Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


martes, 8 de julio de 2014

141.-Discurso de Alejandro Lerroux (II).-a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; 


Revolución en Barcelona y Asturias
1934-10-07 - Alejandro Lerroux


«Españoles: A la hora presente la rebeldía, que ha logrado perturbar el orden público, llega a su apogeo. Afortunadamente, la ciudadanía española ha sabido sobreponerse a la insensata locura de los mal aconsejados, y el movimiento, que ha tenido graves y dolorosas manifestaciones en pocos lugares del territorio, queda circunscrito, por la actividad y el heroísmo de la fuerza pública, a Asturias y a Cataluña. 

»En Asturias, el Ejército está adueñado de la situación, y en el día de mañana quedará restablecida la normalidad. 

»En Cataluña, el presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le imponen su cargo, su honor y su autoridad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. 

»Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país. Al hacerlo público, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la ley pone en sus manos, sin humillaciones ni quebrantos de su autoridad. En las horas de paz no escatimó la transigencia; declarado el estado de guerra, aplicará, sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley Marcial. 

»Estad seguros de que ante la revuelta social de Asturias y ante la posición antipatriótica de un Gobierno de Cataluña que se ha declarado faccioso, el alma entera del país entero se levantará en un arranque de solidaridad nacional en Cataluña como en Castilla, en Aragón como en Valencia, en Galicia como en Extremadura, en las Vascongadas como en Navarra y en Andalucía, a ponerse al lado del Gobierno y de todas las leyes de la República, la unidad moral y política que hace de todos los españoles un pueblo libre, de gloriosa tradición y de glorioso porvenir. 

»Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria. El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo a la locura separatista y sabrá conservar las libertades que le ha reconocido la República bajo un Gobierno que sea leal a la Constitución. En Madrid, como en todas partes, una exaltación de la ciudadanía nos acompaña. Con ella, y bajo el imperio de la ley, vamos a seguir la gloriosa historia de España.»

 


 Debut en las Cortes
1901-07-20 - Alejandro Lerroux



Señores diputados, cuando yo descendí

desde los humildes asientos


de la tribuna de la prensa a estos

escaños ya sabía que no habría de

encontrarme con un Congreso

que se diferenciase notablemente

de aquellos que conocí en los largos años que

desde aquella tribuna asistí a las sesiones de

esta Cámara.



He visto que el Gobierno no tiene criterio

alguno sobre ninguna de las cuestiones tratadas.

No tiene soluciones para la cuestión religiosa,

no tiene soluciones para la cuestión económica

y no las ha presentado tampoco para

la cuestión regionalista.



A propósito de la cuestión religiosa, y aun


cuando no sea muy pertinente al asunto de la


proposición que estoy apoyando, me cumple


decir una cosa sin que de ella se deduzca de


ninguna manera que haya en estos bancos de


la minoría republicana discrepancias de fondo;


me cumple decir, repito, que mis compañeros


el señor Blasco Ibáñez, el señor Soriano


y yo entendemos que hay algo más que lo que


aquí, con elocuentísima palabra, nuestro docto


compañero el señor Álvarez exponía como


solución para las cuestiones religiosas.



Nosotros creemos, como el señor Pi y Margall,

que se impone de momento, que es práctica,

que es conveniente la separación de la

Iglesia y del Estado; nosotros creemos que es

conveniente la supresión del presupuesto del

culto y clero, aplicando, como decía el señor

Pi yMargall, el importe de este presupuesto a

la contratación de un empréstito dedicado al

fomento de las obras públicas y a la enseñanza.

Nosotros creemos, además, que importa

tanto como la secularización del Estado la secularización

de la sociedad, y he de decirlo

con toda la modestia que a mí me corresponde;

he de decirlo sin intención de ninguna especie;

sin que parezca que vengo a traer aquí

la voz de los meetings populares, pero con la

convicción honrada y sincera que pongo en

mis manifestaciones; he de decir que creo conveniente

la secularización de la sociedad, porque

entiendo que se puede vivir perfectamente

sin Dios y sin religión.



