El príncipe (en italiano: Il principe) es un tratado político escrito por Nicolás Maquiavelo en 1513, mientras este se encontraba encarcelado en San Casciano por la acusación de haber conspirado en contra de los Médici. El libro fue publicado en 1531 y dedicado a Lorenzo II de Médici, duque de Urbino, en respuesta a dicha acusación, a modo de regalo.
Tiene ciertas inspiraciones en César Borgia. Se trata de la obra de mayor renombre de este autor, aquella por la cual se acuñaron el sustantivo maquiavelismo y el adjetivo maquiavélico y cuya influencia sigue vigente hasta la época actual.
Su objetivo es mostrar cómo los príncipes deben gobernar sus Estados, según las distintas circunstancias, para poder conservarlos exitosamente en su poder, lo cual es constantemente demostrado mediante múltiples referencias a gobernantes históricos y a sus acciones. Presenta como característica sobresaliente el método de dejar de lado sistemáticamente, con respecto a las estrategias políticas, las cuestiones relativas a la moral y a la religión.
Solo interesa conservar el poder (de hecho, para Maquiavelo así obran incluso papas como Alejandro VI, lo que constituye la clave de su éxito.) La conservación del Estado obliga a obrar cuando es necesario «contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión.» Y ello requiere a nivel teórico -en oposición a toda la tradición de la filosofía política desde Platón en adelante- dejar de idealizar gobiernos y ciudades utópicas e inexistentes para inclinarse en cambio por los hombres reales y los pueblos reales, examinar sus comportamientos efectivos y aceptar que el ejercicio real de la política contradice con frecuencia la moral y no puede guiarse por ella.
Capítulo I: De cuántas clases son los principados y de cuántas maneras se adquieren.
En este primer capítulo, Maquiavelo hace una serie de clasificaciones iniciales. Un Estado es un dominio que tiene soberanía sobre los hombres. Todos los Estados son o bien repúblicas (territorios libres, no sometidos, de los que no se trata en este libro sino en los Discursos) o bien principados (de los que en el presente tratado se desarrollarán sus clasificaciones y las maneras como pueden ser conservados y gobernados).
Los principados pueden ser hereditarios (hay un linaje que se ha venido transmitiendo) o ser nuevos (o bien totalmente nuevos o añadidos a un principado hereditario). Estos dominios nuevos que se adquieren puede que ya estén acostumbrados al yugo de un príncipe (nombre con que Maquiavelo designa simplemente al gobernante, pero que puede referir también a un gobernante absoluto o a un tirano) o bien que hasta entonces fueran libres; se los adquiere asimismo o por armas propias o por ajenas y o por fortuna o por virtud.
Capítulo II: Sobre los principados hereditarios
Los principados hereditarios ya están acostumbrados al linaje de un príncipe. Éste ofende menos a sus súbditos, quienes lo aman más y además, por el largo acostumbramiento, ni se representan un cambio ni lo desean.
Por eso, es más fácil de conservar que un principado nuevo. Lo que debe hacer el príncipe para mantenerlo simplemente es: no descuidar el orden ya establecido, saber adaptarse a los nuevos acontecimientos y, en el caso excepcionalísimo de que se lo arrebaten, podrá recuperarlo con facilidad a la primera adversidad del usurpador.
Capítulo III: Sobre los principados mixtos
En esta parte de la obra, Maquiavelo trata sobre los principados mixtos: vienen a ser aquellos que son nuevos, pero no enteramente nuevos, sino que anexan un miembro nuevo a un principado antiguo ya poseído. Los principados mixtos se asemejan mucho a los principados completamente nuevos en que presentan casi las mismas dificultades para conservar el poder.
