Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


miércoles, 16 de julio de 2014

143.-El discurso de Barack Obama (II) a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala; Marcelo Yañez Garin; 

 
El discurso de Barack Obama.


  
 ANA GONZÁLEZ HUENCHUÑIR 


22 marzo  2016
Traducción de Rolando Cartaya
 Obama en el Gran Teatro de La Habana

Presidente Castro, pueblo de Cuba:

Muchas gracias por la cálida acogida que hemos recibido yo, mi familia y mi delegación. Es un honor extraordinario estar hoy aquí. Antes de empezar, permítanme por favor, quiero comentar sobre los ataques terroristas que tuvieron lugar en Bruselas.

Los pensamientos y las oraciones del pueblo de Estados Unidos están con el pueblo de Bélgica. Somos solidarios con ellos, condenando estos indignantes ataques contra personas inocentes. Haremos todo lo que sea necesario para apoyar a nuestro amigo y aliado, Bélgica, para llevar ante la justicia a los responsables, y este es otro recordatorio más de que el mundo debe estar unido.

Debemos cerrar filas, al margen de nacionalidad, raza o creencias religiosas, en la lucha contra este flagelo del terrorismo. Podemos derrotar, y derrotaremos, a aquellos que amenazan nuestra seguridad y la de las personas en todo el mundo.

Al Gobierno y al pueblo de Cuba quiero agradecerles la amabilidad que han demostrado hacia mí, hacia Michelle, Malia, Sasha, mi suegra, Marian.

[En español] “Cultivo una rosa blanca” [aplausos] En su más célebre poema José Martí hizo esta oferta de amistad y paz tanto a amigos como enemigos. Hoy, como Presidente de Estados Unidos de América yo le ofrezco al pueblo cubano [en español] el saludo de paz [aplausos].

La Habana está a solo 90 millas de la Florida, pero para llegar aquí tuvimos que recorrer una larga distancia, por encima de barreras históricas, ideológicas, de dolor y separación. Las azules aguas bajo el Air Force One, fueron una vez surcadas por acorazados hacia esta isla para liberar a Cuba, pero también para ejercer control sobre ella.

Esas aguas también fueron surcadas por generaciones de revolucionarios cubanos hacia Estados Unidos, donde recabaron apoyo para su causa. Y esa corta distancia ha sido cruzada por cientos de miles de exiliados cubanos, en aviones y balsas rústicas, quienes vinieron a Estados Unidos en busca de libertad y oportunidades, a veces dejando atrás todo lo que tenían y a todos sus seres queridos. Como tantos, en nuestros dos países.

Toda mi vida se ha desenvuelto en una era de aislamiento entre nosotros. La revolución cubana tuvo lugar en el mismo año en que mi padre emigró a Estados Unidos desde Kenya. Bahía de Cochinos tuvo lugar en el año en que yo nací. Al año siguiente el mundo entero quedó en suspenso observando a nuestros dos países mientras la Humanidad se acercaba más que nunca antes al horror de una guerra nuclear.

Con el paso de las décadas nuestros Gobiernos se quedaron estancados en una confrontación aparentemente interminable, librando batallas a través de terceros. En un mundo que se rehizo a sí mismo una y otra vez, el conflicto entre Estados Unidos y Cuba era una constante. Yo he venido aquí a enterrar los últimos remanentes de la Guerra Fría en las Américas [aplausos] Yo he venido aquí a extender una mano de amistad al pueblo cubano [aplausos].

Quiero ser claro: las diferencias entre nuestros Gobiernos al cabo de tantos años son reales, y son importantes. Estoy seguro de que el presidente Castro diría lo mismo. Lo sé, porque he escuchado y abordado esas diferencias en profundidad. Pero antes de discutir esos problemas, también tenemos que reconocer cuantas cosas compartimos porque, en muchas formas, Estados Unidos y Cuba son como dos hermanos que han estado distanciados por muchos años, aunque llevemos la misma sangre.

Ambos vivimos en un Nuevo Mundo colonizado por europeos. Cuba, como Estados Unidos, fue en parte fundada por esclavos traídos de África. Como el de Estados Unidos, el pueblo cubano puede trazar sus ancestros hasta esclavos y dueños de esclavos. Ambos acogimos a inmigrantes que vinieron de muy lejos para empezar una nueva vida en las Américas. A lo largo de los años nuestras culturas se han entremezclado. La labor del Dr. Carlos Finlay en Cuba allanó el camino para generaciones de médicos, entre ellos Walter Reed, que se basó en el trabajo del Dr. Finlay para ayudar a combatir la fiebre amarilla.

Tal como Martí escribió su obra más famosa en Nueva York, Ernest Hemingway hizo de Cuba su hogar y encontró inspiración en las aguas de estas costas. Compartimos el mismo pasatiempo nacional [en español]: la pelota. Y hoy mismo, más tarde, nuestros jugadores van a competir en el mismo terreno habanero donde jugara Jackie Robinson antes de debutar en las Grandes Ligas [aplausos]. Y se dice que nuestro más grande boxeador, Mohamed Alí, rindió homenaje una vez a un cubano con el que nunca pudo pelear, diciendo que lo más que podía alcanzar era un empate con ese gran cubano, Teófilo Stevenson.

Así que aun cuando nuestros Gobiernos devinieron adversarios, nuestros pueblos compartían estas pasiones comunes, particularmente con la llegada a Estados Unidos de tantos cubanos. En Miami o La Habana usted puede encontrar lugares donde bailar cha-cha-cha o salsa; donde comer “ropa vieja”; la gente en nuestros dos países ha cantado con Celia Cruz, Gloria Estefan, y ahora escuchan el reggaetón de Pitbull.

Millones de los nuestros tienen una misma religión, una fe a la que yo he rendido tributo en la Ermita de la Caridad de Miami: la paz que los cubanos encuentran en La Cachita.

A pesar de nuestras diferencias, cubanos y estadounidenses comparten valores comunes en sus vidas: un sentido de patriotismo y de orgullo, un gran orgullo; un profundo amor a la familia; la pasión por nuestros hijos; un compromiso con su educación. Y es por eso que creo que nuestros nietos mirarán este período de aislamiento como una aberración, y como apenas un capítulo en una historia más larga de familiaridad y amistad.

Pero no podemos ni debemos ignorar las diferencias reales que tenemos, acerca de cómo organizamos nuestros Gobiernos, nuestras economías y nuestras sociedades. Cuba tiene un sistema de partido único; Estados Unidos es una democracia multipartidista. Cuba tiene un modelo económico socialista; Estados Unidos, uno de mercado abierto. Cuba ha enfatizado el papel y los derechos del Estado; los Estados Unidos fueron fundados en los derechos de la persona individual.

A pesar de estas diferencias, el 17 de diciembre del 2014 el presidente Castro y yo anunciamos que Estados Unidos y Cuba comenzarían un proceso de normalización de las relaciones entre nuestros países [aplausos].

Desde entonces, hemos establecido relaciones diplomáticas y abierto embajadas. Hemos puesto en marcha iniciativas para cooperar en la salud y la agricultura, la educación y la aplicación de la ley. Hemos llegado a acuerdos para restaurar los vuelos y el servicio de correo directos. Hemos ampliado los lazos comerciales, e incrementado la capacidad de los estadounidenses para viajar a Cuba y hacer negocios aquí.

Y estos cambios han sido bien recibidos, a pesar de que todavía hay quienes se oponen estas políticas. Pero aún así, muchas personas en ambos lados de este debate se han preguntado: “¿Por qué ahora?" "¿Por qué ahora?”.

La respuesta es simple: Lo que Estados Unidos estaba haciendo no estaba funcionando. Tenemos que tener el valor de reconocer esa verdad. Una política de aislamiento diseñada para la Guerra Fría tenía poco sentido en el siglo XXI. El embargo sólo estaba perjudicando al pueblo cubano en lugar de ayudarlo. Y yo siempre he creído en lo que Martin Luther King, Jr. llamó "la feroz urgencia del ahora": No debemos temer al cambio, debemos abrazarlo. [aplausos]

Esto me conduce a una razón mayor y más importante de estos cambios [en español]: Creo en el pueblo cubano. Creo en el pueblo cubano [aplausos]. Esto no es sólo una política de normalización de las relaciones con el Gobierno cubano. Estados Unidos de América están normalizando sus relaciones con el pueblo cubano. [aplausos]

Y hoy, quiero compartir con ustedes mi visión de lo que puede ser nuestro futuro. Quiero que el pueblo cubano –especialmente los jóvenes– entienda por qué creo que ustedes deben ver el futuro con esperanza. Y no es la falsa promesa que insiste en que las cosas son mejores de lo que realmente son, o el optimismo ciego que dice que todos sus problemas podrán desaparecer mañana. Es una esperanza que tiene sus raíces en el futuro que ustedes pueden elegir, y pueden conformar, y pueden construir para su país.

