Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


domingo, 5 de octubre de 2014

154.-Nicolás Salmerón y Alonso (1838-1908).-a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 


 ANA GONZÁLEZ HUENCHUÑIR 


Biografía. 

Nicolás Salmerón Alonso (Alhama la Seca, 10 de abril de 1838-Pau, 20 de septiembre de 1908), fue un político, abogado y filósofo español, presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República durante mes y medio en 1873.

En Almería hizo los estudios de la segunda enseñanza. Después se trasladó a Granada, en cuya Universidad cursó la carrera de Filosofía y Letras y la de Derecho. Ambas las terminó en Madrid, a donde se trasladó en 1856. Sanz del Río, su maestro, conoció muy pronto el mérito de Salmerón, en quien halló un sucesor de su doctrina y un continuador de la obra de su pensamiento. Salmerón sobresalió entre sus compañeros, ya por su talento, ya por su incansable amor al estudio. Terminadas las dos carreras que se han dicho, acudió al Ateneo de Madrid, centro en el que expuso con franqueza sus opiniones, declarándose demócrata socialista y ganando en breve fama de tribuno elocuente y de profundo filósofo. Más tarde se dedicó al periodismo (1860), y se contó, aunque por breve tiempo, entre los redactores de La Discusión, diario madrileño. También fue redactor de La Democracia; pero ciertas cuestiones de doctrina le obligaron a separarse de dicho periódico, que también veía la luz en la capital de España. Cediendo a su vocación por la enseñanza, muy propia de su carácter reflexivo, logró ser nombrado catedrático auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. 
En reñidas oposiciones a la cátedra de Historia, vacante en la Universidad de Oviedo, conquistó (1864) el primer lugar de la terna. Deseando permanecer en Madrid, solicitó una plaza de profesor supernumerario, a la sazón vacante en la Universidad Central; pero el Ministro de Fomento no se la dio, a pesar de no ser la primera concesión que hacía de este género. Sacada la plaza a oposición, la obtuvo el joven filósofo después de unos brillantes ejercicios. De acuerdo con Castelar, a quien se había despojado de su cátedra de Historia de España, que fue sacada a oposición, concurrió a esta nueva lid intelectual con el propósito de conservar para el insigne orador aquel puesto, en el caso de que el tribunal se lo concediera a Salmerón; pero éste no pudo realizar sus deseos porque los jueces desestimaron sus ejercicios, no porque fueran malos, sino porque no se ajustaban a las disposiciones de la ley de Instrucción pública. Por oposición entró a desempeñar una cátedra de Filosofía en la Universidad Central (1866), y por el mismo medio se le dio en aquel centro de enseñanza la cátedra de Metafísica (1869). Ventajosamente conocido ya por sus ideas avanzadas, fue nombrado (1867) individuo del comité democrático establecido secretamente en Madrid. De aquí su prisión, verificada por la policía a las altas horas de la noche del 13 de julio de 1867. Cinco meses permaneció Salmerón en la cárcel del Saladero. 
Puesto en libertad, su salud, muy resentida, le obligó a trasladarse a su pueblo natal, en el que, a poco de llegar, cayó gravemente enfermo. Convaleciente vivía Salmerón en la ciudad de Almería, decidido a trasladarlo en breve a Madrid, cuando estalló la revolución de septiembre de 1868. Entonces marchó apresuradamente a la capital de España, en la que fue elegido individuo de la Junta revolucionaria. Iniciadas las reuniones públicas que habían de dar vida a los nuevos partidos, Salmerón concurrió a una celebrada en el Circo de Price, y desagradó a republicanos y monárquicos, porque, lejos de exponer claras afirmaciones, se limitó a recomendar la mayor reflexión antes de decidirse por la república o por la monarquía. Los individuos del gobierno provisional subscribieron un acta en favor de la monarquía, y otro tanto hicieron bien pronto muchos políticos importantes. Salmerón se negó a firmar dicho manifiesto y se apartó de los que le habían subscrito. Poco después se realizaron las elecciones de diputados para las Cortes Constituyentes de 1869. Al presentar su candidatura por Huércal Overa (Almería), publicó Salmerón un extenso manifiesto, que algunos han calificado de Constitución en regla. No obstante su fama, fue derrotado. Por primera vez, logró ser elegido diputado en 1871. Figuró en aquel Congreso entre los jefes del partido republicano, y pronunció un elocuente discurso, no en defensa de la Internacional, sino para demostrar que esta asociación era perfectamente legal. Volvió al Congreso en 1872; y como aún era diputado en 1873, dio su voto a la República (11 de febrero) después de haber sido aceptada la dimisión de Amadeo I. 
Elegido inmediatamente el poder Ejecutivo, a Salmerón se confió la cartera de Gracia y Justicia (13 de febrero) bajo la presidencia de Figueras, que con todos sus compañeros se retiró del gobierno en 7 de junio del mismo año. Transcurridos algunos días, Salmerón fue elegido presidente de las Cortes (13 de junio). En el discurso de gracias recomendó a los diputados que procuraran amparar los intereses de las clases conservadoras; pidió que se hiciera una república para todos los españoles; proclamó la República federal; aconsejó que la minoría se disciplinase y que fuese prudente la mayoría. Antes se había negado a entrar en el Ministerio que presidía Pí y Margall. Este no tardó en renunciar la presidencia del poder Ejecutivo después de la insurrección de Cartagena.
