más famosos del siglo XVI, y es una primera edición y una oportunidad única para que un ejemplar así sea subastado", añadió.

El libro fue impreso y encuadernado en 1532 con la "Historia de Florencia" de Maquiavelo.


Heaton dijo que la casa de subastas está encantada y emocionada de ofrecer el libro extremadamente raro en Sotheby's en Londres, en una subasta que comienza el 28 de noviembre y se extenderá hasta el 12 de diciembre. Calificó la copia de "El Príncipe" como muy interesante.

Sin embargo, el conocedor de las subastas de libros antiguos también conoce una segunda edición de Maquiavelo, "Historito e Firenze".

Además de escritor, Maquiavelo también fue un diplomático que sirvió en el gobierno de Florencia hasta que la entonces república fue derrocada por la familia Medici en 1512. Escribió El Príncipe en 1513, después de ser encarcelado bajo sospecha de conspiración y trasladado a la finca de a su padre, en el municipio de San Cascianos.
El tratado político, dedicado al gobernante florentino Lorenzo di Piero de Medici, circuló como manuscrito antes de la muerte de Maquiavelo en 1527. Se sabe que siete manuscritos, algunos de los cuales fueron escritos por su antiguo amigo Biagio Buonaccorsi, fueron publicados póstumamente. antes del año 1532. Circularon casi 15 ediciones antes de que la Iglesia Católica prohibiera la obra incluyéndola en la lista de libros prohibidos, en 1559. La Lista de Libros Prohibidos impidió la circulación de libros considerados peligrosos para la fe y la moral de los católicos romanos.

Este ejemplar de "El Príncipe" es una de las 11 primeras ediciones documentadas hasta el momento



El texto fue publicado nuevamente, siete décadas después.

La copia que se subasta estuvo en una biblioteca italiana hasta mediados del siglo XIX y pasó por muchas manos antes de ser comprada por un coleccionista inglés. Es del año 1532. 

"La portada ha sido eliminada, posiblemente para evitar su confiscación por parte de las autoridades", dijo la casa de subastas, describiéndola como prueba material del libro prohibido.
"El famoso texto de Maquiavelo aconseja a los príncipes que aprendan a no ser buenos, sino a actuar según la necesidad, escapando de los ideales utópicos y de la forma en que son las personas y el mundo. Maquiavelo es un escritor que ha intrigado a la gente desde que se escribió el libro. Da una imagen muy clara de la naturaleza del poder político y especialmente de cómo se ejerce el poder político en tiempos de turbulencia e incertidumbre", añadió Heaton.

Portada de la edición de 1550, del Principe.

Los ocho frases de Nicolás Maquiavelo 

A menudo se atribuye la frase "el fin justifica los medios" al pensador florentino, pero en realidad esta fue un apunte que hizo Napoleón en su ejemplar de El príncipe. De todas formas, en su obra y discurso hay innumerables citas, de las que destacamos ocho frases:

  • "La mejor fortaleza se encuentra en el amor del pueblo, porque aunque tengas fortalezas, no te salvarán si eres odiado".
  • "No hay otra manera de protegerse de los halagos que hacerles entender a los hombres que decirte la verdad no te ofenderá".
  • "Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor".
  • "Quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas, se engaña".
  • "Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres”.
  • "El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente".
  • "Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio".
  • "El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado".


Los Capítulos del Libro "El Principe"  de de Nicolas  Maquiavelo.



Capítulo I: De cuántas clases son los principados y de cuántas maneras se adquieren.


En este primer capítulo, Maquiavelo hace una serie de clasificaciones iniciales. Un Estado es un dominio que tiene soberanía sobre los hombres. Todos los Estados son o bien repúblicas (territorios libres, no sometidos, de los que no se trata en este libro sino en los Discursos) o bien principados (de los que en el presente tratado se desarrollarán sus clasificaciones y las maneras como pueden ser conservados y gobernados).
Los principados pueden ser hereditarios (hay un linaje que se ha venido transmitiendo) o ser nuevos (o bien totalmente nuevos o añadidos a un principado hereditario). Estos dominios nuevos que se adquieren puede que ya estén acostumbrados al yugo de un príncipe (nombre con que Maquiavelo designa simplemente al gobernante, pero que puede referir también a un gobernante absoluto o a un tirano) o bien que hasta entonces fueran libres; se los adquiere asimismo o por armas propias o por ajenas y o por fortuna o por virtud.


Capítulo II: Sobre los principados hereditarios.


Los principados hereditarios ya están acostumbrados al linaje de un príncipe. Éste ofende menos a sus súbditos, quienes lo aman más y además, por el largo acostumbramiento, ni se representan un cambio ni lo desean.
 Por eso, es más fácil de conservar que un principado nuevo. Lo que debe hacer el príncipe para mantenerlo simplemente es: no descuidar el orden ya establecido, saber adaptarse a los nuevos acontecimientos y, en el caso excepcionalísimo de que se lo arrebaten, podrá recuperarlo con facilidad a la primera adversidad del usurpador.


Capítulo III: Sobre los principados mixtos.


En esta parte de la obra, Maquiavelo trata sobre los principados mixtos: vienen a ser aquellos que son nuevos, pero no enteramente nuevos, sino que anexan un miembro nuevo a un principado antiguo ya poseído. Los principados mixtos se asemejan mucho a los principados completamente nuevos en que presentan casi las mismas dificultades para conservar el poder.
Los principados mixtos presentan varias dificultades generales para mantenerlos que son intrínsecas a todo principado nuevo: en primer lugar, en ellos los hombres no son fieles a su nuevo señor y, con la errada esperanza de mejorar su suerte, se alzan contra él; en segundo lugar, el nuevo príncipe, para efectuar la conquista, se encuentra en la necesidad de ofender a sus nuevos súbditos, ya con tropas, ya con una infinidad de otras injurias, y esos súbditos se vuelven sus enemigos; en tercer lugar, el príncipe suele perder la amistad de aquellos que lo ayudaron a ingresar y conquistar el nuevo territorio, y a la postre no puede deshacerse de ellos porque ya ha contraído con ellos obligaciones.
 A estas dificultades generales, que ocurren siempre, se agregan otras especiales, que a veces ocurren y otras no: puede que los territorios conquistados tengan diferente "lengua" (lo que implica que tienen tradiciones culturales y civiles diferentes) y puede también que estén acostumbrados a ser libres (es decir, que el Estado hasta ese momento fuera una república). Si se cumple cualquiera de estas condiciones, las dificultades iniciales para mantener el nuevo principado sumarán un agravante.
Puede entonces que a las dificultades generales se sumen las especiales o no. Si no se suman, todo será más fácil, puesto que no será necesario alterar las costumbres de la gente y ésta permanecerá tranquila. Todo lo que debe hacerse es «exterminar a la familia del príncipe anterior» y evitar alterar las leyes o aumentar los impuestos. Pero si sucede que el nuevo territorio tiene costumbres muy diferentes (y más todavía si era libre), entonces habrá que diseñar estrategias más complejas, además de mucha suerte y virtud.
 Una primera estrategia es que el príncipe se traslade a vivir al nuevo territorio, lo que permite: conocer y por ende sofocar más rápido los desórdenes, controlar a los propios funcionarios, permitir mayor acceso de los súbditos al príncipe, lo que facilitaría que aquéllos lo amen o teman. Sin embargo, esta táctica, al requerir que se ocupe el territorio con gran cantidad de gente armada, ello produce grandes gastos y por consiguiente el Estado genera pérdidas, además de que se ofende a toda la población y se la coloca en contra.
La estrategia verdaderamente conveniente es la de establecer una o dos colonias dentro del territorio conquistado, lo cual carece de los dos defectos anteriores: ni se genera mucho gasto y «se ofende tan sólo a aquellos que se le quitan sus campos y casas para darlos a los nuevos moradores... y quedando dispersos y pobres aquellos a quienes ha ofendido, no pueden perjudicarte nunca».

Ahora bien, ya aplicada la estrategia inicial es fundamental para conservar el principado aplicar dos principios capitales. Si el príncipe logra aplicarlos, tendrá garantizado su éxito; de lo contrario, fracasará. El primero es el de que «a los hombres hay que comprarlos o reventarlos» (vezzeggiare o spegnare), esto es, el príncipe deberá ganarse el favor de los súbidtos débiles, quienes fácilmente se aliarán a él por temor o ambición, cuidándose desde luego de que no adquieran mucho poder; deberá, al mismo tiempo y con ayuda de aquéllos, debilitar a los poderosos, humillarlos y reducirlos.
 El segundo principio es el de «prever para prevenir» (vedere discosto),lo que significa que se debe permanecer en constante vigilancia para detectar temprano cualquier inconvente (un descontento entre los súbditos, el ingreso de un forastero poderoso) de modo que se pueda erradicarlo de inmediato. Si, por el contrario, se deja pasar el tiempo, ese problema se volverá incurable. Finalmente, Maquiavelo ilustra todo lo expuesto con el éxito de los romanos al aplicar los anteriores estrategias y principios, y con el fracaso de Luis XII al no hacerlo.
 De ello extrae además un tercer principio: el príncipe jamás debe hacer poderoso a otro o permitir que ello ocurra.
  «El que es causa de que otro se vuelva poderoso obra su propia ruina. No le hace volverse tal más que con su propia fuerza o con astucia, y estos dos medios de que él se ha manifestado provisto permanecen muy sospechosos a aquel que, por medio de ellos, se volvió más poderoso.»

Capítulo IV: Por qué razón el reino de Darío, ocupado por Alejandro, no se rebeló contra los sucesores de éste después de su muerte


La pregunta que da nombre a este capítulo es respondida por Maquiavelo mediante una distinción entre las dos formas generales de gobernar un principado. O bien lo gobierna el príncipe solo, de manera absoluta y únicamente con siervos que, por gracia suya, lo ayudan a administrar el dominio; o bien lo gobierna el príncipe pero con barones que tienen su título y prerrogativas, no por gracia de aquél, sino por nobleza propia.
Puesto que estos barones tienen a su vez Estados y súbditos propios que lo reconocen y aman, el príncipe tendrá en este caso una menor autoridad y las rebeliones internas serán más frecuentes, de modo que perderá más fácilmente el principado. En el primer caso, por el contrario, el príncipe detenta todo el poder y le es mucho más fácil retener sus dominios, y por ende mucho más difícil conquistarlos a alguien de fuera. Pero si se logra conquistarlo, como hizo Alejandro con el reino de Darío (gobernado del primer modo), ya no se lo pierde, salvo si los desórdenes los genera uno mismo.


Capítulo V: De qué modo deben gobernarse las ciudades o principados que, antes de ser ocupados, se gobernaban con leyes propias.


Los Estados que antes de ser conquistados se gobernaban con leyes propias son difíciles de dominar. El nuevo príncipe dispondrá principalmente de tres estrategias.38 La primera consiste en dejarle al pueblo conquistado sus leyes y sus costumbres, y gobernarlos mediante el cobro de tributos y la elección de un pequeño grupo de entre ellos para que los gobierne. Este grupo deberá respetar la autoridad del príncipe en tanto que sabrá que sólo puede mantenerse en el poder con el apoyo de aquél. 
No obstante, es extremadamente probable que con esta estrategia el principado se pierda. Esto tiene que ver con haberle dejado a los sometidos el recuerdo y las tradiciones de su libertad, de modo que fácilmente se rebelarán en nombre de esa libertad y de sus antiguas instituciones. Como consecuencia, habrá que pensar otra estrategia. Una más efectiva es la mencionada en un capítulo anterior: la de que el príncipe vaya a vivir al nuevo territorio.
 Las ventajas y desventajas de este proceder ya han sido señaladas. Con todo, la mejor estrategia y la única realmente efectiva es la de destruir la ciudad conquistada y dispersar a sus habitantes:
 «No hay medio más seguro de posesión que la ruina».
Capítulo VI: Sobre los principados nuevos que se adquieren con armas propias y con virtud

Aquellos principados totalmente nuevos (es decir, aquellos en que tanto el Estado como el príncipe son nuevos) requieren de un príncipe virtuoso o afortunado. Siempre es preferible lo primero, pues con la sola suerte se puede adquirir fácilmente el principado pero no mantenerlo. Con todo, aun el príncipe virtuoso requiere para su conquista de una ocasión (mínimo componente de fortuna), pues sin ella no puede hacer nada. Y asimismo se le presentarán muchas dificultades, pues al verse obligado a introducir un orden nuevo, se enfrenta a los que defienden al viejo orden y se encuentra sin apoyo.
 Ahora bien, una vez adquirido el principado, es fácil de mantenerlo para el gobernante virtuoso. Todo dependerá de si dispone de sus propias fuerzas, porque si depende de la de otros fracasará y le quitarán el poder. Pero si tiene su propio ejército, una vez efectuada la conquista y destruido a los posibles competidores, no deberá temer revueltas y los pueblos se adaptarán y creerán en el nuevo príncipe.
  «Y cuando dejen de creer, ha de poder hacerles creer por la fuerza», para lo cual debe disponerse de ella.


Capítulo VII: De los principados nuevos adquiridos con las armas y fortuna de otros.


El príncipe nuevo que haya adquirido su Estado gracias a otro que se lo concede (por voluntad, dinero o corrupción), la adquisición le resultará harto sencilla. Todo lo contrario mantenerlo, pues queda sometido a la voluntad y la suerte del concesor, las cuales son asaz volubles. Lo único que puede salvarlos es una gran virtud; sin ella están condenados, porque no saben mandar, no tienen poder y la obtención súbita de que se han beneficiado no les ha permitido echar progresivamente las raíces que se requieren para resistir a las futuras adversidades.


