Apellidos vascos en Chile III |
![]() |
Tribuna juradera de la Casa de Juntas |
La Casa de Juntas de Guernica es un conjunto monumental con significación política que se sitúa en la villa de Guernica y Luno, en Vizcaya, País Vasco (España). El corazón del conjunto es el Árbol de Guernica, un roble bajo el cual se venían celebrando las Juntas del Señorío de Vizcaya, y el edificio anexo que en tiempos fue la iglesia de Santa María La Antigua. En la actualidad es la sede de las Juntas Generales de Vizcaya, máximo órgano institucional de la provincia, y está declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de monumento. |
![]() |
Casa de Juntas de Guernica, Vizcaya |
S Sabaltzagarai: «Llanura de arriba». Sáenz: «Sancho» (?) Sáenz de Cosca: Sáez: «Sancho»; «Manzanal». Sagaraigar: «Manzano seco». Sagartegui: «Lugar de manzanos». Sagarteguieta: «Lugares de manzanos». Sagardi, Sagardia: «Manzanal», «El Manzanal». Sagardoi: «Manzanal». Sagardoqui: «Manzanal». Sagarminaga: «Lugar de manzanos silvestres». «Lugar de manzanos agrios». Sagasta: «El manzanal». Sagastabeitia: «El manzanal de abajo». Casa S. en la anteig. de Abadiano (V). Sagasti, Sagasty: «Manzanal». Sagastiberria: «El manzanas nuevo». Sagastigoitia: «El manzanal de arriba». Sagastizabal: «Manzanal extenso». Sagues: «Límite del manzanas». Saigos: Sainz: ¿Como Sáenz? (¿De sai: buitre?). Sagurdia: Saitija: «La arboleda». Saizar: «La arboleda vieja(?). «Buitre viejo» (?). Salabarria, Salaberria: «El cortijo nuevo». Saigos: Salabarrieta: «Cortijos nuevos». Salaberri: «Cortijo nuevo». Sallaber, Sallaberri: «Cortijo nuevo». Salamendi: «Monte de cortijos». Salayusan: Salazar: «Cortijo viejo». Salcedo, Salzedo: «Sauzal». Salces: «Sauces». Saldia, Saldias, Zaldia: «El caballo» (zaldía). Saldivar, Saldibar, Saldívar: «Vega de los caballos». Saldua: «Cercado», «El rebaño». Salezan: Salinas: Etimología castellana. Saloquen: Salterain: «Sobre el corral». Sama: «Corral». (De samats). Samaciotz: «Lugar de corrales». Samaniego: «Lugar de corrales». San Cristóbal: Sanfuentes: Etimología castellana. Sangüeza (En Chile Sanhueza): Sangutia: San Juan: Sanjuanená: «Lo de San Juan». San Jaime o Santiago: San Julián: San Martín: San Miguel: San Pelayo: Sanperio, Samperio: «San Pedro». Sansinena, Sansinenea: «La casa de Sancho». Santa Coloma: Santa Cruz: Santa María: Santelices: Santo Domingo: Sanz: «Sancho». Sanzina: «Lo de Sancho». Sanzirena: «Lo de Sancho». Sara: «El sauce». Sarachaga: «Lugar de sauces». Saralegui: «Lugar de sauces». Saramendi: «Monte de sauces». Sarasa: «El sauce». Sarasola: «La ferrería del sauce». Sarauz (Zarauz): Sarasua, Sarazua: «El sauzal». Sarazibar: «Vega de sauces». Sarasua, Sarazua: «El sauzal». Sardaleta, Sardaneta: Sardoi: «Manzanal». Sario: «Majada». | Sarobe: «Bajo la dehesa». Saroe: Como el anterior. Sarra: «La arena». Sarraga: «Lugar de arena». Sarralde: «Al lado del arenal». Sarroa, Zarraoa: «El arenal». Sarratea:«La entrada al arenal». Sarrategui: «Lugar de arenas». Sarria: «El vallado». Sarricueta o Sarrigueta: «Vallados». Sarriegui: «Ladera del Vallado». Sarrieta: «Vallados». Sarriguren: «Límite del vallado». Sasiain: «Sobre el zarzal». Sasiola: «Ferrería del zarzal». Sasoain: «Sobre el zarzal». Sasoeta: «Zarzal». Satariz: «Piedra del matorral». Segama o Cegama: Segarra: «El manzano». Segura: «Meseta» (?). Segurola: «La ferrería de la meseta». Sein: «Niño». Semper y Sempertegui: Serain: «Sobre el collado». Sendoquiz: (¿De sendo: fuerte, firme?). Serrano: Etimología Castellana. Sertucha: Sierra: Armas en Oñate: Gules, torre de plata. Sigorriaga o Sigorraga: «Lugar de árboles secos». Sojo: «Lugar de chacras». Sola: «Chacra»; «Heredad». Solabarri: «Chacra nueva». Solabarrieta: «Chacras nuevas». Solaeche: «Casa de la chacra». Solaechea: «La casa de la chacra». Solagaztua: «Salinas de la chacra». Solaguren: «Límite de la chacra». Solandueta: «Chacras grandes». Solano: «Chacra». Solari: «Ganado acostumbrado a entrar en los sembrados». Solchaga: «Lugar de chacras». Soloaga: «Lugar de chacras». Solobarrieta: «Chacras nuevas». Soloeta: «Chacras». Sologoiti: «Chacra de arriba». Soloqueztua: «Chacra salitroso». Sologuren: «Límite de la chacra». Solórzano: «Lugar de chacras» (?). Solozabal: «Chacra extensa». Somarriba: (De soma: destajo). Somoza: «Espartal» (?). Sopranis: Soquia: «El mazo para destripar terrones». Sorabide: «Camino de la chacra». Soraburu: «Chacra principal»; Cabecera de la chacra». Soraiz: «Peñón de la chacra». Soraluce, Soraluze: «Chacra larga». Sorlada: Soro: «Campo», «Prado». Soroa: «El Prado». Soroeche: «Casa del Prado». Soroet: Soroeta: «Prados». Soromendi: «Monte del Prado». Sorondegui: «Ladera junto al prado». Sorondo: «Junto al prado». Sorsaburu: «Cabecera del prado». Sostoa: (¿De sostor: muchacho?). Suárez o Juárez: «Olmedo». Subiza: «Puentes». Subizar: «Puente viejo». Suescun: Suloaga: (Véase Zuloaga). «Lugar de agujeros». Suola: «Ferrería del puente». Suso: (Véase Indice Montañés). Susunaga: «Lugar de álamos temblones». Susuñaga: Como el anterior. Suzarte: «Entre oímos» (?). |
T Tabanera: Taborda: «La casa de campo». Taborga: Como la anterior. Tamayo: Tapia: Tapiola: «Ferrería de Tapia». Tarascon: «Junto al pedregal». Tardetz: Teillery: Vasco francés: «Tejera». Tejera: Tellaeche: «Casa de tejas»; «Casa de Tello». Tellarena: «Lo de Tello». Tellechea: «La casa de Tello»; «La casa de tejas». Telleria: «La tejera». Tellitu: Tello: «Tejío». Terron: «Junto a la barranca». Teza: Tirapegui: «Bajo la colina de los helechos». (Ira-pe-egui). Tobalina: Tolosa: Tomasena: «Lo de Tomás». Tompes: Topalda: «Cuesta del encuentro». (Alda: cuesta; topa: encontrar). Torralba: | Torrabarria: «La torre nueva». Torralde: «Junto a la torre». Torrealde: «Junto a la torre». Torrano: «Lugar de torres». Torre, Latorre, La Torrre: «Torre», «La torre». Torre (Gómez de la): Torrea: «La torre». Torrealday: «La ladera de la torre». Torremusquiz: «La torre de Músquiz». Torres: Etimología castellana. Torrezabal: «Torre ancha». Torrezar: «Torre vieja». Torrezarra: «La torre vieja». Torrezuri: «Torre blanca». Torrontegui: «Lugar de la torre»; «Picacho». Tosubando: Tricio: Trebolazabala: «Trebolar extenso». Trocaola: «Ferrería del barranco, de la encañada». Troncoso: De origen lusitano, radicado en Vizcaya. Trotiaga: «Lugar del granero». Trucios: «Fuente fría». (Iturrí-otz). Tuesta: Tuhum: Turrillas: «Fuente de los brezos». |
U Uart, Uarte, Uharte: «Entre torrentes». Ubago: «Ribera». Ubao: «Crecida de aguas»; «Agua de riadas»; «Ribera». Ubarri: «Ribera nueva». Uberoaga: «Manantial de aguas termales». Ubidea: «La acequia»; «El canal». Ubieta: «Vados». | Ubilla: «Vado de los brezos». Ubillos: «Vados frios»; «Lugar de vados». Ubillotz: Como el anterior. Ubiria: «El pueblo del vado». Ubitarte: «Entre vados». Ucelay, Urcelay: «Remanso». (Literalmente: «Llanura de agua»). Uzabal: Uztariz: |