 Entonces Salmerón, que para sucederle obtuvo 119 votos contra 93 que deseaban la continuación de Pí en el gobierno, aceptó la presidencia de la República, teniendo por Ministros a Soler y Plá (Estado), Maisonnave (Gobernación), José Carvajal (Hacienda), González Iscar (Guerra), Moreno Rodríguez (Fomento) y Palanca (Ultramar). Esto sucedió en 18 de julio de 1873. Al presentarse en las Cortes Salmerón dio las gracias a los que le habían honrado con su voto; se felicitó de que la izquierda hubiese ido al Parlamento; elogió la conducta de los monárquicos, que concurrían a la salvación de la patria; declaró que continuaba siendo republicano federal; encareció la necesidad del orden, y afirmó que sería inexorable con los trastornadores de la paz, castigando lo mismo a los jefes que a los soldados. 
Luego pidió consejo sobre la guerra civil y la reorganización del ejército a los generales marqués del Duero, marqués de la Habana, Turón, Quesada, Mata y Alós, Makenna, Lemerik, Izquierdo, Jovellar, Balmaseda y otros; hizo algunos nombramientos oportunos; disolvió los regimientos que habían fraternizado con los cantonales; declaró piratas a las tripulaciones de los buques sublevados, y pidió a las Cortes autorización para que las Diputaciones provinciales pudiesen imponer contribuciones a los carlistas. En vano trabajó para que el cantón valenciano reconociese a la Asamblea y al gobierno. De aquí que diera a Arsenio Martínez Campos el mando militar de Valencia y del ejército de operaciones en aquel distrito (V. Martínez Campos, Arsenio), con lo que consiguió que las tropas vencedoras entrasen en Valencia en 8 de agosto. 
Al mismo tiempo confió a Pavía la campaña contra los cantonales andaluces, siendo el resultado también favorable al gobierno (V. Pavía y Rodríguez de Albuquerque, Manuel), que tampoco descuidó el sitio de Cartagena. Intentó además Salmerón restablecer el cuerpo de artillería, pero no pudo conseguirlo por los obstáculos que le pusieron hombres tan influyentes como Castelar. Había sido siempre partidario de la abolición de la pena de muerte. Las Cortes discutieron en aquellos días la conveniencia de aplicar o no aquella pena; Salmerón, firme en sus convicciones, que al presente no ha variado, [230] molestado también por los ataques de una parte de la Cámara, dimitió la presidencia de la República, para no firmar una sentencia de muerte (7 de septiembre de 1873). Le sucedió Castelar, que dejó vacante la presidencia de las Cortes, puesto al que fue elevado Salmerón al cabo de dos días por unanimidad de votos. He aquí las palabras que ante la Cámara pronunció Salmerón poco antes de dejar el gobierno: «Mientras no se inspire (la Cámara) en otros principios, mientras no tenga otro sentido, mientras estos estrechos moldes de los partidos políticos no se abran y deje de haber ese egoísmo, esa pasión mezquina y satánica, que enorgullecía al Sr. Pí y Margall por ser objeto de ella, de parte de los conservadores, y que á mí me contrista, yo he muerto para la política contemporánea, porque creo que por ese medio, ni el Derecho, ni la civilización, ni el progreso, ni la justicia se afirmaran jamás en los pueblos modernos.» A los pocos días de ser elegido presidente de las Cortes éstas suspendieron sus tareas, que reanudaron en 2 de enero de 1874. En el interregno parlamentario el Ministerio de Castelar se enajenó las simpatías del centro y de la izquierda por el abuso de la dictadura.
 Al abrirse de nuevo las Cortes en la fecha citada, Salmerón continuaba siendo su presidente y Castelar era aún jefe del gobierno. Este último fue objeto de un voto de censura, por lo que presentó la dimisión con todos sus colegas. Los amigos de Salmerón habían votado contra Castelar. Tratábase de organizar otro Ministerio presidido por Salmerón cuando las tropas que mandaba el general Pavía disolvieron por la fuerza aquellas Cortes, no sin que Salmerón, desde la presidencia, propusiera a los diputados (3 de enero) la resistencia pasiva. Fuera del salón de Sesiones, Salmerón, con 20 ó 30 diputados, entró en el archivo, pero a los pocos momentos salió a la calle. 
Al día siguiente presentó al Tribunal Supremo de Justicia la denuncia contra el golpe de Estado realizado por Pavía; pero el Tribunal le contestó aceptando los hechos consumados. Apartado de la vida pública desde aquel suceso, vio, sin embargo, con disgusto la proclamación de Alfonso XII (30 de diciembre de 1874). Con otros varios catedráticos fue despojado de su cátedra en 1875 y se vio obligado a refugiarse en Francia. 
En París hizo causa común con Ruiz Zorrilla, con quien firmó dos manifiestos republicanos dirigidos a los españoles (septiembre de 1876 y diciembre de 1879). Con el mismo político y con otros muchos subscribió el manifiesto que en abril de 1880 señaló el nacimiento del partido republicano progresista, cuya jefatura se confió a Ruiz Zorrilla. En Francia conquistó gran crédito como abogado, y en tal concepto ganó el sustento de su familia, que en dicha capital le acompañaba.
Tumba