Capítulo VIII: De los que por medio de delitos llegaron al poder


Además de por virtud y por fortuna, puede obtenerse el poder por medio de crímenes. Todo dependerá de si las crueldades son bien usadas o mal usadas. Bien usadas son aquellas crueldades que se cometen todas juntas al principio (las cuales son necesarias si se quiere tener éxito y hay que saber identificarlas todas) pero que luego se dejan de cometer y se reemplazan por bienes que favorezcan poco a poco a los súbditos, de modo que éstos logran olvidar las ofensas recibidas y saborean constantemente pequeños bienes.
 Mal usadas son las crueldades que, por no querer cometerse todas al principio, luego tienen que seguir cometiéndose y en orden creciente. Ello causa la enemistad del pueblo y garantiza el fracaso.


Capítulo IX: Del principado civil


El poder también puede obtenerse con el favor de los ciudadanos, con lo cual tendremos un principado civil. Ello no requiere de mucha suerte ni de mucha virtud, sino sólo de una cierta "astucia afortunada". Ahora bien, el favor de los ciudadanos puede provenir del pueblo o de los poderosos, según cuál se encuentre en situación más débil y busque por consiguiente poner a alguien extranjero en el poder para derrotar a sus enemigos y conservar cierto poder.
Si el poder se obtiene gracias a los poderosos será muy difícil de mantenerlo: los poderosos harán competencia al príncipe, quien no tendrá autoridad sobre ellos; para satisfacerlos, el príncipe deberá oprimir a todo el pueblo, con lo que se ganará la enemistad de éste y acabará perdiendo el poder. Pero si logra ganar la amistad del pueblo siendo su protector y haciéndole favores, podrá mantenerse.
En cambio, si se obtiene el poder con el favor popular, se conserva una autoridad indiscutida y sólo hay que ofender a la minoría de los poderosos y quitarles su poder, mientras que el pueblo amará al príncipe por no ser oprimido. Como lo determinante es tener del propio lado al pueblo, en este caso el príncipe tendrá éxito.
 Pero para ello debe conducirse adecuadamente con los poderosos: si éstos dependen del príncipe, le bastará con beneficiarlos (en la justa medida), pero si se mantienen independientes de él habrá que cuidarse de ellos (salvo que lo hagan por puro temor, en cuyo caso habrá que saber comprarlos y utilizarlos).
Luego vendrá el momento en que el principado de civil haya de convertirse en absoluto, es decir, el momento en que el príncipe se haga de todo el poder. Éste es el momento más difícil y sólo hay una oportunidad para llevarlo a cabo con éxito.
 Para eso es importante que el príncipe gobierne directamente, pues si lo hace por intermedio de ciudadanos en función de magistrados éstos fácilmente podrán arrebatarle el poder. Ello puede solucionarse si se garantiza que los ciudadanos sean siempre dependientes del príncipe de modo que le sean fieles.


Capítulo X: De qué modo han de medirse las fuerzas de todos los principados


Un principado tendrá mayor o menor fuerza dependiendo de si el poder del príncipe le permite, en caso de necesitad, valerse por sí mismo o no. Valerse de sí mismo quiere decir tener los hombres o el dinero suficiente para armar un ejército adecuado a cualquier guerra que se presente. Al principado que no es capaz de ello sólo le resta refugiarse tras las murallas y ensayar una defensa. 
Para ello son condiciones esenciales que la ciudad esté bien fortificada (y desentenderse del resto del territorio) así como estar en buenas relaciones con el pueblo. Éste, si tiene provisiones y preparación militar, y si el príncipe sabe alentarlo, esperanzarlo y hacerle temer al enemigo, lo defenderá hasta el final. Y si las provisiones alcanzan para suficiente tiempo, el atacante acabará por retirarse.

Capítulo XI: De los principados eclesiásticos


En estos principados las dificultades conciernen todas al inicio. Para adquirirlos se requiere de fortuna y de virtud. Sin embargo, posteriormente no son necesarias, el Estado no requiere defensa ni el pueblo ser controlado. Esto se debe a la peculiar característica de estos principados; concretamente, en que se apoyan en las leyes de la religión, las cuales tienen tanto poder sobre los ciudadanos que hacen imposible que el príncipe pierda su poder. 
Los principados eclesiásticos son, en consecuencia, los únicos en que se está completamente seguro y feliz.


Capítulo XII: De cuántas clases es la milicia y sobre los soldados mercenarios.


Es necesario para el príncipe tener buenas leyes. Pero sólo puede tenerlas si tiene buenas armas; y si tiene éstas, entonces tiene aquéllas.66 Habrá que ocuparse entonces del ejército. El ejército puede ser propio o ajeno, auxiliar o mixto.
 Veamos el caso de un príncipe que no disponga de ejército propio y deba alquilar mercenarios. Éstos, al igual que los auxiliares (de que se tratará en el siguiente capítulo) son inútiles y peligrosos. Como sólo luchan por dinero, no tienen interés en morir por otro y se escapan de la lucha o la retrasan.
 Además de ser desleales, son indisciplinados y tienen ambiciones propias. Incluso si son buenos y logran ganar, luego quitarán el poder al príncipe. Por todo ello, un príncipe debe disponer de ejército propio, yendo él al frente de la batalla y asegurándose de la valentía de los ciudadanos que conduce.


Capítulo XIII: De los soldados auxiliares, mixtos y propios


Los soldados auxiliares son aquellos que ayudan a un príncipe pero pertenecen a otro. Como los mercenarios, son inútiles y peligrosos. Incluso son preferibles los mercenarios. Porque los auxiliares, si ganan, permitirán al verdadero príncipe al que ellos deben fidelidad que se apodere de los territorios. De modo que en este caso se está al arbitrio de la fortuna.
 El príncipe debe preferir perder con su propio ejército a vencer con el de otros, pues la victoria con ejército ajeno no es verdadera victoria. Maquiavelo no menciona explícitamente a los "mixtos" del título, pero han de ser ejércitos combinados de fuerzas propias y ajenas.


Capítulo XIV: De lo que conviene hacer al príncipe con la milicia.


La guerra es la tarea fundamental y específica del príncipe, quien no debe delegarla. De ella depende mantenerse y elevarse en el poder, así como su mala realización deriva en la pérdida del Estado. Ser hábil en la guerra hace a un príncipe estimado y le vale la fidelidad de sus soldados, mientras que no saber desempeñarse en ella lo hace caer en desprecio.
 Ni siquiera en la paz debe dejar de ejercitarse en ella. Y ello debe hacerlo tanto con acciones (organizar de la milicia, ir de caza, conocer el terreno) como con la mente (estudiar historia, examinar las acciones de los grandes hombres, analizar sus batallas y elegir un modelo a imitar).


Capítulo XV: De aquellas cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes, son alabados o vituperados.


Maquiavelo comienza exponiendo su método para evaluar las virtudes que debe tener un príncipe: ser guiado por la verdadera realidad y no por utopías irreales; atenerse a lo que es y no a lo que debe ser. «Porque un hombre que quiera hacer en todo profesión de bueno, fracasará.» «Es necesario aprender a no ser bueno.» Para conservar el poder lo que se valora (o sea, lo que resulta exitoso) no es seguir la moral sino hacer lo que se tenga que hacer para la conservación del Estado. 
Hay que reconocer que de todas las cualidades morales positivas (liberalidad, generosidad, compasión, fidelidad, rectitiud, etc.), aunque sería deseable tenerlas, en verdad no se las puede tener ni en su totalidad ni en su plenitud. Por ello hay ciertamente que evitar todos los vicios que asimismo hacen perder el Estado, pero también hay que tener los vicios que sean necesarios si sirven para conservar el poder. En cuanto a los que no influyen al respecto, los evitará «si es posible».
 Cada una de las cualidades morales en particular son abordadas en los capítulos sucesivos.


Capítulo XVI: De la liberalidad y la parsimonia.


Es virtuoso ser liberal y generoso, pero esta virtud colisiona contra la realidad del poder. Si el príncipe practica la liberalidad como se debe (es decir, sin que se note), parecerá mezquino. Si la practica de modo que todos lo tengan por generoso, le será perjudicial: para mantener la reputación deberá gastar todo su patrimonio en los poderosos que lo rodean, caerá en la pobreza, acabará por tener que cobrar fuertes impuestos al pueblo y éste lo odiará, de modo que por beneficiar a unos pocos ofenderá a la mayoría.
En cambio, si se renuncia a ser liberal, vale la pena hacerse ganar fama de mezquino, pues con el tiempo, al no deber cobrar fuertes impuestos al pueblo, podrá ganar la guerra y financiar empresas, de modo que como resultado beneficiará a la mayoría sólo por no beneficiar a unos pocos. Y esa mayoría popular lo amará y lo considerará generoso. Esta estrategia tiene sólo dos excepciones: es necesario ser realmente liberal antes de conseguir el poder y útil si el patrimonio que se gasta es el de otro (mediante saqueos, botines o rescates).


Capítulo XVII: De la crueldad y la compasión; y de si es mejor ser amado que temido o lo contrario

Es virtuoso ser compasivo. También conviene serlo, sólo que dependiendo del uso que se haga de esa compasión. No debe el príncipe preocuparse de ser cruel si ello le resulta efectivo.De hecho, le resulta efectivo y, además, si se pretende ser compasivo se acaba necesariamente teniendo que ser más cruel que si se es cruel desde el inicio. La diferencia está en que si desde el inicio se cometen las crueldades necesarias (tal es la "compasión bien usada"), luego no se tendrá que seguir ese camino; mientras que si se lo evita, se acabará por tener que cometer, para conservar el Estado, muchas más y mayores crueldades (compasión "mal usada")
De lo anterior surge la pregunta de si es mejor ser amado que temido o lo contrario. Maquiavelo aconseja a los príncipes que deben ser amados y temidos simultáneamente. Pero como estas relaciones raramente existen al mismo tiempo, aclara que es preferible ser temido que amado. Fundamenta su pensamiento en que en el momento de una revolución, el pueblo puede que se olvide del amor, pero el temor siempre lo perseguirá. En consecuencia, si un soberano es temido hay menos posibilidades de que sea destronado.
Además Maquiavelo aconseja que sobre todas las cosas uno siempre debe evitar ser odiado, ya que en esa situación nada impedirá que termine destronado. Para evitar ser odiado el príncipe nunca debe proceder contra la familia de sus súbditos (salvo con manifiesta y conveniente justificación) pero especialmente debe cuidarse interferir con los bienes de sus súbditos ni con sus esposas: «Los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio». Además, es necesario ser cruel con el ejército para mantenerlo unido y bien dispuesto.

Capítulo XVIII: De cómo los príncipes han de mantener la palabra dada


Por lo tanto, un príncipe, viéndose obligado a sabiendas a adoptar la bestia, tenía el deber de escoger el zorro y el león, porque el león no se puede defender contra las trampas y el zorro no se puede defender contra los lobos. Por lo tanto es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos (Maquiavelo, 1993:137-138).)

«Combatir con las leyes es propio de los hombres; combatir con la fuerza, propio de las bestias. Pero como lo primero muchas veces no basta conviene recurrir a lo segundo. Es necesario que un príncipe sepa actuar como bestia y como hombre.»90 Esos animales que el príncipe debe imitar cuando es necesario son el zorro, por su astucia, y el león, por su temeridad. Por ende, no hay que mantener la palabra dada si eso puede volverse en contra, lo cual no es malo, pues los hombres de hecho no suelen cumplir con su palabra. Lo importante es saber disimularlo:
 «Los hombres son tan crédulos que el que engaña siempre encontrará a quien se deje engañar.» 
En esto se puede imitar a expertos como el papa Alejandro VI.
En cuanto al dilema de ser o parecer, mejor es parecer que ser.
 
«[Las virtudes] son útiles si tan sólo haces ver que las posees: como parecer compasivo, fiel, humano, íntegro, religioso y serio; pero estar con el ánimo dispuesto de tal modo que si es necesario puedas cambiar a todo lo contrario.» «Y no hay nada que sea más necesario aparentar que el practicar la religión.»

 La virtud es con frecuencia perjudicial al poder. El Estado obliga a obrar «contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión». De modo que hay que estar dispuesto a adaptarse y hacer el mal cuando sea necesario, ocupándose a la vez de parecer virtuoso, pues la mayoría –que es lo que importa– sólo juzga por las apariencias y por los resultados.

Así, el principio "el fin justifica a los medios", que no aparece con esas palabras y que en Maquiavelo suele malinterpretarse, significa en este autor: primero, que lo importante es el fin, entendiendo por "fin" el resultado y no la finalidad (un acto se juzga por el éxito o fracaso que obtuvo, no por tener una finalidad de un tipo o de otro); segundo, que de hecho la gente justifica los actos por su resultado (el argumento de Maquiavelo no es que los actos deban juzgarse así, sino que la realidad es pura y simplemente que todos lo hacen así).


Capítulo XIX: De qué manera se ha de evitar ser menospreciado y odiado


Es de absoluta necesidad evitar ser despreciado u odiado. Son éstos los únicos defectos realmente perjudiciales. Se evita el odio absteniéndose de ser rapaz y usurpador de los bienes y las mujeres de los súbditos (la mayoría se contenta sólo con eso, con que no le quiten aunque no le den). Se evita el desprecio guardándose de tener los defectos que quitan prestigio (ser voluble, frívolo, afeminado, cobarde o irresoluto) y adoptando las cualidades contrarias. Ello hace que los ciudadanos no engañen ni ataquen a su príncipe.
 Es una táctica excelente al respecto hacer que sean otros los que apliquen los castigos mientras que el príncipe se reserva para sí el otorgar los beneficios. Finalmente, si el ejército es más poderoso que el pueblo (como en la Antigua Roma) es fundamental no ser odiado ni menospreciado por aquél, o el poder le será arrebatado.