Los principados mixtos presentan varias dificultades generales para mantenerlos que son intrínsecas a todo principado nuevo: en primer lugar, en ellos los hombres no son fieles a su nuevo señor y, con la errada esperanza de mejorar su suerte, se alzan contra él; en segundo lugar, el nuevo príncipe, para efectuar la conquista, se encuentra en la necesidad de ofender a sus nuevos súbditos, ya con tropas, ya con una infinidad de otras injurias, y esos súbditos se vuelven sus enemigos; en tercer lugar, el príncipe suele perder la amistad de aquellos que lo ayudaron a ingresar y conquistar el nuevo territorio, y a la postre no puede deshacerse de ellos porque ya ha contraído con ellos obligaciones.
A estas dificultades generales, que ocurren siempre, se agregan otras especiales, que a veces ocurren y otras no: puede que los territorios conquistados tengan diferente "lengua" (lo que implica que tienen tradiciones culturales y civiles diferentes) y puede también que estén acostumbrados a ser libres (es decir, que el Estado hasta ese momento fuera una república). Si se cumple cualquiera de estas condiciones, las dificultades iniciales para mantener el nuevo principado sumarán un agravante.
Puede entonces que a las dificultades generales se sumen las especiales o no. Si no se suman, todo será más fácil, puesto que no será necesario alterar las costumbres de la gente y ésta permanecerá tranquila. Todo lo que debe hacerse es «exterminar a la familia del príncipe anterior» y evitar alterar las leyes o aumentar los impuestos. Pero si sucede que el nuevo territorio tiene costumbres muy diferentes (y más todavía si era libre), entonces habrá que diseñar estrategias más complejas, además de mucha suerte y virtud.
Una primera estrategia es que el príncipe se traslade a vivir al nuevo territorio, lo que permite: conocer y por ende sofocar más rápido los desórdenes, controlar a los propios funcionarios, permitir mayor acceso de los súbditos al príncipe, lo que facilitaría que aquéllos lo amen o teman.24 Sin embargo, esta táctica, al requerir que se ocupe el territorio con gran cantidad de gente armada, ello produce grandes gastos y por consiguiente el Estado genera pérdidas, además de que se ofende a toda la población y se la coloca en contra.
La estrategia verdaderamente conveniente es la de establecer una o dos colonias dentro del territorio conquistado, lo cual carece de los dos defectos anteriores: ni se genera mucho gasto y «se ofende tan sólo a aquellos que se le quitan sus campos y casas para darlos a los nuevos moradores... y quedando dispersos y pobres aquellos a quienes ha ofendido, no pueden perjudicarte nunca».
Ahora bien, ya aplicada la estrategia inicial es fundamental para conservar el principado aplicar dos principios capitales. Si el príncipe logra aplicarlos, tendrá garantizado su éxito; de lo contrario, fracasará.27 El primero es el de que «a los hombres hay que comprarlos o reventarlos» (vezzeggiare o spegnare),28 esto es, el príncipe deberá ganarse el favor de los súbidtos débiles, quienes fácilmente se aliarán a él por temor o ambición, cuidándose desde luego de que no adquieran mucho poder; deberá, al mismo tiempo y con ayuda de aquéllos, debilitar a los poderosos, humillarlos y reducirlos.
El segundo principio es el de «prever para prevenir» (vedere discosto),lo que significa que se debe permanecer en constante vigilancia para detectar temprano cualquier inconvente (un descontento entre los súbditos, el ingreso de un forastero poderoso) de modo que se pueda erradicarlo de inmediato. Si, por el contrario, se deja pasar el tiempo, ese problema se volverá incurable.31 Finalmente, Maquiavelo ilustra todo lo expuesto con el éxito de los romanos al aplicar los anteriores estrategias y principios, y con el fracaso de Luis XII al no hacerlo.
De ello extrae además un tercer principio: el príncipe jamás debe hacer poderoso a otro o permitir que ello ocurra. «El que es causa de que otro se vuelva poderoso obra su propia ruina. No le hace volverse tal más que con su propia fuerza o con astucia, y estos dos medios de que él se ha manifestado provisto permanecen muy sospechosos a aquel que, por medio de ellos, se volvió más poderoso.»
