Exlibris #184 Alejandro Lerroux Cataleg d’exlibris #463 Colección de caricaturas de políticos publicadas como postales Exlibris de Alejandro Lerroux, realizado por Llorenç Brunet en 1903 Un enorme perro fiero sujeto con un bozal con la inscripción “inteligencia”, con 2 collares y rodeado de cadenas no puede alcanzar un trozo de quijada con dientes que cuelga de un gancho al lado de la inscripción “BARCELONA”, lleva enormes campanas, en una de ellas la inscripción “revolución”, de las cuales cuelga como badajo la corona real. en la parte trasera y delimitando un cuadrado se encuentran, una corona un sombrero cordobés con una banderilla, un gorro militar y un sombrero de la revolución francesa. Un detalle floral con 2 edelweis |
El paralelismo entre Sánchez y Lerroux. 30 ene 2025 Fernando Ramos Un libro fundamental, hoy difícilmente encontrable, para comprender los avatares de la II República y la guerra civil, es la obra del embajador de los Estados Unidos en nuestro país en aquel tiempo Claude G. Bowers, titulado “Misión en España. En el umbral de la II Guerra Mundial”. Es un libro preciso, documentado, muy bien escrito, lo que hace especialmente grata su lectura. La versión que poseo fue publicada por Grijalbo en México en 1955 y tuve la suerte de encontrarlo Como dice Bowers es un conflicto entre los escrúpulos y la ambición, aunque para ello haya que pactar con quien se proclamaba, como en el caso de Sánchez, línea roja infranqueable que, una vez traspasada, nutre y sostiene su propia estancia en la presidencia del Gobierno Refleja muy bien el clima de ilusiones y frustraciones en que se desarrolló la República, pero es especialmente interesante el retrato que hace de los diversos personajes del momento, donde cada uno queda perfectamente definido de modo objetivo y clarificador. A efectos del asunto que ahora nos ocupa, resulta especialmente curioso la forma en que describe la personalidad de Alejandro Lerroux, del Partido Radical, al que pinta como un sujeto maniobrero, de pocos escrúpulos en política, tras su curiosa evolución desde el extremismo anticlerical tan definido por sus afirmaciones sobre elevar a las novicias a la categoría de madres, al conservadurismo más radical. Obviamente, salvadas las distancias ideológicas, las maneras de Lerroux de lograr sus objetivos del modo que fuere, mediante alianzas o maniobras, con frecuencia al borde de la Constitución, coinciden curiosamente con las propias mañas del actual presidente del Gobierno, el doctor Pedro Sánchez, tan repetidamente experimentada, y sostenida por eso que este hombre que presume de principios, pero que se justifica porque cuando los abandona es que simplemente ha cambiado de opinión. Esto como la memorable frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”. Como dice Bowers es un conflicto entre los escrúpulos y la ambición, aunque para ello haya que pactar con quien se proclamaba, como en el caso de Sánchez, línea roja infranqueable que, una vez traspasada, nutre y sostiene su propia estancia en la presidencia del Gobierno. La versatilidad de Sánchez es proverbial: unas horas después de anunciar que presentará de nuevo el decreto ómnibus resulta que quería decir que lo iba a trocear. Porque dispone de un buen equipo de escribidores de discursos, tiene Sánchez como Lerroux unos trucos retóricos evidentes, de modo que pretende que se reinterpreten sus palabras; o sea, que cuando decía que estaba en contra de que un político indulte a otro, o que lo de Cataluña de 2017 fue en toda regla un delito de “rebelión”, o que nunca llegaría a la Moncloa por pactar con ERC, o que la amnistía era imposible por no caber en la Constitución, quería decir justamente lo contrario. Y ese era uno de los trucos de Lerroux también, a quien Bowers califica de “pintoresca y vivida figura”. Dice el que fuera embajador de los Estados Unidos que Lerroux estaba interesado en el poder y el favoritismo, hasta el extremo de sostener que “La Constitución no significa nada entre amigos”. O sea, que puede estirarse o encogerse como convenga, como acabamos