 Llamados al poder los liberales en febrero de 1881, Albareda, Ministro de Fomento, repuso en sus cátedras a los profesores separados por Orovio en 1875, y el gobierno decretó la amnistía para todos los desterrados políticos. Entonces Salmerón visitó temporalmente la capital de España, pero aún vivió algún tiempo en la de Francia. Después fijó su residencia en Madrid (1884) y volvió a explicar su cátedra de Metafísica, que sigue desempeñando en la Universidad Central, luciendo su profundo juicio filosófico, su erudición vastísima en la materia y su incomparable palabra. Como candidato del partido republicano progresista, fue elegido diputado a Cortes por Madrid (abril de 1886); y proclamado como tal en 14 de mayo, no juró, pero prometió respeto a la Constitución (11 de junio). 

Hallábase recorriendo el Noroeste de España, donde había pronunciado algunos discursos políticos, cuando estalló en Madrid (19 de septiembre de 1886) una revolución republicana. Regresó apresuradamente a dicha capital y dirigió los trabajos de la minoría republicana del Congreso encaminados a obtener el indulto de Villacampa, jefe de aquella revolución, y de otros sublevados. A nombre de dicha minoría visitó al presidente del Consejo de Ministros (Sagasta) para pedirle el perdón de aquellos revolucionarios, amenazados por la pena de muerte, declarando que la minoría republicana había sido dolorosamenle sorprendida por la revolución del 19 de septiembre. Villacampa y sus compañeros conservaron la vida. 
Transcurridos algunos meses Salmerón concurrió con sus amigos a la Asamblea del partido republicano progresista celebrada en Madrid, y no estando conforme con los acuerdos de la mayoría de la misma, se retiró de ella antes de que terminaran sus sesiones. Los 10 comités de distrito que en la capital de España tenían los republicanos progresistas censuraron la conducta de su representante en el Congreso, y entonces Salmerón, reconociendo que estaba en desacuerdo con los electores, renunció el cargo de diputado. No mucho más tarde, con Azcárate, Pedregal, Labra y otros políticos notables, organizó el partido republicano centralista, que le reconoce por jefe. 