Capítulo IV: Por qué razón el reino de Darío, ocupado por Alejandro, no se rebeló contra los sucesores de éste después de su muerte
La pregunta que da nombre a este capítulo es respondida por Maquiavelo mediante una distinción entre las dos formas generales de gobernar un principado. O bien lo gobierna el príncipe solo, de manera absoluta y únicamente con siervos que, por gracia suya, lo ayudan a administrar el dominio; o bien lo gobierna el príncipe pero con barones que tienen su título y prerrogativas, no por gracia de aquél, sino por nobleza propia.
Puesto que estos barones tienen a su vez Estados y súbditos propios que lo reconocen y aman, el príncipe tendrá en este caso una menor autoridad y las rebeliones internas serán más frecuentes, de modo que perderá más fácilmente el principado. En el primer caso, por el contrario, el príncipe detenta todo el poder y le es mucho más fácil retener sus dominios, y por ende mucho más difícil conquistarlos a alguien de fuera. Pero si se logra conquistarlo, como hizo Alejandro con el reino de Darío (gobernado del primer modo), ya no se lo pierde, salvo si los desórdenes los genera uno mismo.
Capítulo V: De qué modo deben gobernarse las ciudades o principados que, antes de ser ocupados, se gobernaban con leyes propias.
Los Estados que antes de ser conquistados se gobernaban con leyes propias son difíciles de dominar. El nuevo príncipe dispondrá principalmente de tres estrategias.38 La primera consiste en dejarle al pueblo conquistado sus leyes y sus costumbres, y gobernarlos mediante el cobro de tributos y la elección de un pequeño grupo de entre ellos para que los gobierne. Este grupo deberá respetar la autoridad del príncipe en tanto que sabrá que sólo puede mantenerse en el poder con el apoyo de aquél.
No obstante, es extremadamente probable que con esta estrategia el principado se pierda. Esto tiene que ver con haberle dejado a los sometidos el recuerdo y las tradiciones de su libertad, de modo que fácilmente se rebelarán en nombre de esa libertad y de sus antiguas instituciones. Como consecuencia, habrá que pensar otra estrategia. Una más efectiva es la mencionada en un capítulo anterior: la de que el príncipe vaya a vivir al nuevo territorio.
Las ventajas y desventajas de este proceder ya han sido señaladas. Con todo, la mejor estrategia y la única realmente efectiva es la de destruir la ciudad conquistada y dispersar a sus habitantes: «No hay medio más seguro de posesión que la ruina».
Capítulo VI: Sobre los principados nuevos que se adquieren con armas propias y con virtud
Aquellos principados totalmente nuevos (es decir, aquellos en que tanto el Estado como el príncipe son nuevos) requieren de un príncipe virtuoso o afortunado. Siempre es preferible lo primero, pues con la sola suerte se puede adquirir fácilmente el principado pero no mantenerlo. Con todo, aun el príncipe virtuoso requiere para su conquista de una ocasión (mínimo componente de fortuna), pues sin ella no puede hacer nada. Y asimismo se le presentarán muchas dificultades, pues al verse obligado a introducir un orden nuevo, se enfrenta a los que defienden al viejo orden y se encuentra sin apoyo.
Ahora bien, una vez adquirido el principado, es fácil de mantenerlo para el gobernante virtuoso. Todo dependerá de si dispone de sus propias fuerzas, porque si depende de la de otros fracasará y le quitarán el poder.46 Pero si tiene su propio ejército, una vez efectuada la conquista y destruido a los posibles competidores, no deberá temer revueltas y los pueblos se adaptarán y creerán en el nuevo príncipe. «Y cuando dejen de creer, ha de poder hacerles creer por la fuerza»,47 para lo cual debe disponerse de ella.
Capítulo VII: De los principados nuevos adquiridos con las armas y fortuna de otros.
