Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;Paula Flores Vargas; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig; Katherine Lafoy Guzmán
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Nelson gonzalez Urra |
Nació en año 1927, en la ciudad de Valparaiso, y falleció en 2013, en la ciudad de Santiago, a la edad de 85 años.
Egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y profesor catedratico de Pontificia Universidad Católica de Chile.
Fue el menor de siete hermanos presidió el Centro de Alumnos de Derecho de la Universidad de Chile, se especializó en derecho penal -cátedra que dictó por más de 40 años en la Universidad Católica- y fue subsecretario de Salud del Presidente don Carlos Ibáñez del Campo. También incursionó en política: como presidente del partido Avanzada Nacional llamó a votar por el Sí en el plebiscito de 1988.
Su trayectoria como Abogado penalista lo llevó a litigar en casos de gran repercusión pública, como el "tacnazo" protagonizado por el general Roberto Viaux, la acusación contra Mario Santander por el homicidio de Alice Meyer y el propio caso Letelier.
Casado con doña Xenia Rendic, tuvieron tres hijos.
"Si las cosas siguen como siguen, esto habría sido la mayor contrariedad de mi historia profesional", decía el abogado Sergio Miranda Carrington en una entrevista de junio de 1995, cuando su cliente, el general don Manuel Contreras, ex director de la DINA, se hallaba internado en el Hospital Naval de Talcahuano, en "rebeldía", luego que la Corte Suprema lo condenara a prisión por el homicidio de Orlando Letelier.
El caso homicidio Alice Meyer.
En diciembre de 1985, Alice Meyer Abel, una bella joven de 25 años de edad, de ascendencia alemana, deportista y de clase alta, fue hallada sin vida en un canal de regadío en la comuna de Lo Barnechea. Su cuerpo se encontraba con claras muestras de haber recibido una feroz golpiza y su ropa interior desgarrada, lo que avivaba la hipótesis de una violación con homicidio.
Sin embargo, tal tesis se vería puesta en duda cuando se estableció que la joven conservaba todos sus objetos de valor, incluido el reloj Swatch y la motocicleta en la que realizó su último paseo aquel fatídico domingo.
El 15 de diciembre por la tarde Alice decidió salir de su casa, ubicada en Carlos Antúnez, comuna de Providencia, aparentemente en dirección al restaurante de sus padres, de la misma comuna. No obstante, por alguna razón, su ruta inicial cambió, desviándose hasta la comuna de Lo Barnechea, en las cercanías del Santuario de la Naturaleza y luego en los cerros del Huinganal, donde se le vio por última vez, según testigos, en su motocicleta con un hombre fornido, de bigotes y cabello oscuro.
El caso dio un vuelco impactante cuando unos días después fue encontrado pendiendo de un árbol de la misma comuna el cuerpo de Delfín Díaz Méndez, un lugareño sin oficio, portando en su muñeca el reloj de Alice, el mismo que días antes había sido encontrado por Carabineros en el cadáver de la joven deportista.
Policía de Investigaciones ya daba por cerrado el caso, sindicando a aquel delgado hombre de 19 años como el único culpable del asesinato de Alice Meyer, argumentando que debido al remordimiento habría tomado la radical decisión de quitarse la vida.
Sin embargo, el asunto tomaría ribetes impensados, el cuerpo del supuesto suicida tenía rastros de haber recibido una brutal golpiza, sus genitales mostraban heridas profundas que posteriormente logró establecerse que se trataban de quemaduras de cigarrillo; en su sangre se encontró tanto alcohol, que según especialistas hacía poco probable que tuviese la capacidad psíquica y física para poder trepar un árbol y realizar el prolijo nudo que terminaría con su existencia.
Además, y corroborando lo anterior, de a poco aparecían los testigos que declaraban haber escuchado los gritos de desesperación la noche de la muerte de Delfín Díaz y las personas que aseguraban haber visto a la joven Alice Meyer el día de su desaparición con otra persona, un varón corpulento, de bigotes, para esa altura ya reconocido como Mario Santander Infante, quien era un hombre casado, del más alto círculo empresarial del país y que solía rondar a la joven con el objetivo de conquistarla.
Mientras esto transcurría aparece en escena uno de los testigos más relevantes del caso: José Contreras Araya, alias el “Topo Gigio”, quien aseguraba haber sido testigo ocular, junto a su amigo Delfín Díaz, de cómo el empresario Mario Santander golpeaba a la joven de manera brutal para luego violarla, dejándola abandonada y moribunda. Este hecho, según Contreras sería el que habría desencadenado una serie de sucesos que terminaría en el supuesto suicidio de su amigo. Así, José Contreras responsabilizaba directamente y sin preámbulos a Santander de la muerte de Alice Meyer.
Tras varias diligencias del OS7 de Carabineros, en abril del 86`, Mario Santander Infante era encargado reo por el juez del caso, Fernando Soto Arenas, como presunto autor de la muerte de la joven y encerrado en la ex penitenciaria.
Fue en tal contexto cuando la defensa de Santander acusó al magistrado Fernando Soto Arenas de prevaricación, acusación que nunca logró ser demostrada y muchos la atribuyeron a una manera rebuscada de sacar del camino al juez, removiéndolo de la causa.
Tales sucesos condujeron a que el caso fuera derivado a la ministra en visita Raquel Camposano, quien el 24 de junio de 1987, en un fallo que sorprendió, concedió la libertad a Mario Santander, desestimando los numerosos testimonios que lo identificaban como el autor del hecho.
Fue así como Santander fue absuelto de todo cargo después de haber pasado 19 meses detenido en forma preventiva, y la muerte de Alice Meyer, junto el supuesto suicidio de Delfín Díaz, quedaron en la más profunda impunidad.
Ya realizada la pincelada del caso, cabe destacar que la propuesta de la presente investigación no se limita tan sólo a una narración cronológica de los hechos, con esto se pretende traspasar de manera cercana los sucesos en su real magnitud, tomando en cuenta su contexto social.
Además, se espera evidenciar los vínculos que existieron en el caso y que lo unen a la realidad actual, mostrando el comportamiento de instituciones tales como la OS7 y la PDI, que bajo condiciones adversas enfrentaron un caso marcado por la negligencia y corrupción.
Por otra parte, y no menos relevante, la siguiente investigación pondrá al descubierto de qué manera la mezcla de dinero e influencias pudieron incluso vulnerar un poder tan firmemente establecido como lo son los organismos estatales de un país, manipulando las fibras más sensibles de éste y cambiando el rumbo de los acontecimientos judiciales.
Es evidente que el entorno cercano a la familia Meyer nunca logró hallar en estas instituciones algún tipo de tranquilidad o justicia ante el horrendo crimen perpetrado a su querida Alice y han tenido que llevar silenciosamente el dolor de la impunidad.
Es por este motivo que una de las ambiciones mayores del siguiente texto es la entrega de datos que les permita encontrar algún nivel de alivio, amparados en la labor periodística de mostrar sucesos que han permanecido durante décadas en el más absoluto silencio.
Ciertamente no se pretende mandar a la cárcel a nadie, ni se persigue crear un dictamen donde ya no lo hubo; sin embargo, al mostrar detalladamente los sucesos tal y como se presentaron, la mayoría de ellos inéditos y con una extensa investigación periodística, se espera instalar la transparencia, y por ende, una condena aún mayor donde cada uno sacará sus propias conclusiones y en su fuero más interno creará su propia condena.
Cabe además mencionar que a pesar de haberse desarrollado el proceso judicial dentro de las fronteras nacionales, sus alcances geográficos son tremendamente amplios, ya que ciertamente trascienden las barreras físicas, sociales y culturales. Esto, debido a que el contexto político en el que se encontraba la sociedad chilena de ese entonces propiciaba que los procesos públicos del país estuvieran en la mira de la comunidad internacional, instalándose los derechos humanos como tema principal del análisis.
La complejidad y profundidad de este caso se evidencia al llegar a la médula del tema, es justo ahí donde aparecen elementos de una sociedad impávida por las injusticias, organizaciones poco claras, personeros públicos inmersos en una red de irregularidades mientras que gozan de un respeto social, miembros prominentes de la elite social que se ensucian las manos con mentiras, sobornos e incluso graves delitos, resultando absolutamente impunes de cualquier tipo de castigo.
El objetivo del texto presentado a continuación es la creación de un reportaje de denuncia, narrado con las herramientas del nuevo periodismo. Se utilizan los datos obtenidos del reporteo y la investigación para formular un documento de fácil lectura desde la óptica periodística; pero también con ribetes de cotidianidad, manejando un lenguaje sencillo para facilitar la comprensión y la llegada a un público transversal, tenga éste conocimiento vago, acabado o nulo del bullado caso.
Además, la investigación persigue realizar un aporte informativo con respecto a un caso, a lo menos dudosamente cerrado. Esto, con el fin de dilucidar preguntas y prejuicios que han sido parte de la conciencia colectiva de todo un país y que aún no obtienen respuestas.
De esta manera el lector sacará sus propias conclusiones y realizará sus más íntimos análisis frente a los hechos periodísticos aquí entregados.
Esta es la historia de Alice Meyer Abel.
Alice nació en el invierno de 1960, el 22 de agosto en el Hospital Alemán, actual Clínica Dávila. Hermana menor de Joseph y Erika siempre destacó por su bella sonrisa y ganas de vivir.
Su personalidad extrovertida y amigable le granjeaba la simpatía de todo el que tuviera la dicha de conocerla o compartir con ella el más breve momento. A sus padres, José y Erika, no les resultaba indiferente al magnetismo que irradiaba la pequeña, convirtiéndose en la luz de sus ojos y su más fiel compañera.
Alice continuó creciendo en medio de muchos amigos que también le tenían un cariño especial, como si de una hermana de sangre se tratara.
Amiga de sus amigos, conciliadora, deportista y aventurera, eran algunos de los calificativos que sus cercanos tenían para ella. En la vida de Alice no había nada que pareciera estar fuera de lugar, todo hacía presagiar que tendría una vida plena y llena de satisfacciones.
Sus amigas la podían imaginar casada con algún príncipe azul, en una casa grande, llena de hijos y con la misma sonrisa que parecía que ningún poder humano podría atenuar jamás.
Pero no fue así, un suceso aterrador truncaría para siempre cualquier plan o proyecto que la bella joven tuviera para su vida, y marcaría de la peor forma posible, el futuro de toda su familia y entorno.
1.1 Viernes 13 de diciembre
Corría el año 1985, el país se trataba de reponer de aquel devastador terremoto acaecido a principios de año, en marzo. Ahora el calor del verano se avecinaba así como el ambiente navideño y de Año Nuevo, lo cual obligaba a pensar en las ansiadas vacaciones y a tratar de obviar el triste contexto que se vivía. El oscuro invierno ya quedaba atrás y la esperanza de un mejor 86’ se encontraba en las ocultas expectativas de toda una sociedad.
La juventud capitalina hacía sus planes de vacaciones o panoramas en la ciudad, una de ellas era la joven de ascendencia alemana, Alice Meyer.
Alice era una joven conocida por su llamativa belleza acompañada por su personalidad extrovertida que a nadie dejaba indiferente, el alma de las fiestas. Sus amigos la llamaban el “poxipol” del grupo, ya que estando ella todos se unían y se formaba un ambiente grato que propiciaba la sana diversión.
No era una persona común. A sus 25 años era una entusiasta deportista y se mantenía en excelente forma física practicando constantemente deporte tales como atletismo, motocross, esquí y windsurf.
Hija menor y hermana de Joseph y Erika, siempre destacó por su amor a la vida y felicidad que a todos irradiaba con su sonrisa inquieta.
Los abuelos de Alice eran inmigrantes alemanes dedicados a la gastronomía, cuyo primer local, el München, estuvo ubicado en Providencia con Luis Thayer Ojeda, y como buenos anfitriones ellos mismos quisieron hacerse cargo de atender a los comensales que llegaban hasta ahí en busca de buena comida y de pasar un agradable momento entre amigos.
José Meyer Gar, padre de Alice, era amante de las motocicletas, por lo que desde pequeños sus tres hijos recibieron como obsequio sus primeros vehículos de dos ruedas, siendo Alice, la menor y consentida, quien llegó a amar este deporte tanto como él, causando felicidad al orgulloso padre, el que solo con mirar a la pequeña sentía como su vida se llenaba de alegría.
En este escenario es donde José Meyer hereda el negocio de sus padres, dedicándole el mismo empeño y esfuerzo, lo que le reportó suficientes dividendos para llevar una vida tranquila. Sin embargo esta prosperidad se vería truncada a principios de los ochenta, cuando durante la crisis económica sufrió un grave traspié que lo obligó a vender la propiedad de la familia en Luis Thayer Ojeda a una firma constructora que quebró y no pagó el precio convenido, creando un serio problema en términos financieros, haciendo necesario que toda la familia cooperara en el restaurante familiar para poder salir de la difícil situación.
Fue por este motivo que Alice, su hija menor e inseparable de él, que había estudiado secretariado bilingüe y decoración de interiores, se convirtió en su mano derecha, ocupando todas las posibilidades que estaban a su alcance para superar el traspié.
Pese a que era reconocida por su personalidad extrovertida, y que disfrutaba de pasar tiempo con sus amigos, Alice dedicaba gran parte del día a trabajar en el local, atendiendo al público. Se esforzaba de buena gana por ayudar a su familia y día a día esperaba ansiosa que menguara el público para entretenerse con los impostergables torneos de dominó con su abuela.
Todo lo anterior sucedía en la cotidianeidad de Alice, cuando ese viernes 13 de diciembre, parada en la reja de su casa ubicada en Carlos Antúnez 2166, Providencia, se encontraba conversando con una de sus mejores amigas, Denise Ahrens y ex compañera del Deutsche Schule, que llegó hasta su casa para invitarla a pasar el fin de semana con ella a Santo Domingo. Alice se negaba. Extrañamente se veía un tanto cabizbaja, quizás porque Javier Flores, de 32 años, con quien salía por aquellos días, no la había llamado y a pesar de la obstinada insistencia de Denise para que la acompañara, ella parada en la reja, dijo que no.
Denise, decepcionada por la negativa recibida de su querida amiga, se despidió sin siquiera sospechar que esa imagen sería uno de sus recuerdo más preciados que conservaría el resto de su vida. Aquella tibia despedida sería la última vez que vería a Alice Meyer con vida.