Asistió a la Asamblea republicana verificada en Madrid en 1890 con propósitos de unión; pero en ella, al tomar acuerdos, unió sus votos a los de los diputados republicanos que allí quedaron en minoría, y para explicar su conducta publicó un manifiesto en La Justicia (1º de marzo), diario madrileño y su órgano en la prensa. En las elecciones generales para diputados a Cortes hechas más tarde siendo Cánovas jefe del gobierno, Salmerón presentó su candidatura por el distrito de Gracia (Barcelona), y aunque se aseguró que había obtenido la mayoría de los sufragios, oficialmente apareció derrotado, y aquellas Cortes terminaron su vida sin que Salmerón hubiese tomado asiento en el Congreso. Con Pí y los representantes del partido republicano progresista acordó en los comienzos del año de 1893 las bases de una coalición republicana aceptada por Ruiz Zorrilla y que apareció con gran fuerza en el meeting republicano celebrado en Madrid en la noche del 4 de febrero de 1893 en el Circo de Rivas. Allí pronunció un elocuente discurso, y otro en Zaragoza, en un meeting verificado pocos días después (20 de febrero) en el Teatro de Goya, donde al salir el público se halló debajo de una butaca del salón de descanso una bomba cuya mecha apagó un obrero. Resultado de la coalición fue el triunfo completo de la candidatura republicana, en la que iba comprendido Salmerón, en la capital de España, al hacerse nuevas elecciones de diputados a Cortes por el gobierno que presidía Sagasta. 
Además Salmerón fue elegido diputado por el distrito de Gracia (Barcelona), donde se hallaba el día de la elección. En seguida regresó a Madrid, cap. en la que fue recibido (15 de marzo de 1893) en la estación por gran número de republicanos que lo acompañaron hasta su casa. En otro viaje de propaganda visitó, pronunciando discursos, Badajoz, donde se celebró un meeting (junio) de republicanos españoles y portugueses, Ciudad Rodrigo y Salamanca (día 27). 
Después recorrió Asturias, dejando oír su voz en Gijón (11 de septiembre), Oviedo (día 18) y otras poblaciones. De vuelta en Madrid, inició conferencias del nuevo curso en el Círculo de la Unión Mercantil, desarrollando el tema de la moralidad pública, (11 de noviembre de 1893). En octubre del año siguiente marchó a Lisboa; pero antes de que realizase allí acto político ninguno de importancia, el gobierno portugués decretó su prisión, que fue muy breve, y su expulsión del territorio portugués, inmediatamente realizada. Resuelta por Sagasta una crisis, dando la cartera de Ultramar al posibilista Abarzuza, Salmerón en el Congreso, tratando el asunto, pronunció un discurso de enérgica oposición, y censuró con la mayor dureza (29 de noviembre de 1894) la conducta del nuevo Ministro, republicano hasta la víspera de su entrada en el gobierno. Abarzuza envió sus padrinos a Salmerón, que nombró los suyos, pero no llegó a verificarse un lance de honor. No es para olvidar la parte activa que Salmerón había tomado algún tiempo antes en la campaña obstruccionista de los diputados republicanos para impedir el aplazamiento de las elecciones municipales. Al efecto había pronunciado varios discursos en la famosa sesión del Congreso comenzada en la tarde del 10 de mayo y acabada en la del 13 de dicho mes del año de 1893. 

Concurrió más tarde a la inauguración del Centro Republicano de Castellón de la Plana, en el que, en un discurso, declaró (17 de diciembre de 1894) que era necesario persistir en la evolución, considerando la revolución como el último instante de aquélla. Añadió que era necesario respetar los derechos de la Iglesia, no combatiéndola más que en el caso de que provocara a la guerra por intransigencia del fanatismo. Dijo también que hacía falta organizar y enaltecer al ejército con el servicio obligatorio, la justicia militar y la reorganización del material de guerra, agregando que no pediría al ejército que se sublevara, si bien trataría de convencerle de que la monarquía era incompatible con la felicidad del país y el bien de la patria. Otro discurso semejante pronunció en Valencia (19 de diciembre). 

Su último acto importante hasta el día (febrero de 1896) ha sido su intervención en los debates del Congreso al discutirse las causas de la crisis que había dado entrada en el gobierno a los conservadores (marzo 1895), presididos por Cánovas. Residiendo en París, Salmerón, con Fernández de los Ríos y Tomás Rodríguez Pinilla, había traducido al castellano los Estudios sobre la historia de la humanidad, por Laurent, aunque la traducción se publicó en Madrid (1879, 5 t. en fol.). 
Notable es el trabajo que sobre el concepto de la Metafísica había insertado años antes en la Revista de la Universidad de Madrid. De sus Discursos parlamentarios existe una edición (Madrid, 1881, en 8º mayor), con un prólogo de Gumersindo de Azcárate.


El krausismo español.

El krausismo español es el reflejo, desarrollo y continuación en España del modelo filosófico de K. Ch. F. Krause, filósofo alemán contemporáneo de Fichte, Schelling y Hegel, cuya influencia fue la base de la Institución Libre de Enseñanza.​ Sus principales representantes fueron Julián Sanz del Río, su introductor, Gumersindo de Azcárate y Francisco Giner de los Ríos.

