El vestuario y los tribunales franceses y británicos. |
En Francia, los jueces usan toga: negras, para los tribunales inferiores; y rojas, para los tribunales superiores. Las togas de los magistrados de la Corte de Casación llevan esclavinas de piel blanca o cuellos de piel de armiño. « Al vestir la toga, el profesor, el magistrado, el abogado se convierte en el heredero de un inmenso patrimonio histórico. Lleva sobre él y con él una de las mayores herencias de la civilización occidental: el apego a la tradición y a la predominancia del derecho, pilares irremplazables de la libertad. » |
Historia. |
MEMORIA DEMOCRÁTICA Instituciones políticas y el Monumento a los Caídos. |
El Parlamento de Navarra blinda el mantenimiento resignificado del Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada, rechazando su demolición. Víctor Moreno 10 de marzo de 2025 El Parlamento de Navarra ha aprobado una ley presentada el día 6 de marzo de 2025 por el tripartido, integrado por el PSN, Geroa Bai y Bildu. Se blinda así el mantenimiento resignificado del Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada, rechazando su demolición. La marginación de las asociaciones memorialistas ha sido la muestra más obscena de autoritarismo político por parte de quienes se consideran lo más depurado de la izquierda Al hilo de esta decisión, quisiera hacer un recordatorio de algunos hechos relacionados con dicho monumento y que rara vez se han puesto encima de la mesa en estos últimos años, donde el debate sobre el mantenimiento o demolición del edificio se ha llevado única y exclusivamente por los cauces legales que han convenido a dicho tripartito. A pesar de que una y otra vez se afirma que el monumento sirve para recordar lo que pasó y así no repetirlo, lo cierto es que poco o nada de la intrahistoria que hay detrás de la erección de dicho edificio se ha contado, y menos aún lo han contado quienes están favor del valor de mamotreto como lección historia ética y moral. La marginación de las asociaciones memorialistas ha sido la muestra más obscena del autoritarismo político y antidemocrático por parte de quienes se consideran lo más depurado de la izquierda. Desde luego, después de su última intervención en el Parlamento lo único que han conseguido es dar un espaldarazo a las posiciones de la derecha actual y que tanto recuerdan las posiciones del carlismo irredento navarro. Hermandad de Voluntarios de la Cruz El Monumento a los Caídos viene asociado a la Hermandad de Voluntarios de la Cruz, en especial a partir de 1958 cuando se comienzan a hacer funerales por los caídos por Dios y por España en dicho recinto. Y tiene su punto culminante en la democracia, cuando el Ayuntamiento sacó a concurso la posibilidad de convertir el monumento en otra cosa de lo que es, proceso milagroso al que llaman resignificación, poniéndose así a la altura de los partidarios de la transubstanciación, ya se sabe la conversión de un trozo de pan y un vaso de vino en una costilla lechal y sangre de Jesucristo. Sea como fuere, el monumento sigue ligado a los caídos en la guerra por el bando rebelde, a la exaltación del golpismo y al enaltecimiento de los militares perjuros que lo perpetraron, Sanjurjo y Mola. Pretender otra cosa es magia. Entramado institucional En este contexto, quiero recalcar un dato que se olvida de forma pertinaz y es que este mal sueño del monumento no habría tenido lugar si las instituciones políticas, ayuntamientos entre ellos, sociales, judiciales y religiosas no lo hubiesen consentido desde un primer momento, y, sobre todo, haber participado motu proprio en su mantenimiento hasta nuestros días. En cuanto a los ayuntamientos, la gravedad es mayor, por cuanto, nada más terminar la guerra, no hubo municipio que levantase un monumento local a los caídos por el bando que a sí mismos se denominaban nacionales, como si los republicanos fueran marcianos. La presencia de instituciones celebrando actos de exaltación golpista refleja el gran calado que el fascismo-franquismo y carlo-integrismo navarro tuvo en la escena pública Para empezar, la presencia de estas instituciones celebrando actos de exaltación golpista en la capital, primero en la Catedral y en el Cementerio y, luego, en dicho Monumento, refleja el gran calado que el fascismo-franquismo y carlo-integrismo navarro tuvo en las instituciones públicas. Sin duda, la responsabilidad primera y última de estas ceremonias