ana karina gonzalez huenchuñir |
Azaña Díaz, Manuel. Alcalá de Henares (Madrid), 10.I.1880 – Montauban (Francia), 3.XI.1940. Escritor y político. Ministro de la Guerra y Presidente del Consejo de Ministros de 1931 a 1933, y Presidente de la República española de 1936 a 1939. Segundo de cuatro hermanos en una familia de clase acomodada. Era hijo de Esteban Azaña, propietario agrícola y alcalde de la ciudad en aquellos momentos, y de Josefina Díaz, que se dedicaba al cuidado de la familia. Su abuelo paterno, Gregorio, era notario y su abuela paterna, Concepción, se dedicaba a las tareas familiares. Ambos abuelos vivían aún cuando nació Manuel, mientras que los abuelos maternos, Manuel y Josefa habían fallecido ya en aquella fecha. El nacimiento de Manuel se produjo en el domicilio familiar, calle de la Imagen, número 3, y entre los antepasados del recién nacido habían sido frecuentes los agricultores y los funcionarios locales. También hubo varios fabricantes. Algunos de ellos procedían de otras regiones del país como la Montaña cántabra, País Vasco, Cataluña y Toledo. Manuel Azaña inició sus estudios de Bachillerato en un colegio privado de su ciudad natal con brillantes calificaciones. En julio de 1889 falleció su madre, con la que tenía profundos lazos afectivos y, dos meses después, fallecería su abuelo, que había influido mucho en la formación de Manuel. La muerte de su padre, en enero del año siguiente, engrosaría el ciclo de desgracias familiares que se abatieron sobre el niño, que quedó al cuidado de su abuela y que aún tuvo que soportar la muerte de su hermano más pequeño, Carlos, durante el curso 1892-1893. Por entonces, cuando contaba once o doce años, experimentó una fuerte conmoción religiosa como consecuencia de una misión predicada por unos jesuitas en su ciudad natal. Durante el curso 1893-194, en el que obtuvo el título de Bachiller, ingresó en el Real Colegio de Estudios Superiores María Cristina, de los agustinos de El Escorial, que acababa de ser establecido el curso anterior. Azaña dejó testimonio de esa estancia en la novela El jardín de los frailes, publicada en 1927. Cursó allí los estudios de Derecho aunque, para obtener las calificaciones oficiales, tuvo que acudir a universidades oficiales. Se examinó del curso introductorio en la Universidad de Valladolid mientras que, en los años siguientes, lo haría en la de Zaragoza. En El Escorial –tal vez en la primavera de 1897– dejó la práctica religiosa sin especial conmoción, a la vez que cada vez se le hacía más insoportable su permanencia en aquel centro. Vuelto a Alcalá, continuó los estudios de la Licenciatura de Derecho, que alcanzaría en Zaragoza, en julio de 1898, y publicó una revista literaria, Brisas del Henares, en compañía de algunos amigos como José María Vicario y Joaquín Creagh. En octubre de 1898 se instaló en Madrid como pasante del bufete de Luis Díaz Cobeña, en donde coincidió con Niceto Alcalá-Zamora, a la vez que realizaba los estudios de doctorado, que le permitieron conocer a Francisco Giner de los Ríos. Los cursos de doctorado los aprobó brillantemente en junio de 1899, y en abril de 1900 leyó su tesis doctoral sobre La responsabilidad de las multitudes, lo que le permitiría alcanzar el grado de Doctor en Derecho en el mes de junio de ese mismo año. Manuel Azaña era, al comenzar sus veinte años, un joven de convicciones democráticas y reformistas que frecuentaba, en Madrid, la Academia de Jurisprudencia, en la que pronunció una conferencia sobre La libertad de asociación el 22 de enero de 1902. Con ella se sumó al debate, absorbente entonces, sobre la “cuestión religiosa”, y se manifestó partidario de que el Estado interviniese en la regulación de las congregaciones religiosas. No era el “señorito benaventino” (Juliá, 2008: 44) y despreocupado que se ha querido ver a veces. También dio por entonces sus primeros pasos en la vida literaria madrileña con artículos en la revista Gente