Z Zabalena: «Lo de Zabala». Zabaleta: «Los llanos». Zaballa: Como Zabala. Zabaltza: «Llanos». Zabaltzagarai: «Zabaltza de arriba». Zaitegui: «Casa del guarda». Zabarte: «Entre llanuras». Zabiel: «Llanura negra» (?). Zabalua: «La planicie». Zala: «Cortijo». Zalaberria: «Cortijo nuevo». Zalba: Zaldaiz: «Peñón del Caballo». Zaldarriaga: «Lugar de la piedra del Caballo». Zaldegui: «Ladera de los caballos». Zaldívar, Saldívar: «Vega de los caballos». Zalduna: «El caballero». Zalduendo, Zalduondo: «Junto a Zaldua». Zalla o Zallo: Zaloina o Zaloña: (De Zaloi: «firme»). Zamacois: «Cargas de ramas». Zamacola: «Desfiladero» (?). Zamalbide: «Camino de herradura». Zamalloa: «Desfiladero» (?). Zamora: Originario de Zarnora. Zamudio: «Desfiladeros, gargantas». Zambrana: «Cima del escarpado». Zañdagoitia o Zandateglugoitia: «Zandategui de arriba». Zangron: «Cima del escarpado». Zangronis, Zangroniz: «Lo de Zangrón». Zanguitu: Zañartu: «Varón nervudo, fuerte». Zapiain: «Sobre el vivero». Zapiola: «Vivero». Zapirain: «Sobre el vivero». Zara: «El jaro». Zaráa: «El jaro». Zaragüeta: «Límite de los jaros». Zarandona: «Junto a los jaros». Zarate: «Entrada al jaral». Zarauz: «Ortigas» (?) «Jaral». Zarazúa: «El jaral». Zarmendia: «El monte de jaros». Zárraga: «Lugar de ancianos». Zarrandicoechea: «La casa grande de los ancianos». Zarranz: «Jaros». Zavala: «Llano»; «Llanura»; «Planicie»; «Campo extenso». Zavaleta: «Llanuras»; «Llanos», etc. Zavalla: Como Zabala. Zayazegui: «Ladera del guarda». Zearreta o Ziarreta: Zearsolo: Zeberio, Ceberio: «Población bajo la ladera» (?). Zeinarte: Zeláa: (Como Zelaya). Zelaya: «El prado». Zelayeta o Zelaeta: «Prados». Zenarruza: «Pedregal del sendero». Zenborain: «Cima del escarpado». Zendoya: «Senderos». Zercalde: «Junto a la cerca». Zeru: «Cielo» (?). Zilaurren: Ziriano: | Zobaran: «Valle de cesped». Zorondo: (¿Sorondo?). Zornoza: Zorrilla: (Véase Indice Montañés: H Parte). Zozaya: Zuazagoitia: «Arboleda de arriba». Zuaznabar: «Árbol de color abigarrado». Zuasti, Suasti: «Arboleda». Zuazo, Suazo, Zuazu: «Arboleda». Zubelzu: Zubia: «El puente». Zubiaga: «Lugar del puente». Zubiagui: «Ladera del puente». Zubiaguirre: «Descampado del puente». Zubiialde: Zubialdea: «Junto al puente». Zubiarras: Zubiate: «Entrada o puerta del puente». Zubiaur: «Frente al puente». Zubiaurre: «Frente al puente». Zubicoa: «De la puente». Zubicola: «Ferrería de la puente». Zubicueta, Zubicoeta: «De las puentes». Zubiegui: «Ladera del puente». Zubieta: «Puentes». Zubiete (Pérez de): ¿Como el anterior? Zubillaga: «Lugar del puente redondo». Zubiria: «La población del puente». Zubiru, Zuburu: «Cabecera del puente»; «Puente principal». Zubizarreta: «Puentes viejos». Zubuquiza: Zudaire: «Bosque» (?). Zufia: «El puente». Zufiria: «Población del puente». Zugazaga: «Lugar de árboles». Zugazalde: «Al lado de la arboleda». Zugaznabarreta: «Arboles abigarrados». Zugasti: «Arboleda». Zuimendi, Zumendi: «Monte arbolado». Zulacarregui: «Ladera pedregosa de los hoyos». Zulaibar: «Vega de los hoyos». Zulaica: «Cuesta de la cueva». Zuloaga: «Lugar de hoyos». Zulueta: «Hoyos»; «Cuevas». Zunyaran: «Valle de los juncos». Zumaeta: (Mimbreras). Zumalacarregui: Zumalburu: Zumárraga y Zumarriaga: «Olmedal». Zumel: «Mimbre». Zumelzu: «Mitnbrera». Zumeta: «Mimbreras». Zurbano: Zurco o Zuhurco: Zurbarán: «Valle de mimbres». Zuria: «El blanco». Zuricalday o Zurigaray: Zurita: «Blanquizco». Zurutza: «La Mimbrera». Zuza: «La arboleda». Zuzaeta: «Arboledas». Zuzarregui: «Cantera o pedregal de la arboleda». |
País Vasco: Abierto al mundo. Esta Comunidad Autónoma tiene una historia única y su sello e impronta son muy característicos: Su presencia en Chile también es significativa. Publicado: Martes, 25 de Octubre de 2011 Andrés Pérez-Cotapos D. En el noreste de España existe una región cuyas raíces y lengua se pierden en el tiempo. Se trata del País Vasco o Euskadi, una comunidad autónoma, situada en el extremo nororiental de la franja cantábrica, lindando al norte con el mar Cantábrico y Francia (Aquitania), al sur con La Rioja, al oeste con Cantabria y Castilla y León y al este con Navarra. Precisamente Navarra y las tres provincias vasco francesas forman parte de lo que se denomina Euskalherria.Estos territorios y poblaciones comparten lazos,costumbres y tradiciones que se pierden en eltiempo. La autonomía española la integran las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya agrupando a 251 municipios: 51, 88 y 112, respectivamente. El País Vasco tiene una extensión total de 7.234 km², y una población actual de 2.155.546 habitantes con una densidad de población de 295,0 hab/km². Su capital es Vitoria, en Álava, donde se encuentran el Parlamento y la sede del Gobierno Vasco, mientras que la ciudad más poblada es Bilbao. A pesar de ser un territorio de gran desarrollo industrial, aún conserva auténticos paraísos naturales, como los parques naturales de Valderejo y Urkiola, de evocadores paisajes, y la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, mágico enclave en torno a la ría de Guernica. Viajar a través del País Vasco conlleva atravesar diversos puertos de montaña con un paisaje impresionante. Y es precisamente éste uno de sus extraordinarios atractivos: practicar en estos parajes treking, rutas a caballo o deportes relacionados con la montaña. Su singular historia ha conformado el específico carácter del País Vasco, desde el misterio que envuelve sus orígenes, hasta su conversión en uno de los motores económicos de la península a raíz del desarrollo industrial del siglo XIX. La riqueza de su cultura tradicional deriva de su situación estratégica desde donde los intrépidos marineros vascos alcanzaron las lejanas costas de Terranova y Groenlandia; esta situación permitió el asentamiento de distintos pueblos, aunque con distinto grado de penetración, pues la romanización fue un fenómeno que se dio casi exclusivamente en su parte meridional. Durante la Edad Media fue paso obligado del Camino de Santiago, lo que le proporcionó un gran esplendor cultural y monumental. Producto de su historia son también sus instituciones de gobierno, vigentes durante siglos, y que perduran hasta nuestros días. Y su lengua propia, el euskera, la única lengua no románica de la península y probablemente la más antigua del continente europeo. El Pueblo Vasco se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado español bajo la denominación de Euskadi o País Vasco, de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica. El País Vasco accedió a su autonomía con la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1979. Este Estatuto se distingue de la mayoría de los estatutos de las autonomías españolas no en el número de las competencias transferidas o transferibles antes en el hecho de que la autonomía vasca constituya una actualización del régimen foral de las tres provincias vascas en el marco de la Constitución Española. Así, el País Vasco, además de recibir las competencias sobre la educación, obtiene un procedimiento de financiación exclusiva basado en la actualización de los conciertos económicos de las Provincias Vascongadas establecidos en la abolición de los fueros de 1876 y que se conservaron en Álava, pero fueron derogados en Guipúzcoa y Vizcaya. El Estatuto permite, además, una policía propia, la Ertzaintza, un cuerpo de policía integral y desplegado en todo el territorio. Al tratarse de una actualización de los regímenes forales, las diputaciones forales de cada una de las provincias que integran el País Vasco conservan unas atribuciones y competencias muy amplias con respecto al propio Gobierno Vasco. Los poderes del País Vasco se ejercen por la vía del Parlamento, el Gobierno y su Presidente. Presencia en Chile. La inmigración vasca en Chile comenzó con nuestro propio descubrimiento. Se cuenta que al lado del mercado central en Santiago ya existía una cancha para la práctica de pelota vasca. Actualmente, se estima que un 20% de los chilenos tiene algún grado de relación con algún apellido vasco. En las huestes de Diego de Almagro en 1535 y de Pedro de Valdivia en 1540, ya venía un numeroso contingente de naturales de las provincias vascas y de Navarra. Se cuenta, por ejemplo, que durante la fundación de Santiago, mientras el trazado era realizado por el alarife Pedro de Gamboa, natural de Elgorrieta, en Vizcaya, su amigo y compañero de armas, Pedro de Miranda, natural de Lara, en Navarra, amenizaba su labor tocando en un chistu canciones vascas tradicionales. En 1557, junto a las huestes del gobernador García Hurtado de Mendoza, arriba Alonso de Ercilla, madrileño cuyos padres, miembros de la corte de Felipe II, provenían de Vizcaya. Ercilla fue el creador del poema épico La Araucana. Poco tiempo después el que fue el primer poeta chileno Pedro de Oña (1570-1643), hijo de vascos, publicó el poema épico Arauco Domado. Este contingente, a lo largo de los años de la colonia fue engrosando en número, destacando los numerosos gobernadores de origen vasco. Durante el siglo XVIII una gran inmigración de las provincias vascas y de Navarra, logrando a finales del siglo XVIII una participación conjunta vasco-navarra. Juntos lograron ser el grupo regional más importante de la población. Estas familias inmigrantes se dedicaron inicialmente de forma preferente al comercio, y en los años siguientes se produjeron numerosos enlaces con familias de origen castellano que eran poseedoras de tierras y títulos, dando origen a un nuevo grupo social conocido en la historia de Chile como "aristocracia castellano-vasca". También durante este siglo se crea en Chile la cofradía de Arantzazu, creada con fines benéficos para ayudar a vascos en extrema necesidad. Luego de 1840 tuvo lugar una nueva oleada de emigración vasca, tanto de las regiones españolas como francesa. Luego esta se acrecentó con la guerra civil española, donde el poeta Pablo Neruda destacó como mediador para la inmigración de refugiados vascos a Chile. Desde 2004 existe una delegación del gobierno vasco en Chile y los empresarios de origen vasco están agrupados en Emprebask. |