Yo tengo esa esperanza porque creo que el pueblo cubano es tan innovador como cualquier otro pueblo del mundo.

En una economía global, impulsada por las ideas y la información, el mayor recurso de un país es su gente. En Estados Unidos, tenemos un claro monumento a lo que el pueblo cubano es capaz de construir: se llama Miami. Aquí en La Habana, vemos ese mismo talento en los cuentapropistas, las cooperativas, los autos antiguos que todavía ruedan [en español]. El cubano Inventa del aire. [aplausos]

Cuba cuenta con un extraordinario recurso: un sistema de educación que valora a cada niño y cada niña [aplausos]. Y en los últimos años, el Gobierno cubano ha comenzado a abrirse al mundo, y a abrir aún más espacio para que el talento florezca. En pocos años, hemos visto como los cuentapropistas pueden salir adelante, mientras conservan un espíritu netamente cubano. Ser trabajador por cuenta propia no significa ser más como Estados Unidos, significa ser uno mismo.

Miren a Sandra Lídice Aldama, que decidió comenzar un pequeño negocio. Los cubanos, dice, podemos "innovar y adaptar sin perder nuestra identidad... nuestro secreto está en no copiar o imitar sino, simplemente, en ser nosotros mismos".

Es ahí donde comienza la esperanza: con la posibilidad de ganarse la vida y construir algo de lo que uno pueda estar orgulloso. Es por eso que nuestras políticas se centran en el apoyo a los cubanos, y no en hacerles daño. Es por eso que nos deshicimos de los límites en las remesas: para que los cubanos tengan más recursos. Es por eso que estamos alentando los viajes, que construirán puentes entre nuestros pueblos, y traerán más ingresos a las pequeñas empresas cubanas. Es por eso que hemos ampliado el espacio para el comercio y los intercambios, de modo que los estadounidenses y los cubanos puedan trabajar juntos para encontrar curas a las enfermedades, y crear puestos de trabajo, y abrir las puertas a más oportunidades para el pueblo cubano.

Como Presidente de Estados Unidos, he exhortado a nuestro Congreso a levantar el embargo [aplausos]. Es una carga obsoleta sobre el pueblo cubano. Es una carga para los estadounidenses que quieren trabajar y hacer negocios o invertir aquí en Cuba. Es hora de levantar el embargo. Pero incluso si se levantara el embargo mañana, los cubanos no se darían cuenta de su potencial sin una continuidad de los cambios aquí en Cuba [aplausos].

Debiera ser más fácil abrir un negocio aquí en Cuba. Un trabajador debiera poder conseguir un trabajo directamente con las empresas que invierten aquí en Cuba. Dos monedas no deben separar el tipo de salarios que los cubanos pueden ganar. Internet debe estar disponible en toda la isla, para que los cubanos puedan conectarse con el resto del mundo [aplausos] y con uno de los grandes motores del crecimiento en la historia humana. Estados Unidos no limita la capacidad de Cuba para tomar estas medidas. Depende de ustedes. Y puedo decirles como amigo que en el siglo XXI la prosperidad sostenible depende de la educación, la salud, y la protección del medio ambiente. Pero también depende del intercambio libre y abierto de ideas. Si uno no puede acceder a la información en línea, si no puede estar expuesto a diferentes puntos de vista, no alcanzará su máximo potencial. Y con el tiempo, la juventud va a perder la esperanza.

Sé que estos son temas sensibles, sobre todo viniendo de un presidente estadounidense. Antes de 1959, algunos americanos veían a Cuba como algo que explotar, ignoraban la pobreza, facilitaban la corrupción. Y desde 1959, hemos estado boxeando con nuestras sombras en esta batalla de la geopolítica y las personalidades. Conozco la historia, pero me niego a ser atrapado por ella. [aplausos]

He dejado claro que Estados Unidos no tiene ni la capacidad, ni la intención de imponer un cambio en Cuba. Cualquier cambio que venga dependerá del pueblo cubano. No les vamos a imponer nuestro sistema político o económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propia ruta y dar forma a su propio modelo. Pero después de haber eliminado de nuestra relación la sombra de la historia, debo hablar con honradez acerca de las cosas en que yo creo: las cosas en las que nosotros, como estadounidenses, creemos. Como dijo Martí, "La libertad es el derecho de todo hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía".

Así que, déjenme decirles en qué creo. No puedo obligarles a estar de acuerdo conmigo, pero ustedes deben saber lo que pienso. Creo que cada persona debe ser igual ante la ley [aplausos]. Todos los niños merecen la dignidad que viene con la educación y la atención a la salud, y comida en la mesa y un techo sobre sus cabezas [aplausos]. Creo que los ciudadanos deben tener la libertad de decir lo que piensan sin miedo [aplausos] de organizarse y criticar a su Gobierno, y de protestar pacíficamente; y que el Estado de Derecho no debe incluir detenciones arbitrarias de las personas que ejercen esos derechos [aplausos]. Creo que cada persona debe tener la libertad de practicar su religión en paz y públicamente [aplausos]. Y, sí, creo que los electores deben poder elegir a sus gobiernos en elecciones libres y democráticas. [aplausos]

No todo el mundo está de acuerdo conmigo en esto. No todo el mundo está de acuerdo con el pueblo estadounidense acerca de esto. Pero yo creo que los Derechos Humanos son universales [aplausos]. Creo que son los derechos del pueblo estadounidense, del pueblo de Cuba, y de las personas en todo el mundo.

Ahora bien, no es ningún secreto que nuestros Gobiernos están en desacuerdo sobre muchos de estos asuntos. He sostenido conversaciones francas con el presidente Castro. Durante muchos años, él ha señalado las fallas en el sistema americano: la desigualdad económica; la pena de muerte; la discriminación racial; guerras en el extranjero. Eso es sólo una muestra. Él tiene una lista mucho más larga. (Risas). Pero esto es lo que el pueblo cubano necesita comprender: yo estoy abierto a ese debate público y al diálogo. Es bueno. Es saludable. No le temo.

Tenemos demasiado dinero en la política estadounidense. Sin embargo, en Estados Unidos, todavía es posible para alguien como yo –un niño que fue criado por una madre soltera, un niño mestizo que no tiene mucho dinero– aspirar al más alto cargo de la tierra y ganarlo. Eso es lo que es posible en Estados Unidos. [aplausos]

Tenemos desafíos de discriminación racial –en nuestras comunidades, en nuestro sistema de justicia criminal, en nuestra sociedad– un legado de la esclavitud y la segregación. Pero el hecho de que tengamos debates abiertos dentro de la propia democracia estadounidense es lo que nos permite mejorar.

En 1959, el año en que mi padre se trasladó a Estados Unidos, en muchos estados americanos era ilegal que se casara con mi madre, que era blanca. Cuando empecé la escuela, todavía estábamos luchando por eliminar la segregación en las escuelas de todo el sur de Estados Unidos. Pero las personas se organizaron; protestaron; debatieron estos temas; desafiaron a los funcionarios del gobierno. Y debido a esas protestas, y debido a esos debates, y debido a la movilización popular, es que yo puedo estar aquí hoy, un afroamericano, presidente de Estados Unidos. El que pudiéramos lograr un cambio se debió a las libertades que disfrutamos en Estados Unidos.

No estoy diciendo que sea fácil. Todavía hay enormes problemas en nuestra sociedad. Pero la manera que tenemos para resolverlos es la democracia. Así es como obtuvimos atención de salud para más estadounidenses. Así es como hemos hecho grandes avances en los derechos de la mujer y los derechos de los homosexuales. Así es como atendemos la desigualdad que concentra tanta riqueza en los estratos superiores de nuestra sociedad. Gracias a que los trabajadores pueden organizarse y la gente común tener una voz, la democracia estadounidense ha dado a nuestra gente la oportunidad de realizar sus sueños y disfrutar de un alto nivel de vida. [aplausos]

Ahora bien, todavía nos quedan algunas peleas difíciles. No siempre es bonito el proceso de la democracia. A menudo es frustrante. Lo pueden ver en las elecciones que tenemos allá. Pero deténganse un momento y consideren este hecho: en la campaña electoral estadounidense que está teniendo lugar en este momento hay dos cubanoamericanos del Partido Republicano, compitiendo contra el legado de un hombre negro que es Presidente, mientras aducen ser la mejor persona para vencer al candidato demócrata que, o bien va a ser una mujer, o un socialdemócrata. (Risas y aplausos.) ¿Quién lo hubiera creído en 1959? Esa es una medida de nuestro progreso como democracia. [aplausos]

Así que aquí está mi mensaje para el Gobierno de Cuba y el pueblo cubano: los ideales que son el punto de partida de toda revolución –la revolución americana, la revolución cubana, los movimientos de liberación en todo el mundo– esos ideales encuentran su expresión más auténtica, creo yo, en una democracia. No porque la democracia estadounidense sea perfecta, sino precisamente porque no lo somos. Y nosotros –como todos los países– necesitamos para cambiar el espacio que la democracia nos da. Ella da a los individuos la capacidad de ser catalizadores para pensar en nuevas formas, y reimaginar cómo debe ser nuestra sociedad, y hacerse mejores.