vieja, que se prolongan desde febrero de 1901 hasta mayo de 1903. Su firma aparecía en esa publicación junto a las de Francisco Silvela, Francisco Romero Robledo, Gaspar Núñez de Arce, José Nakens, Miguel Morayta y Antonio Pirala, entre otros. Desde mediados de 1903 pasó a residir en Alcalá de Henares, donde se dedicó a atender los negocios familiares mientras realizaba algunos ensayos literarios y colaboraba en La avispa, una revista dedicada a los intereses locales. En junio del 1910 obtuvo, por oposición, la plaza de Auxiliar tercero de la Dirección General de Registros y del Notariado del Ministerio de Gracia y Justicia, en donde desarrollaría toda su carrera de funcionario. En febrero de 1911, volvió a su ciudad natal para pronunciar una conferencia sobre “El problema español”, en un momento que parecía propicio para un primer entendimiento entre intelectuales y socialistas (Juliá, 2007, 1, XXIII). Azaña se ratificó allí en sus convicciones democráticas para la reconstrucción del Estado desde la vida local. En septiembre de ese mismo año, tomó parte en una polémica que iniciaron Ortega y Gasset y Baroja en torno a la hegemonía cultural de Francia, con un par de artículos en el diario madrileño La Correspondencia de España. Los artículos le devolvieron al escenario literario madrileño, a la vez que le proporcionaron un cierto protagonismo entre la nueva generación de intelectuales que pululaban por Madrid. Por esa misma época, obtuvo una pensión de la Junta para Ampliación de Estudios con el objeto de realizar estudios de Derecho en la École Nationale de Chartes, de París, adonde llegó a finales de noviembre. Permaneció allí hasta finales de octubre del año 1912 y asistió a los cursos de algunos profesores conocidos como Alfred Loisy, Henri Pièron y Henri Bergson, entre otros, con especial atención a los temas psiquiátricos. Desde la capital francesa enviaría crónicas al diario madrileño La Correspondencia de España con el seudónimo de Martín Piñol. La estancia en París le dejaría una profunda huella para el resto de su vida y siempre consideró la cultura francesa como el “hogar común” y la “casa materna” de las personas cultivadas de la raza latina (La correspondencia de España, 19 de diciembre de 1911). Una parte importante de esa profunda experiencia espiritual vino también de su asistencia a algunas funciones religiosas de gran calidad estética. En febrero de 1913, fue elegido secretario primero del Ateneo de Madrid, en una candidatura presidida por Rafael M.ª de Labra, aunque Azaña pasó a ejercer la dirección efectiva de la institución. De esa época procede su estrecha amistad con Cipriano Rivas Cherif, que se prolongaría durante el resto de su vida. También fue por entonces cuando se integró en la Liga de Educación Política Española, que lideró Ortega y Gasset, y en el proyecto político del Partido Reformista, que encabezó Melquiades Álvarez. En ambas iniciativas vino a coincidir la llamada generación de 1914, de acuerdo con la caracterización que hiciera, años más tarde, Luis de Olariaga. Los resultados de esos compromisos políticos, sin embargo, fueron muy magros. Desencadenada la guerra europea, suscribió el mensaje de adhesión a la causa aliada, que apareció en la prensa francesa y española a comienzos de julio de 1915 y fue uno de los principales animadores de la visita que varios académicos y artistas franceses, entre los que se contaba Henri Bergson, hicieron a España en mayo de 1916. En octubre de ese mismo año, formaría también parte de la delegación española que, en devolución de la visita de los intelectuales franceses, viajó a París y a otras ciudades francesas, y visitó los frentes de guerra. Algunos meses después, en enero de 1917, suscribiría el manifiesto de la Liga Antigermanófila, que promovió la revista España. En septiembre de 1917 también visitó los frentes de guerra italianos en compañía de Américo Castro, Miguel de Unamuno, Luis Bello y