TENIS. |
Historia de la Segunda Guerra Mundial. |
“La Segunda Guerra Mundial fue la última guerra imperial”. Richard Overy, profesor de Historia en la Universidad de Exeter 13 de diciembre de 2024 ¿Qué fue la Segunda Guerra Mundial? Esta pregunta, respondida innumerables veces, recibe una perspectiva nueva en Sangre y ruinas: La gran guerra imperial, 1931-1945 (Tusquets, 2024). La monumental obra (de 1232 páginas) escrita por Richard Overy, profesor de Historia en la Universidad de Exeter y uno de los mayores especialistas en este conflicto, se ha erigido en el canon más completo y destacado sobre esa guerra. Abarca múltiples aspectos del conflicto con precisión extraordinaria, revoluciona nuestra comprensión de la Segunda Guerra Mundial y de gran parte del siglo XX. Toma su título, Sangre y ruinas, de Leonard Woolf, que en 1928 teorizó que el imperialismo del siglo XIX estaba destinado a desaparecer “ya sea en sangre y ruinas o de forma pacífica”. Overy propone una lectura innovadora: en lugar de tratar el conflicto como un choque de Estados-nación e ideologías, lo presenta como el acto final de un drama histórico, la lucha por los imperios. Sangre y ruinas amplía los límites temporales y geográficos del conflicto a un episodio global que abarca desde 1931 hasta la desintegración de los imperios a principios de los años sesenta. La conversación con Richard Overy explora, entre otros temas, los orígenes de la Segunda Guerra Mundial en las ambiciones imperiales del siglo XIX, un conflicto global más que estrictamente europeo, la crisis económica y las ideologías nacionalistas que prepararon el escenario para la confrontación más devastadora de la historia, y por qué la guerra de Rusia en Ucrania no puede calificarse como imperial. Usted sostiene que los orígenes de la Segunda Guerra Mundial se encuentran en los imperios de finales del siglo XIX. ¿Cómo definiría el concepto de 'imperio' en ese contexto histórico? El imperio a finales del siglo XIX abarcaba dos conceptos distintos. En Europa, existían imperios dinásticos como los de Rusia, Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Otomano, con raíces históricas profundas, que expandieron sus territorios incorporando a pueblos vecinos en una única entidad nacional. Por otro lado, el imperialismo desde mediados del siglo XIX se caracterizó por su enfoque ultramarino, asociado principalmente con las potencias marítimas europeas [Francia, Gran Bretaña, etc.] y, más adelante, con Japón. Son imperios diferentes. El ultramarino se diferenciaba de manera significativa. Su esencia radicaba en establecer colonias y controlar poblaciones de ultramar, no para integrarlas como súbditos o ciudadanos, sino para gobernarlas con fines de explotación económica y para reforzar el poder y el prestigio de los Estados europeos. Este modelo representaba un paradigma completamente distinto al de los imperios domésticos europeos. Italia y Alemania, que nacen como Estados en 1861 y 1870, vincularon la necesidad de construir su identidad nacional con la de crear un imperio. Alemania e Italia observaron que la posesión de extensos territorios ultramarinos había consolidado a Gran Bretaña y Francia como potencias globales, convirtiéndolas en modelos a seguir. Bajo esta lógica, consideraron que adquirir colonias en ultramar no solo incrementaría su prestigio y poder, sino que también les proporcionaría ventajas económicas. Para Gran Bretaña, en particular, su expansión colonial había sido un pilar de su fortaleza económica. Así, estas naciones concluyeron que alcanzar el estatus de gran potencia requería inevitablemente la posesión de un imperio. Esta mentalidad imperial fue la fuerza motriz detrás de los acontecimientos que llevaron a la Segunda Guerra Mundial En 1919, la victoria de los Aliados en la Primera Guerra Mundial consolidó en Alemania, Italia y Japón la idea de que el poder de Gran Bretaña y Francia estaba estrechamente ligado a sus imperios globales. Durante las décadas de 1920 y 1930, en medio de la crisis económica, estas naciones percibieron su propia vulnerabilidad económica y militar, lo que las llevó a considerar que solo la creación o expansión de imperios territoriales podría fortalecer su posición en el escenario mundial. ¿Cuál considera que fue el factor crítico? La crisis económica de 1929-1932 tuvo un impacto profundo. Surgió una lógica compartida en Alemania, Italia y Japón: para ser una gran potencia, era necesario tener un imperio y asegurarse un 'espacio vital'. Esta necesidad se intensificó en medio de un mundo en crisis, con una economía global colapsada y un orden internacional en descomposición. Para Mussolini y Hitler, la respuesta fue construir un imperio territorial acompañado de un bloque económico. Japón llegó a una conclusión similar: su solución dependía de crear un imperio rico en recursos. Al establecer estos bloques económicos y políticos, enviaron un mensaje claro al mundo: ‘Aquí estamos; también queremos imperios. Si otras potencias los tienen, ¿por qué nosotros no?’. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial no era inevitable. Lo que llevó al mundo a una gran crisis fue la recesión económica de los años 30 y las dificultades para reactivar la economía global en ese período. Esto se agravó con la crisis de la democracia en Europa y Asia, que permitió la llegada al poder de regímenes nacionalistas radicales en Alemania, Italia y Japón. Estas potencias utilizaron el nacionalismo extremo para justificar la necesidad de un imperio y de expansión territorial. Si la recesión no hubiera ocurrido, o si EEUU hubiese desempeñado un papel más activo en el rescate de las economías globales, es posible que se hubiese evitado una nueva ola de ambiciones imperiales. Sin embargo, al observar el liderazgo militar japonés, el Partido Nazi de Hitler y el Partido Fascista de Mussolini, queda claro que para ellos la guerra no era un problema, sino una solución. Aunque ninguna guerra es inevitable, en los años 30 el conflicto armado se había vuelto cada vez más probable. Cuanto más avanzaban estas naciones en su expansión territorial, mayor era el riesgo de una guerra global. Aunque Europa se convirtió en la prioridad para las potencias aliadas, la realidad era mucho más compleja: ambos frentes, el europeo y el del Pacífico, debían resolverse antes de que pudiera empezar a construirse un nuevo orden mundial en 1945 La Segunda Guerra Mundial no fue únicamente un conflicto europeo, sino global, el Pacífico desempeñó un papel crucial. La visión tradicional de la Segunda Guerra Mundial como un conflicto centrado en Europa ha evolucionado considerablemente. Es fundamental incluir el Pacífico en esta narrativa, ya que fue verdaderamente una guerra global. EEUU luchó simultáneamente en el Pacífico, Europa y el norte de África, mientras que británicos y franceses no podían limitarse a enfrentar a