Por lo que respecta a la cuestión social, sobre

todo en lo que hace relación con la cuestión

obrera, todos habéis oído elocuentísimos

discursos, en los que, cuando más, podríamos

recoger aquellas orientaciones de que yo hablaba

hace un momento; pero ¿qué habéis

oído al Gobierno que a esto se refiera? El Gobierno,

para las cuestiones obreras, para los

conflictos obreros, no tiene absolutamente

ninguna solución; las oposiciones tampoco

las han presentado, unos porque no han tenido

ocasión, otros porque no han querido o

porque han tenido miedo, y el Gobierno porque

no tiene quizá soluciones para ellas; como

que el Gobierno, en último caso, para solucionar

los conflictos obreros no tiene más

que un medio: la Guardia Civil.



Los políticos, señores diputados, forman

algo así como una tribu que monopoliza el

ejercicio del poder en España en nombre de

una clase que gobierna, para tener sujetas a su

explotación, pudiera decir su tiranía, a todas

las demás clases, singularmente a las clases

desheredadas, al proletariado. En virtud de

ese monopolio, y así me explico yo aquel divorcio

de que hablaba hace un momento, en

virtud de este monopolio el proletariado se va

separando por completo y en absoluto de nosotros;

porque no nos hemos ocupado, mejor

dicho, porque no os habéis ocupado, que yo,

afortunadamente, en eso no tengo responsabilidad

de ninguna especie, porque no os habéis

preocupado de sus necesidades; porque no conocéis

sus dolores; porque no sabéis lo que sufre;

porque no habéis estudiado los medios

que puedan encontrarse dentro de las leyes,

dentro del Gobierno, dentro de la política,

para poder satisfacer aquellas aspiraciones

que tienen legitimidad.



En cuanto a esto, yo entiendo que la tienen

todas; pero yo me coloco en vuestro punto de

vista, y aun así, habéis de convenir en que

aquí no se ha hecho más que hablar de diferentes

proyectos muy a la ligera, mencionándolos

como un índice de reformas a realizar,

pero que no se realizarán nunca.



Yo he oído hablar aquí de una fórmula que

se repite en todas partes como posible solución

para el problema social y para el problema

obrero; de la armonía entre el capital y el

trabajo; y yo declaro que la armonía entre el

capital y el trabajo es imposible, como es imposible

la armonía entre el ladrón y el robado.



Yo me explicaré; pero tengo que sentar las

premisas para sacar luego las conclusiones.

Yo puedo aceptar la armonía entre el capital

y el trabajo; yo puedo aceptarla como una

transacción en el camino de la evolución

progresiva que realiza la humanidad; pero yo

entiendo que esa armonía únicamente puede

ser la obra de un momento; porque es indudable

que llegará un día en que no existirá el

capital, en que no habrá otro capital que el

trabajo, en que no habrá diferencia entre los

hombres, y entonces no habrá necesidad de

armonizar dos elementos que son irreconciliables.



Por eso, señores diputados, por eso, porque

es imposible la armonía entre el capital y el

trabajo y porque entendéis vosotros, bien el

Gobierno, bien los que estudiáis estas cuestiones,

por armonía entre el capital y el trabajo

el mantenimiento del statu quo, por eso surgen

los conflictos entre el capital y el trabajo;

y surgen, además, porque no os preocupáis

(he de insistir hasta la impertinencia en este

punto), porque no os preocupáis nunca, en

ninguna ocasión, del pueblo trabajador, del

conflicto obrero; y cuando aparecen estos conflictos,

como he dicho antes y repito ahora,

no tenéis más que un medio de resolverlos,

apelar al medio que se llama en todas partes

fuerza pública, la cual emplea los fusiles contr

los trabajadores.



De este modo, ejerciendo una coacción que

da pena y sobre la que yo quisiera fulminar

todos los anatemas que surgen de mi corazón

indignado, apeláis a los representantes de la

fuerza pública que están en contacto con el

pueblo, apeláis a la Guardia Civil, para que...

Yo no sé de qué manera decirlo para que no

me llamen otra vez al orden, y para que vosotros,

que sois propietarios y tenéis una gran fe

en la Guardia Civil, no os alteréis; pero yo,

que, poniendo a recaudo mi honor, no tengo

ninguna otra cosa que perder, yo tengo que

lanzar todos esos anatemas contra esa institución,

contra ese Cuerpo a quien se pone en la

necesidad (lo diré así para que no se altere

ningún nervio) de disparar sus armas contra

el pueblo, generalmente cuando vuelve las

espaldas.