de ver y seguimos viendo en nuestro presente con aquella amnistía que no cabría en la Constitución, hasta que el fugado Puigdemont, que Sánchez se comprometiera a traer ante el juez, se plegara a su exigencia, a cambio de los siete famosos votos, imprescindibles para seguir en la Moncloa, como cada día se hace evidente. Bowers, observador preciso, subraya el cinismo de Lerroux, que inevitablemente avoca a otras formas parecidas. Cuando Lerroux perdía una votación, decía que aquel resultado adverso se debía a que el pueblo había perdido la confianza en las Cortes. Y si por ese modo no lograba imponer sus objetivos, buscaba otro. ¿Les suena? Por cierto, que Lerroux, cuya caída tuvo que ver con el escándalo de su tiempo del llamado “estraperlo”, es el gran antecedente, luego ampliamente repetido de la corrupción en España. Era una ruleta que ocultaba un dispositivo eléctrico que permitía su manipulación y pingües beneficios para la banca de los casinos de San Sebastián y en Baleares, cuyos empresarios, que aseguraban haber donado grandes cantidades de dinero a miembros del Gobierno a modo de sobornos, exigieron una indemnización e iniciaron una campaña de desprestigio y acoso que salpicó a Alejandro Lerroux. Curioso personaje, escapado a Portugal en la Guerra Civil, desde donde expresó su adhesión a Franco, como otros radicales. |
Alejandro Lerroux, el equilibrista radical manchado por la corrupción. Fundador del Partido Republicano Radical, Lerroux fue Presidente del Gobierno en tres ocasiones durante el bienio radical-cedista, pero su viraje hacia la derecha y el estallido de los casos de corrupción en los que estaba implicado acabaron con su carrera política Fue el rostro del centro político de la II República, un funambulista que intentó por todos los medios, hasta que los casos de corrupción destruyeron su carrera, encauzar la arquitectura de la España posterior a Alfonso XIII por la vía de la moderación frente a la creciente polarización del debate político. Nacido en la localidad cordobesa de La Rambla en 1864, Alejandro Lerroux se graduó en Derecho, pero su vocación era el periodismo y a él se dedicó en cuerpo y alma como director de los diarios El País, El Progreso y El Radical. Fue acusado por sus detractores de contribuir con sus artículos a la inestabilidad política crónica reinante en Cataluña, donde residió durante muchos años y se convirtió en el peor enemigo del nacionalismo y en el más firme opositor del catalanismo más radical. Su implicación en política fue in crescendo con el paso de los años, y desde muy joven comenzó una intensa actividad en este ámbito como militante de partidos como Unión Republicana, con el que logró por primera vez un escaño de diputado en 1901, o el Partido Republicano Radical, del que él mismo fue fundador y cuyo propósito principal no era otro que contrarrestar el auge de las formaciones políticas nacionalistas en Cataluña. Exiliado durante la dictadura. Lerroux era profundamente anticlerical, postura que propició la activa participación de su partido, y del propio Alejandro, en los sucesos de la Semana Trágica de 1909. Todo ello, sumado a su enconada defensa del republicanismo, acabó empujándolo temporalmente al exilio, y jugó un papel muy secundario durante los años de la dictadura de Primo de Rivera. Pero con la proclamación de la II República en abril de 1931 volvió con fuerza a la primera línea de la política nacional, asumiendo un papel protagonista en la formación del nuevo régimen. Poco a poco sus ideas más radicales fueron moderándose y, tras la quema de conventos de 1931, abandonó definitivamente su militante anticlericalismo. Cambio de rumbo. Al posicionar a su partido en el centro político, pudo oscilar siempre entre los dos extremos formando parte de gobiernos tanto de izquierdas como de derechas, si bien sus crecientes desencuentros con Manuel Azaña fueron empujándolo más y más a la derecha. En las elecciones de 1933, muy exitosas para el PRR, decidió formar coalición con el partido más votado, la CEDA de Gil Robles. Así, Lerroux ocupó la