Santiago Rusiñol, y en diciembre de ese mismo año volvió a Francia, esa vez en compañía de un numeroso grupo de escritores y artistas catalanes. De todas esas visitas saldrían una serie de artículos periodísticos y un ciclo de conferencias que se convirtieron en el núcleo de su libro Estudios de política francesa contemporánea. La política militar, publicado en 1919. El devenir de la vida política española también atrajo la atención de Azaña. En febrero de 1918 se presentó a las elecciones generales para diputados que convocó el gobierno de García Prieto, como candidato reformista por la circunscripción de Puente del Arzobispo, pero resultaría derrotado claramente por un candidato maurista. Fue una decepción pasajera porque, a finales de ese mismo año, apareció enfrascado en las tareas del partido y en la preparación del manifiesto de la Unión Democrática Española para la Liga de la Sociedad de Naciones libres. Pero la gestión del Ateneo y la militancia reformista parecían haber completado su ciclo y, en octubre de 1919 inició una nueva estancia en París, en compañía de Rivas Cherif, que se prolongó hasta abril del año siguiente. Los amigos realizaron entonces visitas a Alsacia y Lorena, las regiones recuperadas por Francia después de la guerra, de las que ha quedado el testimonio de los artículos de Azaña en los diarios madrileños El Fígaro y El Imparcial. Esa estancia parisina les dio la oportunidad de asistir a la presentación en París de El sombrero de tres picos de Manuel de Falla –con los Ballets Rusos y los diseños de Picasso– que ya se había estrenado en Londres en julio del año anterior. De vuelta a Madrid fundó, también con Rivas Cherif, la revista literaria La Pluma, con el apoyo económico de Amós Salvador Sáenz y Carreras, reconocido arquitecto y diputado liberal demócrata por Logroño. La revista sacó treinta y siete números, antes de desaparecer en junio de 1923. En la revista colaboraron escritores de muy diversas características, como Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y varios de los poetas de lo que sería la generación de 1927 (Guillén, Lorca, Salinas). También lo hicieron Ramón Gómez de la Serna y el crítico musical Adolfo Salazar. En cuanto a su actividad política, Azaña se mantuvo ligado al Partido Reformista, aunque de una forma un tanto reticente, que se convirtió en abierta crítica cuando Miguel Primo de Rivera estableció la Dictadura en septiembre de 1923. Unos meses antes, Azaña había intentado de nuevo su elección como diputado reformista por Puente del Arzobispo pero volvió a ser derrotado por un candidato conservador. A comienzos de ese año 1923, Azaña había asumido la dirección de la revista España, por consejo de Amós Salvador, mientras que La Pluma desaparecería a mediados de ese mismo año. La dictadura de Primo de Rivera aceleró la ruptura de Azaña con el Partido Reformista y con el régimen monárquico. Cuatro días después del golpe de Estado escribió a Melquiades Álvarez para hacérselo saber y reclamar del líder reformista una actitud de neta oposición a la situación creada. La falta de respuesta de Álvarez le llevó a darse de baja en el Partido Reformista y poner sus esperanzas en un cambio de régimen que se plasmó en el folleto Apelación a la República, publicado de forma anónima a mediados de 1924. Dos meses antes había firmado, junto con otros muchos intelectuales madrileños, un mensaje dirigido al presidente del Directorio en defensa de la lengua catalana. El mensaje lo había puesto en circulación Pedro Sáinz Rodríguez. La posición republicana de Azaña se afianza con el manifiesto, que presenta en mayo de 1925, y con la creación del Grupo de Acción Política, germen de la futura Acción Republicana. Desde ella participó en la constitución, el 11 de febrero de 1926, de una Alianza Republicana que aglutinaba las organizaciones del republicanismo histórico (Lerroux) con las del nuevo republicanismo que encarnaba Azaña. La