Alemania. También debían responder a los acontecimientos en Asia, considerar el valor estratégico de África del Norte y Oriente Medio, y manejar la desintegración del orden global. Aunque Europa se convirtió en la prioridad para las potencias aliadas, la realidad era mucho más compleja: ambos frentes, el europeo y el del Pacífico, debían resolverse antes de que pudiera empezar a construirse un nuevo orden mundial en 1945. Convencionalmente, se enseña que la Segunda Guerra Mundial comenzó con la invasión de Alemania a Polonia en septiembre de 1939. Sin embargo, usted sostiene que el conflicto empieza con la invasión de Manchuria por parte de Japón en 1931. ¿Por qué este evento marcó realmente el inicio del conflicto? Lo he elegido porque inicia una política de expansión territorial violenta. Japón fue el primero en emprender este camino, avanzando progresivamente sobre China hasta desencadenar una guerra abierta en 1937. Las acciones en Manchuria fueron observadas por Hitler y Mussolini, quienes, al ver que Gran Bretaña y Francia no intervenían pese a su influencia global, se sintieron alentados a llevar a cabo sus propias expansiones territoriales, convencidos de que tampoco serían detenidos. Mussolini lanzó campañas en Etiopía, participó en la Guerra Civil Española junto con Alemania e invadió Albania. Mientras tanto, Alemania anexionó Austria y Checoslovaquia, hasta llegar al punto de inflexión en 1939 con la invasión de Polonia. Fue entonces cuando Gran Bretaña y Francia concluyeron que la única forma de detener esta escalada era recurrir a la fuerza. En 1934, el jefe de la marina británica comentó:
A lo largo de los años 30, los gobiernos británico y francés se centraron en dos objetivos principales: proteger sus imperios y garantizar la seguridad de sus poblaciones, ambas amenazadas por las crisis económicas. Por ello, toleraron en cierta medida las agresiones de Japón, Alemania e Italia, siempre que no afectaran directamente sus intereses fundamentales. Aunque intentaron contener estas acciones, su prioridad era evitar una nueva gran guerra, marcada por el recuerdo devastador de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cuando Alemania invadió Polonia, Gran Bretaña y Francia comprendieron que habían alcanzado un punto de no retorno. La apaciguarían ya no era viable, y quedó claro que Hitler y el fascismo no podían ser contenidos sin confrontación. La invasión de Polonia representó una amenaza directa al orden europeo, empujándolos finalmente a declarar la guerra. ¿Cómo reaccionó EE. UU. ante el hecho de que una de las prioridades de Gran Bretaña y Francia durante la guerra fuera mantener sus imperios? Para EEUU, este fue un tema delicado. El presidente Roosevelt se oponía firmemente a los imperios coloniales y esperaba que la guerra acelerara su desintegración. Una de las razones detrás de la intervención estadounidense en el Mediterráneo fue evitar que Gran Bretaña ampliara su influencia imperial en la región tras el conflicto. En el sudeste asiático, EE. UU. tampoco apoyaba las acciones de los británicos, franceses y neerlandeses para mantener sus dominios coloniales. No obstante, la alianza con Gran Bretaña era crucial, lo que llevó a Roosevelt a moderar sus críticas, aunque mantenía la esperanza de que India, por ejemplo, alcanzara la independencia al término de la guerra. Esta tensión entre los aliados fue una constante durante todo el conflicto. Mientras Gran Bretaña y Francia luchaban por preservar sus imperios, EEUU visualizaba un mundo de posguerra centrado en estados nacionales independientes, en contraposición al modelo colonial. Usted no hace concesiones al abordar las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial. Personalmente, me impactó la brutalidad de los alemanes contra los soviéticos y la violencia sexual perpetrada por el ejército japonés contra las mujeres. ¿Cómo explica usted estos niveles de violencia? Somos una especie beligerante. A lo largo de la historia, los seres humanos han recurrido a la guerra en momentos de crisis cuando la han considerado necesaria. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial se distingue por características únicas, especialmente por la magnitud de las bajas civiles: murieron millones, más civiles que soldados. Fue una guerra especialmente brutal en regiones imperiales como la Unión Soviética, Europa Central, China y el sudeste asiático, donde las poblaciones fueron deshumanizadas y tratadas como subhumanas. Potencias imperiales como Japón y Alemania no las consideraban iguales, sino súbditos. Cualquier resistencia era castigada con una crueldad implacable, justificada dentro de su lógica imperial El final de la Segunda Guerra Mundial no significa el fin de la violencia imperial. El día de la victoria en Europa, el 5 de mayo de 1945, el ejército francés perpetró una masacre en Sétif, Argelia, en la que murieron más de 3.000 personas. La desintegración de los imperios fue un proceso complicado. Los imperios de Alemania, Italia y Japón fueron destruidos de manera decisiva en 1945, y ninguna de estas naciones intentó revivir la idea del imperio. Sin embargo, para los británicos, franceses, neerlandeses, belgas y otras potencias coloniales europeas, los imperios de ultramar todavía parecían viables. De hecho, algunos incluso creían que ganar la Segunda Guerra Mundial podría fortalecer su control imperial. Lo que siguió, en cambio, fueron dos décadas de conflictos violentos y caóticos en regiones como Palestina, India, Indochina (Vietnam), Kenia, Argelia e Indonesia. En algunos casos, como en India, Gran Bretaña, la potencial imperial, optó por retirarse, al reconocer que defender este territorio se había vuelto demasiado costoso e insostenible. En otros lugares, como Malasia, Indonesia o Indochina (Vietnam), respondieron con violencia, muchas veces extrema, que recordaba inquietantemente los métodos brutales empleados por las potencias del Eje durante la guerra. Usted sostiene que la Segunda Guerra Mundial fue la última guerra imperial. George Beebe, exdirector de análisis sobre Rusia de la CIA, indicaba a elDiario.es que la invasión de Ucrania por parte de Rusia debe entenderse como una reacción a la expansión hacia el este de la OTAN. Otros argumentan que Rusia está librando una guerra imperial. ¿Cree que el concepto de imperio es aplicable a este conflicto? Los imperios que colapsaron en 1945 y en las décadas posteriores son fundamentalmente diferentes de lo que Putin busca lograr. Primero, está motivado por preocupaciones de seguridad. Teme que la Unión Europea y la OTAN se expandan hacia Ucrania, acercándose a las fronteras de Rusia, lo que percibe como una amenaza directa. Quiere una frontera segura y está decidido a evitar esta supuesta invasión. Segundo, lo impulsa el deseo de restaurar el estatus de Rusia como una gran potencia, una posición que considera perdida en los años 90. Estos dos motores —la seguridad y la reafirmación del poder global de Rusia— son centrales en la estrategia de Putin. Está convencido de su importancia y argumenta que esta guerra remodelará el orden internacional. Sin embargo, esta no es una guerra para establecer colonias ni se libra al estilo de las guerras imperiales de Gran Bretaña y Francia en el siglo XIX. Es un conflicto de naturaleza distinta, moldeado por ambiciones geopolíticas contemporáneas en lugar de objetivos coloniales tradicionales. |