presidencia del Gobierno hasta en tres ocasiones entre 1933 y 1935. Pero el conflicto cada vez más encarnizado con las fuerzas de izquierda, que llevaron al país a una situación de desgobierno, fueron desgastando paulatinamente al PRR y, paralelamente, a la coalición de Gobierno. La implicación de Lerroux en dos sonados casos de corrupción, el escándalo del estraperlo –fraude con las ruletas del Casino de San Sebastián del que fueron cómplices varios miembros del partido– y el escándalo Nombela, terminaron por arruinar su carrera política. Lerroux se vio forzado a dimitir de su cargo de presidente en septiembre de 1935 y poco después fue definitivamente expulsado del Gobierno. Finalmente, Lerroux, coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil, emprendió el camino del exilio en dirección a Portugal. Once años después, pudo regresar a España para pasar sus últimos meses de vida. Falleció en Madrid el 27 de junio de 1949. El asunto Nombela. Aún fresca la vergüenza del escándalo del estraperlo, pocos días después de su salida del gobierno, Lerroux se vio envuelto en un segundo y clamoroso caso de corrupción. Antonio Nombela, funcionario de colonias, acusó a destacados dirigentes del Partido Republicano Radical de haber cometido un fraude en la gestión de un expediente en virtud del cual se proporcionaba una suculenta e injustificada indemnización a la Compañía de África Occidental, adjudicataria del contrato para la construcción de las infraestructuras que conectaban por barco las colonias de Guinea Ecuatorial y Fernando Poo. Nombela se negó a cumplir las órdenes y a pagar la indemnización y acudió a denunciar, sin demasiado éxito, el hecho ante el propio Gil-Robles. Finalmente recurrió a las Cortes, que dieron luz verde a una comisión de investigación que certificó la gravedad de las acusaciones. Aunque fue exculpado en la votación, Lerroux estaba implicado en primera persona en el escándalo. El caso supuso la ruptura de la coalición entre la CEDA y el PRR. |
El escándalo Nombela o asunto Nombela fue un caso de corrupción de gran impacto político que se produjo en España a finales de 1934 durante el segundo bienio de la Segunda República Española y en el que se vieron envueltos destacados miembros del Partido Republicano Radical y su líder Alejandro Lerroux, que en aquellos momentos era uno de los partidos que integraban el gobierno junto con la CEDA de José María Gil Robles, y que se sumó al "escándalo del estraperlo" que también había afectado a los radicales. Se denomina "escándalo" o "asunto Nombela" por el nombre del funcionario que lo denunció (Antonio Nombela). El caso Pocos días después de que se resolviera el "escándalo del estraperlo" con la salida de Alejandro Lerroux del gobierno de coalición radical-cedista presidido por Joaquín Chapaprieta, estalló en noviembre de 1935 un segundo escándalo que también afectó al Partido Republicano Radical. El funcionario de colonias Antonio Nombela acusó a varios dirigentes del partido de Lerroux, y especialmente al subsecretario de la Presidencia del Gobierno, Moreno Calvo, de haber resuelto de forma fraudulenta un expediente por el que se indemnizaba a la Compañía de África Occidental, propiedad del empresario catalán Antonio Tayá que había conseguido un contrato público para conectar por barco la ruta entre Fernando Poo, Río Muni y Annobón, que había sido cancelado en 1929 por la pérdida de dos buques en la colonia española de Guinea Ecuatorial. El gobierno presidido por Alejandro Lerroux había aprobado la indemnización el 12 de julio y cuando Nombela se negó a pagarla y se dirigió a algunos miembros del gobierno para denunciar el caso, concretamente a los ministros de la CEDA, José María Gil Robles y Luis Lucia, el gobierno lo cesó, el día 26 de julio. Entonces Nombela llevó el asunto a las Cortes, donde se formó una comisión de investigación. A diferencia del "escándalo de estraperlo", Alejandro Lerroux estaba directamente implicado porque como presidente del gobierno había firmado el expediente. Cuando se produjo el debate parlamentario