Ya está teniendo lugar una evolución dentro de Cuba, un cambio generacional. Muchos sugerían que viniera aquí y le pidiera al pueblo de Cuba que echara abajo algo, pero estoy apelando a los jóvenes cubanos, que son los que van a levantar algo, a construir algo nuevo [aplausos]. [En español] El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano. [aplausos]

Y al presidente Castro –a quien le agradezco estar aquí hoy– quiero que sepa, creo que mi visita aquí demuestra, que no tiene por qué temer una amenaza de Estados Unidos. Y teniendo en cuenta su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, también estoy seguro de que no tiene por qué temer a las voces diferentes del pueblo cubano, y su capacidad de expresarse, reunirse, y votar por sus líderes. De hecho, tengo una esperanza para el futuro porque confío en que el pueblo cubano tomará las decisiones correctas.

Y como ustedes, también estoy seguro de que Cuba puede seguir desempeñando un papel importante en el hemisferio y en todo el mundo, y mi esperanza, es que pueda hacerlo como socio de Estados Unidos.

Hemos desempeñado roles muy diferentes en el mundo. Pero nadie debería negar el servicio que miles de médicos cubanos han prestado a los pobres y los que sufren [aplausos]. El año pasado, trabajadores de la salud estadounidenses –y militares de EEUU– trabajaron codo a codo con los cubanos para salvar vidas y acabar con el Ébola en África Occidental. Creo que deberíamos continuar teniendo esa clase de cooperación en otros países.

Hemos estado en el lado opuesto de muchos conflictos en el continente americano. Pero hoy en día, los estadounidenses y los cubanos están sentados juntos en la mesa de negociación, y estamos ayudando a los colombianos a resolver una guerra civil que se ha prolongado durante décadas [aplausos]. Ese tipo de cooperación es bueno para todos. Brinda esperanza a todos en este hemisferio.

Tomamos diferentes caminos en nuestro apoyo al pueblo de Sudáfrica para la abolición del apartheid. Pero el presidente Castro y yo pudimos estar al mismo tiempo en Johannesburgo para rendir homenaje al legado del gran Nelson Mandela. [aplausos]

Y al examinar su vida y sus palabras, estoy seguro de que ambos nos damos cuenta de que tenemos más trabajo por hacer para promover la igualdad en nuestros propios países: para reducir la discriminación de las razas en nuestros propios países. Y en Cuba, queremos que nuestro compromiso ayude a levantarse a los cubanos de ascendencia africana, [aplausos] que han demostrado que no hay nada que no puedan lograr cuando se les da la oportunidad.

Hemos sido parte de diferentes bloques de naciones en el hemisferio, y vamos a seguir teniendo profundas diferencias sobre las maneras de promover la paz, la seguridad, las oportunidades y los Derechos Humanos. Pero a medida que se normalicen nuestras relaciones, creo que podremos ayudar a fomentar un mayor sentido de unidad en las Américas [en español] Todos somos americanos. [aplausos]

Desde el inicio de mi mandato, he instado a la gente en las Américas a dejar atrás las batallas ideológicas del pasado. Estamos en una nueva era. Sé que muchos de los problemas de los que he hablado carecen del drama del pasado. Y sé que parte de la identidad de Cuba es su orgullo de ser una pequeña nación insular capaz de defender sus derechos, y estremecer al mundo. Pero también sé que Cuba siempre se destacará por el talento, el trabajo duro, y el orgullo del pueblo cubano. Esa es su fuerza [aplausos]. Cuba no tiene que ser definida por ser adversario de Estados Unidos, más de lo que Estados Unidos deben ser definidos por ser adversarios de Cuba. Tengo esa esperanza para el futuro debido a la reconciliación que está teniendo lugar en el pueblo cubano.

Sé que algunos cubanos en la isla pueden tener la sensación de que los que se fueron de alguna manera apoyaron el viejo orden en Cuba. Estoy seguro de que hay una narrativa que perdura aquí, y que sugiere que los exiliados cubanos pasaron por alto los problemas de la Cuba pre-revolucionaria, y rechazaron la lucha por construir un nuevo futuro. Pero hoy les puedo decir que muchos exiliados cubanos guardan recuerdos de una dolorosa –y, a veces violenta– separación. Ellos aman a Cuba. Una parte de ellos todavía considera que este es su verdadero hogar. Es por eso que su pasión es tan fuerte. Es por eso que su dolor es tan grande. Y para la comunidad cubanoamericana que he llegado a conocer y respetar, no se trata sólo de política. Se trata de la familia: el recuerdo de una casa que se perdió; el deseo de reconstruir un vínculo roto; la esperanza de un futuro mejor; la esperanza del retorno y la reconciliación.

A pesar de las políticas, las personas son personas, y los cubanos son cubanos. Y he venido aquí –he viajado esta distancia– sobre un puente que fue construido por cubanos a ambos lados del estrecho de la Florida. Primero llegué a conocer el talento y la pasión de los cubanos en Estados Unidos. Y sé cómo han sufrido algo más que el dolor del exilio: también saben lo que es ser un extraño, y pasar trabajos, y trabajar más duro para asegurarse de que sus hijos puedan llegar más lejos en América.

Así que la reconciliación de los cubanos –los hijos y nietos de la revolución, y los hijos y nietos del exilio– es fundamental para el futuro de Cuba. [aplausos]

Uno lo ve en Gloria González, que viajó aquí en 2013, por primera vez después de 61 años de separación, y fue recibida por su hermana, Llorca. "Tú me reconociste, pero yo no te reconocí a ti", dijo Gloria después de abrazar a su hermana. Imagínese eso, después de 61 años.

Se ve en Melinda López, que llegó a la antigua casa de su familia. Y mientras caminaba por las calles, una anciana la reconoció como hija de su madre, y se puso a llorar. La llevó a su casa y le mostró un montón de fotos que incluían algunas de Melinda cuando era una bebé, que su madre le había enviado hacía 50 años. Melinda diría más tarde: "Muchos de nosotros estamos recuperando tanto ahora".

Se ve en Cristian Miguel Soler, un joven que fue el primero de su familia en viajar aquí después de 50 años. Y al encontrarse con sus familiares, por primera vez, dijo: "Me di cuenta de que la familia es la familia, sin importar la distancia entre nosotros".

A veces los cambios más importantes comienzan en lugares pequeños. Las mareas de la historia pueden dejar a las personas atrapadas en situaciones de conflicto, y exilio, y pobreza. Se necesita tiempo para que esas circunstancias cambien. Pero en el reconocimiento de una humanidad común, en la reconciliación de personas unidas por lazos de sangre y en el creer el uno en el otro, es donde comienza el progreso. En el entendimiento, y el saber escuchar, y el perdón. Y si el pueblo cubano enfrenta el futuro unido, será más probable que los jóvenes de hoy puedan vivir con dignidad y alcanzar sus sueños aquí en Cuba.

La historia de Estados Unidos y Cuba abarca revolución y conflicto; lucha y sacrificio; retribución y, ahora, reconciliación. Es ya hora de dejar atrás el pasado. Ha llegado el momento de que miremos juntos hacia el futuro [en español] un futuro de esperanza. Y no va a ser fácil, y habrá adversidades. Tomará tiempo. Pero mi tiempo aquí en Cuba renueva mi esperanza y mi confianza en lo que el pueblo cubano puede hacer. Podemos hacer este viaje como amigos, y como vecinos, y como familia: juntos. [En español] Sí se puede.