Capítulo XX: Si las fortalezas y muchas otras cosas que diariamente hacen los príncipes son útiles o inútile
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En cuanto a armar o mantener armados a los súbditos, un príncipe nuevo debe hacerlo, pues siempre es mejor tener armas propias y es necesario que los súbditos se mantengan fieles y no tengan sospechas de su gobernante (en este caso, sólo los armados deben recibir beneficios, de modo que se los mantenga fieles).
 Un príncipe que añade un territorio nuevo a un principado antiguo, empero, debe desarmar o mantener desarmados a sus nuevos súbditos. pues le conviene mantener concentradas las armas en el propio ejército que ya tiene.
La táctica de generar discordias entre los súbditos para mantener el poder es perjudicial, porque siempre la facción más débil acabará por aliarse con algún extranjero.
 Sí conviene ganarse la confianza de los que eran enemigos cuando se realizó la conquista. En cuanto a construir fortalezas, sólo sirve al que tenga más miedo al pueblo que a los invasores, mientras que el que tenga más temor a los invasores no debe hacerlo.



Capítulo XXI: De lo que debe hacer el príncipe para ser estimado.


El príncipe se gana el aprecio del pueblo acometiendo grandes empresas, pues con ello mantiene ocupados a los nobles y atento al pueblo, adquiere poder y reputación entre ambos y puede consolidar su ejército. También lo hace dando grandes ejemplos de su política interna, esto es, premiando o castigando ostentosamente méritos o faltas que se cometan a la vez que difundiendo sus propias acciones. Además, adquiere respeto si es decidido, si es un verdadero amigo o enemigo y jamás neutral o dudoso108 Finalmente, debe honrar el talento entre sus súbditos, alentar a las actividades que concurran a la prosperidad de su dominio, dar seguridad económica a los ciudadanos, ofrecer entretenimiento y tomar en cuenta a las diferentes colectividades.


Capítulo XXII: De los secretarios de los príncipes.


Es una necesidad para el príncipe saber elegir los secretarios o ministros que sean competentes, fieles y se entreguen plenamente al servicio, de modo que coloquen los intereses del príncipe y del Estado por encima de todo interés personal.
 Hay además que saber beneficiarlos en la medida justa, de modo que mantengan su fidelidad pero no se excedan.


Capítulo XXIII: De cómo hay que huir de los aduladores.


Es tarea difícil para el príncipe rechazar a quienes lo adulan y animar en cambio a que quienes lo rodean le digan la verdad. Porque otorgar ese derecho deriva luego en faltas de respeto, de modo que el expediente correcto es elegir un conjunto de hombres sabios cuya tarea sea responder a las consultas con toda la verdad. Sólo ellos deben decir la verdad y sólo cuando el príncipe quiera y específicamente sobre lo que les pregunte.
 El príncipe debe preguntarles sobre todo lo que sea necesario, pero jamás dejar que decida otro por sí mismo ni modificar una decisión ya tomada. Por todo ello, sólo un príncipe prudente y sabio será capaz de tomar consejos como es debido y el mérito no será de quien aconseja sino de quien sabe ser aconsejado.


Capítulo XXIV: De por qué los príncipes de Italia han perdido sus Estados.

El príncipe nuevo es más observado en sus acciones que uno hereditario, de modo que, si sabe hacerlas como corresponde, le va mejor que al hereditario, pues sus acciones conquistan y obligan más por el hecho de ser presentes y estar vivas.116 He ahí una primera desventaja para los príncipes italianos. 
Ello se completa con una serie de defectos que no pueden sino conducir a la pérdida del poder: carencia de ejércitos propios, malas relaciones con el pueblo con los poderosos, falta de previsión y luego falta de decisión a la hora de actuar.



Capítulo XXV: Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo hay que enfrentarse a ella.


No todo depende de la fortuna, pero sí una gran parte de las cosas y que quizá sea la mayor parte. Por eso, la sabiduría consiste en disponer las cosas de modo tal que puedan resistir luego a las adversidades incontrolables y en volverse virtuoso para saber actuar. Todo ello entra en el dominio de la libertad.
 Es un mérito fundamental en este sentido saber adaptarse a los tiempos, pero ello es muy difícil: cuando la fortuna cambia, lo que no coincide con ella vacila y fácilmente cae (en cuyo caso conviene más ser impetuoso que circunspecto ante la adversidad)


Capítulo XXVI: Exhortación a liderar Italia y liberarla de los bárbaros.

Luego de haber explicado por qué Italia ha caído en mano de extranjeros (cf. cap. XXIV), Maquiavelo señala que es el momento más apto para que alguien emprenda su recuperación, pues si se es virtuoso el pueblo no estará mejor dispuesto a acompañar.
 Ese papel deben asumir ahora los Medici, a quienes está dedicada la obra y de quienes el autor espera obtener protección.




Historia Moderna.

Nicolás Maquiavelo y la Italia de principios del siglo XVI
Por Alejandro García Gómez -julio 25, 20190

Nicolás Maquiavelo, político, filósofo y escritor florentino, nació en 1469 en el seno de una familia acomodada, vinculada desde hacía siglos con el patriciado gobernante de Florencia, que era la ciudad – Estado más importante de la Toscana, y dedicada al comercio de lana y seda, y a la banca. En algunos artículos ya os hemos hablado Italia durante este periodo.
Sin embargo, su padre, Bernardo, propietario de una casa en las inmediaciones del Ponte Vecchio, un importante foco comercial de Florencia, nunca ocupó un puesto de responsabilidad política en el gobierno de la República, dominada desde hacía décadas por la familia Medici.
Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia política moderna, destacó no solo por su obra literaria, desde el tratado El príncipe (1513), dedicada a Lorenzo de Medici, nieto de Lorenzo el Magnífico, una especie de modelo de gobierno para los príncipes para conquistar y conservar su poder; hasta obras teatrales como La Mandrágora (1518) e historiográficas como los Discursos sobre la primera década de Tito Livio (iniciado en 1513) o las Historias florentinas (1525), sino por su carrera política, en diferentes etapas.
La primera empezó en junio de 1498, poco después de la ejecución del dominico radical Girolamo Savonarola, que se había hecho con el control de la ciudad tras la expulsión de Piero de Medici (1495), sucesor de facto de su padre Lorenzo el Magnífico en el gobierno, fallecido tres años antes.
La expulsión de Piero se produjo gracias a una revuelta popular, en el contexto de la invasión de Italia de Carlos VIII de Francia en su disputa por el Reino de Nápoles. Tras la expulsión de los Medici, se instauró una República teocrática dominada por el citado Savonarola, quien criticaba duramente el lujo y la corrupción en la Iglesia, lo que le llevó a la excomunión por parte del papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia). El dominico moriría en la hoguera tras perder el apoyo popular, a lo que contribuyó las interferencias del pontífice.

Maquiavelo, llegado a la Señoría, órgano de gobierno de la ciudad, tras la muerte de Savonarola, fue elegido para dirigir la Segunda Cancillería, encargada de la política exterior de la República tal vez por intercesión de su amigo Virgilio Adriani, primer secretario de la República. Ocuparía este cargo hasta su exilio tras el regreso de los Medici en 1512.
Desde esta posición, llevó a cabo diferentes misiones diplomáticas, en un momento en que la Península itálica era un mosaico de diversos Estados (aparte de Florencia, los Estados Pontificios, Venecia, Génova, el Ducado de Milán, Nápoles…), además de ser escenario de las Guerras de Nápoles (1495 – 1504), entre Carlos VIII y la Liga de Venecia o Liga Santa, formada en 1495 por los Estados Pontificios, Venecia, Milán, el Sacro Imperio Romano Germánico y los Reyes Católicos.

El primer encargo, con resultado satisfactorio para la Señoría, que tuvo Maquiavelo como canciller (1499) fue el de obtener ayuda económica y militar para la guerra que Florencia mantenía con Pisa, reuniéndose con Jacobo IV de Appiano y Caterina Sforza, condesa de Imola y Forlì. Al año siguiente partiría por primera vez a Francia, tradicional aliada de Florencia, donde durante seis meses conocería de primera mano los entresijos y los mecanismos internos de la monarquía francesa.
Mientras tanto, César Borgia (Borja), hijo del papa, y duque de Valentinois, tenía aspiraciones de dominio político en el centro de Italia, la Romaña, de lo que resultó el control del ducado de Urbino en junio de 1502. Para reunirse con Borgia, y asimismo reconocer la supremacía de este en la región, acudieron embajadores florentinos, como Francesco Soderini, obispo de Volterra, y el propio Maquiavelo, lo que este aprovechó para empezar a hacerse una idea del carácter y la naturaleza de César, a quien terminaría admirando y quien será uno de sus modelos para El príncipe, y a cuya corte ducal regresaría como embajador en octubre.
En este momento conocerá a su “compatriota” Leonardo da Vinci en Imola. El maestro trabajaba como ingeniero militar para el Valentino, como era conocido Borgia en Italia. Los florentinos, en una débil posición, desconocían el siguiente paso de César, mientras que este demandaba de aquellos dinero y soldados, y necesitaba el apoyo de Luis XII de Francia, aliado de Florencia.
La presencia de Leonardo en la corte del Valentino, de la que desconocemos su fecha exacta de inicio, podría deberse al propio Maquiavelo y al gonfaloniere florentino Pier Soderini, máxima autoridad de la República desde 1502, por lo que el de Vinci sería “un par de ojos y de oídos” (Nicholl, 2010, p. 385) dentro del círculo de César.

Las vidas de Leonardo y Maquiavelo se volverían a cruzar en 1503 cuando al artista se le encargó el muy ambicioso plan de desviar el río Arno a su paso por Pisa para cortar a la ciudad rebelde a la Señoría la salida al mar y hacer navegable el río desde Florencia, lo que hubiera permitido a la ciudad participar en el comercio y exploración de las recién descubiertas tierras del Nuevo Mundo. Maquiavelo, que se había convertido en la mano derecha de Soderini política y militarmente, había apostado por Leonardo tras haber sido testigo de su capacidad como ingeniero militar en la “corte” de César. Sin embargo, un año después se abandonó el plan, que resultó ser un auténtico fracaso para los florentinos.
También en 1503, en octubre, a Leonardo se le encomendaría la decoración en fresco la sala del Gran Consejo del Palazzo Vecchio de Florencia, la sede del gobierno de la ciudad, con escenas que narraran la Batalla de Anghiari, para conmemorar la victoria florentina sobre el Ducado de Milán de los Visconti en 1440. El propósito de esta obra era recobrar el ánimo de la República en un momento complicado por el conflicto pisano.
Detrás de este encargo y de su tema es posible que estuviera el propio Maquiavelo, desde el hecho de que fuera Leonardo el elegido, ya que fue su secretario personal, Agostino Vespucci quien redactó el contrato.  “Haya sido o no Maquiavelo quien concibió el tema de la pintura (…), su tema militar coincidía perfectamente con la visión que tenía el Segundo Canciller de una república de ciudadanos sostenida por el coraje marcial de su pueblo” (Unger, 2013, p. 162).

Al año siguiente, se sumaría a las obras en la sala el también florentino Miguel Ángel Buonarroti, representando otra famosa victoria florentina, la de Cascina, esta vez, sobre los pisanos a finales del siglo XIV. La presencia de ambos maestros en el Palazzo Vecchio provocará fricciones y rivalidad entre ambos. Sin embargo, ninguno de los dos proyectos ha llegado hasta nuestros días, ya que el de Leonardo se destruyó y de él solo se conserva una copia de la parte central hecha por Rubens, y el de Miguel Ángel no pasó de un esbozo, debido a que interrumpió su cometido florentino por realizar la tumba de Julio II en Roma, a lo que Soderini accedió para no enemistarse con los Estados Pontificios.
Podemos decir que Maquiavelo y Miguel Ángel “se conocían y tenían amigos en común, pero no hay indicios de que ambos hombres hayan sido amigos” (Ibídem) y los encuentros que tuvieron fueron “mundanos en extremo, demostrando que cuando dos grandes mentes se encuentran los resultados pueden ser triviales” (Ibídem). Tampoco fue demasiado fructífera la relación del primero con Leonardo, la cual “carece de cualidades inspiradoras” (Ibídem).
Mientras esto sucedía, la carrera político – militar de César Borgia sufrió uno de sus momentos más críticos e importantes: la revuelta de algunos importantes señores de Italia, tradicionales aliados suyos, como Vitellozzo Vitelli, Francesco Orsini, Gianpaolo Baglioni, su lugarteniente Ramiro de Lorqua…, sofocada con dureza por el Valentino.
Sin embargo, la estrella de César comenzaría a declinar tras la muerte de su padre en agosto de 1503, debido a una extraña enfermedad, posiblemente envenenamiento, que también afectó gravemente a su hijo.
El causante de la caída de César fue el nuevo papa, Julio II (Giuliano della Rovere), que sucedió al efímero Pío III. César sería encarcelado en noviembre, y posteriormente trasladado a España tras ser apresado por el papa en 1504. Finalmente, moriría en Viana (Navarra, en 1507), luchando por su cuñado el rey Juan III de Albret en su guerra civil contra los beaumonteses del conde Luis III de Lerín, a quien apoyaba Fernando el Católico.
Mientras tanto, en el sur de Italia, se habían reanudado las hostilidades entre los Reyes Católicos y Francia tras la ruptura del Tratado de Granada (1500 – 1501), que culminarían con las victorias de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en Ceriñola y Garellano (1503), donde murió Piero de Medici, que significaron la incorporación del Reino de Nápoles a los dominios de Fernando II de Aragón.