Alejandro Lerroux no fue capaz de dar unas explicaciones convincentes sobre las acusaciones de corrupción, aunque en la votación fue exculpado. Este segundo escándalo que afectó al Partido Republicano Radical lo hundió políticamente y aceleró su disgregación, lo que fue aprovechado por el líder de la CEDA José María Gil Robles para poner fin al apoyo al gobierno de coalición con los radicales presidido por Chapaprieta y exigir al presidente de la República Niceto Alcalá Zamora que lo propusiera a las Cortes como nuevo jefe del gobierno. Pero Alcalá Zamora se negó a que ocupara el poder un partido que no había proclamado su fidelidad a la República y encargó la formación de gobierno a un político de su confianza, el liberal Portela Valladares. Pero el gobierno de Portela que se constituyó el 15 de diciembre de 1935, formado por republicanos de centro-derecha y que dejaba fuera a la CEDA, no obtuvo la confianza de las Cortes, por lo que Alcalá Zamora decidió disolver las Cortes el 7 de enero de 1936 y convocar nuevas elecciones para febrero, que serían ganadas por la coalición de izquierdas llamada Frente Popular. |
Lerroux y el fracaso del centro en la Segunda República Una apuesta sin consenso Alejandro Lerroux es una de las figuras más controvertidas de la política española contemporánea. En uno de los inabarcables episodios de su vida, intentó atraerse a la derecha Francisco Martínez Hoyos 28/06/2024 Hoy en día en España, la palabra “Caudillo” es sinónimo de Franco. Sin embargo, antes de la Guerra Civil este apelativo se aplicaba a Alejandro Lerroux (1864-1949), el jefe incombustible del Partido Radical. Como la actual democracia española, la Segunda República también tuvo que plantearse cómo afrontar el desafío de las fuerzas de derechas e izquierdas que cuestionaban la validez de lo que se dominaba, entonces y ahora, “el régimen”. En el caso de los conservadores, el mayor problema venía de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), una coalición de dudosa lealtad a las instituciones, que parecía simpatizar peligrosamente con el fascismo. Lerroux, líder del Partido Radical y presidente del gobierno, quiso pactar con los de Gil Robles para incorporarlos al bloque republicano. Entendía que ese era el camino para ampliar la base social del sistema. Alejandro Lerroux, durante un mitin político. Nos encontramos ante un político con mala fama. Su nombre equivale, en nuestro imaginario, a demagogia –sería lo que hoy denominamos “populista”– y corrupción. Su figura, de todas formas, está lejos de suscitar acuerdo. Unos destacan los aspectos más controvertidos de su personalidad, otros prefieren hacer hincapié en su centrismo. Durante los años treinta, Lerroux estaba muy lejos de ser el político izquierdista y anticlerical de su juventud. Con los años, se había vuelto moderado y propugnaba una democracia liberal y burguesa. Descontento con el progresismo del primer bienio (1931-1933), se propuso centrar la República. En 1932, en la plaza de toros de Madrid, pronunció un discurso en el que abogó por la prudencia en cuestiones tan importantes como la relación con la Iglesia, convencido de que el gobierno había tensado la cuerda demasiado, o la reforma agraria, que a su juicio debía ser la obra de varias generaciones, no un proyecto que se acometiera con urgencia. En su opinión, la izquierda se proponía realizar reformas con un estilo que no era el correcto: “El fracaso suele consistir (…) en la falta de ductilidad, en la falta de oportunidad, si queréis hasta en la falta de cordialidad”. La realidad del gobierno de Lerroux Con un deseo evidente de llegar a la presidencia del gobierno, pronto tuvo la ocasión. La CEDA ganó las elecciones de 1933, aunque sin mayoría absoluta. El presidente de la República, Alcalá-Zamora, no quiso encargar la formación del gabinete a un político como Gil Robles, de cuestionable lealtad al régimen. Prefirió a Lerroux, el segundo más votado, porque este sí poseía credenciales republicanas. La aproximación del centro a la derecha tenía que haber estabilizado la República. Sucedió