Muchas gracias. [aplausos]


  
DISCURSO DE CAMPAÑA EN FILADELFIA, PENSILVANIA(Constitution Center)
“Una Unión Más Perfecta”[1]
Barack Obama
[18 de Marzo de 2008]

Hace doscientos veintiún años, en una sala que todavía existe al frente de este lugar, un grupo de hombres se reunió y con estas simples palabras, lanzaron el improbable experimento Americano en democracia. Campesinos y académicos; hombres de Estado y patriotas, habiendo cruzado un océano escapando tiranía y persecución, finalmente realizaron su declaración de independencia en una convención en Filadelfia que duró hasta la primavera de 1787.
El documento producido por ellos eventualmente fue firmado pero, en última instancia, quedó inconcluso. Estaba manchado por el pecado original de la esclavitud en esta nación, una pregunta que dividió las colonias y llevó a la convención a un punto muerto hasta que los próceres escogieron permitir la continuación del tráfico de esclavos por al menos veinte años más, y dejar la resolución final a generaciones futuras.
Por supuesto, la respuesta a la pregunta de la esclavitud ya estaba incorporada en nuestra Constitución – una Constitución que tenía en su núcleo central el ideal de ciudadanía por igual bajo la ley; una Constitución que prometía a su pueblo libertad, y justicia, y una unión que podía y debía ser perfeccionada con el pasar del tiempo.
Y aún palabras en un pergamino no serían suficientes para liberar a los esclavos de su cautiverio, o proveer a cada hombre y mujer de todos los colores y credos con sus derechos y obligaciones plenas como ciudadanos de los Estados Unidos. Lo que haría falta eran Americanos en generaciones sucesivas, los cuales estuvieran dispuestos a poner de su parte – a través de protestas y luchas, en las calles y en las cortes, a través de una guerra civil y desobediencia civil y siempre bajo un gran riesgo – para reducir la brecha entre la promesa de nuestros ideales y la realidad de su tiempo.
Esta fue una de las tareas que nos propusimos al comienzo de esta campaña – continuar la larga marcha de aquellos que vinieron antes de nosotros, una marcha por una América más justa, igualitaria, libre, compasiva y próspera. Decidí ser candidato a la presidencia en este momento histórico porque creo firmemente que no podemos resolver los retos de nuestro tiempo si no los resolvemos juntos – si no perfeccionamos nuestra unión entendiendo que aunque tengamos historias diferentes, tenemos esperanzas en común; que aunque no coincidamos en apariencia o en origen, queremos movernos en la misma dirección – hacia un futuro mejor para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Esta creencia viene de mi fe infatigable en la decencia y generosidad del pueblo Americano. Pero también viene de mi propia historia Americana.
Soy el hijo de un hombre negro de Kenya y de una mujer blanca de Kansas. Fui criado con la ayuda de un abuelo blanco que sobrevivió una Depresión para servir en el Ejército de Patton durante la Segunda Guerra Mundial, y de una abuela blanca que trabajó en una línea de ensamblaje de bombarderos en el Fuerte Leavenworth mientras él estaba ausente. He estudiado en algunas de las mejores escuelas en América y he vivido en una de las naciones más pobres del mundo. Estoy casado con una Americana negra que lleva en sí la sangre de esclavos y esclavistas – una herencia que transmitimos a nuestras preciosas hijas. Tengo hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, tíos y primos de toda raza y de todo matiz, esparcidos por tres continentes, y mientras viva, nunca olvidaré que en ningún otro país en este planeta mi historia sería apenas posible.
Es una historia que no me ha hecho el candidato más convencional. Pero es una historia que ha sellado en mis genes la idea que esta nación es más que la suma de sus partes – que de entre todos, somos verdaderamente uno.
A lo largo del primer año de esta campaña, a pesar de todas las predicciones en contra, vimos cómo hambriento estaba el pueblo Americano por este mensaje de unidad. A pesar de la tentación de ver mi candidatura a través de un lente puramente racial, ganamos victorias contundentes en estados con algunas de las poblaciones más blancas del país. En Carolina del Sur, donde la Bandera Confederada todavía ondea, construimos una coalición poderosa de africano-americanos y blancos.
Esto no quiere decir que el asunto de la raza no ha sido relevante en la campaña. En varias etapas de la campaña, algunos comentaristas me han caracterizado como “demasiado negro” o “insuficientemente negro”. Vimos tensiones raciales salir a la superficie durante la semana antes de la elección primaria en Carolina del Sur. La prensa ha escudriñado todas las encuestas de salida por la evidencia más reciente de polarización racial, no solamente en términos de blanco y negro, sino también entre negro y marrón.
I aún así, sólo ha sido en las últimas dos semanas que la discusión de raza en esta campaña he tomado un sesgo particularmente divisivo.
En un extremo del espectro, hemos escuchado la implicación de que mi candidatura es de alguna forma un ejercicio en discriminación positiva; que está basada solamente en el deseo de liberales ingenuos por comprar reconciliación racial a bajo costo. En el otro extremo, hemos oído que mi pastor anterior, el Reverendo Jeremiah Wright, usa un lenguaje incendiario para expresar puntos de vista que tienen el potencial no sólo de exacerbar divisiones raciales, sino también puntos de vista que denigran tanto la grandeza como la bondad de nuestra nación; que con razón ofenden a negros y blancos por igual.
Ya he condenado, en términos inequívocos, las afirmaciones del Reverendo Wright que han causado tal controversia. Para algunos, todavía quedan preguntas inquietantes. ¿Sabía yo que él era ocasionalmente un crítico feroz de políticas Americanas, domésticas y externas? Por supuesto. ¿Alguna vez lo escuché hacer observaciones que podrían ser consideradas controversiales mientras asistía a la iglesia? Sí. ¿Estuve en fuerte desacuerdo con muchos de sus puntos de vista políticos? Absolutamente – de igual manera que estoy seguro muchos de ustedes han oído palabras de sus pastores, sacerdotes y rabinos con los cuales ustedes están en fuerte desacuerdo.
Pero las afirmaciones que han causado esta tormenta reciente no fueron simplemente controversiales. No fueron simplemente el esfuerzo de un dirigente religioso por denunciar injusticias percibidas. En su lugar, representaron un punto de vista profundamente distorsionado de este país – un punto de vista que ve el racismo blanco como endémico, y que eleva todo lo que es malo de América por encima de todo lo que sabemos que es bueno de América; un punto de vista que ve los conflictos en el Medio Oriente como derivados primordialmente de las acciones de aliados robustos como Israel, en lugar de emanar de las ideologías perversas y llenas de odio del Islam radical.
Como tal, los comentarios del Reverendo Wright no sólo eran incorrectos sino también divisivos, divisivos en un momento cuando necesitamos unidad; racialmente cargados cuando tenemos que juntarnos para resolver un conjunto de problemas monumentales – dos guerras, una amenaza terrorista, una economía a punto de falla, una crisis crónica de cuidado de salud y cambio climático potencialmente devastador; problemas que no son blancos o negros o Latinos o Asiáticos, sino más bien problemas que nos afectan a todos nosotros.
Dados mis antecedentes, mi matiz político, y los valores e ideas que he profesado, sin duda quedarán aquellos para los cuales mis declaraciones de condenación no son suficientes. ¿En principio, porqué asociarme con el Reverendo Wright, se preguntarán?
¿Porqué no pertenecer a otra iglesia? Y yo confieso que si todo lo que yo supiera del Reverendo Wright fueran los recortes de esos sermones que han diseminado en un ciclo infinito en la televisión y en YouTube, o si la Iglesia de Cristo de La Trinidad fuera un reflejo fiel de las caricaturas que algunos comentaristas están tratando de vender, no hay duda que mi reacción sería mayormente la misma.
Pero la verdad es, que eso no es todo lo que yo sé de este hombre. El hombre que yo conocí hace más de veinte años es un hombre que ayudó a encontrarme con mi fe cristiana, un hombre que me habló de nuestras obligaciones de amarnos el uno al otro, de cuidar al enfermo y levantar al pobre. El es un hombre que sirvió a su país como Marine de los Estados Unidos; que ha estudiado y enseñado en algunas de las mejores universidades y seminarios del país, y que por más de treinta años dirigió a una iglesia que sirve a la comunidad haciendo el trabajo de Dios aquí en la Tierra – dando hogar a los que no lo tienen, ministrando a los necesitados, proveyendo servicios de cuidado diario y becas y ministerio de prisiones, y extendiendo su mano a aquellos que sufren de VIH/SIDA.