1.2 Sábado 14 de diciembre
Ya comenzaba el fin de semana en la capital y Alice, sin su amiga Denise, quien se encontraba en Santo Domingo, se aprontaba a organizar su día. Entre las cosas más importantes que planeaba era asistir a una fiesta en la que fue invitada junto con su amiga, Jacqueline Shöngut, quitándole importancia a que Javier Flores no la había llamado por teléfono. La verdad no era mucho lo que le importaba, ya que ella gracias a su personalidad y belleza nunca tuvo carencia de pretendientes, es más, eran muchos quienes soñaban con ser parte de la vida de la carismática joven de ascendencia alemana. No obstante, tal indiferencia la estaba empezando a afectar.
El día transcurría normalmente sin mayores preocupaciones ni sobresaltos, Alice siguiendo su plan trazado, decide asistir al evento que había sido selectamente invitada. A esa altura era de suma importancia elegir meticulosamente el vestuario adecuado para la ocasión ya que no se trataba de cualquier fiesta, el anfitrión era nada menos que el campeón chileno de rally, José Antonio Celsi, y se llevaría a cabo en un exclusivo sector de Isla de Maipo.
Ya en el lugar, Alice y Jacqueline pudieron corroborar que se trataba de una reunión donde se encontraban las más altas esferas del “jet set” criollo. Entre los más de 150 invitados estaban el tenista Hans Gildemeister y la entonces glamorosa pareja que formaban Eliseo Salazar y Raquel Argandoña.
Pese a tal despliegue de rostros y celebridades nacionales, Alice no pasaba desapercibida, y aunque no era conocida mediáticamente, sí se llevaba la mayor parte de las miradas por sus llamativos rasgos finos y estilizada figura, nada raro ya que en todos lados donde se presentara la situación siempre era la misma.
De esta forma, tras la extenuante velada Alice y Jacqueline emprenden el retorno a casa. Como ya era tarde, Alice invita a su amiga a alojar con ella para que no tuviera que regresar sola, evitando exponer a su amiga a algún peligro. Cansadas y para cerrar la jornada con un reponedor sueño ambas amigas se aprontaban a esperar el nuevo día que ya se asomaba.
1.3 La mañana del domingo 15 de diciembre
Ya era de mañana y Javier seguía sin realizar el llamado esperado, pero Alice no se mostraría acongojada hacia los demás. Se levantó mas tarde de lo acostumbrado, debido a la falta de sueño de la noche anterior, mientras que Jacqueline se había ido muy temprano puesto que tenía que trabajar.
Los padres de Alice tenían la costumbre de realizar en bicicleta sus impostergables paseos dominicales, fue justo antes de salir a uno de ellos que su madre, Erika, entra al dormitorio de su hija para recordarle que ya debía levantarse para que no se le pasara el día ahí, durmiendo sin hacer nada, puesto que ya iban dar las diez de la mañana.
Esa fue la última vez que Erika podría dirigirse a la más pequeña de sus hijas y esas cariñosas palabras resultarían sellar la amarga despedida.
Así, y tras la interrupción del sueño por parte de su madre, Alice rápidamente arregló sus cosas y partió rumbo a la casa de su amiga Jacqueline para ver si la podía encontrar antes que se fuera a trabajar, para conversar y comentar los pormenores de la noche anterior. El encuentro fue breve, ya que Jacqueline debía viajar en la noche y tenía varios encargos pendientes que realizar en el día.
De nuevo Alice se vio obligada a cambiar de rumbo así que se dirigió a la calle El Comendador, donde vivían otros amigos que la invitaron a pasar la tarde en su piscina. El calor se empezaba a sentir, ya era el único panorama que le iba quedando para ese domingo y el fin de semana empezaba a acabarse. A ella, en tanto, le preocupaba no quemarse, debido a que era muy blanca y de piel sensible, pero nadie había llevado protector solar así que prefirió no bañarse, rechazando aquella invitación y comenzando el trayecto para retornar nuevamente a su casa en Carlos Antúnez.
Alice se dio cuenta que el día transcurría rápido, miró su reloj Swatch y se preocupó al ver que se acercaban las dos de la tarde sin panorama. Al llegar a su hogar se encontró con Kika, su hermana de 27 años, dos más que ella, con quien no tenía una relación tan estrecha, en parte porque Kika era más bien retraída, dedicándole prácticamente todo su tiempo al restaurante y a su novio que constantemente la visitaba y quien llegaría a ser su esposo y padre de sus dos hijos. Por lo tanto, no quedaba mucho espacio para los “secretos de hermanas”, aunque no resultó ser necesario; ambas sabían del cariño inmenso que se tenía una por la otra y para ellas no se hacía necesario gritarlo a los cuatro vientos.
Así, ese día Alice entra a su casa, y aún cuando vestía unos pantalones blancos, anunció que iba a practicar motocross. Parecía extraño, ya que esa no era la vestimenta que ocupaba para realizar tal deporte, pero sus padres y hermana pensaron que tal vez saldría simplemente a dar un paseo o visitar a sus amigos.
Fue así como tomó por última vez su moto Kawasaki roja de 250 c/c y salió de su hogar, ubicado en el número 2166 de Carlos Antúnez. Se despidió de Kika y casi no cruzó palabras con sus padres.
Ni sus padres, amigos o hermanos supieron con posterioridad definir específicamente donde se dirigía Alice, lo que no estaba fuera de sus parámetros normales, ya que era una persona muy independiente y disfrutaba mucho de salir al aire libre, pasear y practicar deportes, lo que consumía gran parte de su tiempo libre.
De esta manera, la joven deportista salía con rumbo desconocido en su llamativa motocicleta, pero antes decide hacer algo que la había inquietado durante todo el fin de semana. Pasó por la casa de Javier, para saber la razón de su ausencia y pedirle explicaciones de por qué no tuvo ni siquiera un mínimo gesto de realizar una llamada telefónica.
Decidida, Alice llegó hasta su domicilio, pero al no encontrarlo prefiere dejarle una nota que decía: “Javier, no me gusta que juegues con mi tiempo”. Nada podía hacer presagiar que aquel sencillo papel con unas escuetas palabras sería la última nota que Alice escribiría.
1.4 El ocaso del domingo 15 diciembre
Finalizaba el año 85`cuando Rosa Jara con apenas 35 años ya era una abnegada madre y esposa. Mujer esforzada, trabajadora y reconocida como fiel creyente en la fe que ya llevaba un tiempo practicando como Testigo de Jehová, vivía junto a su familia en uno de los lugares con vegetación más privilegiada de la comuna de Lo Barnechea, El Arrayán.
Fue la fe, por la cual era conocida, la que la motivó ese domingo a levantarse temprano, ordenar su casa, arreglar a sus niños, cocinar para toda su familia y dejar todo listo para poder asistir en la tarde, como todos los domingos, a escuchar una conferencia bíblica y al estudio de la revista La Atalaya.
En aquel día soleado y caluroso Rosita, como le dicen quienes la conocen, se encontraba en el paradero de la salida de su casa, esperando la locomoción colectiva que la dejaría en la plaza San Enrique, para luego dirigirse al pueblito de Lo Barnechea cuando escucha un fuerte ruido que la obligó casi por inercia a dirigir su atención en sentido contrario de donde buscaba ansiosa la aparición de su colectivo.
Le llamó la atención lo que vio, pero jamás imaginó que aquellos segundos cambiarían para siempre su vida y sería una imagen que jamás podría borrar de sus recuerdos.
Observó cuidadosamente como se acercaba una motocicleta que parecía de montaña, era una Kawasaki, de esas que ocupaban los Carabineros que constantemente vigilaban las calles del país y con las que ya Rosita, como la mayoría de la población, estaban acostumbrados a convivir debido al turbulento momento político y social que enfrentaba el país bajo la dictadura militar.
Pero esto era distinto. En la moto no venía un hostil funcionario policial ni era de color verde, más bien era roja y en ella conducía una bella joven que evidenciaba su clase alta, con su espigada figura y su fina ropa blanca, que la hacían lucir aún más distinguida.
Rosita pudo examinar con más detalle la escena mientras esperaba la llegada de su trasporte, debido a que la joven motociclista se detuvo justo frente a ella, en el quiosco de su vecina, Ruth Molina. Fue ahí donde tuvo la oportunidad de observar a su acompañante, un joven que también le pareció de clase alta, con físico de deportista, pelo oscuro y un frondoso bigote oscuro.
Miró atentamente como el joven se bajaba del asiento del acompañante y se dirigía donde la señora Ruth a comprar. Siguió observando, y vio que la joven esperaba paciente a su compañero al costado de la motocicleta cuando aparece trayendo consigo una cajetilla de cigarrillos, para luego ambos emprender de nuevo el viaje, pero esta vez a pie, dejando su motocicleta ahí estacionada.
Rosita vio a la pareja perderse en aquel camino de tierra que conducía hacia el Santuario de la Naturaleza y posteriormente, transcurrido algunos minutos, pasó su colectivo y pudo retomar su camino restándole importancia a lo que había visto.
Víctor Cabrera era un niño travieso, de diez años recién cumplidos, que comenzaba sus vacaciones escolares con el único panorama de dormir y jugar. Como su madre, Ruth Molina, tenía un pequeño negocio en la casa, el niño solía usarlo como punto de encuentro con sus amigos.
Uno de esos días, apareció una pareja como muchas que iban de paseo en dirección al Santuario de la Naturaleza, estuvieron en el negocio por un rato y luego se fueron. En tanto, Víctor fue a jugar a la pelota y luego a bañarse al río, cosa casi rutinaria en el período de verano. Como su familia era numerosa, y él era el noveno de trece hermanos, no era mucha la atención que recibía, lo que le permitía poder ir y venir sin mayores inconvenientes.
Esa tarde, al regresar, se sorprendió al ver una moto estacionada bajo los palafitos que sostenían la casa. Era roja y grande. Ruth, su madre, al ver la impresión que causaba en el niño, le dijo que no jugara en ella porque era de un señor que la había dejado ahí para ir a caminar un rato, estaba junto a una mujer alta, rubia y delgada. Cuando volvieron a su casa para buscar la moto, al niño le pareció que aquella mujer era extranjera.
Pasaron por el negocio y su madre, Ruth, los atendió, ellos quedaron de volver y prometiendo que regresarían se retiraron raudamente del lugar ante los ojos atónitos del pequeño Víctor.
El día lunes Denise ya estaba de vuelta en Santiago y asistió, como de costumbre, al gimnasio donde entrenaba junto a Alice. Esta vez sería diferente, no tuvo contacto con su amiga durante todo el fin de semana y le pareció extraño que ella no estuviese ahí.
Pronto se enteró, por Kika, que Alice no había pasado la noche en su casa y que sus padres se hallaban afligidos tratando de encontrarla. Inmediatamente supo que algo no andaba bien, sintió un escalofrío por todo el cuerpo e imaginó que alguna desgracia tuvo que haberle ocurrido ya que no era posible que su amiga se ausentara del hogar de una forma tan misteriosa y sin que nadie supiera nada.
Dejó inmediatamente toda su rutina de ejercicios, tomó sus cosas y partió rumbo a la casa de Javier Flores. Desesperada, le encaró el estado de tristeza en que, según ella, se hallaba su amiga y se lo atribuyó directamente a él, esto debido a que la última impresión que tuvo de ella era el de una Alice cabizbaja por el supuesto desinterés de él.
Al mismo tiempo en que Javier era presa de la furia y exaltación de Denise, iba comprendiendo, entre sollozos que la persona con quien tenía una relación se encontraba desaparecida.
Javier, en su desesperación, fue claro al manifestar que no sabía de lo que le estaba hablando, pero haría todo lo que estuviera a su alcance por dar con Alice. Ese mismo día el joven, en un intento desesperado, arrendó un helicóptero para emprender la búsqueda al día siguiente.
2.1 Martes 17 de diciembre
Denise prácticamente no pudo dormir a la espera de alguna noticia que diera con el paradero de Alice. Esperando que amaneciera pensaba en qué lugar podía ser el más probable que estuviera su amiga, y en la penumbra de la noche mantuvo la mas secreta esperanza de encontrar a Alice en el Santuario de la Naturaleza, lugar que ambas solían frecuentar cuando deseaban alejarse del mundo.
Con esa idea en mente se dirigió muy temprano por la mañana a juntarse con Javier y emprender juntos la búsqueda. Cuando estaban a punto de subirse al helicóptero es que ambos jóvenes reciben la peor noticia de sus vidas.
Fue un helicóptero de Carabineros, avisado por un celador del sector, Pedro Tudela, el que divisó desde el aire la Kawasaki roja estacionada a pocos metros de un estanque de agua potable, en un predio del Banco del Estado en el Parque del Sol, de la comuna de Lo Barnechea, a unos diez minutos en motocicleta del Santuario de la Naturaleza.
Sin demora se dio aviso a la familia, quienes alertados se dirigieron inmediatamente rumbo a aquellos inhóspitos cerros, con la secreta esperanza, de que aquel cuerpo que allí había aparecido no fuese el de Alice.
2.2 Se encuentra a Alice
El día martes Pedro Tudela, celador de los cerros del sector del Huinganal salió temprano como cualquier otro día a cumplir su labor de vigilancia que por tantos años realizaba y dar las aguas del riachuelo que regaba la vegetación de aquel sector.
Fue en tal contexto donde al realizar sus caminatas habituales, cerca de las 6:30 de la mañana se encontró con una motocicleta abandonada. Le pareció extraño ya que al tocarla tenía lo que él mencionaba como el sereno de la noche. Esto le hizo pensar que estuvo ahí tirada por varias horas, sin que nadie la fuera a buscar.
Pedro continúo su recorrido, un tanto desconcertado, rumbo al riachuelo sin imaginar el macabro hallazgo que estaba por descubrir. Ante los ojos de aquel humilde celador apareció la escena más horrorosa que había visto en su vida.
Al aterrizar aquel helicóptero de Carabineros los funcionarios entendieron que evidentemente el hallazgo no sería alentador. Lo primero que apareció en el camino fue un casco de motociclista que estaba tirado sobre un roquerío. Siguieron caminando y sólo a unos pasos, sobre el pasto reseco, se encontraron con ropa interior de mujer destrozada y un manojo de llaves junto a una piedra ensangrentada.
Muy cerca de allí, el cuerpo de una joven yacía semi sumergido junto con sus documentos y el reloj Swatch intacto en su muñeca. Estaba de espaldas y con las rodillas flectadas, con claras señales de haber sido salvajemente golpeada.
Era ella, era Alice Meyer.