El príncipe nuevo que haya adquirido su Estado gracias a otro que se lo concede (por voluntad, dinero o corrupción),48 la adquisición le resultará harto sencilla.49 Todo lo contrario mantenerlo, pues queda sometido a la voluntad y la suerte del concesor, las cuales son asaz volubles.50 Lo único que puede salvarlos es una gran virtud; sin ella están condenados, porque no saben mandar, no tienen poder y la obtención súbita de que se han beneficiado no les ha permitido echar progresivamente las raíces que se requieren para resistir a las futuras adversidades.
Capítulo VIII: De los que por medio de delitos llegaron al poder
Además de por virtud y por fortuna, puede obtenerse el poder por medio de crímenes.52 Todo dependerá de si las crueldades son bien usadas o mal usadas.53 Bien usadas son aquellas crueldades que se cometen todas juntas al principio (las cuales son necesarias si se quiere tener éxito y hay que saber identificarlas todas) pero que luego se dejan de cometer y se reemplazan por bienes que favorezcan poco a poco a los súbditos, de modo que éstos logran olvidar las ofensas recibidas y saborean constantemente pequeños bienes.
Mal usadas son las crueldades que, por no querer cometerse todas al principio, luego tienen que seguir cometiéndose y en orden creciente. Ello causa la enemistad del pueblo y garantiza el fracaso.
Capítulo IX: Del principado civil
El poder también puede obtenerse con el favor de los ciudadanos, con lo cual tendremos un principado civil. Ello no requiere de mucha suerte ni de mucha virtud, sino sólo de una cierta "astucia afortunada".56 Ahora bien, el favor de los ciudadanos puede provenir del pueblo o de los poderosos, según cuál se encuentre en situación más débil y busque por consiguiente poner a alguien extranjero en el poder para derrotar a sus enemigos y conservar cierto poder.
Si el poder se obtiene gracias a los poderosos será muy difícil de mantenerlo: los poderosos harán competencia al príncipe, quien no tendrá autoridad sobre ellos; para satisfacerlos, el príncipe deberá oprimir a todo el pueblo, con lo que se ganará la enemistad de éste y acabará perdiendo el poder. Pero si logra ganar la amistad del pueblo siendo su protector y haciéndole favores, podrá mantenerse.
En cambio, si se obtiene el poder con el favor popular, se conserva una autoridad indiscutida y sólo hay que ofender a la minoría de los poderosos y quitarles su poder, mientras que el pueblo amará al príncipe por no ser oprimido. Como lo determinante es tener del propio lado al pueblo, en este caso el príncipe tendrá éxito.
Pero para ello debe conducirse adecuadamente con los poderosos: si éstos dependen del príncipe, le bastará con beneficiarlos (en la justa medida), pero si se mantienen independientes de él habrá que cuidarse de ellos (salvo que lo hagan por puro temor, en cuyo caso habrá que saber comprarlos y utilizarlos).
Luego vendrá el momento en que el principado de civil haya de convertirse en absoluto, es decir, el momento en que el príncipe se haga de todo el poder. Éste es el momento más difícil y sólo hay una oportunidad para llevarlo a cabo con éxito.
Para eso es importante que el príncipe gobierne directamente, pues si lo hace por intermedio de ciudadanos en función de magistrados éstos fácilmente podrán arrebatarle el poder. Ello puede solucionarse si se garantiza que los ciudadanos sean siempre dependientes del príncipe de modo que le sean fieles.
Capítulo X: De qué modo han de medirse las fuerzas de todos los principados
Un principado tendrá mayor o menor fuerza dependiendo de si el poder del príncipe le permite, en caso de necesitad, valerse por sí mismo o no. Valerse de sí mismo quiere decir tener los hombres o el dinero suficiente para armar un ejército adecuado a cualquier guerra que se presente. Al principado que no es capaz de ello sólo le resta refugiarse tras las murallas y ensayar una defensa.