vida política, sin embargo, parece adormecida por la aparente solidez de la Dictadura, y Azaña dedicó buena parte de sus energías a la actividad literaria con estudios sobre Ganivet y Valera. En la primavera de 1927 publicó la novela El jardín de los frailes, de la que había adelantado doce capítulos seis años antes en la revista La Pluma. Por entonces Azaña se había sentido atraído por Lola Rivas Cherif, la hermana menor de su amigo Cipriano y, tras los comprensibles titubeos de todos los conocedores del asunto –el pretendiente era veinticuatro años mayor que la joven–, la boda se celebró el 27 de febrero de 1929 en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid. El matrimonio no tuvo hijos. La caída del dictador Primo de Rivera a finales de enero de 1930 dio un nuevo impulso al republicanismo de Azaña y a su decisión de conseguir el cambio de régimen: el día 8 de febrero se constituyó el grupo de Acción Republicana, dentro una Alianza Republicana con Lerroux y, tres días más tarde, Azaña concurrió con su nuevo partido a la conmemoración del aniversario de la República de 1873. La conspiración republicana estaba ya en marcha y, a finales de marzo, formó parte de la delegación de intelectuales madrileños que acudieron a Barcelona para recibir el reconocimiento de la ciudad por el manifiesto que, unos años antes, habían firmado en defensa de la lengua catalana. Fue también el inicio de un entendimiento con las fuerzas políticas catalanas de izquierdas. El escenario de buena parte de la actividad política de Azaña se trasladó por entonces al Ateneo madrileño, del que fue elegido presidente a mediados de junio, con una votación casi unánime. El Ateneo fue, durante aquellos meses, un lugar que parecía sustituir al Congreso de los Diputados, cerrado por el régimen dictatorial. Azaña participó en las iniciativas de coordinación entre los partidos republicanos, que se sucedieron durante la primavera de 1930, culminaron en el entendimiento con algunos republicanos catalanes, que se alcanzó en San Sebastián en el mes de agosto y al que se le ha dado, un tanto pretenciosamente, el nombre de Pacto de San Sebastián. Fue un simple acuerdo de principio sobre la manera en que los catalanes podían satisfacer sus apetencias autonómicas, a cambio de integrarse en la conspiración republicana que se presentó solemnemente el 28 de septiembre en Madrid, con un gran mitin que tuvo como escenario la Plaza de Toros de las Ventas. En las semanas siguientes, los socialistas se unieron también a la conspiración y se incorporaron a un gobierno “en la sombra”, en el que correspondió a Azaña la cartera de Guerra. En diciembre de aquel año, cuando fracasó la sublevación de Jaca, Azaña se escondió en casa de sus suegros y dedicó su mucho tiempo libre a terminar su novela Fresdeval, que aún tardaría muchos años en ver la luz. Más adelante se encerraría en su propio domicilio, del que vendrían a sacarle el 14 de abril, cuando se proclamó la República y se formó un Gobierno provisional bajo la presidencia de Niceto Alcalá-Zamora. Conforme a lo previsto, Manuel Azaña era el nuevo ministro de la Guerra. Desde su nuevo cargo, realizó una activa política de reformas, acordes con los trabajos que, desde hacía años, venía dedicando a los asuntos militares. Las líneas generales de sus reformas, encaminadas a conseguir un Ejército más operativo, además de leal al nuevo régimen, no tuvieron mala acogida y aumentaron el prestigio político de Azaña. El propio José Ortega y Gasset se haría, más adelante, portavoz de esas opiniones favorables. En las elecciones a Cortes Constituyentes, que se celebraron el 28 de junio de 1931, Azaña resultó elegido en Baleares y en Valencia-capital, aunque un sorteo decidió que terminase siéndolo por esta última. Formaba parte del grupo de Acción Republicana, que sostenía al gobierno de coalición republicano-socialista, encabezado por Alcalá-Zamora. La dimisión de este último, como