No tardaron en llegar al lugar del suceso tanto la familia como amigos, además del Magistrado Fernando Soto Arenas. Nadie entendía claramente lo que había ocurrido, nadie sabía con quien o quienes Alice habían pasado sus últimas horas y por qué esta excelente hija, hermana y amiga había perdido la vida de una forma tan brutal.
Las dudas, rabia, impotencia y desesperación se adueñaron ferozmente de todo aquel que conoció a la extrovertida joven que ahora yacía inerte en medio de toda aquella vegetación que parecía hacerle un lugar para su descanso entre árboles y pendientes.
2.3 El asesinato y la opinión publica
Rosita escuchó de sus vecinos la noticia de la muerte de la joven Alice Meyer y supo, por la prensa, que el cuerpo sin vida fue encontrado en Camino del Sol, sin siquiera asociar que fue ella precisamente una de las últimas personas en verla con vida.
Más tarde se iba informando de los pormenores del hallazgo en los medios de comunicación que, conmocionados, daban cuenta de la muerte de una joven de 25 años y mirando la televisión se enteraba que era hija de José Meyer Gar, empresario gastronómico dueño del conocido restaurante Müchen, de ascendencia alemana, amante de la gimnasia, atletismo, motocross, esquí, y windsurf.
Sin embargo, grande fue su impacto al ver por televisión aquella Kawasaki roja. Un frío paralizador, desde los pies hasta el cuello, se apoderó de ella. Sintió latir su corazón en sus oídos y supo que aquella motocicleta era exactamente la que ella vio tan solo unos días antes y descubrió, con gran asombro, que esa joven tan fina y distinguida que observó era nada menos que Alice Meyer, aquella niña que aparecía riéndose con su familia en las fotografías que ahora mostraban en todos los noticiarios.
Esos días Rosita sintió un pesar que no pudo despojar de su corazón ni con las mejores sonrisas fingidas. Sentía como si un ser querido se hubiese ido, creía que debería contarle a alguna persona, al menos a algún familiar de Alice o directamente a la justicia, sabía que su testimonio era clave para poder armar aquel acertijo del crimen y que tenía información importante para esclarecer el misterio del asesino que todo un país comentaba.
Al igual que Rosa, en la casa del pequeño Víctor se enteraban de la noticia mediante la prensa que anunciaba la muerte de una mujer en el parque El Sol de la Dehesa. El niño no conocía el lugar, a pesar de vivir en la misma comuna, pero cuando vieron la foto que mostraba el noticiero todos se dieron cuenta quien era, se trataba de la mujer que había estado en el negocio y que había llegado en motocicleta, en compañía de aquel hombre robusto de bigote negro.
Todos, impactados, sabían que la información que tenían sería relevante en cuanto a encontrar al culpable. Sin embargo, se mostraron un tanto dubitativos sobre lo que debían hacer con la valiosa información que ahora manejaban.
En la prensa se desató una fiebre informativa por cubrir los detalles más sórdidos de uno de los enigmas policiales más impactantes de las últimas décadas, el asesinato de una hermosa joven atleta de ascendencia alemana y bien ubicada socialmente, acaparó titulares y portadas de diarios y revistas.
Fue el tema de conversación obligado hasta en los círculos más cerrados, todos se preguntaban ¿cómo era posible que una joven con tales características haya tenido un final tan nefasto? Y sobre todo ¿quién pudo haber sido capaz de haber cometido semejante atrocidad con una joven que tenía el mundo a sus pies y un futuro prometedor? La consternación ciertamente se apoderó de toda una sociedad.
La mayoría de las personas vivían un ambiente de algarabía propio de las festividades navideñas y próximos al año nuevo, sin embargo en el hogar de los Meyer Abel el dolor se hacía insostenible, Alice no estaba y el responsable de su pérdida seguía siendo un misterio, las conjeturas no los dejaban dormir, las pesquisas sin resultados en las que cooperaban con Policía de Investigaciones provocaba que el dolor se intensificara aún más al no hallar al culpable.
Los días pasaban y la incertidumbre por saber quién mató a Alice Meyer seguía siendo el tema principal y ahora los periódicos nacionales se volcaban a titulares que apuntaban al deficiente manejo del caso refiriéndose a las pericias de la PDI que resultaban infructíferas al mando del Juez Fernando Soto Arenas.
2.4 La siguiente muerte
Era el 26 de Diciembre, a nueve días de haber hallado el cuerpo sin vida de Alice en aquel regadío de Lo Barnechea, Rosa se enteraba por la prensa que por fin el caso ya tenía un culpable, sintió un profundo alivio y gran alegría al imaginar que ese misterioso joven robusto de bigotes por fin era hallado.
Sin embargo, esa primera alegría se transformaría en asombro e incredulidad al mismo tiempo que el periodista en la televisión narraba cómo en un cerro de la comuna pendía de un árbol el asesino. Se trataba del cadáver de un joven poblador de Lo Barnechea y que apareció ahorcado, colgaba de su propio suéter en la rama de un viejo eucalipto. Se le describía como un joven drogadicto, algo desnutrido y de contextura delgada, su nombre era Delfín Díaz Méndez de 19 años y como prueba de su culpabilidad portaba en su brazo izquierdo el reloj Swatch de Alice Meyer, el mismo con el que aquel domingo encontró su fatídico destino.
Rosa en su fuero más interno sentía que se estaba cometiendo un error, el joven que acusaban de asesino y suicida no era el mismo que ella había visto, de eso tenía certeza, la misma certeza que su vecina Ruth Molina tuvo cuando se enteró de la muerte de Delfín.
Ruth silenciosamente pasaba por el mismo calvario de Rosa, pero al igual que ella sentía miedo de hablar y contar que el compañero de Alice era a otro joven, no el que se acusaba de asesinato y que ahora ya no se podía defender.
Ambas mujeres sin siquiera haber conversado eran testigos silenciosas e impávidas de un abominable hecho, sabiendo que algo no andaba bien y presenciando como Policías de Investigaciones daba por cerrado el caso sindicando a Delfín Díaz como el único responsable de la violación y asesinato de Alice Meyer.
Pasaron los días y entre la gente del sector comenzó el rumor de que la pareja había estado en el negocio de los Cabrera-Molina por última vez y que Ruth Molina los había atendido, esto llevó a Carabineros e Investigaciones a buscar a la mujer e interrogarla.
Ruth mantuvo la misma versión que recordaba el pequeño Víctor, contando detalles de cómo Alice estaba acompañada de un hombre alto, robusto de bigotes y pelo oscuro. Ruth describía incluso la manera en que éste andaba vestido aquel día.
2.5 El reloj
Denise ya no podía más de sufrimiento, no podía dar crédito a lo que ocurría y de la forma tan vertiginosa que ahora se culpaba a un escuálido poblador del entonces pueblito de Lo Barnechea.
No obstante, al enterarse que el supuesto asesino llevaba consigo aquel reloj que ella misma le había prestado a Alice semanas antes para un viaje a Estados Unidos, sus dudas se empezaron a disipar, recordó cómo el cuerpo de Alice portaba el reloj cuando fue encontrada inerte en aquel regadío.
No podía haber sido robado por el asesino después de cometer el hecho, de eso no había duda. Además le resultaba ambigua la explicación de que aquel pequeño individuo le hubiera provocado tal daño a su amiga si ella, a su juicio, pudo haberlo destrozado de haberlo querido. Para Denise el asesino debió haber sido un hombre con un físico entrenado para causarle tal daño a Alice.
2.6 Delfín Díaz
Delfín Antonio Díaz Méndez, el menor de su familia, de 19 años conocido en la comuna como “El Coco”, era un joven que se le calificaba como inofensivo por quienes lo conocían. No había terminado el colegio y era normal verlo constantemente merodeando por los cerros del sector cazando conejos, no tenía trabajo fijo, salvo algunos esporádicos como jardinero y reemplazos ocasionales de “caddy” en el Club de Golf La Dehesa.
Frecuentemente se le veía junto a su gran amigo José Contreras, más conocido como “Topo Gigio”, quien era su compañero de parrandas y borracheras, llevaban un estilo de vida similar, lo cual avivaba aquella profunda amistad y compañerismo que mantenían.
Brígida Díaz Méndez, hermana mayor de Delfín, fue la primera en la familia en ser avisada del deceso del joven, dirigiéndose rápidamente al sitio del suceso para encontrarse de frente con una impactante imagen: su hermano menor fallecido colgaba del árbol.
No entendía lo que estaba sucediendo así que esperó en el lugar hasta que llegaron los detectives de la Brigada de Homicidios de la PDI. Al arribo de estos fue inmediatamente detenida sin entender cuál era el motivo.
Pasaron primero a la casa de su mamá ubicada en la calle Nido de Águilas 13885 de la misma comuna, insistiendo que necesitaban ropa de Delfín para posteriormente informarle a Brígida que debía acompañarlos para tomarle su declaración con Carabineros, a lo que ella accedió sin cuestionar nada.
Sin embargo, el viaje hacía Carabineros nunca se llevó a cabo ya que el paradero escogido por los funcionarios de la PDI fue el cuartel de Investigaciones de General Mackenna.
Ya en el lugar se le presionó insistentemente para que firmara un papel en el aseguraba haber visto a su hermano usar un reloj Swatch durante 15 días. Ella sin embargo, no sabía de qué le estaban hablando y nunca antes había visto el reloj del cual tanto se le pedía que aceptara tener algún conocimiento. Aunque estaba asustada y acongojada que se opuso rotundamente a estampar su firma en aquel documento.
Brígida pasó todo el día en aquel lugar privada de libertad y pudo ver cómo a medida que pasaban las horas iban llegando distintos miembros de su familia también detenidos, con la única intención de que alguno firmara el papel que acreditaba que Delfín Díaz Méndez efectivamente había portado por varios días aquel reloj.
Fue en ese momento y por conversaciones que escuchó al interior de aquellas oficinas que Brígida Méndez comprendió que aquel Swatch que tanto problema estaba causando pertenecía a aquella mujer que semanas antes había fallecido, aunque fue recién al día siguiente que la familia Díaz se enteraba que Delfín era sindicado como el único culpable del asesinato de Alice Meyer Abel
Algo no estaba calzando en la opinión pública, el día miércoles 18 de diciembre los medios de comunicación daban a conocer que el móvil del homicidio no había sido el robo puesto que el cuerpo de Alice era hallado con sus documentos, reloj y algunas joyas, por supuesto nadie tuvo la deferencia de entregar una explicación de cómo aquel reloj encontrado por Carabineros el día martes 17 del mismo mes había llegado hasta la muñeca del aquel joven indigente que ahora yacía muerto, supuestamente debido al suicidio.
Tanto para la opinión pública como para las partes involucradas tal tesis parecía no tener asidero y ya empezaban los resquemores hacia Investigaciones quienes daban por concluido el caso.
Para Brígida, en tanto, no había fundamento que la llevara a creer en la hipótesis del suicidio y menos podía creer que su hermano fuese capaz de asesinar a alguien. No dejaba de recordar que tan solo días antes habían compartido normalmente la cena navideña junto a su familia y había pasado la noche con ellos sin que nada hiciera pensar que se encontraba tan abrumado como para tomar aquella terrible decisión.
Tampoco podía sacar de su mente aquella imagen macabra del cuerpo de Delfín amarrado a aquel árbol con su propio chaleco y como el cadáver colgaba a ras de la tierra, como si estuviese rogando piedad, con sus rodillas tocando aquel suelo polvoriento.
Pudo también darse cuenta que el cuerpo de Delfín tenía señales de haber sido severamente golpeado y notó cómo su sangre se asomaba tímida pero acusadoramente desde su área púbica.
Brígida conjeturó secretamente la idea que Delfín, su hermano menor había sido brutalmente golpeado y que aquel rotundo suicidio que forzosamente se configuraba no era otra cosa que un asesinato cuidadosamente planeado para tapar algo aún mayor.
El círculo más cercano de Alice Meyer, padres, familiares y amigos, tampoco se conformaban con la teoría de que el móvil hubiera sido el robo, menos podían creer que quien cometió el macabro asesinato haya sido ese escuálido individuo.
Para ellos no era una posibilidad real que una joven vigorosa, con una fortaleza física moldeada por los deportes fuese a caer tan fácilmente en las manos de un pequeño de baja estatura, visiblemente mal alimentado de tan solo 19 años de edad y encontrar su fatídico destino con feroces golpes a manos de este mismo.
2.7 Las pericias judiciales
Para el magistrado encargado de llevar la causa, el juez Fernando Soto Arenas del 12 Juzgado del Crimen de Santiago, la situación no era muy distinta, le resultaba poco confiable y mal elaborada la teoría que Investigaciones hacía pública y paralelamente el abogado de la familia Díaz Méndez, José Galiano, se empeñaba en demostrar la falsedad del suicidio del joven Delfín.
Fue así como tras muchos esfuerzos infructíferos, el abogado logró conseguir permiso para exhumar el cuerpo del supuesto suicida, realizándose exitosamente el peritaje el 16 de enero del 86´.
En esta segunda autopsia se estableció, contradiciendo a la primera, que no calzaba el perfil de suicidio y que las causas de muerte de Delfín Díaz Méndez había sido el asesinato, constatando que había sido golpeado y torturado, encontrándose incluso quemaduras de cigarrillos en sus genitales.
Tal pericia se mantuvo en el más absoluto ámbito privado debido a las implicaciones públicas que este era capaz de tornar si se diera a conocer, pero no dejó indiferente al juez de la causa, Fernando Soto Arenas, que inmediatamente vio la necesidad de continuar con la investigación pero esta vez a manos de otra institución.
De esta manera fue que citó a su despacho al teniente coronel de Carabineros Emilio Zambrano, jefe del OS7 de Carabineros y le pidió que su unidad continuara la investigación, infiriendo así un fuerte golpe a la credibilidad de Policía de Investigaciones respecto a este caso.
De este punto en adelante sería Carabineros de Chile el organismo encargado de develar los más sórdidos detalles que ya se empezaban a asomar y demostrar que era mucho más que un simple asesinato en manos de un delincuente común.
Ni siquiera el juez a cargo se podría haber imaginado que tal decisión marcaría un giro radical en la historia.
No pasó mucho tiempo para que la OS7 pudiera corroborar un sinfín de irregularidades cometidas por sus predecesores y tras continuar las pesquisas durante casi cuatro meses en el más estricto secreto, la policía uniformada sindicó como principal sospechoso de ser el autor del crimen de Alice Meyer a un hombre que hasta ese entonces era un personaje nuevo dentro del acertijo policial que se configuraba, se trataba del próspero empresario de 30 años Mario Santander Infante, quien compartía el mismo círculo social de Alice Meyer y era cliente regular del München.