Para ello son condiciones esenciales que la ciudad esté bien fortificada (y desentenderse del resto del territorio) así como estar en buenas relaciones con el pueblo. Éste, si tiene provisiones y preparación militar, y si el príncipe sabe alentarlo, esperanzarlo y hacerle temer al enemigo, lo defenderá hasta el final. Y si las provisiones alcanzan para suficiente tiempo, el atacante acabará por retirarse.
Capítulo XI: De los principados eclesiásticos
En estos principados las dificultades conciernen todas al inicio. Para adquirirlos se requiere de fortuna y de virtud. Sin embargo, posteriormente no son necesarias, el Estado no requiere defensa ni el pueblo ser controlado. Esto se debe a la peculiar característica de estos principados; concretamente, en que se apoyan en las leyes de la religión, las cuales tienen tanto poder sobre los ciudadanos que hacen imposible que el príncipe pierda su poder.
Los principados eclesiásticos son, en consecuencia, los únicos en que se está completamente seguro y feliz.
Capítulo XII: De cuántas clases es la milicia y sobre los soldados mercenarios.
Es necesario para el príncipe tener buenas leyes. Pero sólo puede tenerlas si tiene buenas armas; y si tiene éstas, entonces tiene aquéllas.66 Habrá que ocuparse entonces del ejército. El ejército puede ser propio o ajeno, auxiliar o mixto.
Veamos el caso de un príncipe que no disponga de ejército propio y deba alquilar mercenarios. Éstos, al igual que los auxiliares (de que se tratará en el siguiente capítulo) son inútiles y peligrosos. Como sólo luchan por dinero, no tienen interés en morir por otro y se escapan de la lucha o la retrasan.
Además de ser desleales, son indisciplinados y tienen ambiciones propias. Incluso si son buenos y logran ganar, luego quitarán el poder al príncipe.68 Por todo ello, un príncipe debe disponer de ejército propio, yendo él al frente de la batalla y asegurándose de la valentía de los ciudadanos que conduce.
Capítulo XIII: De los soldados auxiliares, mixtos y propios
Los soldados auxiliares son aquellos que ayudan a un príncipe pero pertenecen a otro. Como los mercenarios, son inútiles y peligrosos. Incluso son preferibles los mercenarios. Porque los auxiliares, si ganan, permitirán al verdadero príncipe al que ellos deben fidelidad que se apodere de los territorios. De modo que en este caso se está al arbitrio de la fortuna.
El príncipe debe preferir perder con su propio ejército a vencer con el de otros, pues la victoria con ejército ajeno no es verdadera victoria. Maquiavelo no menciona explícitamente a los "mixtos" del título, pero han de ser ejércitos combinados de fuerzas propias y ajenas.
Capítulo XIV: De lo que conviene hacer al príncipe con la milicia.
La guerra es la tarea fundamental y específica del príncipe, quien no debe delegarla. De ella depende mantenerse y elevarse en el poder, así como su mala realización deriva en la pérdida del Estado. Ser hábil en la guerra hace a un príncipe estimado y le vale la fidelidad de sus soldados, mientras que no saber desempeñarse en ella lo hace caer en desprecio.
Ni siquiera en la paz debe dejar de ejercitarse en ella. Y ello debe hacerlo tanto con acciones (organizar de la milicia, ir de caza, conocer el terreno) como con la mente (estudiar historia, examinar las acciones de los grandes hombres, analizar sus batallas y elegir un modelo a imitar).
Capítulo XV: De aquellas cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes, son alabados o vituperados
Maquiavelo comienza exponiendo su método para evaluar las virtudes que debe tener un príncipe: ser guiado por la verdadera realidad y no por utopías irreales; atenerse a lo que es y no a lo que debe ser. «Porque un hombre que quiera hacer en todo profesión de bueno, fracasará.» «Es necesario aprender a no ser bueno.» Para conservar el poder lo que se valora (o sea, lo que resulta exitoso) no es seguir la moral sino hacer lo que se tenga que hacer para la conservación del Estado.