Noticias Mundo Europa. La espía que me amó: Charlotte Philby regresa a Moscú en busca de su abuelo Kim Philby. Charlotte Philby Sábado 6 de marzo de 2010 El brillante 4x4 negro avanza lentamente por el cementerio. Gruesos mantos de nieve se han asentado sobre las llanuras de Moscú, y a ambos lados de nuestra pista, el suelo es de un blanco brillante. Los dos hombres en el asiento delantero —mis guardias de honor— miran hacia afuera en silencio, entrecerrando los ojos ante la luz del sol que se filtra a través de las copas de los árboles. Finalmente, el coche se detiene bruscamente, y el conductor, al verme a través del retrovisor, asiente. Sin decir palabra, sale con su larga gabardina oscura y sus zapatos de cuero pulido, abriendo la puerta trasera para que lo siga. Mientras la brisa gélida nos acaricia las mejillas, señala una tumba elevada ligeramente más adelante: «La mamá de Yeltsin», explica. Seguimos caminando en silencio; los demás se quedan atrás, inclinando la cabeza, mientras ocupo mi lugar frente a otra parcela a pocos metros de distancia. Esta es la primera vez que estoy al pie de la tumba de mi abuelo, pero lo reconozco al instante. Muchas veces he contemplado imágenes de la alta y pulida lápida con escritura cirílica, y la imagen de su rostro grabada en ella, en recortes de periódico y fotos familiares. También he visto imágenes de su cuerpo frío, condecorado con medallas, en un ataúd abierto, con guardias armados a ambos lados, mientras la suntuosa procesión fúnebre recorría el cementerio de Kuntsevo hasta este mismo lugar. Fue ver esas fotos cuando tenía seis años lo que me ayudó a darme cuenta de que había algo diferente en el abuelo Kimsky. Hoy, de pie por fin ante su última morada, rodeado de ex primeros ministros y héroes nacionales en un cementerio aislado a las afueras de Moscú, con dos perfectos desconocidos mirándome de reojo, recuerdo una vez más lo diferente que era. Además de ser mi abuelo —a quien recuerdo de mis viajes de infancia a Rusia como un anciano gracioso de sonrisa radiante, que vestía casi exclusivamente con chalecos blancos y tirantes—, Kim Philby, hasta el día de hoy, sigue siendo uno de los agentes dobles más importantes de la historia moderna. En 1963, tras ser descubierto en Gran Bretaña como el infame "Tercer Hombre" de la red de espionaje de Cambridge, Kim huyó a Moscú y nunca más volvió a poner un pie tras el Telón de Acero. En los años transcurridos, se han hecho innumerables intentos por comprender cómo este sociable inglés, educado en una escuela pública, y sus compañeros espías de Cambridge —Guy Burgess, Donald Maclean, Anthony Blunt y John Cairncross— pudieron ser persuadidos a traicionar a su país y engañar a su familia y amigos. Y a cada paso, la historia cambia ligeramente, la respuesta es cada vez menos clara: cuanto más se ha investigado su personalidad, más esquivo se ha vuelto. Ahora, en un intento de poner algo de orden en mi propia comprensión de mi abuelo, para aclarar la imagen caleidoscópica de él que se ha formado en mi mente, he regresado por primera vez como adulto al país donde, en el exilio político, vivió los últimos 25 años de su vida. Es mi tercer día en Rusia. A media mañana, abrigado del frío con el viejo gorro de oso de Kim y un abrigo a juego (hace demasiado frío aquí para los derechos de los animales), salí del hotel con un mapa y suficiente dinero para el metro y el taxi que necesitaré para ir de la estación al cementerio, junto a la autopista de Mozhaisk. Dos horas más tarde, golpeado por el viento y casi congelado, finalmente llego a las puertas del concurrido cementerio, donde, con la esperanza de que el guardia pueda indicarme la dirección correcta, garabateo el nombre de mi abuelo y la palabra "comunista" en un pañuelo de papel viejo y muestro mi licencia de conducir. Cuando finalmente queda claro que he venido de Inglaterra a visitar la tumba de mi abuelo, Kim Philby, un agente soviético que recibió un entierro de héroe en algún lugar de esta tierra a finales de los años 1980, el viejo hombre de seguridad en la puerta comienza a gritar y me echa a través de una puerta privada, a la oficina donde le cuenta la historia a un hombre alto con una gabardina oscura, al que llaman "jefe", quien a su vez me acompaña afuera hacia un Range Rover nuevo con las ventanas negras. Segundos después, salimos a toda velocidad del cementerio por la autopista. El conductor hace varias llamadas por el camino, cada una de ellas breve, antes de entrar en un cementerio diferente más adelante, vigilado por guardias armados. Al ver nuestro coche, los hombres saltan de sus puestos, saludan y pulsan el botón de las puertas eléctricas; uno se sube al asiento delantero y da instrucciones mientras nos ponemos en marcha. Cinco minutos después, observo la sombra de un árbol alto y sin hojas que cae sobre la nieve en el camino frente a la lápida de mi abuelo, y me pregunto quién habrá estado allí en las últimas horas y habrá colocado un ramo de flores de colores brillantes al pie de su tumba. Hay cosas que sé con certeza sobre mi abuelo. Al fin y al cabo, los hechos básicos están bien documentados. Kim se convenció de la causa comunista mientras estudiaba en la Universidad de Cambridge y, tras graduarse en 1933, viajó a Viena para servir a la organización comunista internacional Comintern —lo cual era ilegal en Austria— con 100 libras en el bolsillo que le había dado su padre, St. John, también graduado de Cambridge. St. John, quien se incorporó al Servicio Exterior Británico en 1917, cuando su único hijo tenía cinco años, también era un inconformista. Oficial del Servicio Civil Indio convertido en arabista y explorador, pasó 20 años viajando por el desierto a lomos de un camello, cartografiando el inexplorado Cuartel Vacío de Arabia Saudí, cruzándose con Lawrence de Arabia y finalmente casándose con una esclava que le regaló su amigo, el rey Ibn Saud de Arabia Saudí, de quien fue consejero personal durante muchos años. Profundamente insatisfecho con la política británica en Oriente Medio, el padre de Kim dimitió del Servicio Exterior en 1930, convirtiéndose al islam y adoptando el nombre de Hajj Abdullah. Unos años después, en 1933, Kim viajó a Viena. Allí se ofreció como voluntario para el comité de refugiados, recaudando fondos, escribiendo y difundiendo propaganda en secreto, recaudando fondos y distribuyendo ropa y dinero a quienes habían escapado de la Alemania fascista. Se casó con Litzi Friedman, una compañera activista judía austriaca, para ayudarla a escapar de la persecución. La pareja regresó a Inglaterra en mayo y, para entonces ya agente soviético designado, Kim encontró trabajo como corresponsal extranjero. Viajó extensamente, a la vez que ascendía en los servicios de inteligencia británicos. Para 1944, Kim fue nombrado jefe de una recién formada sección antisoviética y posteriormente enviado a Washington, donde, como máximo representante del Servicio de Inteligencia Secreto, trabajó durante varios años en contacto con la CIA y el FBI. Y durante todo ese tiempo, estuvo entregando información directamente a los rusos. A su regreso a Inglaterra, Kim hizo grandes esfuerzos para ocultar las huellas de su pasado comunista: se unió a la confraternidad anglo-alemana en 1934 y editó su revista pro-Hitler; realizó repetidas visitas a Berlín para reunirse con el Ministerio de Propaganda alemán; incluso recibió personalmente de manos de Franco la Cruz Roja al Mérito Militar en 1938. Lenta pero seguramente, se estaba convirtiendo en uno de los agentes dobles más astutos y traicioneros de todos los tiempos. El agente "Stanley", como se le conocía, era sin duda despiadado. Según un artículo reciente del Daily Telegraph: "Durante años, Philby había saboteado misiones aliadas tras el Telón de Acero y había enviado calculadamente a docenas de agentes a la muerte". Lo más famoso es que fue casi con toda seguridad responsable del soplo que provocó la muerte de los primeros albaneses patrocinados por los británicos que se lanzaron en paracaídas para derrocar el régimen comunista de Enver Hoxha. Es comprensible que, como consecuencia, muchos lo odien. Junto a los artículos sobre él en línea, los lectores lo describen habitualmente como "malvado" y "un cáncer para la sociedad". Hace apenas cinco años, a mi madre y a mí nos negaron el servicio en una tienda de Arizona por el nombre que figuraba en nuestras tarjetas de crédito. Pero, como escribió el autor Graham Greene (amigo íntimo