La discrepancia entre la versión entregada por Policía de Investigaciones y la de Carabineros se hizo evidente, mientras que paralelamente la opinión pública tuvo acceso a la filtración de la autopsia de Delfín Díaz que descartaba su participación en el hecho.
La conmoción era generalizada, el caso tomaba otros ribetes impensados y por primera vez los protagonistas involucrados parecían ser de las más altas esferas y no, como era de esperar, delincuentes marginales.
Los rumores no tardaron y se llegó incluso a especular que el mismo Mario Santander ya había sido interrogado pocos días después de la muerte de Alice por Policía de
Investigaciones pero por razones que se desconocían habría pasado inadvertido, siendo recién la OS7 la que llegó con sus pericias hasta él sindicándolo como el único sospechoso del asesinato de la joven de ascendencia alemana.
El juez Fernando Soto Arenas era notificado de las pericias que realizaba Carabineros y se le pedía la autorización para detener al empresario, autorización que fue otorgada inmediatamente por el magistrado. De esta manera, el 16 de abril de 1986, se presentó junto con la OS7 en el domicilio de Mario Santander Infante ubicado en Raúl Labbé 1400, comuna de Lo Barnechea, para ponerlo bajo arresto como único sospechoso del crimen.
La noticia se hizo pública dos días más tarde causando gran revuelo, casi el mismo que había causado la muerte de Alice meses atrás. Empezaron de inmediato los interrogatorios y reconocimientos. Uno de los primeros fue el realizado por Ruth Molina. Le presentaron a varios hombres parecidos entre sí y sin titubear Ruth pudo identificar al compañero de la joven, se trataba de Mario Santander Infante, nombre que arrebataría la tranquilidad en su casa durante décadas.
3.1 Mario Santander Infante
El único sindicado como sospechoso de haber asesinado a la joven Alice Meyer no parecía encajar con los prototipos y el paradigma del asesino o violador común, se trataba de un hombre de 30 años, casado y con dos hijos, perteneciente a una familia acomodada.
Su formación académica fue en la prestigiosa escuela Craighouse, donde sólo accedían algunas familias de la clase alta del país. De holgada situación económica, destacaba por ser un deportista que practicaba rugby y golf; este último junto a su padre en el Club de Golf de La Dehesa.
Hijo de Mario Santander García, un alto ejecutivo de la empresa Sigdo Koppers, mismo negocio que el futuro presidente Eduardo Freí Ruiz-Tagle tuviera una importante participación, pero que el 18 de octubre del 1988 renunciara, vendiendo sus derechos a otros socios, quedando totalmente desligado de Sigdo- Koppers Comercial Limitada, Ingeniería Sigdo-Koppers Limitada y Sigdo-Koppers Forestal Limitada.
Mario Santander Infante era un cliente asiduo del München desde el año 1982 cuando empezó a frecuentar el lugar junto a un amigo de los Meyer, Patrick Hurley. Al principio iban los dos juntos, pero luego empezó a ir solo, siempre esperando que Alice se desocupara para conversar con ella, pero según sus amigos, ella lo veía sólo como un conocido y le complicaba que él la estuviera cortejando, puesto que era un hombre casado.
El empresario, en cierta ocasión invitó a Alice a bailar e hizo extensiva la propuesta a su amiga Denise ofreciendo llevar a un amigo para que la acompañara, a lo que Alice se negó rotundamente; para ella Mario Santander no estaba dentro de las opciones debido a su estado civil, y frecuentemente se lo hacía notar.
Sus cercanos cuentan que se lo demostraba de todas las formas posibles, se lo decía en serio y otras veces en broma. Constantemente Alice le insistía en que no se comportara de esa forma y que ya era hora que llevara a su esposa al restaurante. Ante esto, él se reía y daba alguna excusa, pero siempre siguió yendo solo.
Denise Ahrens, amiga de Alice, también sabía que el empresario de 30 años tenía otras intenciones y que iba al restaurante solo para ver a la joven, cosa que le hacía saber explícitamente. Incluso en las ocasiones en que no había mucha gente en el restaurante y aparecía Mario Santander ella inmediatamente se ponía incomoda y recurría a cualquier conocido para no estar ahí con el sujeto.
Fue así como nunca llegaron a puerto las intenciones amorosas del empresario hacia la joven.
3.2 Observador o partícipe
Las sospechas sobre Santander, que culminaron en su arresto, fueron el resultado de una extensa ronda de interrogatorios que realizó el OS7 entre los vecinos de Lo Barnechea, entre ellos se hallaban Rosa Jara y Ruth Molina que prácticamente vieron la misma escena pero cada una en el sentido contrario de aquella calle.
Sin embargo, no eran las únicas, de a poco un centenar de personas empezó a relatar lo que ese domingo fatídico habían presenciado, algunas la vieron en el trayecto, y otras aseguraban haberla visto en el mismo sitio del suceso. A muchos les llamó la atención que una joven como ella conduciera una motocicleta de las características de la Kawasaki, mientras que otros recordaban su vestimenta blanca. Pero todos coincidían en una cosa; la descripción física de aquel misterioso acompañante, un hombre alto, moreno, fornido, crespo, vestido con camisa azul, jeans con bastillas blancas vueltas hacia arriba y botas café.
Entre los testigos, se encontraban Jorge Rabié, Mikel Ugarte y Patricio Santelices. Coincidentemente Patricio había pololeado con Alice y una hija de Mikel fue compañera de ella en el Incacea. Ellos iban paseando en un jeep Toyota cuando vieron aquella escena; a unos 25 metros, un hombre corpulento encima de una mujer. Pensaron inmediatamente que se trataba de enamorados que en lo recóndito de aquel lugar buscaba un poco de intimidad, lo cual no era raro en las parejas de jóvenes que por ahí circulaban. Sin embargo más tarde, también mediante la prensa, pudieron darse cuenta que lo que presenciaron no fue una escena romántica sino estuvieron a punto de haber presenciado el más brutal asesinato y violación que marcarían a toda una generación.
3.3 Aparece otra pieza clave
Cuando parecía que no podría haber más testigos relevantes en el caso, aparece a la palestra José Méndez Araya, más conocido como “Topo Gigio”, aportando antecedentes que serían determinantes en el proceso. El sujeto era amigo de Delfín, hombre sin oficio ni trabajo fijo que pasaba su tiempo cazando conejos y aspirando neoprén, cuando aquel domingo 15 de diciembre sería testigo ocular de un suceso que cambiaría su vida para siempre.
Como todos los domingos, se encontraba en compañía de Delfín con quien había decidido dar un paseo hacia los faldeos precordilleranos de la comuna, como lo hacían de costumbre. Al emprender el viaje a pie por avenida Lo Barnechea sintieron un fuerte ruido de motor, se dieron vuelta y vieron pasar una esbelta mujer vestida de blanco manejando una motocicleta roja, junto a ella un hombre fornido de bigotes frondoso y pelo oscuro.
Al parecer llevaban rumbo parecido, ya que se dirigían en la misma dirección, fue en ese instante cuando Delfín le comenta a su amigo que conocía al sujeto, dato que no parecía relevante hasta el momento, pero que luego marcaría el curso de los sucesos.
Al llegar a los cerros que se dirigían, se encontraron con la misma pareja que habían visto hace por lo menos una media hora, cuando se dirigían a camino El Sol.
Vieron que entre lo frondoso del lugar algo extraño estaba sucediendo y decidieron esconderse entre los matorrales para poder apreciar, desde unos 30 metros, aquel extraño encuentro.
A esa distancia, sin premeditarlo, se encontraban en primera fila de un brutal hecho que estaba por ocurrir y se convertirían en los silenciosos observadores de cómo aquel fornido hombre forcejeaba con la bella joven, golpeándola duramente hasta derribarla, para subirse encima de ella y tener relaciones sexuales.
La joven ya no se movía, se veía algo de sangre, pero los metros de distancia y el nerviosismo de los observadores no dejaba apreciar cada detalle.
Con asombro y espanto “Topo Gigio”, junto a su amigo Delfín, vieron cómo se acababa el terrible espectáculo, cuando aquel fornido hombre la toma con fuerza entre sus brazos para trasladarla en dirección al canal de regadío. La muchacha se veía completamente inerte, con piernas y brazos flácidos y la cabeza caída.
El par de jóvenes observaba impávidos aquella la monstruosa secuencia y presa del miedo decidieron esperar a que el agresor no estuviera en el lugar para acercarse a ver a la mujer herida. Al retirarse el hombre, ellos se acercaron al cuerpo, Delfín habría sacó del agua a Alice y, en una actitud que “Topo Gigio” calificaba de compasiva, su amigo la acarició, para terminar por dejándola nuevamente donde la habían encontrado.
El miedo e ignorancia pudo más, y debido al temor de ser acusados injustamente de asesinos, decidieron no dar aviso a las autoridades huyendo del lugar con el compromiso de guardar el más absoluto silencio.
Ninguno de los dos amigos podía haber presagiado que aquel pacto quedaría truncado cuando el 26 de diciembre de 1985 uno de los dos testigos oculares apareció pendiendo de un árbol en lo que hoy es el Cerro 18.
Delfín Díaz Méndez ya no podría ratificar o desmentir lo que su amigo “Topo Gigio” decía haber visto junto a él aquella tarde de domingo. Y ahora, era un solitario José Méndez Araya quien acusaba pública y tajantemente al empresario Mario Santander Infante de haber sido aquel misterioso hombre que puso fin a la vida de Alice Meyer y que probablemente estaría involucrado en la muerte de su amigo.
3.4 La confusa muerte de Delfín
Delfín Díaz Méndez encuentra su final en un entorno lleno de preguntas y extrañas situaciones. Una de estas situaciones fue la que se vivió la noche anterior cuando Delfín llega como de costumbre al bar El Pollo Chico ubicado en el centro del pueblo de Lo Barnechea.
Aparece con un grupo de amigos y con claros indicios de estar en estado de ebriedad, nada fuera de lo común para Delfín. Lo realmente extraño de aquel panorama era que portaba mucho dinero, cosa que no era frecuente en el joven que se las rebuscaba para conseguir algo con que subsistir. Ahí también se encontraban Mariano Hermosilla y Lorenzo Gutiérrez, pobladores asiduos a tal lugar. Transcurría la velada, con un Delfín totalmente borracho y pidiendo a destajo más licor.
Pasada la medianoche, según Mariano Hermosilla, tres individuos irrumpen sorpresivamente, tomando a Delfín sin que éste opusiera mayor resistencia, probablemente por el estado etílico en el que se encontraba y lo subieron a una camioneta celeste, retirándose del lugar.
Lorenzo Gutiérrez en tanto, en el mismo lugar pero desde otra perspectiva, puso mucha atención a los individuos que ahí se hicieron caer, asegurando que se identificaron como detectives, mostrando sus placas. Reconoció a uno de aquellos supuestos funcionarios, se trataba de Luis Opazo Quiroz, funcionario de Investigaciones de la PDI a cargo de llevar el caso de la muerte de Alice Meyer.
Muy cerca del lugar, se encontraba Juan Tolentino Vásquez, cumpliendo sus funciones de rondín de los cerros aledaños cuando ve la camioneta celeste transitando a alta velocidad por aquel lugar, le llamó la atención, pero no le dio mayor importancia hasta que en los minutos posteriores escuchó un ruido que definió como gritos de pavor que no cesaban, hasta que repentinamente la noche quedó de nuevo en silencio solo empañada por los ruidos de grillos y aves noctámbulas.
Lo anterior llamó su atención y paró en el silencio de la noche a fijar su vista en dirección al camino donde se había perdido la camioneta. Transcurrida una hora, aproximadamente, volvía el mismo vehículo con ramas en la parte trasera que borraban las huellas dejadas en aquel camino de tierra. En el contexto militarizado que se vivía, lo mejor era obviar lo que escuchaba, pensó.
A la mañana siguiente y al salir a sus labores habituales Juan Tolentino Vásquez, notó que algo había pasado, donde mirara había gente con su vista fija en aquel cerro que la noche anterior había sido el objeto de su interés. Al observar cuidadosamente pudo ver lo que todos ya miraban con espanto, un hombre pendiendo de un árbol que podía apreciarse casi de cualquier lugar de Lo Barnechea.
Al pasar las horas, y por voz de los mismos habitantes de la comuna, se enteró que aquella persona era Delfín Díaz Méndez, el mismo joven que tantas veces vio caminando por los alrededores y que él conoció desde pequeño.
3.5 Las nuevas pericias del OS7
El OS7, ya con plenas facultades y encabezando las pericias del caso bajo órdenes del juez Fernando Soto Arenas brindó todo su apoyo a “Topo Gigio”, descartando rápidamente la autoría de Delfín en el asesinato y enfocando toda las investigaciones hacia el empresario. Esta vez, las sospecha iba tomando forma, más aún al realizar peritajes a aquel reloj Swatch que misteriosamente desapareció del cadáver de Alice, para posteriormente reaparecer en la muñeca inerte de Delfín Díaz mientras colgaba, ya fallecido, de la copa de un árbol, con signos que en primera instancia apuntaban al suicidio. Gracias a tales análisis se pudo concluir certeramente que el reloj tenía los mismos microorganismos acuáticos que se hallaban en el cuerpo de Alice, lo que indicaba que había estado sumergido con ella en el canal de regadío y dejando al descubierto que el asesino no pudo habérselo robado.
Con la detención de Santander, el caso tomó ribetes tan públicos que se tornaba difícil el accionar policial en busca de más pruebas que dieran con el asesino. En varias ocasiones el juez Soto Arenas se vio obligado a decretar prohibición de informar, pero la prensa, con ansias de datos que revolucionaran a la opinión pública, se las arreglaba para encontrar alguna filtración que mantuviera el hilo conductor de las pericias y por ende a una generación pendiente de las nuevas diligencias. Todo daba claras señales que se vendría una feroz lucha en tribunales.
José Meyer, en tanto, decidió contratar a Marcelo Cibié Paolinelli, prestigioso abogado criminalista, en reemplazo de su amigo Iván Skolnik, quien llevó la causa desde un principio de forma gratuita por el cariño que los unía. Pero el rumbo de la causa ya se llenaba de obstáculos e Iván, aunque era muy cercano a la familia, prefirió recomendar a un abogado que fuera especialista en el área criminalista, como lo era Cibié.