En los años posteriores, en la carrera política de Maquiavelo podemos destacar sus misiones diplomáticas al Sacro Imperio de Maximiliano I (1507), a los cantones suizos, o su participación en la reconquista de Pisa por parte de Florencia (1509), tras quince años de rebelión pisana frente al dominio florentino, en parte gracias a la milicia ciudadana creada por el propio Maquiavelo.
Posteriormente, en la Península itálica se sucederían guerras y alianzas entre las diversas potencias, donde podemos destacar la Liga de Cambrai (1508 – 1510) contra la poderosa Venecia (firmada entre Francia, Aragón, el Imperio, los Estados Pontificios y Ferrara), que será una época de muy agitada también para Maquiavelo, con diversas embajadas en Francia, una vez que Julio II había hecho las paces con Venecia y perseguía una coalición contra Luis XII, lo que provocaba que Florencia, aliada de este último, se encontrara entre la espada y la pared. De esta forma, los Estados Pontificios, Venecia, España, el Imperio, con el apoyo de Inglaterra y de mercenarios suizos firmarían la Liga Santa (1511 – 1513) contra franceses, florentinos y ferrareses.
Poco después, en 1512, se produjo el regreso de los Medici a Florencia, estando el ejército del virrey napolitano Ramón de Cardona a las puertas de la ciudad, que provocó la entrada de los partidarios de los Medici en la Señoría y el fin de la República florentina, lo que afectará personalmente a Maquiavelo al ser cesado en septiembre de su cargo de canciller y de secretario de los Diez.
Al año siguiente, Maquiavelo será acusado de participar conspiración de Pier Paolo Boscoli y Agostino Capponi para asesinar a Giuliano de Medici (uno de los mandamases de Florencia hasta su muerte en 1516) y tomar el poder, por lo que será arrestado en febrero. Aquellos serán ejecutados, a diferencia de Maquiavelo que será puesto en libertad, lo que significaría el exilio a su propiedad rural de Sant’ Andrea in Percussina, donde escribirá sus grandes obras.
A pesar de que era una de las figuras más afectas al viejo régimen, “nunca hubo ningún indicio de que Maquiavelo tuviera la menor idea de lo que se preparaba, ni de que lo hubiera aprobado en caso de haberlo sabido. (…) no era en absoluto un idealista soñador dispuesto a arriesgar el cuello participando en un plan desesperado” (Ibídem, p. 219), más bien era “un burócrata legal que prefería reformar el Estado desde adentro en vez de arriesgarse al caos de una revolución violenta” (Ibídem, p. 220).
Bajo las instrucciones del nuevo Papa, León X, Giovanni de Medici, el sistema se cristalizaría el 22 de noviembre con una nueva “constitución” que garantizaba el poder a una elite mediante unos organismos que se elegían entre sí, además de con la Balia, comité especial encargada de implantar las reformas constituido inicialmente por cuarenta y cinco ciudadanos notables.
Maquiavelo, como otros tantos ciudadanos florentinos, no se encontraba a gusto en el campo, alejado de los negocios y de la vida de la ciudad, “es un forzoso renunciar a la vida que ama. Los ocios literarios, la meditación filosófica y religiosa, la paz agreste, son cosas que no le interesan (…); se divierte en compañía de los demás para reírse de los sucesos de la vida cotidiana y para tomar parte en los grandes asuntos del Estado” (Viroli, 2004, p. 144).
Será por las noches cuando, tras despojarse de las ropas con las que había estado en el campo y en la taberna y ponerse aquellas con las que había dialogado con príncipes y emperadores, “conversará” con los grandes hombres de la Antigüedad, es decir, reflexionará sobre lo que antiguos historiadores habían escrito sobre las acciones y elecciones de aquellos. “Con” ellos, “Maquiavelo se encuentra por fin a sí mismo” (Ibídem, p. 147), pareciéndole ahora triviales sus preocupaciones mundanas (la pobreza, el hastío, la muerte…)
El hecho de que Maquiavelo dedicara El Príncipe, escrito este año, a un miembro de los nuevos señores de Florencia podría indicar un intento de acercamiento al nuevo régimen y de conseguir un trabajo en él, lo que continuaría al año siguiente con la publicación del Escrito sobre el modo de reconstituir la Ordenanza, en un momento (mayo de 1514) en que se había reestablecido esta institución florentina, que reglamentaba la milicia ciudadana. Las sugerencias del antiguo vicecanciller florentino no serán escuchadas, ya que en septiembre Lorenzo elegirá para su antiguo puesto al frente de la milicia a Bonifacio de Zanobi dei Marinai.
En el contexto internacional podemos destacar la subida al trono francés en 1515 de Francisco I de Valois, protagonista durante las próximas décadas de constantes conflictos en la Península Itálica junto al futuro emperador Carlos V de Habsburgo, quien todavía no había heredado sus tronos ibéricos. Las hostilidades en suelo transalpino comenzarían cuando Francisco invadiera Italia y el Papa se adhiriera en febrero a una coalición antifrancesa en la que también se encontraban aragoneses, suizos, milaneses… Mientras tanto, Giuliano de Medici, había contraído matrimonio con Filiberta de Saboya, tía del rey francés, quien nombró al florentino duque de Nemours.
La invasión francesa se saldará con éxito tras la victoria en la batalla de Marignano (septiembre), en las proximidades de la ciudad de Pavía, en la que contaron con el apoyo de las tropas venecianas comandadas por el condottiero Bartolomeo d’Alviano. Como resultado de la batalla, el ducado de Milán retornará a la órbita gala. La entrada triunfal de Francisco I fue conmemorada por Leonardo da Vinci mediante la realización de un león mecánico cuyo pecho se abría para mostrar una flor de lis.
El polifacético artista florentino trabajará durante estos últimos años de su vida, desde 1516 hasta su muerte en 1519, en la corte de Francisco I, quien sentía por Leonardo una sincera admiración. La mansión – castillo de Clos -Lucé, cerca de Amboise, en el valle del Loira, sería su última morada. En esta última etapa le acompañaría su discípulo Francesco Melzi, quien redactaría su testamento en abril, días antes del fallecimiento del maestro de Vinci.
Melzi será uno de los principales beneficiarios de la última voluntad de Leonardo, ya que le legará sus libros, sus instrumentos y retratos, “asimismo lo que quede de su pensión, así como todas las cantidades que le sean debidas desde el pasado hasta el día de su muerte…” (Nicholl, 2010, p. 560).
En 1516, volviendo a los avatares políticos que agitaron la Italia de Maquiavelo, podemos destacar un nuevo honor recibido por Lorenzo II de Medici (que desde 1513 gobernaba de facto la ciudad porque Giuliano se encontraba junto al Papa en Roma), esta vez, el ducado de Urbino de manos de su tío el Papa, que incluía los territorios de Senigallia y Pesaro. También en la Península itálica, la República de Venecia recobrará la ciudad de Verona y otras zonas que colindaban con el Imperio de Maximiliano. En el ámbito internacional podemos destacar la muerte de Fernando el Católico y la llegada al trono de su nieto Carlos, el futuro Carlos V, a los tronos de Castilla y Aragón.
Este mismo año o en 1517, el antiguo secretario florentino se introducirá en el círculo literario de Cosimino Rucellai (los llamados Orti Oricellari), a quien dedica, junto a Zanobi Buondelmonti, sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio tras arrepentirse de haber dedicado El Príncipe a Medici, ya que fue rechazado para reingresar en la vida política de su ciudad: “sé que no he cometido un error en elegiros a vosotros, a los cuales, antes que a nadie más, dirigí estos Discursos” (Maquiavelo, 1971, p. 1), en referencia a Rucellai y Buondelmonti. Será en este círculo donde Maquiavelo ubicará otra de sus grandes obras, Del arte de la guerra (1521), donde a través de diálogos de los integrantes de los Orti con el condottiero Fabrizio Colonna expone su política militar.

Posteriormente, ya en 1519 se producirá inestabilidad política en Florencia tras la inesperada muerte de Lorenzo II de Medici (Giuliano había muerto en 1516). Se generará una situación de vacío de poder en Florencia porque Lorenzo muere sin descendencia masculina, ya que de su matrimonio con Madeleine de la Tour d’Auvergne solo había nacido su hija Catalina, quien será reina de Francia. En este contexto se hará con el poder el cardenal Giulio de Medici (futuro Papa Clemente VII), ante quien se presentará Maquiavelo en 1520, año en que Carlos I de Castilla y Aragón se convertirá en emperador Carlos V un año después de la muerte de su abuelo Maximiliano.
En los próximos años, Maquiavelo volverá a tener encargos públicos, como la redacción de una historia de Florencia encargada por el cardenal, una misión en Carpi para intervenir en un Consejo de los franciscanos de Romaña, junto a su amigo, Francesco Guicciardini, historiador y gobernador pontificio de esta región (1521).
A finales de este año morirá León X y en enero del año siguiente será elegido nuevo Papa Adriano de Utrecht, tutor y confesor del emperador, quien tomará el nombre de Adriano VI. Además, había sido regente de sus reinos hispánicos durante el tiempo que Carlos estuvo en Alemania para su coronación imperial.
Esto provocó que el arzobispo de Florencia, el cardenal Giulio de Medici, regresara a su ciudad para regirla. El inicio del gobierno del cardenal traerá a florentinos como Maquiavelo esperanzas de un regreso de las antiguas libertades republicanas, aunque se rumoreaba que Giulio estaba pensando en poner al gobierno de la ciudad a dos bastardos de su familia: Ippolito, hijo natural de Giuliano, y Alessandro, de Lorenzo.
Esto podría explicar por qué fue objeto en junio de 1522 de una fallida conspiración para acabar con su vida, orquestada por antiguos miembros de los Orti, como Buondelmonti, Luigi Alammani y Jacopo da Diaceto. Nuestro protagonista, al ser tradicionalmente contrario a las conjuras violentas para acabar con gobiernos, no participó directamente, aunque podría haber inducido a sus compañeros, a través de la lectura de los prorrepublicanos Discursos, a la acción. Algunos de los conjurados sí que serán ejecutados, como un homónimo primo de Alammani y Diaceto.
Tras la muerte del Papa al año siguiente, Giulio será elegido como nuevo pontífice y tomará el nombre de Clemente VII, en un contexto de recrudecimiento del conflicto Habsburgo – Valois por el norte de Italia, y en concreto, por el Milanesado. Francisco invadiría esta zona con un ejército en octubre de 1524 apoyado por el nuevo Papa, pero será duramente derrotado por los imperiales en Pavía en febrero de 1525 y, además, será apresado y recluido durante meses en el Alcázar de Madrid. Esto provocará el dominio imperial del norte de Italia, aunque la ciudad de Milán continuó en manos francesas a pesar del desastre pavés.
Sin embargo, Francisco incumplirá el Tratado de Madrid, por el que había sido liberado, y regresará a la Península Itálica, con apoyo papal y veneciano, con quienes formó la Liga de Cognac (1526). Carlos respondió recuperando por fin Milán con un ejército en manos del duque de Borbón, que desolará Toscana y en mayo de 1527, poco antes de la muerte de Maquiavelo, saqueará Roma, quedando el Papa encerrado y humillado en el Castel Sant’Angelo.
Estos últimos años de la vida de Maquiavelo estarán caracterizados por un regreso a la vida pública de la mano de Clemente VII, con quien mantuvo una buena relación. Le aconsejaría, como había hecho décadas antes en Florencia para acabar con la rebelión pisana, crear una milicia popular de los Estados Pontificios, lo que será no será escuchado por el pontífice; o crear la Liga de Cognac (también llamada precisamente Liga Clementina) para terminar con el dominio de Carlos en Italia.
Tras el saqueo de Roma, se producirá en Florencia una revuelta que acabará de nuevo con el poder de los Medici en la ciudad, y establecerá una República que recordaba a la savonariolana. Maquiavelo, por haber apoyado a Clemente VII en su desastrosa guerra contra el emperador y ser contrario a los savonariolanos, será rechazado para ocupar un puesto de responsabilidad en ella, a pesar de su condición de republicano y de tradicional enemigo de los Medici, por los que sentía una gran aversión (aunque siempre hubiese buscado colaborar con ellos).
Finalmente, Nicolás Maquiavelo moriría en Florencia el 21 de junio de 1527 y será enterrado al día siguiente en la iglesia de Santa Croce.