Hay que reconocer que de todas las cualidades morales positivas (liberalidad, generosidad, compasión, fidelidad, rectitiud, etc.), aunque sería deseable tenerlas, en verdad no se las puede tener ni en su totalidad ni en su plenitud. Por ello hay ciertamente que evitar todos los vicios que asimismo hacen perder el Estado, pero también hay que tener los vicios que sean necesarios si sirven para conservar el poder. En cuanto a los que no influyen al respecto, los evitará «si es posible».
Cada una de las cualidades morales en particular son abordadas en los capítulos sucesivos.
Capítulo XVI: De la liberalidad y la parsimonia
Es virtuoso ser liberal y generoso, pero esta virtud colisiona contra la realidad del poder.79 Si el príncipe practica la liberalidad como se debe (es decir, sin que se note), parecerá mezquino. Si la practica de modo que todos lo tengan por generoso, le será perjudicial: para mantener la reputación deberá gastar todo su patrimonio en los poderosos que lo rodean, caerá en la pobreza, acabará por tener que cobrar fuertes impuestos al pueblo y éste lo odiará, de modo que por beneficiar a unos pocos ofenderá a la mayoría.
En cambio, si se renuncia a ser liberal, vale la pena hacerse ganar fama de mezquino, pues con el tiempo, al no deber cobrar fuertes impuestos al pueblo, podrá ganar la guerra y financiar empresas, de modo que como resultado beneficiará a la mayoría sólo por no beneficiar a unos pocos. Y esa mayoría popular lo amará y lo considerará generoso.81 Esta estrategia tiene sólo dos excepciones: es necesario ser realmente liberal antes de conseguir el poder y útil si el patrimonio que se gasta es el de otro (mediante saqueos, botines o rescates).
Capítulo XVII: De la crueldad y la compasión; y de si es mejor ser amado que temido o lo contrario
Es virtuoso ser compasivo. También conviene serlo, sólo que dependiendo del uso que se haga de esa compasión.83 No debe el príncipe preocuparse de ser cruel si ello le resulta efectivo.84 De hecho, le resulta efectivo y, además, si se pretende ser compasivo se acaba necesariamente teniendo que ser más cruel que si se es cruel desde el inicio. La diferencia está en que si desde el inicio se cometen las crueldades necesarias (tal es la "compasión bien usada"), luego no se tendrá que seguir ese camino; mientras que si se lo evita, se acabará por tener que cometer, para conservar el Estado, muchas más y mayores crueldades (compasión "mal usada")
De lo anterior surge la pregunta de si es mejor ser amado que temido o lo contrario. Maquiavelo aconseja a los príncipes que deben ser amados y temidos simultáneamente. Pero como estas relaciones raramente existen al mismo tiempo, aclara que es preferible ser temido que amado.86 Fundamenta su pensamiento en que en el momento de una revolución, el pueblo puede que se olvide del amor, pero el temor siempre lo perseguirá. En consecuencia, si un soberano es temido hay menos posibilidades de que sea destronado.
Además Maquiavelo aconseja que sobre todas las cosas uno siempre debe evitar ser odiado, ya que en esa situación nada impedirá que termine destronado. Para evitar ser odiado el príncipe nunca debe proceder contra la familia de sus súbditos (salvo con manifiesta y conveniente justificación) pero especialmente debe cuidarse interferir con los bienes de sus súbditos ni con sus esposas: «Los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio». Además, es necesario ser cruel con el ejército para mantenerlo unido y bien dispuesto.
Capítulo XVIII: De cómo los príncipes han de mantener la palabra dada
Por lo tanto, un príncipe, viéndose obligado a sabiendas a adoptar la bestia, tenía el deber de escoger el zorro y el león, porque el león no se puede defender contra las trampas y el zorro no se puede defender contra los lobos. Por lo tanto es necesario ser un zorro para descubrir las trampas y un león para aterrorizar a los lobos (Maquiavelo, 1993:137-138).)