Los Santander, por su parte, también se alistaban para dar una férrea pelea con el abogado Sergio Miranda Carrington, quien inmediatamente al tomar el caso realizaba un anuncio público en que manifestaba su confianza en la inocencia de su representado y amenazaba con comprobarlo por medio de sus testigos.
Miranda Carrington era conocido mediáticamente debido a su representación desde el año 1978 del ex jefe de la Dina, Manuel Contreras, en el marco del proceso de extradición por el crimen de Orlando Letelier.
"Si las cosas siguen como siguen, esto habría sido la mayor contrariedad de mi historia profesional", decía el abogado Sergio Miranda Carrington en una entrevista de junio de 1995, cuando su cliente, el general don Manuel Contreras, ex director de la DINA, se hallaba internado en el Hospital Naval de Talcahuano, en "rebeldía", luego que la Corte Suprema lo condenara a prisión por el homicidio de Orlando Letelier.
El caso homicidio Alice Meyer.
Nelson gonzalez Urra |
INTRODUCCIÓN
En diciembre de 1985, Alice Meyer Abel, una bella joven de 25 años de edad, de ascendencia alemana, deportista y de clase alta, fue hallada sin vida en un canal de regadío en la comuna de Lo Barnechea. Su cuerpo se encontraba con claras muestras de haber recibido una feroz golpiza y su ropa interior desgarrada, lo que avivaba la hipótesis de una violación con homicidio.
Sin embargo, tal tesis se vería puesta en duda cuando se estableció que la joven conservaba todos sus objetos de valor, incluido el reloj Swatch y la motocicleta en la que realizó su último paseo aquel fatídico domingo.
El 15 de diciembre por la tarde Alice decidió salir de su casa, ubicada en Carlos Antúnez, comuna de Providencia, aparentemente en dirección al restaurante de sus padres, de la misma comuna. No obstante, por alguna razón, su ruta inicial cambió, desviándose hasta la comuna de Lo Barnechea, en las cercanías del Santuario de la Naturaleza y luego en los cerros del Huinganal, donde se le vio por última vez, según testigos, en su motocicleta con un hombre fornido, de bigotes y cabello oscuro.
El caso dio un vuelco impactante cuando unos días después fue encontrado pendiendo de un árbol de la misma comuna el cuerpo de Delfín Díaz Méndez, un lugareño sin oficio, portando en su muñeca el reloj de Alice, el mismo que días antes había sido encontrado por Carabineros en el cadáver de la joven deportista.
Policía de Investigaciones ya daba por cerrado el caso, sindicando a aquel delgado hombre de 19 años como el único culpable del asesinato de Alice Meyer, argumentando que debido al remordimiento habría tomado la radical decisión de quitarse la vida.
Sin embargo, el asunto tomaría ribetes impensados, el cuerpo del supuesto suicida tenía rastros de haber recibido una brutal golpiza, sus genitales mostraban heridas profundas que posteriormente logró establecerse que se trataban de quemaduras de cigarrillo; en su sangre se encontró tanto alcohol, que según especialistas hacía poco probable que tuviese la capacidad psíquica y física para poder trepar un árbol y realizar el prolijo nudo que terminaría con su existencia.
Además, y corroborando lo anterior, de a poco aparecían los testigos que declaraban haber escuchado los gritos de desesperación la noche de la muerte de Delfín Díaz y las personas que aseguraban haber visto a la joven Alice Meyer el día de su desaparición con otra persona, un varón corpulento, de bigotes, para esa altura ya reconocido como Mario Santander Infante, quien era un hombre casado, del más alto círculo empresarial del país y que solía rondar a la joven con el objetivo de conquistarla.
Mientras esto transcurría aparece en escena uno de los testigos más relevantes del caso: José Contreras Araya, alias el “Topo Gigio”, quien aseguraba haber sido testigo ocular, junto a su amigo Delfín Díaz, de cómo el empresario Mario Santander golpeaba a la joven de manera brutal para luego violarla, dejándola abandonada y moribunda. Este hecho, según Contreras sería el que habría desencadenado una serie de sucesos que terminaría en el supuesto suicidio de su amigo. Así, José Contreras responsabilizaba directamente y sin preámbulos a Santander de la muerte de Alice Meyer.
Tras varias diligencias del OS7 de Carabineros, en abril del 86`, Mario Santander Infante era encargado reo por el juez del caso, Fernando Soto Arenas, como presunto autor de la muerte de la joven y encerrado en la ex penitenciaria.
Fue en tal contexto cuando la defensa de Santander acusó al magistrado Fernando Soto Arenas de prevaricación, acusación que nunca logró ser demostrada y muchos la atribuyeron a una manera rebuscada de sacar del camino al juez, removiéndolo de la causa.
Tales sucesos condujeron a que el caso fuera derivado a la ministra en visita Raquel Camposano, quien el 24 de junio de 1987, en un fallo que sorprendió, concedió la libertad a Mario Santander, desestimando los numerosos testimonios que lo identificaban como el autor del hecho.
Fue así como Santander fue absuelto de todo cargo después de haber pasado 19 meses detenido en forma preventiva, y la muerte de Alice Meyer, junto el supuesto suicidio de Delfín Díaz, quedaron en la más profunda impunidad.
Ya realizada la pincelada del caso, cabe destacar que la propuesta de la presente investigación no se limita tan sólo a una narración cronológica de los hechos, con esto se pretende traspasar de manera cercana los sucesos en su real magnitud, tomando en cuenta su contexto social.
Además, se espera evidenciar los vínculos que existieron en el caso y que lo unen a la realidad actual, mostrando el comportamiento de instituciones tales como la OS7 y la PDI, que bajo condiciones adversas enfrentaron un caso marcado por la negligencia y corrupción.
Por otra parte, y no menos relevante, la siguiente investigación pondrá al descubierto de qué manera la mezcla de dinero e influencias pudieron incluso vulnerar un poder tan firmemente establecido como lo son los organismos estatales de un país, manipulando las fibras más sensibles de éste y cambiando el rumbo de los acontecimientos judiciales.
Es evidente que el entorno cercano a la familia Meyer nunca logró hallar en estas instituciones algún tipo de tranquilidad o justicia ante el horrendo crimen perpetrado a su querida Alice y han tenido que llevar silenciosamente el dolor de la impunidad.
Es por este motivo que una de las ambiciones mayores del siguiente texto es la entrega de datos que les permita encontrar algún nivel de alivio, amparados en la labor periodística de mostrar sucesos que han permanecido durante décadas en el más absoluto silencio.
Ciertamente no se pretende mandar a la cárcel a nadie, ni se persigue crear un dictamen donde ya no lo hubo; sin embargo, al mostrar detalladamente los sucesos tal y como se presentaron, la mayoría de ellos inéditos y con una extensa investigación periodística, se espera instalar la transparencia, y por ende, una condena aún mayor donde cada uno sacará sus propias conclusiones y en su fuero más interno creará su propia condena.
Cabe además mencionar que a pesar de haberse desarrollado el proceso judicial dentro de las fronteras nacionales, sus alcances geográficos son tremendamente amplios, ya que ciertamente trascienden las barreras físicas, sociales y culturales. Esto, debido a que el contexto político en el que se encontraba la sociedad chilena de ese entonces propiciaba que los procesos públicos del país estuvieran en la mira de la comunidad internacional, instalándose los derechos humanos como tema principal del análisis.
La complejidad y profundidad de este caso se evidencia al llegar a la médula del tema, es justo ahí donde aparecen elementos de una sociedad impávida por las injusticias, organizaciones poco claras, personeros públicos inmersos en una red de irregularidades mientras que gozan de un respeto social, miembros prominentes de la elite social que se ensucian las manos con mentiras, sobornos e incluso graves delitos, resultando absolutamente impunes de cualquier tipo de castigo.
El objetivo del texto presentado a continuación es la creación de un reportaje de denuncia, narrado con las herramientas del nuevo periodismo. Se utilizan los datos obtenidos del reporteo y la investigación para formular un documento de fácil lectura desde la óptica periodística; pero también con ribetes de cotidianidad, manejando un lenguaje sencillo para facilitar la comprensión y la llegada a un público transversal, tenga éste conocimiento vago, acabado o nulo del bullado caso.
Además, la investigación persigue realizar un aporte informativo con respecto a un caso, a lo menos dudosamente cerrado. Esto, con el fin de dilucidar preguntas y prejuicios que han sido parte de la conciencia colectiva de todo un país y que aún no obtienen respuestas.
De esta manera el lector sacará sus propias conclusiones y realizará sus más íntimos análisis frente a los hechos periodísticos aquí entregados.
CAPÍTULO 1
ALICE
Esta es la historia de Alice Meyer Abel.
Alice nació en el invierno de 1960, el 22 de agosto en el Hospital Alemán, actual Clínica Dávila. Hermana menor de Joseph y Erika siempre destacó por su bella sonrisa y ganas de vivir.
Su personalidad extrovertida y amigable le granjeaba la simpatía de todo el que tuviera la dicha de conocerla o compartir con ella el más breve momento. A sus padres, José y Erika, no les resultaba indiferente al magnetismo que irradiaba la pequeña, convirtiéndose en la luz de sus ojos y su más fiel compañera.
Alice continuó creciendo en medio de muchos amigos que también le tenían un cariño especial, como si de una hermana de sangre se tratara.
Amiga de sus amigos, conciliadora, deportista y aventurera, eran algunos de los calificativos que sus cercanos tenían para ella. En la vida de Alice no había nada que pareciera estar fuera de lugar, todo hacía presagiar que tendría una vida plena y llena de satisfacciones.
Sus amigas la podían imaginar casada con algún príncipe azul, en una casa grande, llena de hijos y con la misma sonrisa que parecía que ningún poder humano podría atenuar jamás.
Pero no fue así, un suceso aterrador truncaría para siempre cualquier plan o proyecto que la bella joven tuviera para su vida, y marcaría de la peor forma posible, el futuro de toda su familia y entorno.
1.1 Viernes 13 de diciembre
Corría el año 1985, el país se trataba de reponer de aquel devastador terremoto acaecido a principios de año, en marzo. Ahora el calor del verano se avecinaba así como el ambiente navideño y de Año Nuevo, lo cual obligaba a pensar en las ansiadas vacaciones y a tratar de obviar el triste contexto que se vivía. El oscuro invierno ya quedaba atrás y la esperanza de un mejor 86’ se encontraba en las ocultas expectativas de toda una sociedad.
La juventud capitalina hacía sus planes de vacaciones o panoramas en la ciudad, una de ellas era la joven de ascendencia alemana, Alice Meyer.
Alice era una joven conocida por su llamativa belleza acompañada por su personalidad extrovertida que a nadie dejaba indiferente, el alma de las fiestas. Sus amigos la llamaban el “poxipol” del grupo, ya que estando ella todos se unían y se formaba un ambiente grato que propiciaba la sana diversión.
No era una persona común. A sus 25 años era una entusiasta deportista y se mantenía en excelente forma física practicando constantemente deporte tales como atletismo, motocross, esquí y windsurf.
Hija menor y hermana de Joseph y Erika, siempre destacó por su amor a la vida y felicidad que a todos irradiaba con su sonrisa inquieta.
Los abuelos de Alice eran inmigrantes alemanes dedicados a la gastronomía, cuyo primer local, el München, estuvo ubicado en Providencia con Luis Thayer Ojeda, y como buenos anfitriones ellos mismos quisieron hacerse cargo de atender a los comensales que llegaban hasta ahí en busca de buena comida y de pasar un agradable momento entre amigos.
José Meyer Gar, padre de Alice, era amante de las motocicletas, por lo que desde pequeños sus tres hijos recibieron como obsequio sus primeros vehículos de dos ruedas, siendo Alice, la menor y consentida, quien llegó a amar este deporte tanto como él, causando felicidad al orgulloso padre, el que solo con mirar a la pequeña sentía como su vida se llenaba de alegría.
En este escenario es donde José Meyer hereda el negocio de sus padres, dedicándole el mismo empeño y esfuerzo, lo que le reportó suficientes dividendos para llevar una vida tranquila. Sin embargo esta prosperidad se vería truncada a principios de los ochenta, cuando durante la crisis económica sufrió un grave traspié que lo obligó a vender la propiedad de la familia en Luis Thayer Ojeda a una firma constructora que quebró y no pagó el precio convenido, creando un serio problema en términos financieros, haciendo necesario que toda la familia cooperara en el restaurante familiar para poder salir de la difícil situación.
Fue por este motivo que Alice, su hija menor e inseparable de él, que había estudiado secretariado bilingüe y decoración de interiores, se convirtió en su mano derecha, ocupando todas las posibilidades que estaban a su alcance para superar el traspié.
Pese a que era reconocida por su personalidad extrovertida, y que disfrutaba de pasar tiempo con sus amigos, Alice dedicaba gran parte del día a trabajar en el local, atendiendo al público. Se esforzaba de buena gana por ayudar a su familia y día a día esperaba ansiosa que menguara el público para entretenerse con los impostergables torneos de dominó con su abuela.
Todo lo anterior sucedía en la cotidianeidad de Alice, cuando ese viernes 13 de diciembre, parada en la reja de su casa ubicada en Carlos Antúnez 2166, Providencia, se encontraba conversando con una de sus mejores amigas, Denise Ahrens y ex compañera del Deutsche Schule, que llegó hasta su casa para invitarla a pasar el fin de semana con ella a Santo Domingo. Alice se negaba. Extrañamente se veía un tanto cabizbaja, quizás porque Javier Flores, de 32 años, con quien salía por aquellos días, no la había llamado y a pesar de la obstinada insistencia de Denise para que la acompañara, ella parada en la reja, dijo que no.
Denise, decepcionada por la negativa recibida de su querida amiga, se despidió sin siquiera sospechar que esa imagen sería uno de sus recuerdo más preciados que conservaría el resto de su vida. Aquella tibia despedida sería la última vez que vería a Alice Meyer con vida.
1.2 Sábado 14 de diciembre
Ya comenzaba el fin de semana en la capital y Alice, sin su amiga Denise, quien se encontraba en Santo Domingo, se aprontaba a organizar su día. Entre las cosas más importantes que planeaba era asistir a una fiesta en la que fue invitada junto con su amiga, Jacqueline Shöngut, quitándole importancia a que Javier Flores no la había llamado por teléfono. La verdad no era mucho lo que le importaba, ya que ella gracias a su personalidad y belleza nunca tuvo carencia de pretendientes, es más, eran muchos quienes soñaban con ser parte de la vida de la carismática joven de ascendencia alemana. No obstante, tal indiferencia la estaba empezando a afectar.