Interpretaciones de El Príncipe y pensamiento político de Maquiavelo:

El Príncipe o Sobre los principados, como el autor lo denominaba, era resultado de los estudios de Maquiavelo sobre historia antigua y de lo que había aprendido durante sus años de actividad política. Confiaba en que, dedicándoselo a los Medici, estos se dieran cuenta de que era el idóneo para formar parte en su gobierno.
Tras ser publicado, “encontró (…) muchos enemigos que lo consideraron una obra maligna, inspirada por el diablo en persona, en la que un escritor impío enseña al príncipe cómo conquistar el poder y conservarlo por medio de la avaricia, la crueldad y la simulación, sirviéndose de la religión para mantener dóciles a los pueblos” (Viroli, 2004, p. 150). Otros, en cambio, lo interpretaron como una sátira dirigida a los príncipes para mantener sus Estados, revelándoles que “el poder del príncipe se basa en la fuerza, la crueldad y el engaño” (Ibídem), en contraposición a los autores clásicos, como Cicerón, que sostenían que un príncipe debe ser clemente, generoso, leal…
Según el autor, “un príncipe no debe preocuparse de la fama de cruel si con ello mantiene a sus súbditos unidos y leales” (Maquiavelo, 2015, p. 135) y en cuanto a qué es mejor para un príncipe, si ser amado o temido, Maquiavelo opina que “convendría ser lo uno y lo otro; pero como es difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de prescindir de una de la dos” (Ibídem).
Este pensamiento político expresado hizo que la obra fuera objeto de insultos, condenas, glorificaciones, imitaciones…  “A partir de la reforma protestante desencadenó un odio visceral en los sectores religiosos” (Cañas Quirós, 2004 – 2005, p. 113). Por ejemplo, Reginald Pole, arzobispo de Canterbury y cardenal, dijo de ella que era una obra diabólica, el Papa Paulo IV (1555 – 1559) tildó a Maquiavelo de impuro y malvado… E incluso la Matanza de San Bartolomé de 1572 de los católicos contra los hugonotes, calvinistas franceses, fue denominada por estos como “jugada florentina aprendida en El Príncipe” (Ibídem, p. 114).
Ya en el siglo XVI aparecerán los términos “maquiavélico”, “maquiavelismo” …  y en siglos posteriores será libro de cabecera del mismísimo Napoleón, que incluso comenta la obra, y Mussolini dirá que “la doctrina de Maquiavelo está más viva hoy que hace cuatro siglos” (Ibídem).
Según su biógrafo, el historiador del pensamiento Maurizio Viroli, “todos los que han leído sus obras han reconocido su grandeza como pensador político, en tanto que muy pocos, a lo largo de los siglos, han dicho que fue un gran filósofo moral que (…) nos ha enseñado a aceptar y apreciar la idea de que cada cual ha de seguir su propia naturaleza sin ser esclavo del juicio de los demás” (Viroli, 2004, p. 164).
De otra de sus obras, los Discursos, se puede extraer también su inspiración humanista al decir que se debía volver a los principios clásicos para que su patria no cayera en la decadencia. A esto se le suma su deseo de una unidad de Italia, algo que compartía con Francesco Guicciardini, que supiera defenderse ante los bárbaros, que serían los españoles y franceses que en su época se disputaban la Península. Sin embargo, a esta ansia de unidad se oponía el Papado, lo que podría explicar el tono antipapal de la obra de Maquiavelo, a lo que se unía que Roma había sido un tradicional enemigo de Florencia.
Su Italia ideal estaría formada por una República, como podemos observar en su obra historiográfica Historias florentinas, autoritaria gobernada por un líder que supiera imponer el orden.

“Maurizio Viroli, por otro lado, encuentra en la noción de patria —de cuño romano y cristiano— de Maquiavelo la clave para comprender su obra. El Maquiavelo de Viroli combina la caritas romana y la cristiana para la defensa de la patria y esta operación es la que le permite asociar la noción de patria con la presencia del pueblo en una república” (Mattei, 2018, 114).
Según otras interpretaciones del pensamiento del vicecanciller florentino, en su obra “se plantea la concepción de lo humano como ser esencialmente político, que oscila entre lo racional y lo instintivo, con predominancia del segundo sobre el primero. El estudio de la historia permite entender una naturaleza humana inalterable y reiterativa, en una especie de eterno retorno de las pasiones políticas” (Cañas Quirós, p.118).
En definitiva, el pensamiento político de Nicolás Maquiavelo se caracterizaría, en líneas generales, por un republicanismo, pero no democrático en sentido moderno, sino, autoritario; por una visión laica de la política, defendía que los religiosos no debían injerir en los asuntos de los Estados; por un desprecio por las tiranía; y por desear una unidad italiana, aunque no se puede denominar todavía su sentimiento como nacionalista.

Bibliografía:

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Guicciardini, F. (1971). Storia d’Italia. Turín: Einaudi.
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Polis vol.9 no.2 México  2013

 

Maquiavelo y los Médicis

 

Machiavelli and the Medici

Roberto García Jurado*


Doctor en ciencia política por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado y maestro en ciencia política por la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Resumen

La familia Médicis ejerció un rol muy importante en la actividad política de Florencia en la época de Maquiavelo y en su propia vida. En este artículo se analiza específicamente la forma en que esta familia gobernó la ciudad y cómo sus acciones de gobierno influyeron en el pensamiento político de Maquiavelo. Se destaca de manera especial la forma en que la familia Médicis corrompió la vida republicana de Florencia hasta convertirla prácticamente en un principado, y cómo a partir de ello, Maquiavelo determinó que era una necesidad de primer orden definir y establecer con claridad la forma de gobierno que había de elegir un Estado.

La vida y obra de Maquiavelo está ligada estrechamente a la acción política que ejerció la familia Médicis en Florencia. Omnipresentes en la historia de esta ciudad, los Médicis la gobernaron por casi tres siglos, desde 1434 hasta 1737, periodo durante el cual su dominio solo se vio interrumpido por dos breves interludios republicanos, el primero entre 1494 y 1512, y el segundo entre 1527 y 1530. La primera de esas interrupciones resultó la más significativa para Maquiavelo, ya que fue durante ella cuando sirvió al gobierno republicano: se incorporó como secretario de la segunda cancillería en 1498 y salió de ella en 1512, debido directamente a la restauración de los Médicis. Luego de esa fecha, y muy a su pesar, Maquiavelo no pudo nunca volver a ocupar cargo alguno en el gobierno de la ciudad, aun cuando trató de hacerse grato a los Médicis por medio de los más diversos recursos, uno de los cuales fue precisamente la escritura de El príncipe. Este libro fue concebido para plasmar en él de la manera más clara y directa lo que Maquiavelo consideraba haber aprendido en toda su experiencia política, con la intención y el fin explícito de ponerlo al servicio de los Médicis. Incluso, otra de sus obras fundamentales, Historia de Florencia, fue escrita por encomienda directa de Julio de Médicis, arzobispo de Florencia, a quien se la dedicó una vez que este había sido elegido papa y llevaba el nombre de Clemente VII.

Sin embargo, estas son apenas un par de circunstancias en las cuales las vidas de Maquiavelo y la familia Médicis se entrecruzan, pues, como se verá más adelante, la vinculación fue mucho más que anecdótica. Más aún, a pesar de que la vida de Maquiavelo se vio alterada en más de un sentido por la familia Médicis, lo que resulta más importante para nosotros, y que motiva este artículo, es la acción política de la familia en Florencia, ya que al gobernar directa o indirectamente la ciudad por este largo periodo, definieron y modificaron en buena medida la vida de la sociedad florentina, campo primario de observación y experimentación política de Maquiavelo, a partir de lo cual percibió, elaboró y confirmó muchas de las ideas políticas que plasmaría en sus obras, por lo cual bien vale la pena observar y analizar de cerca la vinculación del secretario florentino con esta dinastía.

Cosme de Médicis

Cosme de Médicis (1389-1464) fue propiamente el fundador de la dinastía. A su muerte, se inscribió en su lápida la leyenda padre de la patria. No fue en modo alguno el primer miembro prominente de la familia. Antes de él ya había destacado su padre, Juan de Médicis, a quien se debió en buena medida la riqueza de la familia y la creación del banco Médicis, que en su momento fue uno de los más importantes de Europa. Poco antes también ya había brillado otro Médicis, Silvestre, quien había sido una destacada figura en la escena pública florentina, particularmente a raíz de la llamada rebelión de los ciompi de 1378, es decir, los trabajadores de la industria textil que se rebelaron exigiendo mejores condiciones de vida y mayor participación en el gobierno de la ciudad, acontecimiento en el cual Silvestre se puso 152 de su lado, del lado popular y en contra de los magnati, los grandes, lo cual trajo profundas implicaciones para el futuro familiar (Hale, 2004). Este episodio es muy significativo porque, aunque existen algunas referencias documentales de la participación de los Médicis en la vida política de la ciudad desde principios del siglo XIII, en esta ocasión se llegó a considerar a Silvestre padre de la revolución, y aunque no resultó ser el individuo más influyente en el gobierno popular resultante (1378-1382), fue el principio de una intensa intervención de la familia en la vida política de la ciudad y de una estrecha asociación con el partido popular (Mollat et al., 1976).

En esta época los Médicis apenas se estaban desarrollando económicamente, por lo que muy frecuentemente se veían confrontados con las familias más ricas de la ciudad, las que formaban toda una oligarquía e imponían su voluntad e intereses al gobierno comunal. Dado que Florencia se veía agitada continuamente por diferentes convulsiones políticas y la oligarquía local había adoptado una posición güelfa, partidaria del papa, los Médicis, o al menos Silvestre, que era su miembro más destacado, se alinearon casi de manera natural en el bando contrario, con los gibelinos, partidarios del emperador, partición que también agrupaba de este lado al popolo minuto, los sectores populares, y de aquel al popolo grasso, los oligarcas (Brucker, 1957). Desde entonces se construyó la asociación entre la familia Médicis y el partido popular, aun cuando esta asociación no sirviera más que para diferenciar a una facción oligárquica de la otra. No obstante que ya la familia Médicis había participado activamente en la escena pública de Florencia durante la primera mitad del siglo XIV, durante la segunda mitad -salvo esta destellante participación de Silvestre- tuvo una aparición más bien discreta. Más aún, en no pocos casos se vieron acosados, perseguidos, y algunos de sus miembros fueron incluso expulsados de la ciudad.

Los problemas de los Médicis no eran solo de índole política o económica, pues en esta etapa llenaban todo un historial de violencia y delitos del más diverso tipo. Existe el registro de que, entre 1343 y 1360, cinco integrantes de la familia Médicis fueron condenados por asesinato, un récord poco envidiable aun para una época tan violenta y al que no se asemejaba el de ninguna otra familia. En las últimas dos décadas del siglo XIV los Médicis persistieron en su conducta violenta, al grado de que en 1400 una buena parte de la familia fue desterrada de la ciudad. Incluso, en 1397 dos miembros de la familia fueron ejecutados por participar en una conspiración contra el jefe de la oligarquía y del gobierno de la ciudad, Maso de Albizzi, preludiando ya la confrontación que estallaría en la década de los treinta del siguiente siglo entre los Médicis y los Albizzi, de la cual saldrían entonces vencedores los primeros y darían origen a su larga hegemonía en la ciudad (Hibbert, 1979).

Aun cuando la actuación más destacada en la arena política a fines del siglo XIV fue la de Silvestre, quien más logros acumuló en el terreno económico fue Juan de Médicis. Poco antes que él, su hermano Francisco ya se había inscrito en el Arte del Cambio, el gremio de los banqueros, y Juan, que ya pertenecía al Arte de la Lana, el gremio textil, siguió los pasos de su hermano y en 1386 se inscribió también en ese otro gremio. Ese fue el origen del banco Médicis, el cual pronto se desarrollaría hasta convertirse en uno de los más importantes de Europa (Roover, 1946a y Roover, 1946b). A pesar de que ya para finales del siglo XIV el banco Médicis había experimentado un crecimiento importante, su mayor impulso se dio a principios del siglo XV, específicamente a partir de 1410, cuando se convirtió en papa el cardenal Baldassare Cossa, amigo muy cercano de Juan de Médicis. Debido a esa amistad, Juan XXIII, el nombre que como papa adoptó el cardenal Cossa, eligió a los Médicis como banqueros del papado, lo cual significó el mayor impulso que hasta ese momento hubiera recibido el banco (Holmes, 1968).

La relación de Juan XXIII con Juan de Médicis iba más allá de la amistad. Baldassare le debía a Juan haberle financiado los diez mil ducados con los que adquirió el cardenalato en 1400, una forma muy común usada por los prelados de la época para adquirir la púrpura y por los papas para obtener dinero, la cual adquirió tintes de escándalo en el Renacimiento y la Reforma. Además, una vez que Juan XXIII fue depuesto por el Concilio de Constanza y hecho prisionero en 1419, Juan fue quien gestionó lo necesario para liberarlo, y protegerlo una vez que salió libre. Juan murió en 1429 y cedió el liderazgo de la familia a su hijo Cosme, quien de inmediato entró en confrontación con Reinaldo de Albizzi, el cual a su vez desde 1417 había reemplazado a su padre, Maso de Albizzi, y reeditado la confrontación que se había dado entre estas dos familias desde finales del siglo anterior. Cada uno de ambos clanes conservaba la alineación de la conflagración anterior: los Albizzi del lado oligárquico y los Médicis del lado popular, aunque estos últimos contaban con una extensa red de relaciones sociales con familias de reconocido prestigio en la ciudad (Kent, 1978).

En 1429 Reinaldo de Albizzi promovió una guerra en contra de su vecina Lucca prometiendo un éxito rápido y fácil, lo cual era en sí una parte sustancial de la justificación de la guerra, ya que la ciudad se encontraba agobiada y exhausta debido a los recientes esfuerzos bélicos que se habían realizado desde principios del siglo en contra de Nápoles y en la década de los veinte contra Milán, con la cual apenas un año antes había llegado a un acuerdo. El choque decisivo entre ambos personajes se dio en 1433, cuando Reinaldo aprovechó una ausencia de Cosme para montarle un proceso culpándolo de traición y tratando de obtener su ejecución. Aunque no pudo conseguir que se le ejecutara, sí logró que, junto con otros familiares, se le desterrara de la ciudad, por lo que Cosme tuvo que marcharse a Padua.

Sin embargo, apenas un año después de la expulsión de Cosme se designó un gobierno totalmente afín a él que no solo le permitió volver a la ciudad, sino que procedió ahora a la expulsión de Reinaldo de Albizzi y de muchos otros miembros del partido oligárquico de la ciudad, incluido el mismo Palla Strozzi, el patriarca de la familia más rica (Goldwhite, 1968). Fue así como dio inicio en 1434 la hegemonía de la familia Médicis en Florencia, una hegemonía que se extendería por tres siglos y que sería instituida por Cosme, quien basó su predominio en cinco factores determinantes:

1. Su propia personalidad, ya que fue reconocido como un hombre prudente, equilibrado, sobrio. Una opinión compartida por historiadores tan prestigiosos como Guicciardini o el propio Maquiavelo (Bisticci, 1963; Macfarland, 1999; y Gilbert, 1984).