todo lo contrario. Nigel Townson, en La República que no pudo ser (Taurus, 2012), apunta que la CEDA, al incrementar su poder, se volvía más reaccionaria en lugar de más moderada. El Gobierno provisional de la Segunda República, presidido por Niceto Alcalá Zamora. De izquierda a derecha: Manuel Azaña (segundo por la izquierda), Álvaro de Albornoz, Alcalá Zamora, Miguel Maura y Gamazo, Francisco Largo Caballero, Fernando de los Rios, Alejandro Lerroux y Santiago Casares Quiroga. / El Gobierno provisional de la Segunda República, presidido por Niceto Alcalá Zamora. Alejandro Lerroux es el tercero por la derecha Terceros Dentro del Partido Radical surgieron voces disconformes con el rumbo que se seguía. La amnistía que impulsó Lerroux, que benefició al general Sanjurjo, el golpista de 1932, fue bien recibida en los círculos conservadores, pero sentó muy mal en otros ambientes. Muchos se escandalizaron de que la República perdonara a la misma gente que había intentado acabar con ella. Según Townson, el Partido Radical se mantuvo fiel, en lo esencial, a su ideario centrista, y demostró que se podía obligar a la derecha a llegar a acuerdos. El problema, para el hispanista británico, procedía de la incapacidad de los de Lerroux para llevar este proceso lo bastante lejos: “A cambio de su colaboración, los radicales debieron haber exigido un compromiso con los principios democráticos fundacionales del régimen”. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la apertura a la derecha se hizo con el sacrificio de la unidad interna de los radicales. Para Diego Martínez Barrio, una de sus figuras más prominentes, Lerroux había abandonado el centrismo en beneficio del sectarismo derechista. Martínez Barrio era masón y, como muchos de sus compañeros en las logias, no podía entender la alianza con una fuerza, la CEDA, que se distinguía por un fuerte sentimiento antimasónico. Cuesta abajo La situación se volvió explosiva cuando, meses después, en octubre de 1934, tres ministros cedistas entraron en el gobierno. Para la izquierda, estaba claro que no se proponían otra cosa que dinamitar el sistema desde dentro. Como reacción, estallaron dos importantes rebeliones, una en Catalunya, fácilmente sofocada, y otra en Asturias, donde se alcanzó un importante nivel de violencia. Según el historiador Andrés de Blas Guerrero, la intervención de Lerroux evitó una represión desproporcionada, con excepción de los primeros momentos de caos. Aunque era un orador excelente, el caudillo radical no supo utilizar esta cualidad para defenderse cuando estalló el escándalo del estraperlo. Sus intervenciones en el Congreso, para Blas Guerrero, fueron “breves, pobres y poco eficaces”. El citado especialista considera que el affaire constituyó, en realidad, un asunto menor. No podía compararse con otros casos de la historia española ni con los grandes escándalos de la III República francesa. En la práctica, sin embargo, se generó una polémica formidable. Francesc Cambó, el líder del catalanismo conservador, asistió con disgusto a algo que le parecía una especie de caza de brujas: “Si ha de bastar con que cualquiera en el Parlamento o fuera del Parlamento, formule una acusación por hechos presentes o pretéritos, que afecte a personas que están o hayan estado en el Gobierno, para que se constituya una comisión investigadora, llegaremos fatalmente al Comité de Salud Pública”. Cambó aludía a una institución que simbolizaba el periodo más radical de la Revolución Francesa, el Terror, en el que se perseguía a los opositores políticos sin contemplaciones. Pero algo más terrible que las guillotinas de 1793 iba a desencadenarse en 1936 con el estallido de la Guerra Civil. Lerroux, consciente por sus muchos contactos de que algo se preparaba, se marchó a Portugal. Hizo bien. En el bando republicano, los izquierdistas le acusaban de la represión en Asturias y saquearon su domicilio en Madrid. Los sublevados también le odiaban, en su caso porque no era lo bastante de derechas y no dejaba de simbolizar a la detestada República. De ahí que