El día transcurría normalmente sin mayores preocupaciones ni sobresaltos, Alice siguiendo su plan trazado, decide asistir al evento que había sido selectamente invitada. A esa altura era de suma importancia elegir meticulosamente el vestuario adecuado para la ocasión ya que no se trataba de cualquier fiesta, el anfitrión era nada menos que el campeón chileno de rally, José Antonio Celsi, y se llevaría a cabo en un exclusivo sector de Isla de Maipo.
Ya en el lugar, Alice y Jacqueline pudieron corroborar que se trataba de una reunión donde se encontraban las más altas esferas del “jet set” criollo. Entre los más de 150 invitados estaban el tenista Hans Gildemeister y la entonces glamorosa pareja que formaban Eliseo Salazar y Raquel Argandoña.
Pese a tal despliegue de rostros y celebridades nacionales, Alice no pasaba desapercibida, y aunque no era conocida mediáticamente, sí se llevaba la mayor parte de las miradas por sus llamativos rasgos finos y estilizada figura, nada raro ya que en todos lados donde se presentara la situación siempre era la misma.
De esta forma, tras la extenuante velada Alice y Jacqueline emprenden el retorno a casa. Como ya era tarde, Alice invita a su amiga a alojar con ella para que no tuviera que regresar sola, evitando exponer a su amiga a algún peligro. Cansadas y para cerrar la jornada con un reponedor sueño ambas amigas se aprontaban a esperar el nuevo día que ya se asomaba.
1.3 La mañana del domingo 15 de diciembre
Ya era de mañana y Javier seguía sin realizar el llamado esperado, pero Alice no se mostraría acongojada hacia los demás. Se levantó mas tarde de lo acostumbrado, debido a la falta de sueño de la noche anterior, mientras que Jacqueline se había ido muy temprano puesto que tenía que trabajar.
Los padres de Alice tenían la costumbre de realizar en bicicleta sus impostergables paseos dominicales, fue justo antes de salir a uno de ellos que su madre, Erika, entra al dormitorio de su hija para recordarle que ya debía levantarse para que no se le pasara el día ahí, durmiendo sin hacer nada, puesto que ya iban dar las diez de la mañana.
Esa fue la última vez que Erika podría dirigirse a la más pequeña de sus hijas y esas cariñosas palabras resultarían sellar la amarga despedida.
Así, y tras la interrupción del sueño por parte de su madre, Alice rápidamente arregló sus cosas y partió rumbo a la casa de su amiga Jacqueline para ver si la podía encontrar antes que se fuera a trabajar, para conversar y comentar los pormenores de la noche anterior. El encuentro fue breve, ya que Jacqueline debía viajar en la noche y tenía varios encargos pendientes que realizar en el día.
De nuevo Alice se vio obligada a cambiar de rumbo así que se dirigió a la calle El Comendador, donde vivían otros amigos que la invitaron a pasar la tarde en su piscina. El calor se empezaba a sentir, ya era el único panorama que le iba quedando para ese domingo y el fin de semana empezaba a acabarse. A ella, en tanto, le preocupaba no quemarse, debido a que era muy blanca y de piel sensible, pero nadie había llevado protector solar así que prefirió no bañarse, rechazando aquella invitación y comenzando el trayecto para retornar nuevamente a su casa en Carlos Antúnez.
Alice se dio cuenta que el día transcurría rápido, miró su reloj Swatch y se preocupó al ver que se acercaban las dos de la tarde sin panorama. Al llegar a su hogar se encontró con Kika, su hermana de 27 años, dos más que ella, con quien no tenía una relación tan estrecha, en parte porque Kika era más bien retraída, dedicándole prácticamente todo su tiempo al restaurante y a su novio que constantemente la visitaba y quien llegaría a ser su esposo y padre de sus dos hijos. Por lo tanto, no quedaba mucho espacio para los “secretos de hermanas”, aunque no resultó ser necesario; ambas sabían del cariño inmenso que se tenía una por la otra y para ellas no se hacía necesario gritarlo a los cuatro vientos.
Así, ese día Alice entra a su casa, y aún cuando vestía unos pantalones blancos, anunció que iba a practicar motocross. Parecía extraño, ya que esa no era la vestimenta que ocupaba para realizar tal deporte, pero sus padres y hermana pensaron que tal vez saldría simplemente a dar un paseo o visitar a sus amigos.
Fue así como tomó por última vez su moto Kawasaki roja de 250 c/c y salió de su hogar, ubicado en el número 2166 de Carlos Antúnez. Se despidió de Kika y casi no cruzó palabras con sus padres.
Ni sus padres, amigos o hermanos supieron con posterioridad definir específicamente donde se dirigía Alice, lo que no estaba fuera de sus parámetros normales, ya que era una persona muy independiente y disfrutaba mucho de salir al aire libre, pasear y practicar deportes, lo que consumía gran parte de su tiempo libre.
De esta manera, la joven deportista salía con rumbo desconocido en su llamativa motocicleta, pero antes decide hacer algo que la había inquietado durante todo el fin de semana. Pasó por la casa de Javier, para saber la razón de su ausencia y pedirle explicaciones de por qué no tuvo ni siquiera un mínimo gesto de realizar una llamada telefónica.
Decidida, Alice llegó hasta su domicilio, pero al no encontrarlo prefiere dejarle una nota que decía: “Javier, no me gusta que juegues con mi tiempo”. Nada podía hacer presagiar que aquel sencillo papel con unas escuetas palabras sería la última nota que Alice escribiría.
1.4 El ocaso del domingo 15 diciembre
Finalizaba el año 85`cuando Rosa Jara con apenas 35 años ya era una abnegada madre y esposa. Mujer esforzada, trabajadora y reconocida como fiel creyente en la fe que ya llevaba un tiempo practicando como Testigo de Jehová, vivía junto a su familia en uno de los lugares con vegetación más privilegiada de la comuna de Lo Barnechea, El Arrayán.
Fue la fe, por la cual era conocida, la que la motivó ese domingo a levantarse temprano, ordenar su casa, arreglar a sus niños, cocinar para toda su familia y dejar todo listo para poder asistir en la tarde, como todos los domingos, a escuchar una conferencia bíblica y al estudio de la revista La Atalaya.
En aquel día soleado y caluroso Rosita, como le dicen quienes la conocen, se encontraba en el paradero de la salida de su casa, esperando la locomoción colectiva que la dejaría en la plaza San Enrique, para luego dirigirse al pueblito de Lo Barnechea cuando escucha un fuerte ruido que la obligó casi por inercia a dirigir su atención en sentido contrario de donde buscaba ansiosa la aparición de su colectivo.
Le llamó la atención lo que vio, pero jamás imaginó que aquellos segundos cambiarían para siempre su vida y sería una imagen que jamás podría borrar de sus recuerdos.
Observó cuidadosamente como se acercaba una motocicleta que parecía de montaña, era una Kawasaki, de esas que ocupaban los Carabineros que constantemente vigilaban las calles del país y con las que ya Rosita, como la mayoría de la población, estaban acostumbrados a convivir debido al turbulento momento político y social que enfrentaba el país bajo la dictadura militar.
Pero esto era distinto. En la moto no venía un hostil funcionario policial ni era de color verde, más bien era roja y en ella conducía una bella joven que evidenciaba su clase alta, con su espigada figura y su fina ropa blanca, que la hacían lucir aún más distinguida.
Rosita pudo examinar con más detalle la escena mientras esperaba la llegada de su trasporte, debido a que la joven motociclista se detuvo justo frente a ella, en el quiosco de su vecina, Ruth Molina. Fue ahí donde tuvo la oportunidad de observar a su acompañante, un joven que también le pareció de clase alta, con físico de deportista, pelo oscuro y un frondoso bigote oscuro.
Miró atentamente como el joven se bajaba del asiento del acompañante y se dirigía donde la señora Ruth a comprar. Siguió observando, y vio que la joven esperaba paciente a su compañero al costado de la motocicleta cuando aparece trayendo consigo una cajetilla de cigarrillos, para luego ambos emprender de nuevo el viaje, pero esta vez a pie, dejando su motocicleta ahí estacionada.
Rosita vio a la pareja perderse en aquel camino de tierra que conducía hacia el Santuario de la Naturaleza y posteriormente, transcurrido algunos minutos, pasó su colectivo y pudo retomar su camino restándole importancia a lo que había visto.
Víctor Cabrera era un niño travieso, de diez años recién cumplidos, que comenzaba sus vacaciones escolares con el único panorama de dormir y jugar. Como su madre, Ruth Molina, tenía un pequeño negocio en la casa, el niño solía usarlo como punto de encuentro con sus amigos.
Uno de esos días, apareció una pareja como muchas que iban de paseo en dirección al Santuario de la Naturaleza, estuvieron en el negocio por un rato y luego se fueron. En tanto, Víctor fue a jugar a la pelota y luego a bañarse al río, cosa casi rutinaria en el período de verano. Como su familia era numerosa, y él era el noveno de trece hermanos, no era mucha la atención que recibía, lo que le permitía poder ir y venir sin mayores inconvenientes.
Esa tarde, al regresar, se sorprendió al ver una moto estacionada bajo los palafitos que sostenían la casa. Era roja y grande. Ruth, su madre, al ver la impresión que causaba en el niño, le dijo que no jugara en ella porque era de un señor que la había dejado ahí para ir a caminar un rato, estaba junto a una mujer alta, rubia y delgada. Cuando volvieron a su casa para buscar la moto, al niño le pareció que aquella mujer era extranjera.
Pasaron por el negocio y su madre, Ruth, los atendió, ellos quedaron de volver y prometiendo que regresarían se retiraron raudamente del lugar ante los ojos atónitos del pequeño Víctor.
CAPÍTULO 2
EL HALLAZGO Y LOS NUEVOS INVOLUCRADOS
El día lunes Denise ya estaba de vuelta en Santiago y asistió, como de costumbre, al gimnasio donde entrenaba junto a Alice. Esta vez sería diferente, no tuvo contacto con su amiga durante todo el fin de semana y le pareció extraño que ella no estuviese ahí.
Pronto se enteró, por Kika, que Alice no había pasado la noche en su casa y que sus padres se hallaban afligidos tratando de encontrarla. Inmediatamente supo que algo no andaba bien, sintió un escalofrío por todo el cuerpo e imaginó que alguna desgracia tuvo que haberle ocurrido ya que no era posible que su amiga se ausentara del hogar de una forma tan misteriosa y sin que nadie supiera nada.
Dejó inmediatamente toda su rutina de ejercicios, tomó sus cosas y partió rumbo a la casa de Javier Flores. Desesperada, le encaró el estado de tristeza en que, según ella, se hallaba su amiga y se lo atribuyó directamente a él, esto debido a que la última impresión que tuvo de ella era el de una Alice cabizbaja por el supuesto desinterés de él.
Al mismo tiempo en que Javier era presa de la furia y exaltación de Denise, iba comprendiendo, entre sollozos que la persona con quien tenía una relación se encontraba desaparecida.
Javier, en su desesperación, fue claro al manifestar que no sabía de lo que le estaba hablando, pero haría todo lo que estuviera a su alcance por dar con Alice. Ese mismo día el joven, en un intento desesperado, arrendó un helicóptero para emprender la búsqueda al día siguiente.
2.1 Martes 17 de diciembre
Denise prácticamente no pudo dormir a la espera de alguna noticia que diera con el paradero de Alice. Esperando que amaneciera pensaba en qué lugar podía ser el más probable que estuviera su amiga, y en la penumbra de la noche mantuvo la mas secreta esperanza de encontrar a Alice en el Santuario de la Naturaleza, lugar que ambas solían frecuentar cuando deseaban alejarse del mundo.
Con esa idea en mente se dirigió muy temprano por la mañana a juntarse con Javier y emprender juntos la búsqueda. Cuando estaban a punto de subirse al helicóptero es que ambos jóvenes reciben la peor noticia de sus vidas.
Fue un helicóptero de Carabineros, avisado por un celador del sector, Pedro Tudela, el que divisó desde el aire la Kawasaki roja estacionada a pocos metros de un estanque de agua potable, en un predio del Banco del Estado en el Parque del Sol, de la comuna de Lo Barnechea, a unos diez minutos en motocicleta del Santuario de la Naturaleza.
Sin demora se dio aviso a la familia, quienes alertados se dirigieron inmediatamente rumbo a aquellos inhóspitos cerros, con la secreta esperanza, de que aquel cuerpo que allí había aparecido no fuese el de Alice.
2.2 Se encuentra a Alice
El día martes Pedro Tudela, celador de los cerros del sector del Huinganal salió temprano como cualquier otro día a cumplir su labor de vigilancia que por tantos años realizaba y dar las aguas del riachuelo que regaba la vegetación de aquel sector.
Fue en tal contexto donde al realizar sus caminatas habituales, cerca de las 6:30 de la mañana se encontró con una motocicleta abandonada. Le pareció extraño ya que al tocarla tenía lo que él mencionaba como el sereno de la noche. Esto le hizo pensar que estuvo ahí tirada por varias horas, sin que nadie la fuera a buscar.
Pedro continúo su recorrido, un tanto desconcertado, rumbo al riachuelo sin imaginar el macabro hallazgo que estaba por descubrir. Ante los ojos de aquel humilde celador apareció la escena más horrorosa que había visto en su vida.
Al aterrizar aquel helicóptero de Carabineros los funcionarios entendieron que evidentemente el hallazgo no sería alentador. Lo primero que apareció en el camino fue un casco de motociclista que estaba tirado sobre un roquerío. Siguieron caminando y sólo a unos pasos, sobre el pasto reseco, se encontraron con ropa interior de mujer destrozada y un manojo de llaves junto a una piedra ensangrentada.
Muy cerca de allí, el cuerpo de una joven yacía semi sumergido junto con sus documentos y el reloj Swatch intacto en su muñeca. Estaba de espaldas y con las rodillas flectadas, con claras señales de haber sido salvajemente golpeada.
Era ella, era Alice Meyer.
No tardaron en llegar al lugar del suceso tanto la familia como amigos, además del Magistrado Fernando Soto Arenas. Nadie entendía claramente lo que había ocurrido, nadie sabía con quien o quienes Alice habían pasado sus últimas horas y por qué esta excelente hija, hermana y amiga había perdido la vida de una forma tan brutal.
Las dudas, rabia, impotencia y desesperación se adueñaron ferozmente de todo aquel que conoció a la extrovertida joven que ahora yacía inerte en medio de toda aquella vegetación que parecía hacerle un lugar para su descanso entre árboles y pendientes.