Orígenes y desarrollo.

La presentación del movimiento krausista en España esta asociada al discurso pronunciado por Julián Sanz del Río en la Universidad Central de Madrid el curso 1857-58. El profesor y pensador soriano había tomado contacto con el pensamiento de Krause tras una estancia en Alemania (1843), y su discurso puede considerarse bien un acto fundacional o bien un manifiesto filosófico, orientados hacia el cambio social. Esta voluntad de transformación se apoyó en la puesta en marcha de un conjunto de innovaciones en el terreno de la filosofía práctica y la pedagogía, desde una base antropológica. Una de las claves del sistema krausista gira en torno a una concepción armonicista, que se opone al tradicional «dualismo» materia-espíritu –enfrentados como irreconciliables–, y que incidirá de forma creativa en el Derecho natural, la filosofía jurídica, o el origen de un planteamiento sociológico. Con todo, Sanz del Río continúa y desarrolla la interpretación de los principales alumnos de Krause, Heinrich Ahrens, Guillermo Tiberghien etcétera​.

Tras la presentación académica de Sanz del Río, y un violento rechazo en los estamentos de poder de la universidad española y el gobierno alfonsino –culminado con el llamado ‘Decreto Orovio’–, el krausismo español tendría en Francisco Giner de los Ríos su más efectivo gestor y pensador,5​ no solo en el ámbito de la Universidad Central de Madrid.a​ A su lado o en torno a él aparecen los nombres de Federico de Castro, Adolfo González Posada, Francisco de Paula Canalejas, y de manera esencial Gumersindo de Azcárate.

La separación de Giner de la docencia oficial a raíz de la «cuestión universitaria»,6​ no fue sino la primera piedra de uno de los empeños educacionales y culturales de mayor significación en la historia de España: la Institución Libre de Enseñanza, como propuesta de un establecimiento privado de enseñanza frente a la decadencia de las antiguas Universidades y el monopolio de la Iglesia en la educación en España.

Objetivos y programa

El krausismo surgiría en Alemania como intento de abrir una vía intermedia entre las dos grandes líneas de pensamiento germánico: el Idealismo (espíritu, ideas, teoría) y el Materialismo (naturaleza, hechos, práctica).

En España, sin embargo, los seguidores de Krause buscaron un medio de conciliar los conflictos que dividieron al país durante el siglo xix como consecuencia del enfrentamiento entre tradición y modernidad mantenido en la España contemporánea.

Algunos estudios consideran el krausismo español una vía intermedia entre la corriente alemana de pensamiento y el Positivismo (o ‘krausopositivismo’) de la segunda mitad del siglo xix. Desde su visión armónica del Universo, el krausismo español buscó superar el escollo de las dos españas,​ planteando un modelo organicista de la sociedad humana estructurado en esferas y una voluntad de conciliación con un programa de preceptos básicos:

Secularización progresiva de la sociedad, más cercana al panteismo que al ateísmo, en el ámbito de un «talante moderno, liberal, de intachable moralidad y de carácter reformador, frente a los tradicionales, ultramontanos neocatólicos, de tradición antiliberal».
Desarrollo del Derecho como garante de las condiciones que permitieran un desarrollarse armónico de la convivencia entre las clases y confesiones reunidas en el país y representadas en el Estado, defendiendo posiciones intermedias entre el individualismo y el socialismo.
La Pedagogía como eje de la Educación,​ introduciendo nuevos planteamientos, técnicas y métodos, capítulo esencial para el progreso de la sociedad española.

El universalismo como opción para la superación del atraso cultural español provocado por regímenes absolutistas monárquicos desde el siglo xvi, abriendo las fronteras a las corrientes culturales europeas. Empresa que a través de instituciones como la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), conseguiría, en apenas un cuarto de siglo, poner a España en primera línea de la ciencia y la intelectualidad Europea. Progresión que quedaría interrumpida con la guerra civil española y luego perdida con el primer franquismo.