no es solo patrimonio de la integrista Hermandad de voluntarios de la Cruz, sino efecto directo del entramado institucional que ha gobernado Navarra desde el 18 de julio de 1936 hasta bien entrada la democracia. Un entramado institucional formado básicamente por quienes podrían calificarse como los verdugos de la guerra civil, porque sin su consentimiento, sin su nihil obstat, la masacre de la guerra no hubiese tenido lugar. Memoria y barbarie La derecha política de Navarra se ha mostrado orgullosa de estos actos por ver en ellos parte esencial de su identidad ideológica. En la hemeroteca, el carlista El Pensamiento Navarro y el reaccionario Diario de Navarra, se pueden contemplar los nombres y apellidos de aquellas autoridades que hicieron posible que este Monumento terminara por ser el símbolo del golpismo y del franquismo más detrítico. En ocasiones nos devanamos los sesos exigiendo el nombre de los verdugos de la guerra civil. No le demos más vuelta. Ahí, en esos actos aplaudidos por la prensa golpista, están todos los que fueron verdugos con responsabilidad intelectual directa de los crímenes perpetrados. La Iglesia y sus obispos golpistas Siguiendo esta orla onomástica, la primera institución responsable sería la Iglesia, con su obispo Marcelino Olaechea a la cabeza, quien en julio de 1939 conminaría a las parroquias de Navarra a celebrar misas y responsos por los caídos en la santa Cruzada; le seguiría su sucesor, Enrique Delgado. Misas y Tedeums en la Catedral por los mártires de la santa Cruzada y responsos por Sanjurjo y por Mola, correrán a cargo del obispado y el Cabildo catedralicio. Desde 1939 hasta 1958, dichos actos se celebrarían en la Catedral, oficiados por el obispo, por el Vicario de la Diócesis, por los Canónigos, y dejando a la citada Hermandad su organización externa, cuyos nombres son bien conocidos. Ayuntamiento de Pamplona y carlismo La segunda institución responsable fue el Ayuntamiento de Pamplona, quien además de facilitar el uso del recinto para tales usos fascistas, sus alcaldes darían legitimidad con su presencia a dichos actos: desde el exalcalde Mata Lizaso pasando por Garrán, Nagore, Gortari, Pueyo, Urmeneta, y sucesivas varas de mando. La tercera institución sería el Partido Carlista. Desde 1939 a 1981, año de su cierre, El Pensamiento Navarro reproducirá dichas ceremonias en tono de exultación golpista, recordando el objetivo fascista de estos actos. Pues, como dijo su director, López Sanz, “no sabemos qué hubiera sido de Navarra sin Mola”. Más todavía, “para los carlistas el día 18 de julio sería el día más extraordinario de la historia de Pamplona y de Navarra”. Diputación Foral La cuarta institución responsable fue Diputación Foral que, como el Ayuntamiento, asistiría impertérrita a la celebración de dichos faustos. No faltarán su vicepresidente y un ex, caso del requeté J. P. Arraiza, miembro de la Junta de Guerra con Baleztena y otros, Rodezno, Gortari, Marco y una variada presencia de diputados forales. Ninguna institución de Navarra se libró de mostrar su naturaleza golpista En la práctica, ninguna institución de Navarra se libró de mostrar su naturaleza golpista. Sin excepción, asistirían a la Catedral y al Monumento, a partir de 1958, a celebrar el golpe de Estado y el enaltecimiento de los mártires muertos en santa Cruzada. El Gobernador Militar, el Gobernador Civil, el Presidente de la Audiencia Territorial de Navarra, el de Hacienda Foral, y hasta el de Fiscalía de Tasas -no olvidemos que desde 1942 a 1952 nos encontramos en la época del racionamiento-, faltarán a sus celebraciones. Apoteosis de la barbarie En 1958, estos actos fúnebres se celebraron por primeva vez en el monumento denominado “Navarra a sus muertos en la Cruzada”. Fue la apoteosis de la barbarie del 18 de julio. El director de El Pensamiento lo diría de este modo: “Es el 23 aniversario del momento en que Navarra volcó a sus hombres hacia la lucha contra el comunismo y contra la Anti España”. A la entrada de la “democracia”, en 1977, el oficiante Gregorio Orduna tuvo el detalle de de rezar por “aquellos otros hermanos que estuvieron en el bando contrario”. Era la primera vez que se hacía. Dice que lo hizo “porque el mismo Jesús agonizando en la cruz lo dijo: “Padre perdónalos que no saben lo que hacen”. Sin embargo, su ruego final dejó entrever el fondo maniqueo de su oración. Pidió para que “a estos muertos (los malos) se