2.3 El asesinato y la opinión publica
Rosita escuchó de sus vecinos la noticia de la muerte de la joven Alice Meyer y supo, por la prensa, que el cuerpo sin vida fue encontrado en Camino del Sol, sin siquiera asociar que fue ella precisamente una de las últimas personas en verla con vida.
Más tarde se iba informando de los pormenores del hallazgo en los medios de comunicación que, conmocionados, daban cuenta de la muerte de una joven de 25 años y mirando la televisión se enteraba que era hija de José Meyer Gar, empresario gastronómico dueño del conocido restaurante Müchen, de ascendencia alemana, amante de la gimnasia, atletismo, motocross, esquí, y windsurf.
Sin embargo, grande fue su impacto al ver por televisión aquella Kawasaki roja. Un frío paralizador, desde los pies hasta el cuello, se apoderó de ella. Sintió latir su corazón en sus oídos y supo que aquella motocicleta era exactamente la que ella vio tan solo unos días antes y descubrió, con gran asombro, que esa joven tan fina y distinguida que observó era nada menos que Alice Meyer, aquella niña que aparecía riéndose con su familia en las fotografías que ahora mostraban en todos los noticiarios.
Esos días Rosita sintió un pesar que no pudo despojar de su corazón ni con las mejores sonrisas fingidas. Sentía como si un ser querido se hubiese ido, creía que debería contarle a alguna persona, al menos a algún familiar de Alice o directamente a la justicia, sabía que su testimonio era clave para poder armar aquel acertijo del crimen y que tenía información importante para esclarecer el misterio del asesino que todo un país comentaba.
Al igual que Rosa, en la casa del pequeño Víctor se enteraban de la noticia mediante la prensa que anunciaba la muerte de una mujer en el parque El Sol de la Dehesa. El niño no conocía el lugar, a pesar de vivir en la misma comuna, pero cuando vieron la foto que mostraba el noticiero todos se dieron cuenta quien era, se trataba de la mujer que había estado en el negocio y que había llegado en motocicleta, en compañía de aquel hombre robusto de bigote negro.
Todos, impactados, sabían que la información que tenían sería relevante en cuanto a encontrar al culpable. Sin embargo, se mostraron un tanto dubitativos sobre lo que debían hacer con la valiosa información que ahora manejaban.
En la prensa se desató una fiebre informativa por cubrir los detalles más sórdidos de uno de los enigmas policiales más impactantes de las últimas décadas, el asesinato de una hermosa joven atleta de ascendencia alemana y bien ubicada socialmente, acaparó titulares y portadas de diarios y revistas.
Fue el tema de conversación obligado hasta en los círculos más cerrados, todos se preguntaban ¿cómo era posible que una joven con tales características haya tenido un final tan nefasto? Y sobre todo ¿quién pudo haber sido capaz de haber cometido semejante atrocidad con una joven que tenía el mundo a sus pies y un futuro prometedor? La consternación ciertamente se apoderó de toda una sociedad.
La mayoría de las personas vivían un ambiente de algarabía propio de las festividades navideñas y próximos al año nuevo, sin embargo en el hogar de los Meyer Abel el dolor se hacía insostenible, Alice no estaba y el responsable de su pérdida seguía siendo un misterio, las conjeturas no los dejaban dormir, las pesquisas sin resultados en las que cooperaban con Policía de Investigaciones provocaba que el dolor se intensificara aún más al no hallar al culpable.
Los días pasaban y la incertidumbre por saber quién mató a Alice Meyer seguía siendo el tema principal y ahora los periódicos nacionales se volcaban a titulares que apuntaban al deficiente manejo del caso refiriéndose a las pericias de la PDI que resultaban infructíferas al mando del Juez Fernando Soto Arenas.
2.4 La siguiente muerte
Era el 26 de Diciembre, a nueve días de haber hallado el cuerpo sin vida de Alice en aquel regadío de Lo Barnechea, Rosa se enteraba por la prensa que por fin el caso ya tenía un culpable, sintió un profundo alivio y gran alegría al imaginar que ese misterioso joven robusto de bigotes por fin era hallado.
Sin embargo, esa primera alegría se transformaría en asombro e incredulidad al mismo tiempo que el periodista en la televisión narraba cómo en un cerro de la comuna pendía de un árbol el asesino. Se trataba del cadáver de un joven poblador de Lo Barnechea y que apareció ahorcado, colgaba de su propio suéter en la rama de un viejo eucalipto. Se le describía como un joven drogadicto, algo desnutrido y de contextura delgada, su nombre era Delfín Díaz Méndez de 19 años y como prueba de su culpabilidad portaba en su brazo izquierdo el reloj Swatch de Alice Meyer, el mismo con el que aquel domingo encontró su fatídico destino.
Rosa en su fuero más interno sentía que se estaba cometiendo un error, el joven que acusaban de asesino y suicida no era el mismo que ella había visto, de eso tenía certeza, la misma certeza que su vecina Ruth Molina tuvo cuando se enteró de la muerte de Delfín.
Ruth silenciosamente pasaba por el mismo calvario de Rosa, pero al igual que ella sentía miedo de hablar y contar que el compañero de Alice era a otro joven, no el que se acusaba de asesinato y que ahora ya no se podía defender.
Ambas mujeres sin siquiera haber conversado eran testigos silenciosas e impávidas de un abominable hecho, sabiendo que algo no andaba bien y presenciando como Policías de Investigaciones daba por cerrado el caso sindicando a Delfín Díaz como el único responsable de la violación y asesinato de Alice Meyer.
Pasaron los días y entre la gente del sector comenzó el rumor de que la pareja había estado en el negocio de los Cabrera-Molina por última vez y que Ruth Molina los había atendido, esto llevó a Carabineros e Investigaciones a buscar a la mujer e interrogarla.
Ruth mantuvo la misma versión que recordaba el pequeño Víctor, contando detalles de cómo Alice estaba acompañada de un hombre alto, robusto de bigotes y pelo oscuro. Ruth describía incluso la manera en que éste andaba vestido aquel día.
2.5 El reloj
Denise ya no podía más de sufrimiento, no podía dar crédito a lo que ocurría y de la forma tan vertiginosa que ahora se culpaba a un escuálido poblador del entonces pueblito de Lo Barnechea.
No obstante, al enterarse que el supuesto asesino llevaba consigo aquel reloj que ella misma le había prestado a Alice semanas antes para un viaje a Estados Unidos, sus dudas se empezaron a disipar, recordó cómo el cuerpo de Alice portaba el reloj cuando fue encontrada inerte en aquel regadío.
No podía haber sido robado por el asesino después de cometer el hecho, de eso no había duda. Además le resultaba ambigua la explicación de que aquel pequeño individuo le hubiera provocado tal daño a su amiga si ella, a su juicio, pudo haberlo destrozado de haberlo querido. Para Denise el asesino debió haber sido un hombre con un físico entrenado para causarle tal daño a Alice.
2.6 Delfín Díaz
Delfín Antonio Díaz Méndez, el menor de su familia, de 19 años conocido en la comuna como “El Coco”, era un joven que se le calificaba como inofensivo por quienes lo conocían. No había terminado el colegio y era normal verlo constantemente merodeando por los cerros del sector cazando conejos, no tenía trabajo fijo, salvo algunos esporádicos como jardinero y reemplazos ocasionales de “caddy” en el Club de Golf La Dehesa.
Frecuentemente se le veía junto a su gran amigo José Contreras, más conocido como “Topo Gigio”, quien era su compañero de parrandas y borracheras, llevaban un estilo de vida similar, lo cual avivaba aquella profunda amistad y compañerismo que mantenían.
Brígida Díaz Méndez, hermana mayor de Delfín, fue la primera en la familia en ser avisada del deceso del joven, dirigiéndose rápidamente al sitio del suceso para encontrarse de frente con una impactante imagen: su hermano menor fallecido colgaba del árbol.
No entendía lo que estaba sucediendo así que esperó en el lugar hasta que llegaron los detectives de la Brigada de Homicidios de la PDI. Al arribo de estos fue inmediatamente detenida sin entender cuál era el motivo.
Pasaron primero a la casa de su mamá ubicada en la calle Nido de Águilas 13885 de la misma comuna, insistiendo que necesitaban ropa de Delfín para posteriormente informarle a Brígida que debía acompañarlos para tomarle su declaración con Carabineros, a lo que ella accedió sin cuestionar nada.
Sin embargo, el viaje hacía Carabineros nunca se llevó a cabo ya que el paradero escogido por los funcionarios de la PDI fue el cuartel de Investigaciones de General Mackenna.
Ya en el lugar se le presionó insistentemente para que firmara un papel en el aseguraba haber visto a su hermano usar un reloj Swatch durante 15 días. Ella sin embargo, no sabía de qué le estaban hablando y nunca antes había visto el reloj del cual tanto se le pedía que aceptara tener algún conocimiento. Aunque estaba asustada y acongojada que se opuso rotundamente a estampar su firma en aquel documento.
Brígida pasó todo el día en aquel lugar privada de libertad y pudo ver cómo a medida que pasaban las horas iban llegando distintos miembros de su familia también detenidos, con la única intención de que alguno firmara el papel que acreditaba que Delfín Díaz Méndez efectivamente había portado por varios días aquel reloj.
Fue en ese momento y por conversaciones que escuchó al interior de aquellas oficinas que Brígida Méndez comprendió que aquel Swatch que tanto problema estaba causando pertenecía a aquella mujer que semanas antes había fallecido, aunque fue recién al día siguiente que la familia Díaz se enteraba que Delfín era sindicado como el único culpable del asesinato de Alice Meyer Abel
Algo no estaba calzando en la opinión pública, el día miércoles 18 de diciembre los medios de comunicación daban a conocer que el móvil del homicidio no había sido el robo puesto que el cuerpo de Alice era hallado con sus documentos, reloj y algunas joyas, por supuesto nadie tuvo la deferencia de entregar una explicación de cómo aquel reloj encontrado por Carabineros el día martes 17 del mismo mes había llegado hasta la muñeca del aquel joven indigente que ahora yacía muerto, supuestamente debido al suicidio.
Tanto para la opinión pública como para las partes involucradas tal tesis parecía no tener asidero y ya empezaban los resquemores hacia Investigaciones quienes daban por concluido el caso.
Para Brígida, en tanto, no había fundamento que la llevara a creer en la hipótesis del suicidio y menos podía creer que su hermano fuese capaz de asesinar a alguien. No dejaba de recordar que tan solo días antes habían compartido normalmente la cena navideña junto a su familia y había pasado la noche con ellos sin que nada hiciera pensar que se encontraba tan abrumado como para tomar aquella terrible decisión.
Tampoco podía sacar de su mente aquella imagen macabra del cuerpo de Delfín amarrado a aquel árbol con su propio chaleco y como el cadáver colgaba a ras de la tierra, como si estuviese rogando piedad, con sus rodillas tocando aquel suelo polvoriento.
Pudo también darse cuenta que el cuerpo de Delfín tenía señales de haber sido severamente golpeado y notó cómo su sangre se asomaba tímida pero acusadoramente desde su área púbica.
Brígida conjeturó secretamente la idea que Delfín, su hermano menor había sido brutalmente golpeado y que aquel rotundo suicidio que forzosamente se configuraba no era otra cosa que un asesinato cuidadosamente planeado para tapar algo aún mayor.
El círculo más cercano de Alice Meyer, padres, familiares y amigos, tampoco se conformaban con la teoría de que el móvil hubiera sido el robo, menos podían creer que quien cometió el macabro asesinato haya sido ese escuálido individuo.
Para ellos no era una posibilidad real que una joven vigorosa, con una fortaleza física moldeada por los deportes fuese a caer tan fácilmente en las manos de un pequeño de baja estatura, visiblemente mal alimentado de tan solo 19 años de edad y encontrar su fatídico destino con feroces golpes a manos de este mismo.
2.7 Las pericias judiciales
Para el magistrado encargado de llevar la causa, el juez Fernando Soto Arenas del 12 Juzgado del Crimen de Santiago, la situación no era muy distinta, le resultaba poco confiable y mal elaborada la teoría que Investigaciones hacía pública y paralelamente el abogado de la familia Díaz Méndez, José Galiano, se empeñaba en demostrar la falsedad del suicidio del joven Delfín.
Fue así como tras muchos esfuerzos infructíferos, el abogado logró conseguir permiso para exhumar el cuerpo del supuesto suicida, realizándose exitosamente el peritaje el 16 de enero del 86´.
En esta segunda autopsia se estableció, contradiciendo a la primera, que no calzaba el perfil de suicidio y que las causas de muerte de Delfín Díaz Méndez había sido el asesinato, constatando que había sido golpeado y torturado, encontrándose incluso quemaduras de cigarrillos en sus genitales.
Tal pericia se mantuvo en el más absoluto ámbito privado debido a las implicaciones públicas que este era capaz de tornar si se diera a conocer, pero no dejó indiferente al juez de la causa, Fernando Soto Arenas, que inmediatamente vio la necesidad de continuar con la investigación pero esta vez a manos de otra institución.
De esta manera fue que citó a su despacho al teniente coronel de Carabineros Emilio Zambrano, jefe del OS7 de Carabineros y le pidió que su unidad continuara la investigación, infiriendo así un fuerte golpe a la credibilidad de Policía de Investigaciones respecto a este caso.
De este punto en adelante sería Carabineros de Chile el organismo encargado de develar los más sórdidos detalles que ya se empezaban a asomar y demostrar que era mucho más que un simple asesinato en manos de un delincuente común.
Ni siquiera el juez a cargo se podría haber imaginado que tal decisión marcaría un giro radical en la historia.
CAPÍTULO 3
EL VUELCO
No pasó mucho tiempo para que la OS7 pudiera corroborar un sinfín de irregularidades cometidas por sus predecesores y tras continuar las pesquisas durante casi cuatro meses en el más estricto secreto, la policía uniformada sindicó como principal sospechoso de ser el autor del crimen de Alice Meyer a un hombre que hasta ese entonces era un personaje nuevo dentro del acertijo policial que se configuraba, se trataba del próspero empresario de 30 años Mario Santander Infante, quien compartía el mismo círculo social de Alice Meyer y era cliente regular del München.
La discrepancia entre la versión entregada por Policía de Investigaciones y la de Carabineros se hizo evidente, mientras que paralelamente la opinión pública tuvo acceso a la filtración de la autopsia de Delfín Díaz que descartaba su participación en el hecho.
La conmoción era generalizada, el caso tomaba otros ribetes impensados y por primera vez los protagonistas involucrados parecían ser de las más altas esferas y no, como era de esperar, delincuentes marginales.