resultado del debate constitucional en torno a los artículos relacionados con la cuestión religiosa, trajo como consecuencia que Azaña, que había hecho triunfar su punto de vista en el debate y gozaba de las simpatías de los socialistas, pasara a la presidencia del Consejo de Ministros a mediados de octubre de 1931, sin dejar la cartera de Guerra. En diciembre de ese mismo año, tras la aprobación de la Constitución republicana y la elección de Alcalá-Zamora como presidente de la República, Azaña se vio confirmado como presidente del Consejo de Ministros, aunque el gobierno que pudo formar resultó un poco más débil que el que había tenido hasta entonces, por la negativa de los radicales de Lerroux a integrarse en él. En el ejercicio de su cargo Azaña tuvo que afrontar diversas dificultades, como las insurrecciones obreras de enero de 1932 (Castilblanco, Arnedo, la Cuenca del Llobregat) y, sobre todo, la insurrección militar que acaudilló el general Sanjurjo el 10 de agosto en Sevilla, fracasada a las pocas horas. Azaña demostró, en todos esos casos, una actitud enérgica para defender la democracia republicana. Gozaba en aquel momento de un gran ascendiente en la vida política, hasta el punto de que alguno de sus críticos lo tildó de dictador, pero contaba con la consideración de amplios sectores de la opinión pública. En los primeros días de marzo se había iniciado en la Masonería, aunque da la impresión de que esta adhesión influyó poco en su actuación pública, y también por entonces recibió el reconocimiento literario de ver representada por la actriz Margarita Xirgu su obra La Corona. La obra no suscitó excesivo entusiasmo. El fracaso de la intentona de Sanjurjo permitió acelerar su obra de gobierno, especialmente en lo que se refería al Estatuto de Cataluña y a la Ley de Reforma Agraria, pero la posición política de Azaña se debilitaría, desde comienzos de 1933 con la represión de la sublevación anarquista de Casas Viejas (Cádiz) y, también, con la intensificación de la obstrucción parlamentaria de los radicales, que tuvo su reflejo en la derrota de los candidatos del gobierno en unas elecciones municipales parciales que se celebraron en el mes de abril. Esta derrota, unida al desgaste que provocó la batalla con la opinión católica en torno a la Ley de Congregaciones Religiosas, le obligaría a modificar su gobierno a mediados de junio, aunque sólo pudo sobrevivir hasta el mes de septiembre, después de que el gobierno sufriera un nuevo revés en las elecciones para vocales del Tribunal de Garantías Constitucionales. En las elecciones generales de noviembre de 1933, Manuel Azaña resultó elegido por la capital de Vizcaya pero su grupo político, fuertemente quebrantado por los resultados, pasó a la oposición después de que fracasara una iniciativa para que se anulara el resultado electoral y se formara un gobierno de izquierdas que convocara nuevas elecciones (Juliá, 1990, 311). Desde la oposición política, Azaña acentuaría su labor propagandística y trabajo por la recuperación del entendimiento entre socialistas y republicanos de izquierda y, aunque no tuvo ninguna responsabilidad en el levantamiento revolucionario de octubre de 1934, fue detenido el día 9 y encarcelado hasta finales de ese año. De vuelta a Madrid, se mostró reacio a participar en la vida política ordinaria pero se volcó en una serie de grandes mítines, “discursos en campo abierto”, que se inició en Valencia el 26 de mayo de 1935 y continuó en Baracaldo (julio), para terminar en el campo madrileño de Comillas, el día 20 de octubre. Estas reuniones masivas facilitaron el entendimiento entre los republicanos de izquierda y, más adelante, el acuerdo con partidos obreros que permitiría la coalición electoral del Frente Popular. La inestabilidad política provocaría, poco después, la disolución del Congreso y la convocatoria de nuevas elecciones que se celebraron el día 16 de febrero de 1936. Azaña fue