Necesito yo también, señores diputados, ya

que no se me había ofrecido ocasión más propicia,

en mi calidad de representante de Barcelona;

necesitaba ocuparme algo del problema

regionalista, porque también se liga íntimamente

con el problema obrero, como tendré

el honor de demostrar. No quise, o no

pude ayer, cuando el señor diputado por Barcelona,

doctor Robert, me dirigió cierta alusión,

no quise recogerla, como tampoco recogí

una más directa que me hizo el señor Lombardero;

que yo no vengo aquí a ser representante

de masas, agrupaciones o colectividades

que se llamen de esta o de la otra manera;

yo pertenezco a un partido, y dentro de él tengo

un matiz más o menos radical, pero no

autorizo a nadie para que me encasille en

aquellos otros que pueden tener ideas con las

cuales no comulgo todavía, aunque espero comulgar

en el porvenir.



Yo no entiendo que pueda condenarse como

ilegal, ni siquiera desde el punto de vista

de un patriotismo muy susceptible, la doctrina

catalanista; pero entiendo que el catalanismo,

quieran o no quieran sus mantenedores,

lleva en sus entrañas, aun contra su voluntad,

el separatismo; y siento mucho que mis compañeros

en representación de Barcelona no se

encuentren en estos bancos, porque tengo la

seguridad de que ellos y yo habríamos de discutir

esta cuestión y llegaríamos a ponernos

de acuerdo.



No es el catalanismo el separatismo, pero lo

lleva en las entrañas. Mas he de añadir una

razón y una consideración. El separatismo no

se incuba allí, en Barcelona. El separatismo se

incuba y se fomenta cuando para contestar a

legítimas aspiraciones de una parte del pueblo

español, se emplean discursos amorfos, contestaciones

anodinas, como el discurso que

pronunció, dicho sea con todo el respeto que

me merece su ancianidad, el señor presidente

del Consejo de Ministros en la tarde de ayer.



El catalanismo se incuba también en el Gobierno

Civil de Barcelona, en la Delegación

de Hacienda y en la Capitanía General. Afortunadamente

para la unidad nacional hay en

Catalunya una masa obrera que no es ni será

nunca catalanista, porque esa masa obrera de

Barcelona, ilustrada, inteligente, piensa que

no estamos en tiempos en que es posible hacer

patria chica, ni conveniente, ni necesario;

porque sabe muy bien que mientras no se solucionen

aquellos problemas por virtud de los

cuales ha de mejorar su condición moral y material,

al pasar de una a otra organización política

del Estado, no haría más que cambiar de

dueño.



Los obreros de Barcelona, o son radicales,

con aquel radicalismo que piensa en una patria

universal y en la fraternidad de todos los

pueblos, o son republicanos, también radicales,

que entienden que la República no es un

fin, sino un medio para llegar al planteamiento

de más nobles y grandes ideales.

Sí, señores diputados, la garantía de la unidad

nacional en Catalunya la tenéis en los partidos

republicanos, la tenéis en la masa obrera

republicana, y precisamente veo con dolor

que en estas Cortes no está Catalunya representada

aquí más que por dos diputados republicanos,

por el señor Pi y Margall y por un

humilde servidor vuestro, que no es catalán;

pero advertid si tiene importancia, si da relieve

a la representación que yo traigo aquí, inmerecida

sin duda, el hecho mismo de que los

catalanes hayan elegido para representante suyo,

legítimo representante (y no quiero metermeen

esta cuestión, porque habríamos de discutir

muy largamente), a uno que no es catalán,

pero que está identificado con el sentir de

aquel pueblo, con el sentir de aquella masa.

Y dicho esto, no tengo que añadir más que

una cosa. Nosotros, los que aquí representamos,

como el señor Soriano, como el señor

Blasco Ibáñez y como yo, una tendencia radicalísima

dentro de la minoría republicana, nosotros

tenemos un ideal que cabe perfectamente

dentro de la unidad nacional; pero

ideal que encarna en las masas, que encarna

en las muchedumbres; ideal que no solamente

es político, sino que también tiene escrita

en su bandera la petición de aquellas reivindicaciones

sociales que son necesarias para que

llegue al proletariado, al eternamente explotado,

una mayor cantidad de justicia, y siquiera

la esperanza de que puede ir verificándose

con normalidad la evolución progresiva que

ha de llevarnos a un estado de justicia, de paz

y de fraternidad.