En mi primer libro, Sueños De Mi Padre, describí la experiencia de mi primer servicio en la iglesia de La Trinidad:
“La gente comenzó a gritar, a levantarse de sus asientos y aplaudir y exclamar, un viento fuerte llevando la voz del reverendo hasta las vigas del techo… Y en esa sola nota – ¡esperanza! – Escuché algo más: Al pie de esa cruz, dentro de miles de iglesias a través de la ciudad, me imaginaba las historias de negros ordinarios mezclándose con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón, los cristianos en el foso de los leones, el campo de huesos secos de Ezequiel. Esas historias – de supervivencia, de libertad, y esperanza – se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas nuestras lágrimas; hasta que esta iglesia negra, en este día brillante, parecía una vez más una nave llevando la historia de un pueblo hacia generaciones futuras y hacia un mundo más grande. Nuestras pruebas y triunfos se hicieron al mismo tiempo únicos y universales, negros y más que negros; en la crónica de nuestra jornada, las historias y canciones nos dieron un mecanismo para reclamar memorias por las cuales no teníamos que sentir vergüenza… memorias que todos podrían estudiar y acoger – y con las cuales podíamos comenzar a reconstruir.”
Esa ha sido mi experiencia en La Trinidad. Al igual que otras iglesias predominantemente negras a lo largo del país, la iglesia de La Trinidad personifica la comunidad negra en su totalidad – el doctor y la madre que recibe asistencia, el estudiante modelo y el ex miembro de una pandilla. Como en otras iglesias negras, los servicios en La Trinidad están llenos de risa alborotada y a veces humor vulgar. Están llenos de danza, de aplauso, gritos y exclamaciones que pueden parecer discordantes a un oído no acostumbrado. La iglesia contiene en su totalidad la bondad y la crueldad, la inteligencia feroz y la ignorancia chocante, las luchas y éxitos, el amor y sí, la amargura y la parcialidad que forman parte de la experiencia del negro en América.
Y esto ayuda a explicar, quizás, mi relación con el Reverendo Wright. Tan imperfecto como él pueda ser, él ha sido como parte de mi familia. El fortaleció mi fe, ofició en mi boda, y bautizó a mis hijas. Ni una vez en mis conversaciones con él lo he oído hablar de ningún grupo étnico en términos derogatorios, o tratar personas blancas con las cuales ha interactuado que no sea con cortesía y respeto. En él están contenidas las contradicciones – lo bueno y lo malo – de la comunidad que él ha servido diligentemente por tantos años.
No puedo repudiarlo a él como no puedo repudiar la comunidad negra. No puedo repudiarlo como no puedo repudiar a mi abuela blanca – una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí, una mujer que me ama tanto como a nadie más en este mundo, pero una mujer que una vez confesó su miedo de los hombres negros que pasaban cerca de ella en la calle, y quien más de una vez ha proferido estereotipos raciales o étnicos que me causaban disgusto
Todas estas personas son parte de mí. Y son parte de América, este país que yo amo.
¿Porqué no pertenecer a otra iglesia? Y yo confieso que si todo lo que yo supiera del Reverendo Wright fueran los recortes de esos sermones que han diseminado en un ciclo infinito en la televisión y en YouTube, o si la Iglesia de Cristo de La Trinidad fuera un reflejo fiel de las caricaturas que algunos comentaristas están tratando de vender, no hay duda que mi reacción sería mayormente la misma.
Pero la verdad es, que eso no es todo lo que yo sé de este hombre. El hombre que yo conocí hace más de veinte años es un hombre que ayudó a encontrarme con mi fe cristiana, un hombre que me habló de nuestras obligaciones de amarnos el uno al otro, de cuidar al enfermo y levantar al pobre. El es un hombre que sirvió a su país como Marine de los Estados Unidos; que ha estudiado y enseñado en algunas de las mejores universidades y seminarios del país, y que por más de treinta años dirigió a una iglesia que sirve a la comunidad haciendo el trabajo de Dios aquí en la Tierra – dando hogar a los que no lo tienen, ministrando a los necesitados, proveyendo servicios de cuidado diario y becas y ministerio de prisiones, y extendiendo su mano a aquellos que sufren de VIH/SIDA.
En mi primer libro, Sueños De Mi Padre, describí la experiencia de mi primer servicio en la iglesia de La Trinidad:
“La gente comenzó a gritar, a levantarse de sus asientos y aplaudir y exclamar, un viento fuerte llevando la voz del reverendo hasta las vigas del techo… Y en esa sola nota – ¡esperanza! – Escuché algo más: Al pie de esa cruz, dentro de miles de iglesias a través de la ciudad, me imaginaba las historias de negros ordinarios mezclándose con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón, los cristianos en el foso de los leones, el campo de huesos secos de Ezequiel. Esas historias – de supervivencia, de libertad, y esperanza – se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas nuestras lágrimas; hasta que esta iglesia negra, en este día brillante, parecía una vez más una nave llevando la historia de un pueblo hacia generaciones futuras y hacia un mundo más grande. Nuestras pruebas y triunfos se hicieron al mismo tiempo únicos y universales, negros y más que negros; en la crónica de nuestra jornada, las historias y canciones nos dieron un mecanismo para reclamar memorias por las cuales no teníamos que sentir vergüenza… memorias que todos podrían estudiar y acoger – y con las cuales podíamos comenzar a reconstruir.”
Esa ha sido mi experiencia en La Trinidad. Al igual que otras iglesias predominantemente negras a lo largo del país, la iglesia de La Trinidad personifica la comunidad negra en su totalidad – el doctor y la madre que recibe asistencia, el estudiante modelo y el ex miembro de una pandilla. Como en otras iglesias negras, los servicios en La Trinidad están llenos de risa alborotada y a veces humor vulgar. Están llenos de danza, de aplauso, gritos y exclamaciones que pueden parecer discordantes a un oído no acostumbrado. La iglesia contiene en su totalidad la bondad y la crueldad, la inteligencia feroz y la ignorancia chocante, las luchas y éxitos, el amor y sí, la amargura y la parcialidad que forman parte de la experiencia del negro en América.
Y esto ayuda a explicar, quizás, mi relación con el Reverendo Wright. Tan imperfecto como él pueda ser, él ha sido como parte de mi familia. El fortaleció mi fe, ofició en mi boda, y bautizó a mis hijas. Ni una vez en mis conversaciones con él lo he oído hablar de ningún grupo étnico en términos derogatorios, o tratar personas blancas con las cuales ha interactuado que no sea con cortesía y respeto. En él están contenidas las contradicciones – lo bueno y lo malo – de la comunidad que él ha servido diligentemente por tantos años.
No puedo repudiarlo a él como no puedo repudiar la comunidad negra. No puedo repudiarlo como no puedo repudiar a mi abuela blanca – una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí, una mujer que me ama tanto como a nadie más en este mundo, pero una mujer que una vez confesó su miedo de los hombres negros que pasaban cerca de ella en la calle, y quien más de una vez ha proferido estereotipos raciales o étnicos que me causaban disgusto
Todas estas personas son parte de mí. Y son parte de América, este país que yo amo.
Algunos verán esto como un intento de justificar o excusar comentarios que son simplemente inexcusables. Les puedo asegurar que no lo es. Supongo que la alternativa políticamente segura sería poner este episodio en el pasado y esperar que se desvanezca. Podemos descartar al Reverendo Wright como un excéntrico o un demagogo, de la misma manera que algunos han descartado a Geraldine Ferraro, en la secuela de sus declaraciones recientes, como a alguien que abriga un prejuicio racial profundo.
Pero la raza es un asunto el cual yo creo que esta nación no se puede dar el lujo de ignorar en este momento. Estaríamos cometiendo el mismo error que el Reverendo Wright cometió en sus sermones ofensivos sobre América – simplificar el estereotipo y amplificar lo negativo hasta el punto de distorsionar la realidad.
La realidad es que los comentarios hechos y los temas que han salido a la superficie en las semanas recientes reflejan la complejidad de la raza en este país, las cuales nunca hemos realmente procesado y resuelto – una parte de nuestra unión que todavía tenemos que perfeccionar. Y si nos alejamos ahora, si simplemente nos retiramos a nuestras respectivas esquinas, nunca podremos juntarnos y resolver retos como cuidado de salud, o educación, o la necesidad de proporcionar buenos trabajos para todos lo Americanos.