Krausistas españoles

Además de sus ya mencionados impulsores, Sanz del Río, Giner, De Azcárate, De Paula, De Castro y González Posada, y los no citados Manuel Pedregal y Cañedo, Teodoro Sainz Rueda, Fernando de Castro y Pajares o Nicolás Salmerón, se pueden integrar en una lista abierta de intelectuales del krausismo español las tres generaciones de alumnos de la Institución Libre definidas por Giner:

Primera promoción, compuesta por el círculo de Giner de los Ríos después de su vuelta a la Universidad en 1881, tras la expulsión de 1875, entre ellos: Manuel Bartolomé Cossío, Joaquín Costa, Leopoldo Alas (Clarín), Alfredo Calderón, Eduardo Soler, Jacinto Messía, Adolfo Posada, Pedro Dorado Montero, Aniceto Sela, Rafael Altamira, Antonio Machado Núñez, etc.

Segunda promoción, o los que Giner los denominaba sus ‘hijos’: Julián Besteiro, Pedro Corominas, José Manuel Pedregal, Martín Navarro Flores, Constancio Bernaldo de Quirós, Antonio Machado Álvarez, Domingo Barnés, José Castillejo, Gonzalo Jiménez de la Espada, Luis de Zulueta, Fernando de los Ríos, etc.
Tercera promoción, o de los nacidos entre 1880 y 1890, los ‘nietos’ de Giner, de cuya larga lista podrían mencionarse: José Pijoán, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Francisco Ribera Pastor, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Gregorio Marañón, José Deleito y Piñuela, Manuel García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Pablo de Azcárate (sobrino de Gumersindo), Alberto Jiménez Fraud, Joaquín Xirau, etc.

Quizá podría añadirse un grupo de ‘seguidores’ del programa krausista, en el que estarían –ya en el siglo xx–: José Luis Abellán, Josefina Aldecoa, Vicente Cacho Viu, Julio Caro Baroja, Elías Díaz, Franco Díaz de Cerio, León Esteban Mateo, Fernando Fernández Bastarreche, María Dolores Gómez Molleda, Antonio Jiménez-Landi, Juan López Morillas, Luis Rodríguez Aranda, Eloy Terrón Abad...17​

Valores éticos del krausismo

Julián Sanz del Río tomó los llamados "Mandamientos particulares y prohibitivos" de El ideal para la vida de Krause en su Institución Libre de Enseñanza. Son los siguientes:

  • Debes hacer el bien, no por la esperanza ni por el temor ni por el goce, sino por su propia bondad: entonces sentirás en ti la esperanza firme en Dios y vivirás sin temor.
  • Debes cumplir su derecho a todo ser, no por tu utilidad, sino por la justicia para los seres sensibles, no por el agradecimiento o la retribución de ellos y respetando su libertad; y al que bien te hace, vuélvele el bien colmado.
  • Debes amar individualmente una persona y vivir todo para ella, no por tu goce o tu provecho, sino porque esta persona forma contigo bajo Dios y la humanidad una persona superior (el matrimonio).
  • Debes ser social, no por tu utilidad, ni por el placer, ni por la vanidad, sino para reunirte con todos los seres en amor y mutuo auxilio ante Dios.
  • Debes estimarte y amarte no más que estimas y amas a los otros hombres, sino lo mismo que los estimas a ellos en la humanidad.
  • Debes afirmar la verdad solo porque y en cuanto la conoces, no porque otro la conozca; sin el propio examen no debes afirmar ni negar cosa alguna.
  • No debes ser orgulloso, ni egoísta, ni perezoso, ni falso, ni hipócrita, ni servil, ni envidioso, ni vengativo, ni colérico, ni atrevido; sino modesto, circunspecto, moderado, aplicado, verdadero, leal y de llano corazón, benévolo, amable y pronto a perdonar.
  • Renuncia de una vez al mal y a los malos medios aún para el buen fin; nunca disculpes ni excuses en ti ni en otros el mal a sabiendas. Al mal no opongas mal, sino solo bien, dejando a Dios el resultado.
  • Así, combatirás el error con la ciencia, la fealdad con la belleza, el pecado con la virtud; la injusticia con la justicia; al odio con el amor; el rencor con la benevolencia; la pereza con el trabajo; la vanidad con la modestia; el egoísmo con el sentido social y la moderación; la mentira con la verdad; la provocación con la firme serenidad y la igualdad de ánimo; la malignidad con la tolerancia; la ingratitud con la nobleza; la censura con la docilidad y la reforma; la venganza con el perdón. De este modo, combatirás el mal con el bien, prohibiéndote todo otro medio.
  • Al mal histórico, que te alcanza en la limitación del mundo y en la tuya particular, no opongas el enojo ni la pusilanimidad, ni la inacción; sino el ánimo firme, el esfuerzo perseverante y la confianza, hasta vencerlo con la ayuda de Dios y de ti mismo.


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