de mi abuelo y colega oficial de inteligencia británico que trabajó bajo sus órdenes en el MI6) en la introducción a la autobiografía de Kim, Mi guerra silenciosa: «Por supuesto, a sus ojos el fin justifica los medios, pero esta es una opinión adoptada, quizá menos abiertamente, por la mayoría de los hombres implicados en política, si los juzgamos por sus acciones, independientemente de que el político sea un Disraeli o un Wilson. «Traicionó a su país». Sí, quizá lo hizo —continúa Greene—, pero ¿quién de nosotros no ha traicionado a algo o a alguien más importante que un país? Para Philby, estaba trabajando para que su país se beneficiara. A lo largo de su vida, Kim se casó cuatro veces y tuvo cinco hijos con su segunda esposa, Aileen Furse. Su hijo mayor fue mi padre, John, quien en 1963, siendo estudiante de arte de 19 años, se enteró del espionaje de Kim. Al bajar de un ferry en la Isla de Wight, se encontró con un cartel que anunciaba que Kim era buscado. Había tardado mucho en llegar. En 1951, Kim alertó a su compañero espía de Cambridge, Donald Maclean, de que Gran Bretaña se había enterado de sus actividades de espionaje y se había emitido una orden de arresto contra él. Cuando Burgess y Maclean huyeron a Moscú, evitando ser capturados, Kim fue el principal sospechoso por haberles avisado. Pero en el famoso "Juicio Secreto" de 1952, convenció a su interrogador del MI5, Buster Milmo, de que no era un agente soviético. Logró el engaño recurriendo a su tartamudeo ocasional para ganar tiempo y pensar antes de decir otra mentira descarada. En 1955, Harold Macmillan, entonces ministro de Asuntos Exteriores, emitió una declaración confirmando que no existían pruebas de que Kim Philby fuera un agente soviético. Macmillan era, por supuesto, primer ministro en 1962, cuando el doble agente soviético George Blake fue capturado, y Kim ya no pudo ocultar la verdad. Esos son los hechos, pero también hay muchas interrogantes. Y es en ellos en los que pienso mientras, al día siguiente, me dirijo desde mi hotel, a través de la Plaza Roja, hacia el apartamento de Kim, siguiendo la ruta marcada a lápiz en un mapa bastante impreciso, elaborado a partir de los recuerdos combinados de varios familiares, ninguno de los cuales ha estado aquí en más de 20 años. A pesar de las veces que visitamos a Kim en Moscú, a ningún miembro de la familia se le permitía conocer su dirección. En aquella época, la correspondencia debía enviarse a un apartado de correos; y en su respuesta, Kim firmaba con un nombre en clave especial, "Panina" (una combinación de Pa y Nina, el alias de la esposa de Kim). Y siempre que nos quedábamos, nos recogían en el aeropuerto y nos llevaban a su apartamento por una ruta deliberadamente tortuosa en un coche de la KGB para que nadie recordara con exactitud cómo habíamos llegado. De hecho, fueron esos viajes al piso de Kim los que conforman algunos de mis recuerdos más vívidos de la infancia: recorrer a toda velocidad el tercer carril de la autopista en un coche sin distintivos. De vez en cuando, el conductor corría una cortina por dentro de las ventanillas y colocaba una luz azul intermitente en el techo antes de partir. Con mucha suerte, a veces —y aún corría la década de 1980— se oía un timbre lejano, y de un compartimento cerca de la palanca de cambios, nuestro acompañante sacaba un teléfono con un cable en espiral, al que hablaba en voz baja, repitiendo las mismas dos palabras, "horosho" y "da", una y otra vez antes de colgar. En cualquier caso, incluso si se hubiera conocido la dirección del abuelo, quizá no hubiera servido de mucho en 2010. Muchos nombres de calles han cambiado desde la caída de la Unión Soviética. Pero no importa; con tiempo suficiente para perderme, pronto me dirijo al apartamento donde mi abuelo vivió los últimos 25 años de su vida bajo la atenta mirada de Moscú, y donde su viuda, Rufa, está preparando un banquete enorme para nuestro té de la tarde. De camino, paso por algunos de los antiguos lugares frecuentados por Kim y, siguiendo su consejo a los visitantes: «Si ya no sientes la nariz, entra», hago una breve parada para tomar un café en el famoso Hotel Metropole, un local soviético. Entrar por la puerta principal y pasar por debajo de un destartalado detector de metales independiente es como viajar en el tiempo. En una zona apartada junto al restaurante abovedado (uno de los favoritos de Kim), el bar, con poca luz, es atendido por camareros de piel grisácea; columnas de imitación mármol se extienden entre grupos de pesadas sillas rojas y doradas, frecuentadas por grupos de hombres con trajes anticuados, maletines y copas de pasta gruesa, bebiendo vodka de un trago, bajo una densa nube de humo de cigarrillo. Todo ha tenido mejores días. Hoy, la principal calle de Moscú, Tverskaya Ryad (que recuerdo de las vacaciones de mi infancia como una extensión gris y monótona llena de colas de personas que parecían no saber qué estaban esperando (aunque normalmente eran naranjas o helado)) es apenas reconocible: un nudo de tiendas de diseñadores y de teléfonos móviles, intercalado con chillones carteles publicitarios que cuelgan entre los edificios por encima de la transitada calle principal. La oficina central de correos, donde Kim venía cada mañana a recoger su correo y una pila de periódicos británicos y estadounidenses, se encuentra a media altura, a la izquierda. En el interior, el atrio que conduce a la oficina principal de clasificación y recogida está ahora repleto de puestos que venden productos electrónicos, accesorios caros para móviles y flores a 3 libras la unidad. Hay dos tiendas más de telefonía móvil dentro del edificio de correos, y en la escalera, una babushka envuelta en gruesas pieles y rodeada de bolsas de plástico cuenta un puñado de peniques. Recuerdo una breve conversación telefónica que tuve esta mañana con un antiguo compañero de Kim en la KGB, con quien estuve en contacto durante mi investigación para este artículo. Me contó que un grupo de cinco o seis antiguos compañeros de Kim todavía se reúne cada mes para brindar en su honor. «Sin duda, tu abuelo habría desaprobado los marcados contrastes de la Rusia actual», dijo. La magnitud de estos contrastes se aprecia al comparar dos artículos publicados en días consecutivos en el Moscow Times. El primero informa que Rusia ocupa el puesto 143 en una lista de las economías más libres del mundo, "solo un puesto por encima de países con economías 'reprimidas' como Vietnam, Ecuador, Bielorrusia y Ucrania", mientras que el siguiente relata cómo el oligarca Roman Abramovich, cuya fortuna está valorada en 7.000 millones de libras, acaba de adquirir 35 obras de arte notables para decorar su yate privado de 170 metros. Justo más allá del cruce que domina la plaza Pushkin —el lugar donde, según se dice, los disidentes se reunían, saludándose quitándose el sombrero— se encuentra el antiguo emplazamiento del Hotel Minsk (como gran parte de la ciudad, ahora en un largo proceso de reconstrucción), donde Kim conoció al periodista Murray Sayle en 1967. Tras haber conseguido el primer encuentro de Kim con la prensa occidental desde su llegada a Moscú, Sayle afirma que lo encuentra «un hombre cortés que sonríe mucho, y su cabello gris bien cortado y su tez rubicunda sugieren vitalidad y alegría de vivir». El reportero añade que Kim demostró una "cabeza de hierro" para la bebida durante sus posteriores encuentros, que transcurrieron durante una serie de largas y copiosas comidas: "No percibí ningún cambio en su estado de alerta ni en su jovialidad cuando el camarero llegó con relevos de 300 gramos de vodka o 600 gramos de brandy armenio". Al igual que mi padre, Kim tenía una resistencia increíble para la bebida; ambos la bebían a raudales mientras jugaban al ajedrez en el piso de Moscú (mientras yo corría y armaba alboroto en la sala) y en los largos viajes a Siberia y Bulgaria que hicieron juntos. Pero ninguno era completamente