vandalizaran su residencia en el pueblo segoviano de San Rafael. En aquellas circunstancias dramáticas, el viejo jefe radical buscó, sobre todo, sobrevivir. El hecho de haber presidido el gobierno republicano no le impidió manifestar sus simpatías por unos rebeldes en los que veía la representación de la voluntad nacional. Los verdaderos sublevados, a su entender, no eran ellos, sino unos republicanos que no se habrían ajustado a la ley. Franco, sin embargo, no le prestó la mayor atención. Entre otros motivos, porque era un antimasón furibundo y Lerroux se había distinguido como miembro de la masonería. Lo más que hizo fue permitirle que regresara a España en los años cuarenta. En palabras de Blas Guerrero, la claudicación ante la dictadura “era el final, no por comprensible menos desairado, que el destino había deparado al viejo luchador”. |
Un mar de ruinas: los medios de comunicación y su retrato de la revolución de octubre de 1934. October 8, 2024 Hace más de noventa años, el 8 de septiembre de 1934, un discurso sacudió España. El líder ideológico de la CEDA –Confederación Española de Derechas Autónomas–, José María Gil-Robles, voceaba desde el Santuario de Covadonga sus anhelos gubernamentales. El 19 de noviembre de 1933 la CEDA había ganado las elecciones generales, pero había sido el Partido Radical de Alejandro Lerroux el encargado de formar gobierno. Para Gil-Robles, en septiembre del 34 ser un mero apoyo táctico escapaba a su deseo, ya inminente, de participar operativa y decisivamente en la Administración. Lo consiguió un mes después, cuando Lerroux incluyó a tres ministros de la CEDA en su nuevo Gobierno, responsables de Justicia, Agricultura y Trabajo. Esto provocó la mayor movilización obrera vista hasta la fecha, un movimiento huelguístico e insurreccional que se levantó frente al gobierno de derechas. Los inicios de la desinformación del 34 La Revolución de octubre de 1934 suele apellidarse “de Asturias” porque fue donde más impacto y duración tuvo. Dentro de la región, su génesis se focalizó en Mieres y su repercusión social en Oviedo. No fue esta, sin embargo, su única geografía. Hubo movilizaciones en Cataluña, Madrid, Castilla, León. Además, los episodios orquestados en el norte, entre el 5 y el 18 del citado mes, provocaron una segunda revolución: la mediática. Algunos medios nacionales fieles a la derecha política contribuyeron a maquetar la idea de una insurrección que rescataron, convenientemente, durante la posterior guerra civil española. Periódicos, revistas ilustradas y seminarios gráficos de actualidad le dedicaron crónicas, pequeños artículos y reportajes a doble página. Las cabeceras miraban al norte del país y repetían la misma cantina visual, la de la destrucción. Mientras tanto, si consultamos las hemerotecas históricas, vemos cómo los diarios regionales fueron suspendidos durante los principales días del conflicto. La sociedad asturiana estaba, por tanto, a merced de la desinformación. Tanto que la resistencia en Oviedo fue una víctima colateral de esta falta de noticias: el 14 de octubre se creía aún en el desarrollo de una revolución a escala nacional, cuando, a excepción de algunas zonas del norte del país, por esas fechas ya se habían ahogado todos los levantamientos. Tras la vuelta a las redacciones, a los pequeños cuadernos de anotaciones rápidas, máquinas de escribir y cámaras fotográficas de los ya conservadores El Carbayón, La Voz de Asturias y Región se sumaron los vecinos de la villa marinera de Gijón: El Comercio, La Prensa y El Noroeste –camaleónico éste último entre su apoyo al reformismo melquiadista y un supuesto progresismo–: los medios retrataron Asturias como un mar de ruinas, con especial énfasis en la capital vetusta. Las noticias que llenaron portadas durante algunas semanas en las cabeceras de gran tirada nacional ocuparon meses, e incluso años, en los talleres tipográficos de la región. Su exposición se ejecutó en varias escalas de acción, y evolucionó de lo mediático a lo cinematográfico e, inclusive, turístico. La pena de ser asturiano. En