2. La construcción de un sofisticado sistema electoral que sustituyó al basado en el sorteo, de naturaleza esencialmente democrática. El nuevo sistema reducía de manera sustancial la función del sorteo en la designación de los principales magistrados y otorgaba de facto a Cosme la posibilidad de controlar a los designados (Rubinstein, 1968 y 1977).

3. La institución de un mecenazgo amplio y generoso que convirtió a Florencia en el centro del humanismo y el arte renacentista, por el que Cosme se ganó un gran prestigio entre pensadores y artistas (Antal, 1987; Brown, 1961; y Jurdjevic, 1999).

4. Una estrategia de acoso y opresión de sus enemigos que se valió de los más diversos recursos, sobre todo de la imposición de impuestos abrumadores y desproporcionados (Brucker, 1983).

5. Una hábil estrategia diplomática, que estableció entre otras cosas una fructífera alianza con el papado y Milán (Braudel, 1986).

Esta fue la obra que realizó Cosme y estos los cimientos en los que se basó la primera etapa del dominio de los Médicis. Maquiavelo conocía muy bien este episodio y lo tenía muy presente cuando expresó sus opiniones políticas; por ello, llama poderosamente la atención el que no se refiriera a nada de ello en El príncipe.

Sin embargo, eso puede tener una explicación lógica y verosímil: El príncipe está concebido para tratar de instruir a los Médicis y agradarlos, por lo cual es plenamente comprensible que Maquiavelo no aluda a muchos pasajes de la historia de Florencia en los cuales el papel de esa familia queda en entredicho o es abiertamente reprobable.1

No obstante, esa discreción que se impuso en El príncipe está ausente en muchos otros de sus escritos, en donde su opinión sobre los Médicis es bastante crítica, y en ocasiones demoledora. Para ello basta recuperar un pasaje de un breve escrito de 1504, Primer decenal, en donde Maquiavelo expresa en versos un resumen de los diez años previos de la historia de Florencia: "aquel yugo que por sesenta años os había abrumado", haciendo una clara alusión a la primera etapa del gobierno de los Médicis, que va de 1434 a 1494 (Maquiavelo, 2002: 210). Más aún, en Discursos sobre la primera década de Tito Livio que Maquiavelo escribiera en cierta sincronía con El príncipe, es todavía más incisivo, pues menciona que "los que gobernaron el estado de Florencia desde 1434 hasta 1464 [...] llamaban renovar el gobierno a llenar de terror y de miedo a los hombres que colocaban en él, castigando a los que lo habían desempeñado anteriormente si, a su parecer y según aquel régimen, habían obrado mal" (Maquiavelo, 1987: 308). Tan solo estas dos referencias no dejan duda acerca de la opinión de Maquiavelo sobre el régimen de los Médicis. Apuntala esta opinión el que ahí mismo Maquiavelo se refiera a Cosme como príncipe de la república, lo cual no solo abona a lo ya expuesto sino que, además, al fundir los conceptos de príncipe y república plantea una compleja cuestión en torno a la clasificación de las formas de gobierno, sobre todo a la tajante separación que Maquiavelo había establecido entre el principado y la república (Najemy, 1982).

Maquiavelo ocupa un lugar fulgurante en la historia del pensamiento político por muchas razones, entre las cuales destacan su método de análisis, basado esencialmente en el análisis histórico y en la observación empírica. Ambas características se aprecian claramente desde el primer capítulo de El príncipe, el cual es en sí mismo una joya del pensamiento político, pues en las escasas diez líneas de que consta, se aprecian claramente estos dos rasgos mencionados, además de introducir el concepto de Estado de la manera en que a partir de entonces se usaría en el mundo moderno y exhibir su característico método de análisis binario, que emplearía en la mayor parte de sus obras. Así pues, en este primer capítulo de El príncipe se plantea que el principado y la república son claramente dos formas de gobierno distintas y excluyentes. Más aún, la separación que se establece parece tan clara que inmediatamente después, en la primera línea del segundo capítulo, expresa que en ese libro solamente se ocupará de los principados ya que de las repúblicas se ha ocupado en otro lugar, sin lugar a duda en los Discursos. Y a partir de entonces, basándose en su propia declaración, la historia del pensamiento político ha aceptado sin mayores consideraciones esta diferenciación, tomando como absolutamente válido algo que requiere una seria revisión.

Así, es necesario observar que, en efecto, El príncipe es un libro que se ocupa exclusivamente de los principados, mientras que en Discursos se ocupa de las repúblicas, tal y como lo expresó el propio Maquiavelo. Pero lo que Maquiavelo no hizo explícito y sus críticos no han tomado mucho en cuenta, es que en Discursos no solo se ocupa de las repúblicas, que ciertamente son su objeto esencial, sino también, en buena medida, de los principados. En Discursos aborda prioritariamente las repúblicas y marginalmente los principados, pero lo más importante es que ahí, principado y república no aparecen como dos formas de gobierno completamente distintas e incompatibles, sino como dos extremos de una línea continua que describe la relevancia y protagonismo de los ciudadanos en un Estado. Así, en un extremo se encuentran los principados, es decir, cuando un solo individuo destaca y controla los destinos políticos de un Estado; y en el otro extremo se ubican las repúblicas, cuando no es un ciudadano sino varios, o muchos, los que de manera conjunta llevan la carga y el privilegio de conducir políticamente al Estado.

No obstante esta línea continua en la que se ubican los principados y las repúblicas que hace parecer las transformaciones y cambios de régimen como algo no necesariamente traumático y abrupto, Maquia-velo consideraba muy importante diferenciar con claridad una forma de gobierno de la otra. Tal distinción se confirma en un escrito muy breve de 1520 al que tal vez tampoco se le ha dado toda la atención que merece, pues resulta fundamental para interpretar el pensamiento de Maquiavelo. En Discurso sobre la situación de Florencia tras la muerte de Lorenzo de Médicis, el joven Maquiavelo plantea que uno de los principales problemas de Florencia es que nunca ha sido ni un verdadero principado ni una verdadera república, lo cual ha sumido en la inestabilidad política a la ciudad condenándola a una permanente mudanza de gobiernos. Incluso Maquiavelo repite aquí la calificación que había hecho del gobierno de Cosme, al decir de este que tendía más al principado que a la república, y si acaso alcanzó alguna estabilidad, fue gracias a la prudencia que tanto él como su nieto Lorenzo tuvieron en el gobierno de la ciudad.2

Este Discurso, que es tanto un diagnóstico como un proyecto de reforma política para Florencia, resulta revelador si se le vincula con el primer capítulo ya referido de El príncipe. Este libro siempre se ha considerado el más claro ejemplo de realismo político; un ejercicio de análisis empírico implacable en busca de lo que Maquiavelo llamaba la verdad efectiva de las cosas, basado en un método de análisis histórico y pragmático que no ha dejado espacio alguno al juicio moral y a la prescripción teórica. Sin embargo, nos encontramos con que en Discursos Maquiavelo llamó a Cosme príncipe de la república, lo cual plantea un problema teórico por resolver, pues en Discurso sobre la situación de Florencia..., refiriéndose precisamente a Florencia, su patria y principal campo de observación política, Maquiavelo afirma que su problema fundamental era que nunca había sido completamente un principado ni completamente una república, lo cual parece producir un cortocircuito al cotejarlo con las famosas primeras dos líneas de El príncipe: "Todos los Estados, todos los dominios que han tenido y tienen soberanía sobre los hombres, han sido y son repúblicas o principados" (Maquiavelo, 1981: 47). Tal planteamiento nos deja dos opciones: o bien Maquiavelo estaba equivocado y no todos los Estados que existen y han existido son repúblicas o principados, o bien, El príncipe no es solo un texto de análisis empírico e histórico, sino que también tiene algo de juicio personal y prescripción teórica. A la luz de lo que expone Maquiavelo en este Discurso y en Discursos parece más pertinente inclinarse por esta segunda opción, es decir, que lo que hacía Maquiavelo en el primer capítulo de El príncipe era describir cómo todos los Estados que existen y han existido han sido y son repúblicas o principados, o bien, que debían serlo; que debían ajustarse plenamente a una de estas dos formas de gobierno (Bobbio, 1992: 64-68).

Como se ha dicho ya, en este Discurso Maquiavelo plantea que la razón de la inestabilidad política de Florencia es que nunca ha tenido una forma de gobierno bien definida; no ha sido ni una verdadera república ni un verdadero principado. Para Maquiavelo, el que Florencia siempre hubiera estado entre una forma de gobierno y otra la había privado de la estabilidad que ofrece cada una, pues de acuerdo con su exposición, tanto una forma como otra tienen sus propias estructuras de apoyo y cierto esquema funcional, lo cual les permite permanecer y autorreproducirse. Entonces, para resolver los problemas de inestabilidad de Florencia, y se entiende que en general de todos los Estados, la solución es que se adopte una forma de gobierno definida, que se constituya clara y definidamente una república o un principado. Se entiende así que, cuando Maquiavelo llamaba a Cosme príncipe de la república iba implícita una fuerte crítica en este sentido, pues Cosme corrompía a la república al querer sobreponerse ilegítimamente a sus conciudadanos. Claro, de acuerdo con el esquema de Maquiavelo, también Cosme podía haber fundado y establecido de manera efectiva un principado y no quedarse solo a medias, pero su teoría también abarca factores sociales, y consideraba a los principados gobiernos más adecuados a sociedades muy desiguales y a las repúblicas gobiernos aptos para las sociedades más ricas e igualitarias, por lo que siendo Florencia una sociedad de este tipo, el gobierno que mejor le iba era el de la república, con lo cual queda confirmado el juicio crítico sobre Cosme y su acción corruptora sobre la república. Sin embargo, la cuestión no se zanja aquí, pues si la mejor constitución política de un Estado es adoptar clara y nítidamente una de estas dos formas de gobierno y evitar las posiciones intermedias, ¿cómo introducir y conciliar la afirmación que Maquiavelo hace en Discursos pronunciándose por los gobiernos mixtos? (Maquiavelo, 1987: 33-39).

Tratar a los gobiernos mixtos como una tercera especie no parece lo más prudente. En todo caso, sería mejor apreciar en su conjunto la obra de Maquiavelo para determinar que, ciertamente, era un partidario abierto de los gobiernos republicanos cuando eran factibles, pero también podía aceptar y preferir los principados cuando las condiciones políticas y sociales del Estado lo requirieran. Así, lo que no admitía era la indefinición entre una forma de gobierno y otra; consideraba que no definir con claridad la constitución de un Estado le impedía disfrutar de las ventajas y recursos que ofrecen tanto una como la otra. Para decirlo concretamente, indefinición política no es lo mismo que gobierno mixto. En este sentido, su preferencia por la república también se determina por considerar que desde esta es mucho más factible construir un gobierno mixto. Sin embargo, su republicanismo no era una declaración incondicional a favor del pueblo, sino que su idea de una república bien ordenada implicaba satisfacer los humores, como se decía entonces, de los distintos componentes de una sociedad: los muchos, los pocos, y el príncipe, es decir, un gobierno mixto. De ahí que no estuviera a favor de una república principesca, como la de Cosme, o de una república oligárquica, como la de Reinaldo de Albizzi, o de una república democrática, como la de los ciompi, sino de una república bien ordenada, mixta.

Y es precisamente en lo referente al orden de las repúblicas en donde Maquiavelo formula una de las críticas más duras al régimen impuesto por Cosme. Cuando en Historia de Florencia trata el problema de las divisiones de las repúblicas y acepta como inevitable que en una república haya pugnas y divisiones, plantea que hay divisiones que son muy dañinas mientras que otras son llevaderas. Así, las dañinas son las que producen facciones, las cuales se forman cuando algún o algunos individuos adquieren prestigio entre sus conciudadanos por medios privados, 160 es decir, mediante favores personales, dádivas u obsequios. De esta manera atraen a su alrededor a un conjunto de ciudadanos que los admiran y les guardan lealtad por los bienes recibidos, por el bien particular que han fomentado. Por el contrario, hay ciudadanos que adquieren prestigio por medios públicos, es decir, por servicios prestados a la república, ya sea en la guerra o en el servicio público, y son los ciudadanos más dignos de encomio porque no generan facciones y actúan para fomentar el bien común, no el bien particular de ningún grupo.

Una vez planteada esta premisa teórica, Maquiavelo describe cómo Cosme en su lucha contra Neri Capponi se atrajo prestigio y reconocimiento valiéndose tanto de medios públicos como de medios privados, en tanto que este lo hacía solamente a través de los medios públicos, conducta encomiable, que contrastaba con la de Cosme, perniciosa para la vida republicana. Aun cuando unas cuantas páginas después Maquiavelo escribiera una profusa apología de Cosme, su reprobación de los medios de que se valió para hacerse del poder en Florencia es implacable (Maquiavelo, 2009: 351-354 y 357-362). De la misma manera que Maquiavelo reprueba los medios que usó Cosme para llegar y asegurarse el poder en Florencia, reprueba también la subversión del orden civil que provocó su régimen. Uno de los conceptos centrales del vocabulario político de Maquiavelo es el de orden político, por lo cual se refería frecuentemente a los Estados bien ordenados o a las repúblicas bien ordenadas. Este concepto de orden político se deriva del humanismo renacentista, del cual Maquiavelo es una figura emblemática, pues con este lo que quería hacer notar es que la política era un arte, una actividad racional y consciente del ser humano por medio de la cual podía diseñar y crear las instituciones políticas y sociales de una sociedad, e incluso fomentar los valores que le dan vida (Burckhardt, 1984).