Para entender esta realidad, hace falta recordar cómo llegamos a este punto. Como Faulkner una vez escribió, “El pasado no está muerto y enterrado. De hecho, ni siquiera ha pasado.” No tenemos que recitar aquí la historia de injusticias raciales en este país. Pero tenemos que recordarnos que tantas de las disparidades que existen en la comunidad afro americana hoy en día pueden ser atribuidas directamente a desigualdades transmitidas de una generación anterior la cual sufrió bajo el legado brutal de la esclavitud y la segregación de las leyes Jim Crow.
Las escuelas segregadas fueron, y son, escuelas inferiores; todavía no las hemos arreglado, cincuenta años después del veredicto de Brown versus el Consejo de Educación, y la educación inferior que ofrecieron, entonces y ahora, ayuda a explicar la perenne brecha académica entre los estudiantes blancos y negros.
La discriminación legalizada – donde a los negros se les impidió, a menudo con violencia, ser dueños de propiedades, o no se otorgaban préstamos a afro americanos dueños de negocios, o negros dueños de viviendas no tenían acceso a hipotecas subsidiadas FHA, o se excluía a negros de pertenecer a sindicatos, o a los cuerpos policiales, o a cuerpos de bomberos – tuvo como consecuencia que las familias negras no pudieron amasar ninguna riqueza substancial para legar a generaciones futuras. Esa historia ayuda a explicar la brecha en ingreso y en riquezas entre negros y blancos, y las zonas concentradas de pobreza que persisten en tantas de las comunidades urbanas y rurales de la actualidad.
Una falta de oportunidades económicas entre hombres negros, y la vergüenza y frustración proveniente de no poder proveer por sus familias, contribuyeron a la erosión de familias negras – un problema empeorado por muchos años de políticas de beneficencia. Y la falta de servicios básicos en tantas vecindades negras urbanas – parques donde los niños pueden jugar, policías haciendo sus rondas, recolección regular de basura y cumplimiento de códigos de construcción – todos han ayudado a crear un ciclo de violencia, deterioro y descuido que aún nos persigue.
Esta es la realidad en la cual crecieron el Reverendo Wright y otros afro americanos de su generación. Se hicieron adultos al final de los años cincuenta y comienzo de los sesenta, una época cuando la segregación todavía era la ley de la tierra y la oportunidad era restringida sistemáticamente. Lo que es notable no es cuántos fallaron frente a la discriminación, sino más bien cuántos hombres y mujeres se sobrepusieron a unas probabilidades que estaban en su contra; cuántos pudieron construir una salida del encierro para aquellos como yo que vendrían detrás de ellos.
Pero por todos aquellos que pudieron abrirse paso para lograr un pedazo del Sueño Americano, hubo muchos que no pudieron – aquellos que fueron al final derrotados, de una forma u otra, por la discriminación. El legado de la derrota fue transmitido a generaciones futuras – esos jóvenes y ahora cada vez más jovencitas a quienes vemos parados en las calles o languideciendo en nuestras cárceles, sin esperanza o prospectos para el futuro. Aún para aquellos negros que lo lograron, asuntos de raza y racismo continúan definiendo su visión del mundo de manera fundamental. Para los hombres y mujeres de la generación del Reverendo Wright, las memorias de humillación, duda y temor no se han ido; ni tampoco la rabia y la amarguras de esos días. Esa rabia puede que no sea expresada en público, en frente de compañeros de trabajo o amigos blancos. Pero sí encuentra voz en la barbería o alrededor de la mesa de la cocina. A veces, los políticos se aprovechan de esa rabia para cosechar votos a lo largo de las divisiones raciales, o para compensar por sus propias deficiencias como políticos.
Y ocasionalmente encuentra voz en la iglesia el domingo por la mañana, en el púlpito y en los bancos. El hecho de que tantas personas se sorprendan al oír la rabia en algunos de los sermones del Reverendo Wright simplemente nos recuerda el viejo dicho que la hora más segregada in la vida Americana ocurre el domingo por la mañana. Esta rabia no es siempre productiva; de hecho, muy a menudo distrae la atención de la resolución de problemas reales; nos impide enfrentar directamente nuestra complicidad en nuestra propia condición, y previene a la comunidad afro americana de forjar las alianzas necesarias para posibilitar cambio real. Pero la rabia es real; es poderosa; y simplemente deseando que se vaya, condenándola sin entender sus raíces, sólo sirve para ampliar el abismo de malentendidos que existe entre las razas.
De hecho, una rabia similar existe entre algunos segmentos de la comunidad blanca. La mayoría de los blancos de clase media y trabajadora no se sienten particularmente privilegiados por su raza. Su experiencia es la experiencia del inmigrante – en lo que a ellos concierne, nadie les ha dado nada, todo lo han construido a partir de nada. Han trabajado duro todas sus vidas, muchas veces para ver sus trabajos enviados a otros países o sus pensiones desvanecidas luego de una vida entera de trabajo. Se sienten ansiosos por su futuro, y sienten sus sueños escurrírseles de las manos; en una época de sueldos estancados y competencia global, se concluye que la oportunidad es un juego de suma nula, en el cual tus sueños se realizan a expensas de lo míos. Así que cuando les dicen que deben enviar a sus hijos en autobús al otro lado del pueblo; cuando se enteran de que un afro americano tiene una ventaja para obtener un trabajo o admisión en una buena escuela por una injusticia que ellos mismos nunca cometieron; cuando se les dice que sus miedos con respecto al crimen en vecindades urbanas de alguna forma son producto de prejuicio, se acumula resentimiento con el tiempo.
Como la rabia en la comunidad negra, estos resentimientos no son siempre expresados en ocasiones formales. Pero han ayudado a formar el paisaje político por lo menos por una generación. La rabia contra programas de asistencia y contra discriminación positiva ayudó a forjar la Coalición de Reagan. Los políticos rutinariamente se han aprovechado del miedo al crimen para beneficiarse electoralmente. Presentadores de programas de discusión y comentaristas conservadores construyeron sus carreras como tales desenmascarando reportes falsos de racismo, al mismo tiempo que descartaban discusiones legítimas de injusticia y desigualdad social como ejemplos de simple corrección política o racismo reverso.
Igual que la rabia de los negros a menudo resultó contraproducente, también los resentimientos de los blancos han distraído la atención de los verdaderos responsables del cerco a la clase media – una cultura corporativa llena de tratos deshonestos, prácticas cuestionables de contabilidad, y avaricia miope; un Washington dominado por cabilderos e intereses especiales; políticas económicas que favorecen a los pocos a expensa de los muchos. Y todavía, desear que desaparezcan los resentimientos de los americanos blancos, caracterizarlos como equivocados y hasta racistas, sin reconocer que están basados en preocupaciones legítimas – esto también profundiza la división racial, y bloquea el camino hacia el entendimiento.
Aquí es donde estamos ahora. Es un estancamiento racial en el cual hemos caído por muchos años. Contrario a lo que algunos de mis críticos creen, blancos y negros, nunca he sido tan ingenuo como para creer que podemos sobreponernos a nuestras divisiones raciales en un solo ciclo electoral, o con una sola candidatura – particularmente un candidato ten imperfecto como yo.
Pero he afirmado mi firme convicción – una convicción enraizada en mi fe en Dios y mi fe en el pueblo Americano – que trabajando juntos podemos movernos más allá de nuestras viejas heridas raciales, y que de hecho no tenemos otra alternativa si vamos a continuar en el camino hacia una unión más perfecta.
Para la comunidad afro americana, ese camino significa abrazar las cargas de nuestro pasado sin hacernos víctimas de nuestro pasado. Significa continuar insistiendo en justicia completa para todo aspecto de la vida americana. Pero también significa atar nuestras propias reivindicaciones – por mejor cuidado de salud, y mejores escuelas, y mejores trabajos – a las aspiraciones más amplias de todos los americanos – la mujer blanca luchando para sobrepasar los límites impuestos a su género, el hombre blanco que ha sido despedido, el inmigrante tratando de alimentar a su familia. Y significa tomar responsabilidad por nuestras propias vidas – demandando más de nuestros padres, y pasando más tiempo con nuestros hijos, y leyendo para ellos, y enseñándoles que si bien puede que enfrenten retos y discriminación en sus propias vidas, nunca deben sucumbir al desespero o al cinismo; deben siempre creer que ellos pueden ser autores de su propio destino.