les dé el descanso eterno y a nosotros se nos conceda un lugar en la Patria Celestial” (El Pensamiento Navarro, 20.7.1977). Hasta en el más allá, los caídos por Dios y los Otros, encontrarían una ubicación distinta para sus destinos. Para los primeros, la Gloria Celestial; para los otros, un vagaroso deseo de Descanso Eterno. No solo en la tierra, sino, también, en el cielo, los Caídos tendrían una consideración metafísica más sublime. Para estos, un Monumento glorificando su gesta golpista; para los otros, las cunetas y los ribazos. Corolario final La pretensión del tripartito, formado por el PSN, Geroa Bai y Bildu, pretende con la triquiñuela de su resignificación olvidar este palimpsesto que he esbozado. Con la coña añadida de que, al mantener el edificio con las tapaduras correspondientes de ciertas partes del edificio que huelen a mierda fascista, no olvidaremos lo que sucedió y no repetiremos la barbarie de 1936. Ni el más optimista de los Cándido sería capaz de caer en semejante trampantojo. Se ve que no leyeron la novela volteriana, aunque cabe alguno de ellos hayan cortejado a Leibniz. La Iglesia vuelve a salir de rositas cuando fue una de las primeras instancias en proponer la erección de un edificio que recordase a los mártires de la Cruzada y los glorificase Paradójico. Porque es evidente que nada de lo que aquí se ha escrito en líneas anteriores se recordará y, por tanto, nadie dirá nada de lo que realmente sucedió y quiénes fueron protagonistas de dicha barbarie, en especial su victimario, y quienes mantuvieron esa tejido institucional a lo largo del régimen franquista. Les basta con apelar al adagio medieval de que las víctimas de la masacre carlista y falangista fue porque Dios lo quiso. Algo que también obvian estos resignificadores de última hora, que se atienen, no a principios éticos, sino al preceptivo principio de las consecuencias, motivado por los resultados de las las urnas. En todo caso, o alguno al menos, en el debate habido y por haber la Iglesia vuelve a salir de rositas, cuando fue una de las primeras instancias en proponer la erección de un edificio que recordase a los mártires de la Cruzada y los glorificase. Pero se ve que esta parte de la historia no se quiere recordar, ni siquiera para argumentar la resignificación del monumento. En realidad, en esta deplorable semántica de estos políticos resignificar significa olvidar, pues entienden que solo olvidando es posible reconciliarse. Y tienen razón. Eso sí, se reconciliarán con el olvido, pero nunca con la verdad de lo que realmente ocurrió. Porque no son amigos de la verdad, sino de una verdad resignificada, es decir, una mentira más. |
Cultura y Ocio. Libros. Gabriel Pérez: "Los brigadistas de la guerra civil española tenían grandes ideales, pero pronto se sintieron utilizados" ‘El involuntario. Un espía alemán en las Brigadas Internacionales’ (Rialp, 2025) es la última obra del periodista y escritor pamplonés, que aborda el papel de los voluntarios extranjeros que lucharon a favor de la Segunda República AmpliarGabriel Pérez posa para esta entrevista en el quiosco de la plaza del Castillo. Eva Fernández 16/05/2025 A sus 73 años, el periodista y escritor Gabriel Pérez Gómez lleva más de veinte -desde que se jubiló como director de TVE en Navarra en 2005-, investigando sobre la guerra civil española y, los últimos seis, escribiendo además novelas ambientadas este mismo conflicto. Primero fue ‘La confesión de Joaquín Grau’ (Renacimiento, 2019), un espía de Franco (en esta ocasión, un personaje inventado, pero construido a partir de personas reales) que consigue localizar y detener al socialista y director de una checa Agapito García Atadell. Luego llegó ‘Le pusieron Libertad’ (Renacimiento, 2021), en la que narra la historia de un comunista y capitán de milicias en el Ejército Vasco, “cuya gesta no habría caído en el olvido de haber sido nacionalista”. Y en tercer lugar, porque su idea inicial era escribir una trilogía ‘El affaire Borchgrave’ (Espuela de Plata, 2024), cuya historia gira alrededor de la desaparición deel barón Jacques de Borchgrave, agregado de la embajada belga en España que ayudó a desertar a voluntarios belgas de las Brigadas Internacionales y cuyo cadáver fue encontrado en una cuneta. Ahora llega la cuarta novela, de la que trata esta entrevista, ‘El involuntario. Un espía alemán en las Brigadas Internacionales’ (Rialp, 2025), en la que el