Buenas tardes. 



El Partido Republicano Radical (PRR)




El Partido Republicano Radical (PRR), también referido simplemente como Partido Radical, fue un partido político español. Fundado por Alejandro Lerroux, en el momento de su creación en enero de 1908 el partido lograría atraer hacia sus filas a buena parte del lerrouxismo,​ un movimiento anticlerical, anticatalanista, liberal y republicano. Si bien durante sus primeros años tuvo un papel discreto, durante la etapa de la Segunda República se convirtió en una de las principales formaciones políticas españolas, llegando a participar en el Gobierno en varias ocasiones. 
Afectado por varios escándalos de corrupción y por su creciente derechización política, el Partido Radical entró en una fuerte crisis que significó su desaparición de la vida pública española. Terminaría desapareciendo tras el estallido de la Guerra Civil.


Historia
Orígenes y fundación

El partido fue fundado por Alejandro Lerroux en Santander, al escindirse Lerroux y sus partidarios en 1908 de la Unión Republicana, de Nicolás Salmerón.​ El acto fundacional tuvo lugar el 6 de enero de 1908, durante un mitin que se celebró en el Teatro Principal de Santander. A este respecto, el propio Lerroux señalaría más adelante que el partido:

No nació de mi capricho, ni menos aún de una disidencia, que si de una disidencia humana hubiera nacido necesitaría ahora de la execración de la opinión pública. Nació de una necesidad política.
El motivo de esta salida se debió a que una parte de la Unión Republicana —encabezada por el propio Salmerón— se unió a la coalición catalanista Solidaridad Catalana, lo que provocó una grave crisis en la coalición republicana. Los republicanos blasquistas también se acabarían escindiendo en una nueva formación. Así pues, Lerroux impulsó la creación del Partido Radical con la idea de reestructurar, en torno a su persona, tanto a lo que quedaba de la Unión Republicana como a otros elementos republicanos dispersos.

Los orígenes del partido se encontraban en el movimiento político y social que Lerroux había construido a su alrededor durante su etapa en Barcelona. En sus inicios, mantuvo un discurso de corte obrerista, anticlerical y anticatalanista, consiguiendo politizar a las masas obreras y atraer a una parte importante de los sectores inmigrantes.​ Coincidiendo con un momento en que el anarquismo atravesaba una importante crisis —tras el fracaso de la huelga general de 1902—, esto le permitió presentarse como la única opción política de la clase obrera barcelonesa y en clara oposición a las posturas defendidas por la conservadora y católica Lliga Regionalista.​ Como señalaría posteriormente Eduardo Aunós, Lerroux logró alzar «contra la burguesía catalana […] a las masas proletarias abandonadas en los suburbios fabriles de la gran ciudad mediterránea».

Lerroux, sin embargo, daría un giro hacia posturas centristas a partir de 1910,​ en el convencimiento de que el republicanismo español carecía de «respetabilidad» y de un verdadero apoyo social.19​ Desde ese momento, Lerroux centraría sus esfuerzos en hacer del Partido Republicano Radical una formación política de corte interclasista, que agrupara a diversos sectores.​ Progresivamente, fue abandonando su demagogia y se acercó a las clases medias.

Primeros años.

Durante sus primeros años, el PRR mantuvo su centro de gravedad en Barcelona y Cataluña, aunque se mantuvo alejado de los partidos catalanistas y se centró más en el electorado obrero. La existencia del partido lerrouxista dejó a la izquierda catalanista carente de posibilidades políticas por lo menos hasta 1923.
En 1910, el Partido Republicano Radical concurrió a las elecciones generales en alianza con otros partidos republicanos y de izquierdas —la conocida como Conjunción Republicano-Socialista—, logrando sacar ocho diputados en Cortes. Cuatro años después de ese primer gran éxito político, Lerroux firmó el llamado «Pacto de Sant Gervasi», por el cual el PRR establecía una alianza electoral con la Unión Federal Nacionalista Republicana (UFNR).​ El PRR mantuvo esta alianza electoral durante los comicios de 1914 y, nuevamente, en los de 1916; no obstante, esta fórmula no se reeditaría, debido al escaso éxito que había reportado para ambas formaciones.