Irónicamente, esta más pura noción americana – y, sí, conservadora – de ayudarse uno a sí mismo encontró expresión frecuente en los sermones del Reverendo Wright. Pero lo que mi previo pastor con demasiada frecuencia falló en entender es que embarcarse en un programa de autoayuda también requiere la convicción de que nuestra sociedad puede cambiar.
El error profundo de los sermones del Reverendo Wright no consiste en hablar de racismo en nuestra sociedad. Consiste en hablar de nuestra sociedad como si fuera estática, como si no ha habido progreso; como si este país – un país que ha hecho posible que uno de sus propios miembros compita por el cargo más alto de todos y construya una coalición de blancos y negros; latinos y asiáticos, ricos y pobres, jóvenes y viejos – está aún atado irrevocablemente a un pasado trágico. Pero lo que sabemos – lo que hemos visto – es que América puede cambiar. Este el verdadero genio de esta nación. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza – la audacia de tener esperanza – en lo que podemos y debemos lograr mañana.
In la comunidad blanca, el camino a una unión más perfecta significa reconocer que lo que aqueja a la comunidad afro americana no existe sólo en la mente de los negros; que el legado de discriminación – e incidentes actuales de discriminación, si bien menos manifiestos que en el pasado – son reales y deben ser enfrentados. No sólo con palabras, sino también con hechos – invirtiendo en nuestras escuelas y comunidades; haciendo cumplir nuestras leyes de derechos civiles y garantizando equidad en nuestro sistema de justicia criminal; dando a esta generación escaleras de oportunidad que no estaban disponibles para generaciones anteriores. Requiere que todos los americanos se den cuenta que sus sueños no tienen que realizarse a expensas de los míos; que la inversión en la salud, el bienestar y la educación de niños blancos, negros y marrones en última instancia ayudará a que prosperemos todos los americanos.
Al final, entonces, el llamado es por nada más, y nada menos, que lo que todas las grandes religiones del mundo demandan – que hagamos por los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran por nosotros. Seamos el guardián de nuestro hermano, nos dicen las Escrituras. Seamos el guardián de nuestra hermana. Encontremos ese interés común que todo tenemos el uno en el otro, y dejemos que nuestras políticas también reflejen ese espíritu.
Porque tenemos una alternativa en este país. Podemos aceptar una política que fomenta división, conflicto, y cinismo. Podemos enfrentar a la raza sólo como un espectáculo – como hicimos en el juicio de O.J. Simpson – o luego de una tragedia, como en la secuela de Katrina – o como forraje para las noticias de la noche. Podemos mostrar los sermones del Reverendo Wright en todos los canales, todos los días y hablar de ellos desde ahora hasta las elecciones, y decidir que la única pregunta en esta campaña es si el pueblo americano piensa o no piensa que yo de alguna manera creo en o simpatizo con sus palabras más ofensivas. Podemos utilizar un error de un simpatizante de Hillary como evidencia de que ella está jugando el juego de la raza, o podemos especular si los hombres blancos todos se congregarán del lado de John McCain en la elección general sin importar sus posiciones políticas.
Podemos hacer eso.
Pero si lo hacemos, puedo decirles que en las elecciones después de éstas, estaremos hablando de alguna otra distracción. Y luego otra. Y luego otra. Y nada cambiará.
Esa es una opción. O, en este momento, en esta elección, podemos juntarnos y decir, “Esta vez no.” Esta vez queremos hablar de las escuelas derrumbándose que están robando el futuro de niños blancos y negros y asiáticos e hispanos e indígenas. Esta vez queremos rechazar el cinismo que nos dice que esos niños no pueden aprender; que esos niños que no lucen como nosotros son problema de otro. Los niños de América no son esos niños, son nuestros niños, y no los vamos a dejar quedarse atrás en una economía del siglo veintiuno. Esta vez no.
Esta vez queremos hablar de las fábricas clausuradas que una vez suministraron una vida decente para hombres y mujeres de todas las razas, y las casas ahora en venta que una vez pertenecieron a americanos de todas las religiones, de todas las regiones, de todos los segmentos de la sociedad. Esta vez queremos hablar de el hecho que el problema verdadero no es que alguien que no luce como tú pueda quitarte tu trabajo; es que la corporación para la cual trabajas va a enviar ese trabajo al extranjero por no más razón que una ganancia económica.
Esta vez queremos hablar de los hombres y mujeres de todo color y credo que sirven juntos, pelean juntos y sangran juntos bajo el orgullo de la misma bandera. Queremos hablar de cómo traerlos de regreso a casa de una guerra que nunca debió haber sido autorizada y que nunca debimos haber comenzado, y queremos hablar de cómo vamos a mostrar nuestro patriotismo haciéndonos cargo de ellos, y de sus familias, y dándoles los beneficios que se han ganado.
Yo no estaría compitiendo para ser Presidente si no creyera con todo mi corazón que esto es lo que la gran mayoría de los americanos quieren para este país. Esta unión quizás nunca será perfecta, pero generación tras generación ha demostrado que siempre puede ser perfeccionada. Y hoy, siempre que me siento dudoso o cínico sobre esta posibilidad, lo que me da más esperanza es la próxima generación – los jóvenes cuyas actitudes y creencias y disposición al cambio ya han hecho historia en esa elección.
Hay una historia en particular que quisiera dejar con ustedes hoy – una historia yo conté cuando tuve el honor de hablar en el natalicio del Dr. King en la iglesia donde ofició, la iglesia bautista Ebenezer en Atlanta.
Hay una joven blanca de treinta y tres años de edad llamada Ashley Baia, la cual fue organizadora para nuestra campaña en Florence, Carolina del Sur. Había estado trabajando para organizar una comunidad mayormente afro americana desde el comienzo de esta campaña y un día ella estaba en una discusión de mesa redonda donde cada quién fue contando su historia y porqué estaban ahí.
Y Ashley dijo que cuando ella tenía nueve años, su madre contrajo cáncer. Y como ella tenía que perder días de trabajo, fue despedida y perdió su seguro de salud. Tuvieron que declararse en bancarrota, y en ese momento fue cuando Ashley decidió que tenía que hacer algo para ayudar a su mamá.
Ella sabía que la comida era uno de los gastos más caros, así que Ashley convenció a su madre que lo que realmente le gustaba y lo que verdaderamente quería comer más que nada eran emparedados de mostaza y pepinillos. Porque eso era lo más barato para comer.
Hizo esto por un año hasta que su mamá se mejoró, y ella les dijo a todos en la mesa redonda que la razón por la cual se unió a mi campaña fue para poder a ayudar a millones de otros niños en el país que también quieren y necesitan ayudar a sus padres.
Ahora, Ashley pudo haber escogido algo diferente. Quizás alguien le dijo por el camino que la fuente de los problemas de su madre era los negros viviendo de la beneficencia pública, y demasiado perezosos para trabajar, o hispanos que venían a este país ilegalmente. Pero ella no lo hizo. Ella buscó aliados en su lucha contra la injusticia.
En todo caso, Ashley finaliza su historia y luego va alrededor de la sala y les pregunta a todos los demás porqué están respaldando la campaña. Cada quien tiene historias y razones diferentes. Muchos resaltan un tema específico. Y finalmente llegan a este anciano negro que ha estado sentado callado todo este tiempo. Y Ashley le pregunta porqué él está ahí. El no menciona ningún asunto específico. No dice cuidado de la salud o la economía. No dice educación o la guerra. No dice que está ahí por Barack Obama. Simplemente dice a todos en la sala, “Estoy aquí por Ashley.”
“Estoy aquí por Ashley.” Por sí mismo, ese momento singular de reconocimiento entre esa joven blanca y ese anciano negro no es suficiente. No es suficiente con darles cuidado de salud al enfermo, o trabajo a los desempleados, o educación a nuestros niños.
Pero es por donde empezamos. Es donde nuestra unión se hace más fuerte. Y como tantas generaciones han llegado a darse cuenta a lo largo de los doscientos veintiún años desde que una banda de patriotas firmó ese documento en Filadelfia, ahí es donde comienza la perfección.
BARACK OBAMA