elegido diputado por Madrid (capital) y, tres días después de las elecciones, volvió a la presidencia del Consejo de ministros con un gobierno del que estaban ausentes los socialistas. El 10 de mayo, Manuel Azaña fue elegido Presidente de la República, después de que el Congreso de los Diputados hubiese destituido a Alcalá-Zamora. La sublevación militar de julio de 1936, que se transformó casi inmediatamente en una guerra civil, le depararía momentos de gran congoja, como el del asesinato de su antiguo jefe político, Melquiades Álvarez, en el asalto a la cárcel Modelo de Madrid. Llegó incluso a considerar la posibilidad de abandonar su alta magistratura y, desde luego, dejó un poso profundo en su ánimo. La proximidad a Madrid de las tropas sublevadas le obligaría a abandonar la capital el 19 de octubre. Marchó a Barcelona y, pocos días después, se instaló en el monasterio de Montserrat, donde no le faltaron tribulaciones provocadas por la entrada de los anarquistas en el Gobierno. Desde comienzos de 1937 aumentó su presencia en los escenarios de la guerra y trabajó, con conocimiento del Gobierno, por una solución del conflicto que pusiera fin al sufrimiento de los españoles. El enfrentamiento entre los anarquistas y la Generalidad de Cataluña –“sucesos de mayo de 1937”– le sorprendió en la capital catalana y puso en peligro su seguridad personal, por lo que se trasladó a Valencia y se instaló en La Pobleta, una finca cercana a la ciudad. Desde allí se trasladó a Madrid, a finales de ese año, para visitar los frentes de guerra. Poco después se instalaría cerca de Barcelona. El convencimiento de que la guerra civil estaba perdida para la República, hizo que Azaña explorara alguna vía de mediación para obtener la paz, lo que atrajo la sospecha de algunos políticos, sobre todo comunistas, que le acusaron de derrotismo. En julio de 1938, en el que habría de ser su último gran discurso de la guerra Azaña ya sólo pudo apelar a “la paz, la piedad y el perdón”. En enero de 1939, cuando empezó a hacerse aún más evidente la derrota de la República, Azaña inició un viaje que le conduciría, desde su alojamiento en Tarrasa, hasta Francia y el exilio. En el camino hizo cortas estancias en el castillo de Perelada y en La Vajol (Gerona), muy cerca ya de la frontera francesa, en donde realizó sus últimas gestiones como Presidente de la República en suelo español. Pasó la frontera el día 5 de febrero de 1939. El primer domicilio de Azaña en tierras francesas fue en “La Prasle”, la casa de su cuñado Cipriano, en Collonges-sous-Salève (Alta Saboya), junto a la frontera suiza y muy cerca de Ginebra. Dos días después marchó a París, para volver a “La Prasle” a finales de mes, antes de que Francia reconociera el régimen del general Franco. Azaña hizo pública su dimisión de la Presidencia de la República española el día 27 de febrero. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con la invasión alemana de Polonia a comienzos de septiembre de 1939, puso de manifiesto que el lugar elegido por Azaña para residir, tan cerca de la frontera suiza, no resultaba demasiado seguro y, a comienzos de noviembre, se estableció en Pyla sur Mer (Gironde), al sur de Arcachon y cerca de Burdeos. La invasión alemana de Francia, en junio de 1940, aconsejaría un nuevo traslado de un Azaña en el que los médicos habían descubierto serios problemas cardiacos. La última etapa, en compañía de su esposa, le llevó hasta Montauban (Tarn y Garona), al norte de Toulouse, en donde tuvo que soportar el acoso de las nuevas autoridades españolas, ansiosas de conseguir su extradición. En los últimos días, recibió las visitas de monseñor Pierre-Marie Théas, el nuevo obispo de Montauban, que se había interesado por la suerte de la familia Azaña y fue acogido con afecto por el enfermo en su residencia del hotel du Midi. Allí le llegaría la muerte el día 3 de noviembre de 1940.
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