Para estas fechas, Lerroux se había convertido en el jefe indiscutible del republicanismo. Hasta la instauración de la dictadura de Primo de Rivera en 1923, el PRR mantuvo una modesta representación parlamentaria en el Congreso. Durante la dictadura, el partido pasó a la clandestinidad, y Lerroux mantuvo una discreta actividad política. En 1929, el partido sufrió una primera escisión: el sector más progresista del PRR se separó para fundar el Partido Republicano Radical Socialista (PRRS), y, más adelante, una parte del PRRS acabaría confluyendo en la posterior Izquierda Republicana (IR) de Manuel Azaña.
A finales de los años 1920, en los estertores del reinado de Alfonso XIII, el Partido Republicano Radical fue uno de los principales firmantes del Pacto de San Sebastián. Y, como tal, participó en el Comité Provisional que comandó el derrocamiento de la Monarquía, y en el Gobierno provisional que sustituyó al Gobierno de la Corona tras la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931.

Segunda República
Reproducción del escudo del Partido Republicano Radical,
dibujada a partir del diseño de los carnés de identidad de los afiliados.


En el debate sobre la Constitución de 1931, el grupo parlamentario del PRR —que con noventa parlamentarios era el segundo más numeroso de las Cortes Constituyentes, tras los socialistas— apoyó en general el proyecto presentado por la Comisión de Constitución, especialmente el Estado integral que permitía la formación de «regiones autónomas». 
Sin embargo, como manifestó su portavoz Rafael Guerra del Río, discrepó en algunos puntos importantes. 
No aceptaba que las Cortes fueran unicamerales, pues «la minoría radical sostiene el sistema bicameral», con «un Senado que se define como representante de los intereses sociales y de los intereses específicos de las regiones […] al cual asignamos una función de freno de las impaciencias del momento de la Cámara popular», aunque estaría supeditado a ella. 
Tampoco que se disolvieran las órdenes religiosas; en cambio, debían ser sometidas a una ley especial —por ser «asociaciones muy especialísimas»—, así como la Iglesia Católica en general. Además, a algunas órdenes, en especial a los jesuitas, se les debía prohibir el ejercicio de la enseñanza por constituir «un peligro social, un peligro para la juventud española, que antes que nada debe ser amparada por la República».

Por último, rechazaban la «socialización» de la propiedad; porque «reconocemos legítima la expropiación de la propiedad por parte del Estado para fines sociales, pero siempre mediante indemnización. Confiscaciones, nunca; despojos sin indemnización, nunca, ni siquiera a las órdenes religiosas». El portavoz Rafael Guerra del Río acabó su intervención diciendo:

Quizá muchos queridos correligionarios, republicanos no afiliados a nuestro partido radical, sospecharán que en esta postura de esta minoría, de este partido radical, hay más o menos espíritu de derecha. Yo declaro que a mí eso, en estos momentos, no me preocupa absolutamente nada. Nosotros, aunque os parezca una redundancia o una soberbia, nosotros somos nosotros. […]