Desde su punto de vista, una de las premisas fundamentales de un Estado bien ordenado era la clara separación de las esferas pública y privada, es decir que los individuos que desempeñaran una función pública ciñeran su conducta a esa actividad, inspirada esencialmente por la atención a los asuntos públicos y la búsqueda del bien común; en tanto los ciudadanos privados se concentraran en atender sus asuntos particulares y no interfirieran en el ejercicio de la función pública. Por supuesto, esto no significaba en manera alguna que los ciudadanos privados no tuvieran responsabilidades y participación en la vida política, pues Maquiavelo era partidario de un republicanismo activo y comprometido, que exigía de sus ciudadanos un gran compromiso con el Estado. Dando esto por sentado, lo que Maquiavelo señalaba al separar tan claramente las esferas pública y privada era que los ciudadanos de esta última no interfirieran de manera indebida, discrecional, en la actividad pública y de gobierno.

Y esa era precisamente otra de las más duras críticas de Maquiavelo a Cosme y al régimen de los Médicis en general: saltar la esfera privada para entrometerse indebidamente en la esfera pública. Es decir, para Maquiavelo, que un ciudadano privado, como Cosme, ejerciera tácitamente funciones públicas, funciones de gobierno, derruía las bases más necesarias del orden político, conducta aviesa que continuaron tanto su hijo Pedro como su nieto Lorenzo.

Lorenzo de Médicis.

Aun cuando Cosme de Médicis se mantuvo en el poder por un largo periodo, de 1434 a 1464, ello no significó de manera alguna que lo hiciera sin problemas y sobresaltos. De hecho, entre 1454 y 1458 enfrentó una fuerte crisis de gobierno, iniciada y fomentada por destacados miembros de la oligarquía florentina, como Luca Pitti, Agnolo Acciauoli y Dietisalvi Neroni, quienes habían contribuido al encumbramiento de Cosme pero comenzaban a ver con recelo la enorme concentración de poder que estaba logrando. El principal objetivo de ataque fue el sistema electoral que Cosme había establecido, por lo que no tuvo más remedio que restablecer el sistema previo a 1434. Sin embargo, la crisis se resolvió en 1458, cuando siendo gonfaloniero Luca Pitti, el cargo ejecutivo más importante del gobierno florentino, pactó con Cosme el restablecimiento de su régimen, no sin asegurarse una mayor influencia, la cual conservó por algunos años (Schevill, 1961).

A la muerte de Cosme en 1464, le sucedió en el poder su hijo Pedro, pero su gobierno apenas duró cinco años, pues siempre tuvo una salud bastante endeble, aquejado sobre todo de la gota, lo cual dio motivo al sobrenombre con que pasó a la posteridad, Pedro El Gotoso. Pedro heredó la riqueza de la familia y sobre todo la enorme influencia política de su padre, aunque apenas un par de años después de haber asumido el poder encaró una crisis política producida igualmente por la oligarquía florentina. No obstante, con gran energía pudo enfrentar a sus opositores, al grado de doblegar al mismo Luca Pitti que se encontraba dentro de ellos. Sin embargo, su quebrantada salud no le permitió vivir más, y en 1469 Florencia volvía a quedar sin gobernante. De esta manera, la muerte de Pedro parecía poner en serios aprietos la continuidad de la dinastía Médicis, ya que le sobrevivían como herederos solo dos jóvenes varones de la familia, Lorenzo y Juliano. Los magnati de la ciudad decidieron apostar por la continuidad, jurando lealtad y apego a Lorenzo, el joven heredero de Pedro, quien no solo demostró muy pronto ser un digno sucesor de su abuelo Cosme, pues gracias a él durante la segunda mitad del siglo XV Florencia experimentó una larga estabilidad que llegaría hasta 1492, y la misma Italia en su conjunto pudo disfrutar de relativa paz (Tenenti, 1968).

Es muy difícil leer el capítulo XVI de El príncipe, denominado "De la liberalidad y parsimonia", y no asociarlo con la administración financiera de Florencia durante la primera etapa de los Médicis, sobre todo con el periodo que correspondió a Lorenzo, aunque no haya en todo el capítulo ninguna alusión específica a su persona, lo cual se apega a la norma que al parecer Maquiavelo se impuso en todo el libro: no referirse al gobierno de los Médicis. En este capítulo se trata uno de los temas más sensibles y espinosos para los florentinos, es decir, el de los gastos del príncipe, sobre todo cuando se financiaban con los impuestos del Estado.

En Florencia el tema de los impuestos siempre había causado gran controversia e inconformidad debido a que no se había establecido nunca un sistema impositivo racional, estable y equitativo. La creación del catastro en 1427 pudo paliar en alguna medida el problema, ya que determinaba que las personas debían pagar un impuesto proporcional sobre sus bienes, en tanto que el sistema anterior se basaba en que un grupo de personas designadas por la Señoría -el órgano supremo de gobierno que incluía al propio gonfaloniero- imponía un impuesto a cada persona de acuerdo con la estimación de su fortuna, lo cual era completamente subjetivo y arbitrario. El nuevo sistema resultaba más lógico y racional que la arbitrariedad anterior, pero pronto perdió su efectividad, pues Cosme lo supeditó a sus propios criterios políticos, ya que muy frecuentemente usó las cargas impositivas para oprimir o amedrentar a los disidentes y enemigos políticos.

Aun cuando la familia Médicis adquirió renombre y prestigio por su actividad financiera desde principios del siglo XV, sobre todo de la mano de Juan, el padre de Cosme, muy pronto el mismo Cosme comenzó a realizar prácticas financieras poco saludables para el banco, consistentes sobre todo en un excesivo sobregiro, el cual persistió luego de su muerte, al grado de que su hijo Pedro, que heredara tanto el banco como el control de Florencia, enfrentó serios problemas al querer corregir el desbalance, lo cual le valió incluso cierto desprestigio político. Ciertamente, esa magnanimidad de Cosme fue la que propició que Florencia se convirtiera en la meca de artistas y humanistas, cuna del Renacimiento, en lo cual gastó sin duda una parte importante de la fortuna familiar.

Sin embargo, si la gestión financiera de Cosme fue deficiente, la de su nieto Lorenzo fue desastrosa. Muy pronto su incompetencia en los negocios se hizo del dominio público.

Lorenzo fue tan buen mecenas como su abuelo, algo que en general se le reconoce poco, pues si Cosme pudo gloriarse de haber adoptado, en todos los sentidos, a Marsilio Ficino -a quien Maquiavelo llamó el segundo padre de la filosofía griega-, Lorenzo muy bien podía haberse jactado de atraer a Florencia a Pico de la Mirándola -humanista encumbrado-, además de embellecer la ciudad con la construcción de nuevos edificios, el remozamiento de los existentes y un vigoroso impulso a la Universidad de Pisa. Incluso él mismo destacó como un gran poeta y humanista, reconocido por el propio Maquiavelo que cuando trata en los Discursos el tema de la relación entre las costumbres de los pueblos y las de sus gobernantes, usa un fragmento de un verso de Lorenzo para afirmar su idea de que los defectos o virtudes de los pueblos tienen origen en la conducta observada en sus gobernantes.3 Pero nada puede disimular que era un pésimo administrador, pues no solo gastó sus fondos privados, sino que además, cosa mucho más seria, gastó también los fondos del Estado.4

Como se dijo antes, es muy difícil leer el capítulo XVI de El príncipe y no asociarlo casi automáticamente con los Médicis, sobre todo con Lorenzo. En este capítulo, Maquiavelo habla de la liberalidad de los príncipes, del nivel de gasto que deben asumir como gobernantes. En una época en la cual los fondos personales del príncipe y los fondos del Estado no estaban completa y claramente separados, la cuestión resultaba esencial. La recomendación general de Maquiavelo consiste en que más vale ser tenido por tacaño que por liberal, sobre todo si esa liberalidad se realiza a expensas de los súbditos. Es decir, lo que Maquiavelo recomienda aquí es llevar un sano equilibrio financiero, una virtud que no tenían los Médicis como gobernantes, y mucho menos Lorenzo.

Así como es inevitable leer el capítulo XVI de El príncipe y no asociarlo con los Médicis, particularmente con Lorenzo, resulta inevitable hacer la misma conexión cuando se lee el capítulo XIX, en donde Maquiavelo se refiere a las conspiraciones. Aun cuando han perdido su sentido y efectividad en la época contemporánea, en la Europa renacentista la conspiración era un mecanismo ampliamente difundido y usado para hacerse del poder del Estado. Los Médicis, por ejemplo, estuvieron en la mira de muchas conspiraciones, aunque fueron dos las más importantes, la de los Pazzi en 1478 y la de Boscoli en 1512. La primera tuvo muy relevantes repercusiones tanto para los Médicis como para la historia de Florencia, y aunque la segunda no fue tan relevante para la historia de la ciudad, sí produjo muy serios efectos en la propia vida de Maquiavelo. A pesar de ello, Maquiavelo no se refiere específicamente a ninguna de estas conspiraciones en este capítulo, siguiendo la norma que se impuso, pero sí trata con amplitud la conspiración de los Pazzi en Discursos III.6 y en Historia Vffl.1-12.

Como es bien sabido, uno de los mayores peligros que enfrentó el gobierno de Lorenzo en Florencia fue la conspiración de los Pazzi. La conjuración representó una amenaza tan seria debido en buena medida a que la emprendió nada menos que una de las familias más poderosas e influyentes de Florencia, los Pazzi, y contó con el beneplácito del mismo papa, Sixto IV.

Los Pazzi confiaron en el éxito de la conspiración gracias a su propio ascendiente en la ciudad, al apoyo del papa y al cansancio en que creían se encontraba la ciudad luego de cuarenta años de gobierno de los Médicis. Sin embargo, no fue así, ya que si bien los conspiradores lograron asesinar a Juliano, el hermano de Lorenzo, este último no solo salvó la vida, sino que tuvo motivos para emprender una verdadera purga en la ciudad, pues el mismo día del atentado se realizaron casi cien ejecuciones, sin contar con las persecuciones posteriores (Martines, 2006).

Sin embargo, también hubo altos costos. Siendo que la conspiración contaba con el beneplácito del papa, se hallaban involucrados su propio sobrino Girolamo Riario, señor de Imola y Forli; Francesco Salviati, a quien el mismo papa había nombrado poco antes arzobispo de Pisa; y de manera indirecta Ferrante, rey de Nápoles, y Federico, el duque de Urbino. Dado que el mismo día del atentado se ejecutó al arzobispo Salviati y uno de los conspiradores principales confesó toda la trama del complot y el involucramiento del papa y el rey de Nápoles, se produjo de manera inmediata una guerra en contra de Florencia.

Debido que Sixto IV y el rey Ferrante se encargaron muy bien de difundir la idea de que no se trataba de una guerra en contra de Florencia sino solo contra los Médicis, se creó una gran presión en torno a la persona de Lorenzo, el cual no contó siquiera con el apoyo de Venecia, que en ese momento estaba supuestamente aliada con Florencia, pues encontró en ello un excelente pretexto para no intervenir. Ante un panorama tan complejo, Lorenzo tomó una decisión muy arriesgada, casi temeraria. Decidió emprender un viaje a Nápoles y presentarse personalmente en la corte del rey para buscar un acuerdo y debilitar así la posición más beligerante del papa. En esta ocasión la liberalidad de Lorenzo fue de la mayor utilidad, pues colmó a la corte napolitana de abundantes y generosos obsequios, lo cual conjuntamente con su arrojo y determinación le valieron el aprecio y reconocimiento del mismo rey, que accedió así a llegar a un acuerdo que desactivó el conflicto.

A partir de entonces, como reconoce explícitamente Maquiavelo, se logró un sólido equilibrio gracias a que Lorenzo cimentó el eje Milán-Florencia-Nápoles, que en los siguientes años dio estabilidad política a la península. Por ello, cuando Lorenzo murió en 1492, no solo los florentinos sintieron su pérdida sino muchos otros italianos, ya que no quedó nadie con habilidades diplomáticas similares que promoviera la estabilidad política ni contuviera al nuevo gobernante de Milán, Ludovico El Moro, quien, con tal de asegurarse el control del Estado, invocó la presencia del ejército francés en territorio italiano, lo que dio pie a una serie de intervenciones que marcaron toda una época en el país.

Maquiavelo no confiaba en las conspiraciones como método para acceder al poder, tal y como lo expresó en el capítulo XIX de El príncipe; consideraba que representaban un enorme riesgo, seguramente porque tenía en mente conspiraciones fallidas, como la de los Pazzi. No obstante, recomendaba con gran énfasis que si acaso se fraguaba una conspiración no debía dejarse testimonio escrito alguno, muy probablemente porque fue un documento de este tipo el que indebidamente lo involucró en otra conspiración contra los Médicis, la de Boscoli, que si bien no produjo repercusiones tan importantes para la ciudad, sí las tuvo, y muy serias, para la propia vida de Maquiavelo, aunque eso ocurrió en 1512, cuando ya la jefatura de la familia Médicis recaía en el papa León X.

León X y Clemente VII

Los Médicis son de las pocas familias que en la época renacentista pudieron llevar a dos de sus miembros al pontificado, a Juan de Lorenzo de Médicis (León X, 1512-1521) y a Julio de Juliano de Médicis (Clemente VII, 1523-1534). Ambos papas fueron muy relevantes en la historia de la iglesia católica y en la historia de Florencia, pero lo que es más importante para nosotros es que fueron determinantes en la vida y obra de Maquiavelo (Chamberlin, 1970).Como ya se ha dicho, el régimen de los Médicis en Florencia se derrumbó estrepitosamente en 1494. Había durado 60 años, dentro de los cuales se habían sucedido en línea paterna directa cuatro miembros: Cosme (1434-1464); Pedro El Gotoso (1464-1469); Lorenzo (1469-1492); y Pedro de Lorenzo (1492-1494). El gobierno de este último se vio interrumpido de manera abrupta no tanto por su frivolidad y soberbia como por la incursión en territorio italiano del rey francés Carlos VIII, que había sido convocado a Italia por el duque de Milán, Ludovico El Moro, con el fin de que Francia se adueñara de Nápoles y dejara de ser un obstáculo para la consolidación de su propio poder en Milán.