inmune. En una ocasión, al dejarnos en el aeropuerto, Kim y mi padre estaban tan borrachos que el personal los metió en un armario bajo las escaleras con una botella de vodka para que no se movieran, mientras el embajador británico deambulaba por la terminal principal esperando el mismo vuelo a Londres. Cuando le pregunté a mi padre, poco antes de morir a finales del año pasado, cómo se sentía ante la traición de su propio padre, me contó exactamente lo que Kim le había dicho a Sayle durante aquella entrevista de 1963: «Para traicionar, primero hay que pertenecer». Y como dijo el propio Kim: «Nunca pertenezco». Mi padre siempre tuvo un gran respeto por mi abuelo; me contó que, incluso de niño, siempre supo que tramaba algo, pero no sabía qué. Se llevaron bien en esos últimos años —eran muy parecidos en muchos aspectos— y mi padre dijo que nunca sintió resentimiento, ni siquiera cuando fue criticado injustamente por su apellido. En un momento dado, en el programa de su obra "Espías Solteros", el escritor Alan Bennett publicó la afirmación de que mi padre, John, había llegado tarde al funeral de su padre, directamente del aeropuerto, y se había quedado de pie, balanceándose tras una lápida, con bolsas de alcohol en la mano. De hecho, había llegado a Moscú días antes y se le puede ver en una película justo detrás del ataúd de su padre. Cuando Bennett fue interrogado sobre el asunto, le escribió a mi padre una nota explicando que se mantenía firme en su declaración, ya que la información provenía de una fuente fiable: un periodista de la BBC. Tras leerla brevemente, mi padre simplemente se encogió de hombros y tiró la nota a la basura. No era de los que se preocupaban por lo que pensaran los demás: "Nunca seas aburrido y no tengas miedo de ofender a la gente", fue una de las últimas cosas que me dijo antes de morir. Mientras investigaba para este artículo, Bennett —también autor de Un inglés en el extranjero, donde imagina los últimos años de Guy Burgess en Moscú: solitarios, patéticos y totalmente insatisfechos— respondió a un breve artículo de opinión que escribí para este periódico el pasado julio, en el que defendía la decisión de mi abuelo de no disculparse públicamente por sus actos. En su diario para la London Review of Books, Bennett escribió: «Philby parece haber sido responsable de la traición, la presunta tortura y la muerte de una red de agentes, algo que nunca se ha demostrado en el caso de Blunt. Sin embargo, lo que jugó en contra de Blunt, y también de Burgess, fue que no eran muy amigables con los periodistas. Los periodistas cuidan de los suyos, y Philby se hizo pasar por un periodista borracho y despreocupado, por lo que recibió un trato más indulgente por parte de sus colegas». Bennett concluye: «Charlotte Philby cree que su abuelo era más honesto, pero es una honestidad de cantina. Philby era un tipo. 'Tomémonos otra copa, viejo'. El bueno de Kim». Me hubiera gustado que Bennett profundizara más en sus comentarios, pero, por desgracia, cuando contacté con su agente para solicitar una reunión, mi invitación fue rechazada. Giré a la izquierda, según mi mapa, alejándome del supermercado local de Kim, donde, como un animal de costumbres, recogía su provisión diaria de pan y cualquier fruta y verdura disponible. Le gustaba que en Moscú solo se pudieran comprar productos de temporada, pero pidió a sus familiares que le trajeran los productos no perecederos que le encantaban y no podía conseguir allí: mermelada, Marmite y salsa Worcestershire. Hasta el final, como descubrí cuando entré en su apartamento, Kim se rodeó de cosas relacionadas con la cultura británica y la vida al otro lado de la Cortina de Hierro: desde las novelas de PG Wodehouse hasta las especias indias que usaba para sus legendarios curries. Para algunos, detalles como este han alimentado la pregunta de si, al llegar por primera vez al país por el que había sacrificado todo, que se suponía que representaba todo por lo que había luchado y donde viviría el resto de sus días en el exilio, se sintió desilusionado y amargado, y anhelaba en cambio la tierra que había traicionado. Pero no creo que mi abuelo cuestionara jamás ninguna de sus decisiones. Para empezar, como todos los hombres de la familia Philby, era obstinado. Pero, aún más importante, cada decisión que tomaba era consciente. Kim lo sacrificó todo: arriesgó su vida y la de otros, traicionó a sus colegas y engañó a su familia y amigos (incluso espió a su propio padre en una ocasión, como se explicará en breve) porque creía sinceramente —desde el momento en que se unió al movimiento y se opuso al aparentemente incontenible ascenso del fascismo— que el comunismo era una causa que valía la pena considerar por encima de todo. Por supuesto, tomó decisiones audaces y sumamente controvertidas, algunas de las cuales tuvieron consecuencias fatales, pero no las tomó a la ligera. Como Kim le contó a mi madre cuando ella le preguntó si sentía algún remordimiento, él creía ser un soldado, luchando en una guerra sangrienta en el siglo más sangriento de la historia. Y si un soldado lucha por una causa en la que cree, por la que cree que vale la pena sacrificar vidas humanas, pero al final su bando pierde la guerra, ¿significa eso que se equivocó al plantarse y luchar desde el principio? Kim incluso engañó a sus propios hijos y los abandonó cuando huyó a Moscú. ¿Fue una decisión egoísta? Quizás. Pero, de nuevo, en su mente era justificable. En sus propias palabras: «En realidad soy dos personas. Soy una persona reservada y una persona política. Por supuesto, si hay un conflicto, la persona política es lo primero». En 1983, aproximadamente un mes después de que mis padres me llevaran de bebé a conocerlo, Kim envió un ejemplar de "Sobre la dictadura del proletariado" de Lenin, junto con una carta larga y bellamente escrita a mi abuelo materno, a quien probablemente nunca conocería. En ella escribió: "Adjunto algunos extractos de nuestra Biblia. Al igual que su propia Sagrada Escritura, está abierta a muchas interpretaciones diferentes (y a menudo contradictorias), según los gustos y prejuicios del lector". En la carta adjunta, añade: «La dificultad radica en que [Lenin] siempre escribía con vehemencia sobre cuestiones candentes del día (o incluso de la hora); y, naturalmente, su estrategia y tácticas cambiaban para adaptarse a las circunstancias cambiantes... Mi edición rusa consta de 55 grandes volúmenes, por lo que hay amplio margen para citas selectivas e incluso interpolaciones espurias. ¿Quién va a revisar 55 volúmenes en busca de alguna frase extraña? Sin duda, Jeremías enfrentó problemas similares». Kim no era ingenuo; sabía que su ideal, como cualquier otro, era susceptible de corrupción. Pero eso no significaba que el ideal en sí fuera corrupto o que no valiera la pena perseguirlo. Quizás no siempre había tenido razón. Como también reiteró por teléfono su excolega de la KGB: «Kim era un idealista comunista. Creía en la libertad de expresión y pensaba que el estalinismo y todo eso eran temporales». Y, obviamente, el resultado demostró lo contrario. Así que, quizás, al morir, un año antes de la caída del Muro de Berlín —y sabiendo lo que ya debía saber—, se sintió decepcionado. Pero incluso entonces, tras haber tomado decisiones calculadas basadas en ideales políticos profundamente arraigados, sigo creyendo que no habría actuado de otra manera. El piso de Kim está varios pisos más arriba, en un bloque de apartamentos no lejos de la plaza Pushkin, y se distingue del resto por un pequeño balcón. Hoy en día, a esta calle peatonal solo se puede acceder mediante una puerta con código, y la fachada del edificio ha sido descuidada hasta el punto de ser casi irreconocible. Sin embargo, dentro, el ascensor sigue siendo tan temperamental como siempre, así que voy a su piso a pie, reconociendo al instante la extraña puerta principal de cuero tachonado al salir de la escalera. La última