Cuando hablamos de esta futura Constitución, no pensamos más que en una cosa; que vamos a fabricar un hogar para todos los españoles; que nosotros hemos sido republicanos como lo fueron los de Francia y lo fueron los de Italia, uniendo en una misma acepción las dos palabras, patriota y republicano. Eramos republicanos porque queríamos a España; ahora que tenemos la República, queremos la República para todos los españoles. He dicho.
En diciembre de 1931, Lerroux abandonó el Gobierno de Azaña por estar en desacuerdo con la continuidad de la coalición republicana-socialista que lo sustentaba. A partir de entonces, lideró la oposición parlamentaria desde el centro-derecha, lo que le sirvió para atraer a ciertas figuras políticas moderadas que fueron monárquicas antes de la Dictadura de Primo de Rivera, como Santiago Alba.
En el otoño de 1933, la caída del Gobierno Azaña supuso la convocatoria de nuevas elecciones, a las cuales se presentó el PRR de Lerroux con una propuesta de «República, orden, libertad, justicia social, amnistía».​ Tras las elecciones de noviembre, que arrojaron una mayoría de las derechas en el Parlamento y en las que el PRR obtuvo 102 escaños, los radicales de Lerroux pasaron a liderar el Gobierno de la República: primero, en solitario —un gabinete monocolor apoyado por la CEDA— y, después, en coalición con la CEDA de José María Gil-Robles.
A lo largo de su mandato, Lerroux tuvo que hacer frente a la Revolución de octubre de 1934, organizada por los socialistas, y que resultó particularmente violenta en Asturias; y a la simultánea rebelión de la Generalidad de Cataluña y su presidente, Lluís Companys (Esquerra Republicana de Catalunya), que proclamó el Estado catalán dentro de la «República Federal Española». Tras controlar la situación en el resto del país, el Gobierno radical detuvo a Companys, suspendió la Generalidad y mandó a las fuerzas del orden, incluida la Legión, a combatir la insurrección obrera en Asturias, que fue duramente reprimida bajo la dirección del general Franco.
Las políticas cada vez más derechistas del Partido Republicano Radical empezaron a crear fuertes disensiones en su seno, algo que se manifestó plenamente cuando la diputada Clara Campoamor abandonó el partido.25​ En abril de 1934, ya al mando del Gobierno republicano, Diego Martínez Barrio salió del partido con los cuadros más centristas de los radicales para fundar el Partido Radical Demócrata, que posteriormente sería el núcleo en que se constituiría la nueva Unión Republicana. Este sector del PRR se mostraba en desacuerdo con la creciente línea derechista de la mayoría radical, que pretendía seguir gobernando con el apoyo decisivo de la CEDA.

Decadencia y desaparición

Los Gobiernos radicales se sucedieron desde diciembre de 1933, aunque cada vez más debilitados por varios escándalos de corrupción —entre ellos, el del «estraperlo» y el asunto «Nombela»— en que se vieron envueltos sus líderes, lo que llevó a que Lerroux saliera del Gobierno en septiembre de 1935. El Partido Radical nunca se recuperó.En las elecciones generales de 1936, que dieron el triunfo a la coalición de izquierdas del Frente Popular, el PRR sufrió un fuerte descalabro: obtuvo un 1,1% de los votos y solo 5 diputados. En la práctica, esto dejó al Partido Radical en la irrelevancia política. Ni siquiera Lerroux logró obtener representación parlamentaria.

Como el resto de partidos políticos activos durante la República, el Partido Republicano Radical fue ilegalizado tras la victoria del bando sublevado en la guerra civil.

Periódicos y órganos de expresión

A lo largo de su existencia, el Partido Radical dispuso de numerosos diarios y semanarios que sirvieron como órganos de expresión. Tras la proclamación de la Segunda República, se formaría una importante red de prensa «radical» por toda España. Entre ellos destacaban los diarios La Voz (1920-36), de Córdoba;​ La Voz Extremeña (1931-36), de Badajoz; el Diario de Alicante (1907-36);​ la La Voz de Menorca (1906-39);​ o La Voz (1935-36), de Almería. 
También hubo periódicos que, sin pertenecer al partido, se mantuvieron muy cercanos al lerrouxismo en diferentes coyunturas; fue el caso del diario La Publicidad, de Granada; El Popular, de Málaga;​ La Zarpa, de Orense​ o La Voz de Guipúzcoa.

Tal y como ha señalado el historiador Antonio Checa Godoy, el lerrouxismo nunca llegó a contar con un gran periódico en la capital española, a pesar de los diversos intentos que hubo al respecto.​ El histórico diario El Imparcial mantuvo en sus últimos años posiciones cercanas al Partido Radical,36​ si bien sólo sería de forma temporal. Situación distinta fue en Cataluña, donde los radicales dispusieron desde sus inicios de numerosas publicaciones. En Barcelona tuvieron periódicos como El Progreso, La Aurora o Renovación.​ El lerrouxismo catalán también contó con la cercanía de dos periódicos barceloneses, El Día Gráfico y La Noche, así como del diario El Liberal.



Continuación


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