teniente Kurt Krauer -también un personaje de ficción-, del Servicio de Inteligencia Militar de la Alemania nazi, debe alistarse como voluntario. Pero el autor asegura que ya ha escrito la mitad de una quinta novela, esta aún sin título, que abordará la situación que le tocó vivir a su familia materna en Guadix (Granada), en zona republicana. ¿Qué tiene este conflicto bélico que le ha atrapado sin remedio? No sé muy bien por qué me viene esta pedrada... [ríe]. Quizás por mi infancia. Nací en 1951 y me tocó vivir los últimos años de la posguerra. La gente no hablaba directamente de la guerra, sino que se quería echar tierra de alguna manera. Mi padre no quería contar nada, pero mi madre y mis tías sí. Lo contaban sin filtro, sin ideología, que es la mejor manera de mantenerte pegado a los hechos. Luego, más adelante, en los primeros 90, conocí al historiador e hispanista británico Hugh Thomas, autor de una de las grandes obras sobre la conflagración bélica, que por supuesto leí con pasión. Y tras jubilarme, siempre he tenido algún libro de la guerra civil española entre las manos. Las Brigadas Internacionales no habían estado en su foco... Para mí las Brigadas Internacionales eran una especie de nebulosa hasta que, casualmente, en un viaje que hice a Estados Unidos en 1992, el periodista y premio Pulitzer Warren Lerude -que me había invitado a dar unas clases en su seminario de la Universidad de Nevada en Reno- me regaló un libro que había escrito seis años antes: ‘American Commander in Spain’ (‘Un comandante americano en España’), una biografía sobre Robert Hale Merriman. Un profesor de la Universidad de California que, tras una estancia en Moscú, terminó enrolándose en las Brigadas Internacionales, primero como comandante del Batallón Lincoln y, casi al final de sus días, como jefe del Estado Mayor de la XV Brigada Internacional. Merriman aparece al final de su libro, pero no toma precisamente una buena decisión militar... Bueno, Merriman fue un tipo muy valiente, que afrontaba el peligro a pecho descubierto. De hecho, lo hirieron en las primeras escaramuzas que tuvo su batallón. Además, como era un tipo muy corpulento, enseguida podían hacer blanco en él cuando se ponía de pie... El problema fue que el 2 de abril de 1938 en Gandesa (Tarragona) se empeñó en seguir las órdenes que le habían dado y eso le costó la vida. Mientras que el jefe que lo sustituyó en el batallón, Milton Wolff, se dio cuenta enseguida de que ya estaban copados y que si seguían avanzando se produciría un desastre. Nunca se encontró el cadáver de Merriman y durante un tiempo hubo cierta leyenda de que podía haberse escapado, pero no era cierto: de haber sobrevivido hubiera dado señales de vida, sobre todo a su mujer, Marion. Dicen que Hemingway se inspiró en él para crear el personaje de Robert Jordan de su libro ‘¿Por quién doblan las campanas?’, que interpretó en el cine Gary Cooper. ¿En qué se parecían ambos? Sobre todo en la descripción física, en su idealismo y en su valentía... El libro está repleto de personajes y hechos históricos. ¿Cómo se documentó para escribir la novela? Fundamentalmente con el libro de Warren Lerude (1986) y con otro de Giles Tremlett ‘Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil española’. También con decenas de páginas web de asociaciones de antiguos brigadistas en Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos... en las que he encontrado muchísimos testimonios. Por último, he leído la colección completa en francés de ‘El Voluntario de la Libertad’, una de las publicaciones más difundidas de las Brigadas Internacionales durante su tiempo en campaña. El título original de la novela iba a ser ‘El involuntario de la libertad’, pero parece que al final se quedó solo en ‘El involuntario’... Sí. Podría haber sido un guiño a la publicación que acabo de mencionar, y que me sirve de marco ideal en la novela para colocar al espía protagonista -encargado de este órgano de prensa- para poder moverse por distintos frentes de batalla, vivir algunos de los hechos de armas más relevantes y obtener información, pero la editorial decidió dejarlo en ‘El involuntario’, como modo de generar una mayor incógnita... Las historias de espías también son lo suyo... Primero , ‘La confesión de Joaquín Grau’, ahora esta, en la que un militar alemán debe hacerse pasar por judío... El espionaje y la guerra van muy unidos. En este caso además, he tenido