«Combatir con las leyes es propio de los hombres; combatir con la fuerza, propio de las bestias. Pero como lo primero muchas veces no basta conviene recurrir a lo segundo. Es necesario que un príncipe sepa actuar como bestia y como hombre.»90 Esos animales que el príncipe debe imitar cuando es necesario son el zorro, por su astucia, y el león, por su temeridad.91 Por ende, no hay que mantener la palabra dada si eso puede volverse en contra, lo cual no es malo, pues los hombres de hecho no suelen cumplir con su palabra.91 Lo importante es saber disimularlo: «Los hombres son tan crédulos que el que engaña siempre encontrará a quien se deje engañar.» En esto se puede imitar a expertos como el papa Alejandro VI.
En cuanto al dilema de ser o parecer, mejor es parecer que ser. «[Las virtudes] son útiles si tan sólo haces ver que las posees: como parecer compasivo, fiel, humano, íntegro, religioso y serio; pero estar con el ánimo dispuesto de tal modo que si es necesario puedas cambiar a todo lo contrario.» «Y no hay nada que sea más necesario aparentar que el practicar la religión.»
La virtud es con frecuencia perjudicial al poder. El Estado obliga a obrar «contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión». De modo que hay que estar dispuesto a adaptarse y hacer el mal cuando sea necesario, ocupándose a la vez de parecer virtuoso, pues la mayoría –que es lo que importa– sólo juzga por las apariencias y por los resultados.
Así, el principio "el fin justifica a los medios", que no aparece con esas palabras y que en Maquiavelo suele malinterpretarse, significa en este autor: primero, que lo importante es el fin, entendiendo por "fin" el resultado y no la finalidad (un acto se juzga por el éxito o fracaso que obtuvo, no por tener una finalidad de un tipo o de otro); segundo, que de hecho la gente justifica los actos por su resultado (el argumento de Maquiavelo no es que los actos deban juzgarse así, sino que la realidad es pura y simplemente que todos lo hacen así).
Capítulo XIX: De qué manera se ha de evitar ser menospreciado y odiado
Es de absoluta necesidad evitar ser despreciado u odiado. Son éstos los únicos defectos realmente perjudiciales.97 Se evita el odio absteniéndose de ser rapaz y usurpador de los bienes y las mujeres de los súbditos (la mayoría se contenta sólo con eso, con que no le quiten aunque no le den).98 Se evita el desprecio guardándose de tener los defectos que quitan prestigio (ser voluble, frívolo, afeminado, cobarde o irresoluto) y adoptando las cualidades contrarias. Ello hace que los ciudadanos no engañen ni ataquen a su príncipe.
Es una táctica excelente al respecto hacer que sean otros los que apliquen los castigos mientras que el príncipe se reserva para sí el otorgar los beneficios. Finalmente, si el ejército es más poderoso que el pueblo (como en la Antigua Roma) es fundamental no ser odiado ni menospreciado por aquél, o el poder le será arrebatado.
Capítulo XX: Si las fortalezas y muchas otras cosas que diariamente hacen los príncipes son útiles o inútiles
En cuanto a armar o mantener armados a los súbditos, un príncipe nuevo debe hacerlo, pues siempre es mejor tener armas propias y es necesario que los súbditos se mantengan fieles y no tengan sospechas de su gobernante (en este caso, sólo los armados deben recibir beneficios, de modo que se los mantenga fieles).
Un príncipe que añade un territorio nuevo a un principado antiguo, empero, debe desarmar o mantener desarmados a sus nuevos súbditos. pues le conviene mantener concentradas las armas en el propio ejército que ya tiene.
La táctica de generar discordias entre los súbditos para mantener el poder es perjudicial, porque siempre la facción más débil acabará por aliarse con algún extranjero.