Los rumores no tardaron y se llegó incluso a especular que el mismo Mario Santander ya había sido interrogado pocos días después de la muerte de Alice por Policía de
Investigaciones pero por razones que se desconocían habría pasado inadvertido, siendo recién la OS7 la que llegó con sus pericias hasta él sindicándolo como el único sospechoso del asesinato de la joven de ascendencia alemana.
El juez Fernando Soto Arenas era notificado de las pericias que realizaba Carabineros y se le pedía la autorización para detener al empresario, autorización que fue otorgada inmediatamente por el magistrado. De esta manera, el 16 de abril de 1986, se presentó junto con la OS7 en el domicilio de Mario Santander Infante ubicado en Raúl Labbé 1400, comuna de Lo Barnechea, para ponerlo bajo arresto como único sospechoso del crimen.
La noticia se hizo pública dos días más tarde causando gran revuelo, casi el mismo que había causado la muerte de Alice meses atrás. Empezaron de inmediato los interrogatorios y reconocimientos. Uno de los primeros fue el realizado por Ruth Molina. Le presentaron a varios hombres parecidos entre sí y sin titubear Ruth pudo identificar al compañero de la joven, se trataba de Mario Santander Infante, nombre que arrebataría la tranquilidad en su casa durante décadas.
3.1 Mario Santander Infante
El único sindicado como sospechoso de haber asesinado a la joven Alice Meyer no parecía encajar con los prototipos y el paradigma del asesino o violador común, se trataba de un hombre de 30 años, casado y con dos hijos, perteneciente a una familia acomodada.
Su formación académica fue en la prestigiosa escuela Craighouse, donde sólo accedían algunas familias de la clase alta del país. De holgada situación económica, destacaba por ser un deportista que practicaba rugby y golf; este último junto a su padre en el Club de Golf de La Dehesa.
Hijo de Mario Santander García, un alto ejecutivo de la empresa Sigdo Koppers, mismo negocio que el futuro presidente Eduardo Freí Ruiz-Tagle tuviera una importante participación, pero que el 18 de octubre del 1988 renunciara, vendiendo sus derechos a otros socios, quedando totalmente desligado de Sigdo- Koppers Comercial Limitada, Ingeniería Sigdo-Koppers Limitada y Sigdo-Koppers Forestal Limitada.
Mario Santander Infante era un cliente asiduo del München desde el año 1982 cuando empezó a frecuentar el lugar junto a un amigo de los Meyer, Patrick Hurley. Al principio iban los dos juntos, pero luego empezó a ir solo, siempre esperando que Alice se desocupara para conversar con ella, pero según sus amigos, ella lo veía sólo como un conocido y le complicaba que él la estuviera cortejando, puesto que era un hombre casado.
El empresario, en cierta ocasión invitó a Alice a bailar e hizo extensiva la propuesta a su amiga Denise ofreciendo llevar a un amigo para que la acompañara, a lo que Alice se negó rotundamente; para ella Mario Santander no estaba dentro de las opciones debido a su estado civil, y frecuentemente se lo hacía notar.
Sus cercanos cuentan que se lo demostraba de todas las formas posibles, se lo decía en serio y otras veces en broma. Constantemente Alice le insistía en que no se comportara de esa forma y que ya era hora que llevara a su esposa al restaurante. Ante esto, él se reía y daba alguna excusa, pero siempre siguió yendo solo.
Denise Ahrens, amiga de Alice, también sabía que el empresario de 30 años tenía otras intenciones y que iba al restaurante solo para ver a la joven, cosa que le hacía saber explícitamente. Incluso en las ocasiones en que no había mucha gente en el restaurante y aparecía Mario Santander ella inmediatamente se ponía incomoda y recurría a cualquier conocido para no estar ahí con el sujeto.
Fue así como nunca llegaron a puerto las intenciones amorosas del empresario hacia la joven.
3.2 Observador o partícipe
Las sospechas sobre Santander, que culminaron en su arresto, fueron el resultado de una extensa ronda de interrogatorios que realizó el OS7 entre los vecinos de Lo Barnechea, entre ellos se hallaban Rosa Jara y Ruth Molina que prácticamente vieron la misma escena pero cada una en el sentido contrario de aquella calle.
Sin embargo, no eran las únicas, de a poco un centenar de personas empezó a relatar lo que ese domingo fatídico habían presenciado, algunas la vieron en el trayecto, y otras aseguraban haberla visto en el mismo sitio del suceso. A muchos les llamó la atención que una joven como ella conduciera una motocicleta de las características de la Kawasaki, mientras que otros recordaban su vestimenta blanca. Pero todos coincidían en una cosa; la descripción física de aquel misterioso acompañante, un hombre alto, moreno, fornido, crespo, vestido con camisa azul, jeans con bastillas blancas vueltas hacia arriba y botas café.
Entre los testigos, se encontraban Jorge Rabié, Mikel Ugarte y Patricio Santelices. Coincidentemente Patricio había pololeado con Alice y una hija de Mikel fue compañera de ella en el Incacea. Ellos iban paseando en un jeep Toyota cuando vieron aquella escena; a unos 25 metros, un hombre corpulento encima de una mujer. Pensaron inmediatamente que se trataba de enamorados que en lo recóndito de aquel lugar buscaba un poco de intimidad, lo cual no era raro en las parejas de jóvenes que por ahí circulaban. Sin embargo más tarde, también mediante la prensa, pudieron darse cuenta que lo que presenciaron no fue una escena romántica sino estuvieron a punto de haber presenciado el más brutal asesinato y violación que marcarían a toda una generación.
3.3 Aparece otra pieza clave
Cuando parecía que no podría haber más testigos relevantes en el caso, aparece a la palestra José Méndez Araya, más conocido como “Topo Gigio”, aportando antecedentes que serían determinantes en el proceso. El sujeto era amigo de Delfín, hombre sin oficio ni trabajo fijo que pasaba su tiempo cazando conejos y aspirando neoprén, cuando aquel domingo 15 de diciembre sería testigo ocular de un suceso que cambiaría su vida para siempre.
Como todos los domingos, se encontraba en compañía de Delfín con quien había decidido dar un paseo hacia los faldeos precordilleranos de la comuna, como lo hacían de costumbre. Al emprender el viaje a pie por avenida Lo Barnechea sintieron un fuerte ruido de motor, se dieron vuelta y vieron pasar una esbelta mujer vestida de blanco manejando una motocicleta roja, junto a ella un hombre fornido de bigotes frondoso y pelo oscuro.
Al parecer llevaban rumbo parecido, ya que se dirigían en la misma dirección, fue en ese instante cuando Delfín le comenta a su amigo que conocía al sujeto, dato que no parecía relevante hasta el momento, pero que luego marcaría el curso de los sucesos.
Al llegar a los cerros que se dirigían, se encontraron con la misma pareja que habían visto hace por lo menos una media hora, cuando se dirigían a camino El Sol.
Vieron que entre lo frondoso del lugar algo extraño estaba sucediendo y decidieron esconderse entre los matorrales para poder apreciar, desde unos 30 metros, aquel extraño encuentro.
A esa distancia, sin premeditarlo, se encontraban en primera fila de un brutal hecho que estaba por ocurrir y se convertirían en los silenciosos observadores de cómo aquel fornido hombre forcejeaba con la bella joven, golpeándola duramente hasta derribarla, para subirse encima de ella y tener relaciones sexuales.
La joven ya no se movía, se veía algo de sangre, pero los metros de distancia y el nerviosismo de los observadores no dejaba apreciar cada detalle.
Con asombro y espanto “Topo Gigio”, junto a su amigo Delfín, vieron cómo se acababa el terrible espectáculo, cuando aquel fornido hombre la toma con fuerza entre sus brazos para trasladarla en dirección al canal de regadío. La muchacha se veía completamente inerte, con piernas y brazos flácidos y la cabeza caída.
El par de jóvenes observaba impávidos aquella la monstruosa secuencia y presa del miedo decidieron esperar a que el agresor no estuviera en el lugar para acercarse a ver a la mujer herida. Al retirarse el hombre, ellos se acercaron al cuerpo, Delfín habría sacó del agua a Alice y, en una actitud que “Topo Gigio” calificaba de compasiva, su amigo la acarició, para terminar por dejándola nuevamente donde la habían encontrado.
El miedo e ignorancia pudo más, y debido al temor de ser acusados injustamente de asesinos, decidieron no dar aviso a las autoridades huyendo del lugar con el compromiso de guardar el más absoluto silencio.
Ninguno de los dos amigos podía haber presagiado que aquel pacto quedaría truncado cuando el 26 de diciembre de 1985 uno de los dos testigos oculares apareció pendiendo de un árbol en lo que hoy es el Cerro 18.
Delfín Díaz Méndez ya no podría ratificar o desmentir lo que su amigo “Topo Gigio” decía haber visto junto a él aquella tarde de domingo. Y ahora, era un solitario José Méndez Araya quien acusaba pública y tajantemente al empresario Mario Santander Infante de haber sido aquel misterioso hombre que puso fin a la vida de Alice Meyer y que probablemente estaría involucrado en la muerte de su amigo.
3.4 La confusa muerte de Delfín
Delfín Díaz Méndez encuentra su final en un entorno lleno de preguntas y extrañas situaciones. Una de estas situaciones fue la que se vivió la noche anterior cuando Delfín llega como de costumbre al bar El Pollo Chico ubicado en el centro del pueblo de Lo Barnechea.
Aparece con un grupo de amigos y con claros indicios de estar en estado de ebriedad, nada fuera de lo común para Delfín. Lo realmente extraño de aquel panorama era que portaba mucho dinero, cosa que no era frecuente en el joven que se las rebuscaba para conseguir algo con que subsistir. Ahí también se encontraban Mariano Hermosilla y Lorenzo Gutiérrez, pobladores asiduos a tal lugar. Transcurría la velada, con un Delfín totalmente borracho y pidiendo a destajo más licor.
Pasada la medianoche, según Mariano Hermosilla, tres individuos irrumpen sorpresivamente, tomando a Delfín sin que éste opusiera mayor resistencia, probablemente por el estado etílico en el que se encontraba y lo subieron a una camioneta celeste, retirándose del lugar.
Lorenzo Gutiérrez en tanto, en el mismo lugar pero desde otra perspectiva, puso mucha atención a los individuos que ahí se hicieron caer, asegurando que se identificaron como detectives, mostrando sus placas. Reconoció a uno de aquellos supuestos funcionarios, se trataba de Luis Opazo Quiroz, funcionario de Investigaciones de la PDI a cargo de llevar el caso de la muerte de Alice Meyer.
Muy cerca del lugar, se encontraba Juan Tolentino Vásquez, cumpliendo sus funciones de rondín de los cerros aledaños cuando ve la camioneta celeste transitando a alta velocidad por aquel lugar, le llamó la atención, pero no le dio mayor importancia hasta que en los minutos posteriores escuchó un ruido que definió como gritos de pavor que no cesaban, hasta que repentinamente la noche quedó de nuevo en silencio solo empañada por los ruidos de grillos y aves noctámbulas.
Lo anterior llamó su atención y paró en el silencio de la noche a fijar su vista en dirección al camino donde se había perdido la camioneta. Transcurrida una hora, aproximadamente, volvía el mismo vehículo con ramas en la parte trasera que borraban las huellas dejadas en aquel camino de tierra. En el contexto militarizado que se vivía, lo mejor era obviar lo que escuchaba, pensó.
A la mañana siguiente y al salir a sus labores habituales Juan Tolentino Vásquez, notó que algo había pasado, donde mirara había gente con su vista fija en aquel cerro que la noche anterior había sido el objeto de su interés. Al observar cuidadosamente pudo ver lo que todos ya miraban con espanto, un hombre pendiendo de un árbol que podía apreciarse casi de cualquier lugar de Lo Barnechea.
Al pasar las horas, y por voz de los mismos habitantes de la comuna, se enteró que aquella persona era Delfín Díaz Méndez, el mismo joven que tantas veces vio caminando por los alrededores y que él conoció desde pequeño.
3.5 Las nuevas pericias del OS7
El OS7, ya con plenas facultades y encabezando las pericias del caso bajo órdenes del juez Fernando Soto Arenas brindó todo su apoyo a “Topo Gigio”, descartando rápidamente la autoría de Delfín en el asesinato y enfocando toda las investigaciones hacia el empresario. Esta vez, las sospecha iba tomando forma, más aún al realizar peritajes a aquel reloj Swatch que misteriosamente desapareció del cadáver de Alice, para posteriormente reaparecer en la muñeca inerte de Delfín Díaz mientras colgaba, ya fallecido, de la copa de un árbol, con signos que en primera instancia apuntaban al suicidio. Gracias a tales análisis se pudo concluir certeramente que el reloj tenía los mismos microorganismos acuáticos que se hallaban en el cuerpo de Alice, lo que indicaba que había estado sumergido con ella en el canal de regadío y dejando al descubierto que el asesino no pudo habérselo robado.
Con la detención de Santander, el caso tomó ribetes tan públicos que se tornaba difícil el accionar policial en busca de más pruebas que dieran con el asesino. En varias ocasiones el juez Soto Arenas se vio obligado a decretar prohibición de informar, pero la prensa, con ansias de datos que revolucionaran a la opinión pública, se las arreglaba para encontrar alguna filtración que mantuviera el hilo conductor de las pericias y por ende a una generación pendiente de las nuevas diligencias. Todo daba claras señales que se vendría una feroz lucha en tribunales.
José Meyer, en tanto, decidió contratar a Marcelo Cibié Paolinelli, prestigioso abogado criminalista, en reemplazo de su amigo Iván Skolnik, quien llevó la causa desde un principio de forma gratuita por el cariño que los unía. Pero el rumbo de la causa ya se llenaba de obstáculos e Iván, aunque era muy cercano a la familia, prefirió recomendar a un abogado que fuera especialista en el área criminalista, como lo era Cibié.
Los Santander, por su parte, también se alistaban para dar una férrea pelea con el abogado Sergio Miranda Carrington, quien inmediatamente al tomar el caso realizaba un anuncio público en que manifestaba su confianza en la inocencia de su representado y amenazaba con comprobarlo por medio de sus testigos.
Miranda Carrington era conocido mediáticamente debido a su representación desde el año 1978 del ex jefe de la Dina, Manuel Contreras, en el marco del proceso de extradición por el crimen de Orlando Letelier.
un respetable de mis profesores de la universidad bernardo O Higgins, muy inteligente, y político.
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