[1] Obama tituló aquel discurso “Una unión más perfecta”, alusivo al preámbulo de la Constitución política de su país: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta…”



 
 ANA GONZÁLEZ HUENCHUÑIR 

DISCURSO DE TOMA DE POSESIÓN DEL PRESIDENTE
Barack Obama
[20 de enero de 2009]

Washington D.C.
Compatriotas:
Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados. Agradezco al presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición.
Cuarenta y cuatro estadounidenses han tomado el juramento presidencial. Las palabras se han pronunciado durante las crecientes oleadas de prosperidad y las tranquilas aguas de la paz. Sin embargo, de vez en cuando el juramento se produce en momentos de nubarrones y tormentas furiosas. En esos momentos, Estados Unidos ha seguido adelante no solo por la habilidad o visión de quienes ocupan los altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales.
Así ha sido. Así debe ser con esta generación de estadounidenses.
Que estamos en medio de una crisis se sabe bien ahora. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía está muy debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar decisiones difíciles y de preparar al país para una nueva era. Se han perdido hogares y empleos y se han cerrado negocios. Nuestro sistema de salud es demasiado caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados; y cada día aporta más pruebas de que la manera en que utilizamos la energía refuerza a nuestros adversarios y amenaza a nuestro planeta.
Esos son los indicadores de la crisis, según los datos y estadísticas. Menos fácil de medir, pero no por ello menos profundo es la socavación de confianza en el país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y de que la próxima generación debe reducir sus expectativas.
Hoy les digo que los desafíos que afrontamos son reales, son serios y son muchos. No serán superados fácilmente o en un corto período de tiempo. Pero sepan esto, Estados Unidos: los superaremos.
En este día nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el miedo; la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia.
En este día venimos a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política.
Seguimos siendo un país joven, pero según las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar a un lado los infantilismos. Ha llegado el momento de reafirmar la resistencia de nuestro espíritu; de elegir nuestra mejor historia; de llevar adelante ese precioso don, esa noble idea, que ha pasado de generación a generación: la promesa divina de que todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena.
Al reiterar la grandeza de nuestra nación, entendemos que esa grandeza no es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarnos con menos. No ha sido un camino para los débiles de corazón, para aquellos que prefieren la diversión al trabajo, o que buscan solo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, ha sido para los que asumen riesgos, los que actúan, los que hacen cosas – algunos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor, los que nos han llevado por el largo y escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.
Por nosotros, recogieron sus pocas posesiones materiales y atravesaron océanos en busca de una nueva vida.
Por nosotros, trabajaron en condiciones infrahumanas y se asentaron en el oeste; soportaron el azote del látigo y araron la dura tierra.
Por nosotros, lucharon y murieron, en lugares como Concord y Gettysburg; Normandía y Khe Sahn.
Una y otra vez estos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta ensangrentarse las manos, para que pudiéramos tener una vida mejor. Veían a Estados Unidos como algo más grande que la suma de nuestras ambiciones personales, más grande que todas las diferencia de nacimiento, riqueza o facción.
Éste es el viaje que continuamos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando comenzó esta crisis. Nuestras mentes no son menos creativas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad permanece intacta. Pero nuestro tiempo de mantenernos sin cambiar, de proteger intereses estrechos y de aplazar las decisiones desagradables, ese tiempo sin duda ha pasado. A partir de hoy debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y reanudar la tarea de rehacer Estados Unidos.
Porque allá donde miremos hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige medidas audaces y rápidas, y actuaremos, no solo para crear nuevos empleos, sino también para sentar nuevos cimientos para el crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos mantienen unidos. Restauraremos la ciencia al lugar que le corresponde y aprovecharemos las maravillas de la tecnología para mejorar la calidad de la salud y reducir sus costos. Aprovecharemos el sol y el viento y la tierra como combustible para nuestros vehículos y nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas, colegios y universidades para hacer frente a las necesidades de una nuera era. Todo esto lo podemos hacer. Y todo esto lo haremos.
Ahora bien, hay quienes cuestionan el alcance de nuestras ambiciones, quienes dicen que nuestro sistema no puede tolerar demasiados planes grandes. Su memoria es corta. Porque han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al propósito común y la necesidad a la valentía.
Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado, que los viejos argumentos políticos que nos han consumido durante tanto tiempo ya no tienen validez.
La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona, si ayuda a las familias a encontrar empleos con salarios decentes, atención de la salud que pueden costear y una jubilación digna. Donde la respuesta es afirmativa, seguiremos adelante. Donde sea negativa, los programas se acabarán. Y aquellos de nosotros que manejamos el dinero público tendremos que rendir cuentas, gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque solo así podremos restaurar la confianza vital entre un pueblo y su gobierno.
La cuestión tampoco es si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder para generar riqueza y ampliar la libertad no tiene rival, pero esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede descontrolarse y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece solo a los ricos. El éxito de nuestra economía ha dependido siempre no solo del tamaño de nuestro producto interior bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra habilidad de ofrecer oportunidades a cada corazón dispuesto, no por caridad, sino porque es el camino más seguro hacia el bien común.
En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la opción entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, al enfrentar peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el estado de derecho y los derechos del hombre, una carta que se ha ampliado con la sangre de generaciones. Esos ideales todavía iluminan el mundo y no renunciaremos por conveniencia. Y a todos los pueblos y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales hasta el pequeño pueblo donde nació mi padre: sepan que Estados Unidos es amigo de todos los países y de todos los hombres, mujeres y niños que buscan un futuro de paz y dignidad, y que estamos listos para asumir el liderazgo una vez más.
Recordemos que generaciones anteriores afrontaron el fascismo y el comunismo no solo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder por sí solo no puede protegernos ni nos da el derecho de hacer lo que queramos. Más bien, sabían que nuestro poder crece si lo usamos de forma prudente; que nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades atenuantes de la humildad y la moderación.
Somos los guardianes de este legado. Guiados por esos principios una vez más, podemos hacer frente a las nuevas amenazas que exigen aún mayor esfuerzo, aún mayor cooperación y entendimiento entre los países. Comenzaremos a dejar Iraq, de manera responsable, en manos de su pueblo, y forjar una paz duramente ganada en Afganistán. Con viejos amigos y antiguos enemigos trabajaremos incansablemente para disminuir la amenaza nuclear y hacer retroceder el espectro del calentamiento del planeta. No nos disculparemos por nuestro modo de vida, ni vacilaremos en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr sus objetivos acudiendo al terrorismo y a la matanza de inocentes, les decimos que ahora nuestro espíritu es más fuerte y no puede romperse; no pueden perdurar más que nosotros les derrotaremos.
Porque sabemos que nuestro patrimonio multifacético es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes –y de no creyentes. Nos caracterizamos por todos los idiomas y culturas, extraídos de todos los rincones de esta Tierra; y porque hemos probado el trago amargo de la guerra civil y la segregación y resurgido más fuertes y más unidos de ese oscuro capítulo, no podemos evitar creer que los viejos odios se desvanecerán algún día; que las divisiones tribales pronto se disolverán; que a medida que el mundo se hace más pequeño nuestra humanidad común se revelará, y que Estados Unidos debe desempeñar su papel en fomentar una nueva era de paz.
Al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino adelante, basado en el interés mutuo y el respeto mutuo. A aquellos líderes del mundo que deseen sembrar el conflicto, o culpar a Occidente de los males de su sociedad: sepan que sus pueblos los juzgarán por lo que puedan construir, no por lo que destruyen. A quienes se aferran al poder por medio de la corrupción, el engaño y la represión de la disidencia, sepan que están en el lado equivocado de la Historia, pero que les extenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño.
A los pueblos de los países pobres, nos comprometemos a trabajar con ustedes para que sus granjas prosperen y que fluya el agua limpia; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y alimentar las mentes hambrientas. Y a aquellos países que, como el nuestro, gozan de relativa abundancia, les decimos que no podemos permitir más la indiferencia ante los que sufren fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tener en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros tenemos que cambiar con él.
Al contemplar el camino que se abre ante nosotros, recordamos con humilde gratitud a aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan lejanos desiertos y distantes montañas. Tienen algo que decirnos hoy, así como lo héroes caídos que yacen en Arlington nos susurran a través del tiempo. Les rendimos homenaje no solo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino también porque representan el espíritu de sacrificio; la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Y sin embargo, en este momento, un momento que definirá una generación, es precisamente este espíritu el que nos debe impulsar a todos.
Por mucho que el gobierno pueda y deba hacer, en el fondo esta nación depende de la fe y la determinación del pueblo estadounidense. Es la bondad de acoger a un extraño cuando se rompen las presas, la abnegación de los trabajadores que prefieren reducir sus horas antes que ver a un amigo perder su empleo, lo que nos hace superar nuestras horas más oscuras. Es la valentía del bombero que sube una escalera llena de humo, pero también la disposición de un padre de criar a un niño, lo que finalmente decide nuestro destino.
Nuestros desafíos puede que sean nuevos. Los instrumentos con que los afrontamos puede que sean nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito: el trabajo duro y la honestidad, la valentía, el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo, esas son cosas viejas. Son cosas verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa del progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, entonces, es el regreso a esas verdades. Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos obligaciones hacia nosotros mismos, nuestro país y el mundo; obligaciones que no aceptamos a regañadientes, sino con alegría, sabiendo con firmeza que no hay nada más gratificante para el espíritu, nada que defina mejor nuestro carácter, que dar todo lo que podamos ante una tarea difícil.
Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.
Esta es la fuente de nuestra confianza, saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto.
Este es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo, el porqué hombres, mujeres y niños de todas las razas y todos los credos pueden unirse en celebración a lo largo y ancho de esta magnífica explanada, el porqué un hombre a cuyo padre, hace menos de 60 años, quizá no hubieran servido en un restaurante local, está aquí hoy para prestar el juramento más sagrado.
Así que marquemos este día recordando quiénes somos y lo lejos que hemos caminado. En el año del nacimiento de Estados Unidos, en el más frío de los meses, un pequeño grupo de patriotas estaba apiñado en torno a las menguantes fogatas en las orillas de un río helado. La capital estaba abandonada. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en el que el desenlace de nuestra revolución estaba en duda, el padre de nuestra nación ordenó que se leyeran estas palabras al pueblo:
“Que se informe al mundo del futuro... que en pleno invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podían sobrevivir,... la ciudad y el campo, alarmados ante un peligro común, salieron a hacerle frente”.
Estados Unidos, ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras dificultades, recordemos estas palabras eternas. Con esperanza y virtud, afrontemos una vez más las corrientes heladas y resistamos las tormentas que se avecinen. Que los hijos de nuestros hijos puedan decir que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos a dejar que terminase el viaje, que no dimos la espalda, que no titubeamos y con los ojos fijos en el horizonte y con la gracia de Dios, llevamos adelante el gran regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las futuras generaciones.
Gracias, que Dios les bendiga, que Dios bendiga a Estados Unidos.
BARACK OBAMA
Publicado por Dres. Juan O. Pons y N. Florencia Pons Belmonte 


  
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Parrilla Don Belgrano | Ciudad de Mendoza
Pasión por la parrilla argentina
 Av. Perú 1197, Mendoza