Sí conviene ganarse la confianza de los que eran enemigos cuando se realizó la conquista. En cuanto a construir fortalezas, sólo sirve al que tenga más miedo al pueblo que a los invasores, mientras que el que tenga más temor a los invasores no debe hacerlo.
Capítulo XXI: De lo que debe hacer el príncipe para ser estimado.
El príncipe se gana el aprecio del pueblo acometiendo grandes empresas, pues con ello mantiene ocupados a los nobles y atento al pueblo, adquiere poder y reputación entre ambos y puede consolidar su ejército.107 También lo hace dando grandes ejemplos de su política interna, esto es, premiando o castigando ostentosamente méritos o faltas que se cometan a la vez que difundiendo sus propias acciones. Además, adquiere respeto si es decidido, si es un verdadero amigo o enemigo y jamás neutral o dudoso.108 Finalmente, debe honrar el talento entre sus súbditos, alentar a las actividades que concurran a la prosperidad de su dominio, dar seguridad económica a los ciudadanos, ofrecer entretenimiento y tomar en cuenta a las diferentes colectividades.
Capítulo XXII: De los secretarios de los príncipes.
Es una necesidad para el príncipe saber elegir los secretarios o ministros que sean competentes, fieles y se entreguen plenamente al servicio, de modo que coloquen los intereses del príncipe y del Estado por encima de todo interés personal.
Hay además que saber beneficiarlos en la medida justa, de modo que mantengan su fidelidad pero no se excedan.
Capítulo XXIII: De cómo hay que huir de los aduladores.
Es tarea difícil para el príncipe rechazar a quienes lo adulan y animar en cambio a que quienes lo rodean le digan la verdad. Porque otorgar ese derecho deriva luego en faltas de respeto, de modo que el expediente correcto es elegir un conjunto de hombres sabios cuya tarea sea responder a las consultas con toda la verdad. Sólo ellos deben decir la verdad y sólo cuando el príncipe quiera y específicamente sobre lo que les pregunte.
El príncipe debe preguntarles sobre todo lo que sea necesario, pero jamás dejar que decida otro por sí mismo ni modificar una decisión ya tomada. Por todo ello, sólo un príncipe prudente y sabio será capaz de tomar consejos como es debido y el mérito no será de quien aconseja sino de quien sabe ser aconsejado.
Capítulo XXIV: De por qué los príncipes de Italia han perdido sus Estados.
El príncipe nuevo es más observado en sus acciones que uno hereditario, de modo que, si sabe hacerlas como corresponde, le va mejor que al hereditario, pues sus acciones conquistan y obligan más por el hecho de ser presentes y estar vivas.116 He ahí una primera desventaja para los príncipes italianos.
Ello se completa con una serie de defectos que no pueden sino conducir a la pérdida del poder: carencia de ejércitos propios, malas relaciones con el pueblo con los poderosos, falta de previsión y luego falta de decisión a la hora de actuar.
Capítulo XXV: Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo hay que enfrentarse a ella.
No todo depende de la fortuna, pero sí una gran parte de las cosas y que quizá sea la mayor parte. Por eso, la sabiduría consiste en disponer las cosas de modo tal que puedan resistir luego a las adversidades incontrolables y en volverse virtuoso para saber actuar. Todo ello entra en el dominio de la libertad.
Es un mérito fundamental en este sentido saber adaptarse a los tiempos, pero ello es muy difícil: cuando la fortuna cambia, lo que no coincide con ella vacila y fácilmente cae (en cuyo caso conviene más ser impetuoso que circunspecto ante la adversidad).
Capítulo XXVI: Exhortación a liderar Italia y liberarla de los bárbaros.
Luego de haber explicado por qué Italia ha caído en mano de extranjeros (cf. cap. XXIV), Maquiavelo señala que es el momento más apto para que alguien emprenda su recuperación, pues si se es virtuoso el pueblo no estará mejor dispuesto a acompañar.121 Ese papel deben asumir ahora los Medici, a quienes está dedicada la obra y de quienes el autor espera obtener protección.
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