vez que llegué a este piso, a los seis años, fue apenas unos días después de la muerte de Kim, y mis padres y yo nos encontramos con un mar de ojos hinchados. Durante nuestra estancia, se amontonaron más dolientes, cuyos llantos y gemidos resonaban en las paredes. Hoy, mientras la viuda de Kim me recibe en la puerta, ofreciéndome un par de pantuflas de lana, el ambiente es tranquilo y sereno. El piso del abuelo está casi igual que lo dejó: «Después de que Kim se fuera, no quería cambiar nada», dice Rufa. «Es una casa antigua, no como las casas de la nueva Rusia, donde todo es moderno e importado». No se imagina qué habría pensado Kim de este nuevo mundo, donde una minoría se ha beneficiado enormemente mientras que muchos —fuera de la capital, la gran mayoría— viven en la pobreza extrema con poco apoyo del Estado. En la sala, las mismas pieles cuelgan sobre el sofá, junto a un par de pistolas afganas, un regalo del colega de la KGB con el que hablé antes. La silla de Kim, en la que nadie más, bajo ninguna circunstancia, pudo sentarse mientras vivió —y durante muchos años después, añade Rufa—, permanece justo donde estaba, a la cabecera de una mesa baja. El gramófono, frente al cual Kim se sentaba a escuchar el Servicio Mundial a las 7 p. m. todas las noches con una taza de café, emite un tremendo crujido al encenderse, pero aún funciona perfectamente. La cocina donde preparaba ritualmente su desayuno diario de tocino, huevos y tostadas (otra costumbre inglesa que nunca abandonó), y donde pasaba horas cocinando cada noche, ahora huele a los deliciosos panqueques que Rufa prepara para nuestro festín de cinco horas. Pero el lugar donde la presencia de Kim se percibe con mayor intensidad desde cada rincón es su estudio. Allí, rodeado de una extensa biblioteca, se sentaba durante horas. El único cambio que noto es un ordenador en su escritorio, donde antes había una vieja máquina de escribir. La vista desde una de las ventanas también es notablemente distinta. Desde el balcón, se puede ver el mismo patio de la escuela, donde niños con gruesas chaquetas de esquí participan en un juego atemporal: saltar desde lo alto de una escalera de hormigón hasta el suelo, amortiguados por gruesos mantos de nieve. Pero desde una ventana más pequeña, frente a la puerta, la vista de Moscú se ve interrumpida por un vibrante anuncio de neón de Samsung. Más tarde, veo el mismo cartel sobre una estatua de Lenin cerca de la antigua sede del KGB. La biblioteca de Kim, que envió poco después de llegar a la Unión Soviética, es testimonio de sus complejidades y contradicciones: en cuatro paredes de estanterías, clásicos rusos y textos comunistas clave se encuentran junto a novelas de Raymond Chandler y P.G. Wodehouse; hay 19 volúmenes de Historia Moderna de Cambridge y un álbum de recortes de Sherlock Holmes. Es difícil pasar por alto la ironía de un hombre que traicionó a su país con tanta determinación, rodeándose en su apartamento soviético de condimentos británicos, periódicos y clásicos ingleses desenfadados. Como se mencionó anteriormente, esto se ha interpretado como una señal, junto con su consumo excesivo de alcohol, de que, al final, Kim quedó destrozado, desilusionado y abatido, tras haber llegado a Moscú esperando recibir importantes misiones y un puesto de alto rango en la KGB, solo para encontrarse con muy poco que hacer y atiborrado de alcohol para mantenerlo obediente. De hecho, cuando el destacado escritor ruso Genrikh Borovik tuvo acceso al archivo oculto de Kim en la KGB en 1994, seis años después de su muerte, quedó claro hasta qué punto los rusos desconfiaban de él. Philby fue reclutado, según se revela, porque se creía erróneamente que su padre, St. John, era un oficial de inteligencia británico. Una de las primeras tareas que le asignaron fue espiar a su propio padre, lo cual hizo sin cuestionarlo, desenterrando muy poco, porque, aunque los rusos no lo creyeron, no había nada que desenterrar. A lo largo de los años hizo todo lo que se le pidió: dio todo lo que tenía a la causa, y aún así Moscú seguía desconfiando profundamente de un hombre que ha sido descrito como su mejor y más leal servidor. Al analizar las razones de esto en la introducción del libro de Borovik, The Philby Files, el periodista y biógrafo Phillip Knightley —quien entrevistó extensamente a mi abuelo durante sus últimos años en Moscú— escribe: "¿Es posible que el servicio de inteligencia británico estuviera realmente dirigido por tan necios que nadie se diera cuenta de que se filtraba información valiosa a Moscú? ¿Que Philby, con sus ideas comunistas en Viena y su esposa comunista austríaca, había sido reclutado por el SIS y había sorteado sin problemas sus procedimientos de investigación?". El caso de Kim no mejoró debido a que varios de sus controladores soviéticos, incluido "Mar", el hombre que lo reclutó, fueron posteriormente ejecutados por "enemigos del pueblo". Pero, sobre todo, el problema residía en que la inteligencia de Kim era demasiado buena y, para su detrimento, los servicios de inteligencia están acostumbrados a creer que cuanto mejor es la información, más debe cuestionarse. Pero así fue. Al final, a pesar de haber sido lo que Allen Dulles (jefe de facto de la CIA de 1953 a 1961) describió una vez a regañadientes como «el mejor espía que Rusia haya tenido jamás», Kim fue tan vigilado como cuidado por sus superiores, y no se le aprovechó al máximo. Y quizá lo sentía así; sin duda, le molestaba que lo escoltaran prácticamente a todas partes durante sus primeros años en Moscú, como atestigua Rufa. Pero si eso venía acompañado de algún sentimiento de autocompasión es otra cosa. Para empezar, la vida de Kim tras el Telón de Acero no era mala. Tenía amigos, esposa; se entregaba a una cultura que amaba: los conciertos, el ballet, las galerías; viajaba a Cuba, Berlín Oriental, por toda la Unión Soviética y pasaba los fines de semana en su querida dacha. Además, se había hecho la cama. Siempre supo lo que arriesgaba: su familia, sus amigos, su reputación, y tomó sus decisiones en consecuencia. Hizo todo lo posible por una causa en la que creía: ¿de qué arrepentirse? En cuanto a la bebida, Kim nunca necesitó una excusa para abrir una botella; bebía en las buenas y en las malas. Al mirar ahora alrededor del estudio de Kim, más allá de la orgullosa foto suya con el equipo local de hockey sobre hielo, debajo de una de su padre y otra de varios políticos soviéticos clave estrechándose la mano, mi mirada se dirige a una gran impresión en blanco y negro del Che Guevara, que asoma desde encima de una de las estanterías en la esquina derecha, como un ojo que todo lo ve. Recuerdo las palabras de Kim: «He seguido exactamente la misma línea durante toda mi vida adulta. La lucha contra el fascismo y la lucha contra el imperialismo fueron fundamentalmente la misma lucha». ¿Se equivocó al continuar en el camino comunista cuando tantos otros se habían desviado? ¿Al continuar hasta el final lo que empezó? ¿Era lamentable por seguir creyendo que un estado comunista podría finalmente existir, libre de la corrupción que plaga todos los sistemas, en beneficio de una sociedad justa y equitativa? Independientemente de lo que creas, Kim sintió que la historia le daría la razón: «Seré recordado como un buen hombre», le dijo a mi madre apenas dos años antes de morir. Quizás sea demasiado pronto para juzgar; después de todo, el comunismo, según sus seguidores, es la época final, inevitable solo cuando todos los demás sistemas se hayan autodestruido, lo que, por supuesto, ocurrirá. Al entrar desde el balcón, mi mirada se posa en un solo punto. En medio de la estantería detrás de su escritorio, sobre su silla vacía, justo donde habría descansado la cabeza de Kim, se alza imponente un libro, con la portada por delante. Al acercarme, el título de la novela de Anthony Trollope me llama la atención: Él sabía que tenía razón. Kim Philby: una cronología.
|
Teatro |