que hacer una inmersión en el judaísmo ortodoxo... [risas] Pero, sí, me encantan los libros de espías. Me he leído todo John le Carré, Frederick Forsyth... y los he disfrutado muchísimo. ¿Hubo muchos espías entre los brigadistas? No he visto nada publicado, aunque sí hay una referencia que recojo en la novela. La del comandante de Intendencia de la base de las Brigadas en Albacete, que es un francés pertenecía a la Cagoule, una organización secreta de extrema derecha activa en Francia entre 1936-37 y conocida por su actividad terrorista. Fuera de esta gente, no tengo noticia de de otros espías de verdad. ¿Qué es ficción y qué es historia en ‘El involuntario’? Ficción es todo lo que se refiere a la historia personal del protagonista, pero incluso en ella incorporo a un personaje histórico, ‘Finito’, que pasaba mensajes de un lado al otro del frente y que en la realidad es el general Manuel Gutiérrez Mellado. Quien se enfrentó a los golpistas del 23-F, pero que en la guerra trabajó como espía para Franco, un hecho que no es muy de dominio público. ¿Cuáles son las principales conclusiones que ha extraído sobre las Brigadas Internacionales tras escribir el libro? Tengo la sensación de que los brigadistas tenían grandes ideales y querían combatir el fascismo de Hitler y Mussolini en España, puesto que Europa no estaba todavía en guerra. Sin embargo, desde los primeros momentos del conflicto, el Partido Comunista se hace con el control de todas las brigadas y ya no terminan siendo una fuerza idealista y antifascista, sino un órgano más del Partido Comunista pilotado desde la Unión Soviética. De ahí, todos los líos internos de las brigadas, entre los que pretenden luchar sin más y los que, obedeciendo órdenes del partido, imponen sus criterios y llegan al desastre que fue el final, por la división tan grande entre unos y otros. Los brigadistas, en muy poco tiempo y en un porcentaje muy alto, se sintieron manipulados y ya no combatieron con el mismo brío con que llegaron. Muchas veces los utilizaron como fuerza de choque, taponando huecos cuando la cosa estaba complicada, como carne de cañón en los sitios más difíciles, donde se producían más bajas y donde eran más vulnerables. Eso hizo que muchos desertaran. ¿Y la división ideológica? Fue también muy fuerte, y no solo en las brigadas sino en todo el Ejército republicano (formado por tres grupos: los militares y soldados profesionales, los milicianos de los distintos partidos políticos y sindicatos, y las brigadas internacionales -que eran como los milicianos pero extranjeros-). Cada cual era de su padre y de su madre y muchas veces se ponían zancadillas entre ellos. Los comunistas ponían todas las zancadillas que podían a los anarquistas. Los trotskistas, a los del POUM. Los socialistas estaban a verlas venir... No hay un mando único indiscutible, capaz de imponerse a todos y de concitar una disciplina, como sucede en el bando nacional. Hubo muchas cabezas, que además muchas veces actuaban contradictoriamente. Si Franco no hubiera promulgado el decreto de unificación del movimiento en abril de 1937, ¿podría haber pasado lo mismo? Sí. Es impensable que falangistas y carlistas hubieran ido de la mano si no es porque Francos impuso su autoridad. Eso es lo que le dio fuerza y le llevó a la victoria. ‘El involuntario’ tiene al menos un final romántico y revela lo absurdo del conflicto. ¿Cree que de algún modo podría haberse evitado? Las cosas estaban tan enconadas, que creo que se fue a la guerra casi inevitablemente. La Segunda Guerra Mundial fue otra cosa, no no tuvo esos componentes fraticidas que se dieron aquí. En España, la gente que estuvo en el frente fue al menos noble, se jugó el tipo frente a frente con las mismas armas o parecidas. En cambio, los desmanes que se cometieron en las retaguardias, tanto de un bando como de otro, no tienen justificación ninguna, fue gente que se comportó de manera abyecta y vil, y todo lo que queramos decir. DNI Gabriel Pérez Gómez (Guadix, Granada, 27-XII- 1951) estudió Periodismo en la Universidad de Navarra (UN) en Pamplona. Aquí conoció a Paz D’Ors Lois, hija del jurista y premio Príncipe de Viana Álvaro D’Ors, con quien está casado desde hace 49 años. Ambos tienen dos hijos solteros: Pablo, de 44 años, y Álvaro, de 42. Entró por oposición en TVE-Navarra en 1981, llegando a ser su director de 1996 a 2004. Ha sido profesor asociado de la UN y doctor desde 1986. |