Ante la incursión de los franceses en suelo italiano, la actitud de Florencia y del mismo Pedro fue vacilante. No fue sino hasta que los franceses se presentaron casi hasta las puertas mismas de la ciudad que Pedro se animó a tomar una determinación, la cual fue salir al encuentro de Carlos VIII para tratar de llegar a un acuerdo. Sin embargo, no solo permitió el paso franco que el rey pedía en su camino hacia Nápoles, sino que no le puso prácticamente condición alguna, dándole unas facilidades que a todas luces parecían excesivas y humillantes. Cuando Pedro regresó a Florencia y anunció los términos de la negociación, hubo una gran indignación, la misma Señoría consideró el acuerdo escandalosamente desventajoso, y a Pedro no le quedó otra opción que huir de la ciudad ante la rebelión que ya se estaba produciendo. Enseguida, los Médicis fueron desterrados de por vida, y al parecer se cerraba así la historia de su régimen.

Al huir Pedro, se reorganizó el gobierno y se hicieron a un lado todas las prácticas políticas que habían permitido a los Médicis conservarse en el poder. De hecho, se dio un vigoroso resurgimiento de la vida republicana que alteró notablemente la constitución de la ciudad. Se restablecieron las designaciones por sorteo y se creó un numeroso consejo popular, el Gran Consejo, que ascendía a casi tres mil miembros y en la práctica era una emulación del que existía en Venecia, cuya constitución era ampliamente admirada en Italia y fuera de ella (Gilbert, 1977; y Rubinstein, 1968). Claro, nadie imaginaba que esta nueva y auténtica república sería relativamente breve; aun cuando tuvo una vida de apenas 18 años, se distinguen en ella tres periodos muy claros. El primero, de 1494 a 1498, estuvo influido de manera determinante por el fraile dominico Girolamo Savonarola, el mismo al que Maquiavelo llamaba un profeta desarmado, periodo que terminó junto con la trágica muerte del fraile; el segundo, de 1498 a 1502, que fue esencialmente de desequilibrio y ajuste; y el tercero, de 1502 a 1512, que se caracterizó por la creación de un gonfaloniero vitalicio, emulación también del dogo veneciano, que terminó en 1512 con la incursión de otro ejército extranjero, el español, que restauraría a los Médicis en el poder.

Durante este último periodo Maquiavelo ingresó al servicio de la república de Florencia como secretario de la segunda cancillería, en 1498. Sin embargo, fue a partir de 1502, cuando Pedro Soderini fue nombrado gonfaloniero vitalicio, que Maquiavelo comenzó a desempeñar una función más relevante en el gobierno republicano, al grado de que en la última etapa del gobierno de Soderini se volviera uno de sus colaboradores más cercanos. En este periodo recibió los encargos diplomáticos más importantes, como el de representar a Florencia ante las cortes de España, Francia, Roma, el emperador y César Borgia, y también fue cuando recibió el encargo de reorganizar a la milicia florentina, experiencia que produjo un efecto profundo en sus concepciones políticas.

A raíz de estas experiencias, Maquiavelo extrajo o consolidó tres de las principales ideas políticas que se aprecian en toda su obra, particularmente en El príncipe. En primer lugar, su énfasis en la atención que un Estado, ya sea república o principado, debe poner a las armas. Como es bien conocido, Maquiavelo dedica los capítulos XII al XIV de El príncipe a tratar el tema de las armas porque lo considera el asunto de más relevancia para el Estado. Muy reciente estaba en su memoria la insubordinación de los condotieros de César Borgia en 1502, que les costó su propia vida y significó un tropiezo considerable en la campaña de César;6 también tenía seguramente muy viva en la memoria la presunta traición del condotiero Paolo Vitelli, que había recibido de Florencia la encomienda de sitiar y tomar Pisa, sin lograrlo, por lo cual se debió posponer la tentativa varios años; e igualmente relevante debía ser para él la impotencia del emperador Maximiliano, entre cuyas principales debilidades identificaba la de carecer de un ejército propio.7 Contemplando todo ello, Maquiavelo había llegado a la determinación de que ningún Estado debía carecer de ejército propio, por lo que uno de sus principales afanes durante el tiempo que estuvo al servicio de la república fue tratar de convencer a sus superiores de la necesidad de establecer una milicia, lo que consiguió finalmente en 1506, recibiendo además el honor de encargarse de organizarla.

Así, lo que luego se convertiría en un rasgo fundamental del Estado moderno, la disposición de un ejército propio, fue una idea y una labor a la que Maquiavelo entregó una buena parte de su energía en el servicio público (Maquiavelo, 2000).

En segundo lugar, es muy probable que Maquiavelo estuviera pensando en su propio jefe, el gonfaloniero vitalicio Pedro Soderini, cuando trazaba las cualidades personales que debe tener un príncipe en los capítulos XVI-XVIII de El príncipe, sobre todo cuando afirma que, de ser posible, es deseable que un príncipe sea amado y temido, pero que si hay que elegir, es preferible sin duda alguna que el príncipe sea temido. Y es que en muchos pasajes de su obra, Maquiavelo se refiere a la ingenuidad y candidez de Soderini, las cuales consideró una seria limitación para ejercer un gobierno estricto y firme, sobre todo cuando se trataba de reprimir a los simpatizantes de los Médicis, que en el fondo, como se comprobaría en 1512, fueron un factor determinante en la caída de la república.8

En tercer lugar, a pesar de que ha sido ampliamente discutido el carácter del capítulo XXVI de El príncipe, la "Exhortación para ponerse al frente de Italia y liberarla de los bárbaros", si se le contrasta con la historia italiana antecedente, y sobre todo con la historia florentina, se verá su gran pertinencia. Si bien las guerras italianas que iniciaron con la incursión de Carlos VIII en 1494 habían propiciado el desalojo de los Médicis del poder, por otro lado habían quebrantado el equilibrio italiano que con tanta fatiga había construido Lorenzo. Del mismo modo, la caída del gobierno republicano en 1512 se dio en similares circunstancias: la intervención de un ejército extranjero, ahora el español, y también a pedido de los Estados italianos. Como puede verse, la exhortación de Maquiavelo para que algún príncipe italiano, tal vez algún Médicis, tomara la iniciativa de expulsar a los bárbaros del país, no se basaba tan solo en un temprano espíritu nacionalista atribuible a Maquiavelo, como de manera un tanto imprecisa se ha llegado a plantear, sino que se debía a la más esencial necesidad política, pues en esas circunstancias era patente que una empresa de ese tipo no podía ser acometida por un gobierno republicano, sino que requería la agilidad, potencia y determinación de un príncipe. Sin este mando único, sin un Estado unificado, no parecía posible garantizar la existencia y autonomía de cualquier Estado italiano, fuera del carácter que fuera (Gilbert, 1954; y Chabod, 1990).

El papa Julio II no solo había auspiciado la conferencia de Mantua donde se pactó la ofensiva contra Florencia que derribaría al gobierno republicano, sino que además envió a esa reunión a uno de sus hombres de mayor confianza, a su propio vicecanciller, el cardenal Juan de Médicis, quien se aseguró de que se derribara al gobierno republicano y además se antepusiera como condición irrenunciable el retorno de los Médicis a Florencia. Más aún, acordada la expedición punitiva contra Florencia y habiendo observado que el ejército enviado carecía de artillería, el mismo cardenal Médicis proporcionó dos cañones, los cuales fueron fundamentales en la empresa.

Para tomar Florencia, el ejército español se aproximó por el lado de Prato, cuya defensa fue encomendada a la milicia que había organizado Maquiavelo. Desafortunadamente, el papel de la milicia fue lamentable, pues en cuanto los españoles penetraron por un boquete que habían hecho con uno de los cañones de Médicis, los milicianos arrojaron sus armas y huyeron despavoridos. Tampoco esperó mucho tiempo Pedro Soderini, el gonfaloniero vitalicio, para huir de la ciudad, lo que sellaba el fin del gobierno republicano y la restauración de los Médicis, que entraron a la ciudad apenas un poco después. Sus primeras acciones fueron desintegrar a la milicia, convocar a un parlamento y una nueva balia, una especie de asamblea constituyente, que anuló la constitución republicana, disolvió al Gran Consejo y destituyó a Maquiavelo de su cargo. Así, los Médicis no solo se volvieron a hacer cargo del control de la ciudad sino que apenas unos cuantos meses después el cardenal Médicis, artífice de la restauración, fue elegido papa, lo cual abrió un periodo amargo para la ciudad, pues además de perder el gobierno republicano que tenía, perdió también de algún modo su independencia, volviéndose un apéndice de Roma, y el papa parecía estar más interesado en el gobierno de la cristiandad que en el de los florentinos.9

En el plano personal, también Maquiavelo estaba por pasar un trago aún más amargo, pues de manera completamente fortuita, en febrero de 1513, se descubrió una conspiración en contra de los Médicis que tramaban Pietro Paolo Boscoli y algunos otros amigos, quienes habían elaborado una lista de ciudadanos que creían podían secundarla, en donde anotaron el nombre de Maquiavelo, quien siendo un perjudicado directo de la restauración, parecía un candidato viable. A pesar de que los conspiradores declararon que eran los únicos involucrados y que quienes aparecían en la lista no tenían aún noticia de sus intenciones, Maquiavelo fue apresado y torturado. Solo una amnistía decretada por el nuevo papa Médicis propició su liberación. Muy probablemente apenas unas semanas después de su liberación Maquiavelo comenzó la redacción de El príncipe, que en principio había pensado dedicar a Juliano de Médicis, hijo de Lorenzo El Magnífico, pero cuya muerte en 1516 frustró la intención, por lo que entonces se lo dedicó a Lorenzo, nieto de Lorenzo El Magnífico, quien probablemente nunca lo leyó.

Florencia estaba ahora no sólo bajo el yugo de la poderosa familia de los Médicis, sino tutelada por el propio papa. Una vez muerto el papa León X, fue nombrado como sucesor el holandés Adriano, que solamente duró en el encargo un par de años. A su muerte, se nombró papa a Julio de Médicis, el hijo ilegítimo de Juliano, muerto en la conspiración de los Pazzi, quien asumió el pontificado con el nombre de Clemente VII y prolongó la sumisión de Florencia al gobierno papal hasta 1534. Aun cuando Maquiavelo trató por todos los medios de ser readmitido en el servicio público de Florencia, nunca lo logró. Solo Clemente VII le hizo algunas encomiendas menores, y también le pidió que escribiera una obra que resultó fundamental para Maquiavelo, Historia de Florencia. Se ha especulado mucho acerca de la relación personal de Maquiavelo con los Médicis y del efecto que en sus propias ideas tuvo su régimen en Florencia. Evidentemente Maquiavelo tenía una fuerte aversión hacia la familia, en especial hacia la influencia política que esta había tenido en Florencia, sin embargo, a su aversión personal anteponía su noción de necesidad política y servicio público, por lo que a pesar de ser partidario de los gobiernos republicanos, siempre estuvo dispuesto y buscó colaborar en el gobierno de los Médicis.



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Notas

1 La opinión de Maquiavelo sobre los Médicis era abiertamente negativa; sin embargo, siempre estuvo sinceramente dispuesto a servirlos y colaborar con ellos, por lo que la interpretación de Dietz en el sentido de que El príncipe trataba de aconsejar malamente a los Médicis para provocar que perdieran el Estado y propiciar así un gobierno republicano carece de fundamento (Dietz, 1986).

2 Véase este Discurso en Maquiavelo (1991), aunque aquí inapropiadamente se le dio el título de Discurso sobre reordenar las cosas de Florencia, hecho a petición del Papa León X.

3 El fragmento que cita de Lorenzo dice: "Lo que hace el señor lo imitan muchos, que hacia el señor se vuelven las miradas" (Maquiavelo, 1987: 401).

4 En su momento, Lorenzo no se libró de duras críticas, y si bien había quienes lo admiraban, otros, como Girolamo Savonarola, Francesco Guicciardini o Alamanno Rinuccini, lo calificaban de tirano (Guicciardini, 2006; y Rinuccini, 2000).

5 En etapas posteriores, otros dos miembros de la familia Médicis alcanzaron el papado, Pío IV (1559-1565) y León XI (1605, murió a los 27 días de haber sido nombrado papa).

6 Uno de los escritos político breves más importantes de Maquiavelo es la reseña que escribió sobre este incidente: Descripción de cómo procedió el duque Valentino para matar a Vitellozzo Vitelli, Oliverotto da Fermo, Paolo Orsini y al duque de Gravina Orsini (Maquiavelo, 2002).

7 En el "Informe sobre la situación de Alemania" Maquiavelo hace un análisis político y sociológico del país, que señala la gran autonomía de sus ciudades, característica que perduraría por varios siglos (Maquiavelo, 2002).

8 Al parecer, la paciencia y la bondad de Soderini reflejaban su gran ingenuidad política, lo cual Maquiavelo expresó en repetidas ocasiones (Maquiavelo, 1987: 313).

9 Francesco Guicciardini les reprocha abiertamente a los Médicis esta actitud, recomendándoles que el mejor medio para asegurar su poder es poner más atención en el gobierno de la ciudad y no solo en el de Roma. Véase el discurso Del modo di assicurare lo stato alla casa de' Médicis (Guicciardini, 1932).




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