octubre y noviembre de 1934, los titulares de la prensa regional destacaban la pena, la indignación y la miseria que suponía sentirse asturiano, porque lo ocurrido no era español . Se tildó de antipatriótico a todo aquel vinculado con la revolución. No había apenas retratos; a sus protagonistas se les representaba con las huellas dejadas a su paso. En Oviedo, manzanas enteras de la calle Uría, numerosas construcciones eclesiásticas, el Hotel Inglés, la universidad, el Teatro Campoamor y hasta la Casa del Pueblo, sede del diario socialista Avance, se habían transformado en escombros. Todos, según se dijo, pasto del bando revolucionario. Hoy en día conocemos que algunos de estos desmanes –como el incendio en el edificio de la universidad– que se atribuyeron a los revolucionarios podrían no haber sido de su autoría, sino de las fuerzas represoras. La “Asturias leal” A finales de octubre, los vecinos de Oviedo recibieron la visita de sus ministros, quienes habían llegado a Asturias para comprobar tamañas destrucciones. Haciendo propaganda, jugaron a la esperanza, a la recomposición del país, la reconquista de la Patria o, al menos, su salvaguarda de una ideología que el Gobierno consideraba negativa. Los medios conservadores aprovecharon la situación para reconquistar esas ruinas. Modificaron la terminología, para indicar que las destrucciones no eran solo asturianas, sino también heridas hechas a España. La reconstrucción de Asturias se convirtió en urgencia nacional. Una vez asegurada la “Asturias leal” pero manteniendo aún el odio hacia los protagonistas revolucionarios, Acción Popular –partido integrado en la CEDA– deseaba posicionarse como el salvador de la situación. El diario Región relataba frecuentemente las continuas partidas de ropas y alimentos desde la generosidad española para el socorro de los damnificados. La destrucción se volvió cotidiana y banal, parte del día a día. Los restos de los edificios se transformaron en un elemento turístico de la capital asturiana. Mantener con andamios buena parte del arruinado perfil ovetense quizás fue una estrategia, nunca criticada desde la prensa, para recordar algo que no querían que fuese olvidado. El primer aniversario. La desinformación, los rumores, la desconfianza y, finalmente, el caso del estraperlo al que se vio arrastrado destruyeron la idea pública de Alejandro Lerroux en octubre de 1935. Sin embargo, ese mes en el que estuvo sumido en el escándalo no incluyó apenas imágenes periodísticas del político. Más bien, los diarios regionales distrajeron al público con fotografías del primer aniversario revolucionario, y se reutilizaron e intercalaron varias escenas de octubre del 34 con retratos de los honorables desfiles a los héroes militares. El periódico ovetense El Carbayón arrancó 1936 mencionando la revolución e indicando –con la vista puesta en las elecciones generales– la reconstrucción vetusta. Tanto esta publicación como Región relacionaban constantemente estas obras con la candidatura de Acción Popular, sin que el partido tuviese en ningún momento la potestad en la reconstrucción, buscando generar una relación de conceptos en la mente de los lectores. Sin embargo, los vecinos de la ciudad continuaban con sus calles andamiadas y arruinadas más de un año después. Tras el triunfo del Frente Popular, se empezó a hablar de las víctimas de la represión de la revolución, hasta entonces opacadas por la existente censura previa de imprenta. No todos los medios cubrieron estas historias, sino solo aquellos más afines a la izquierda, como el diario Avance (que incluso había visto cómo su publicación se suprimía en algunos momentos o se censuraba). Así, se habló de la muerte de la joven militante comunista Aida LaFuente, de los Mártires del Carbayín, detenidos y asesinados en la represión posterior a la revolución, y del periodista asesinado Luis de Sirval, entre otros. Esta otra visión convirtió a Asturias y su historia reciente en un lugar mitológico, mártir y víctima de la propaganda en diferentes sentidos. Más adelante, la Guerra Civil incrementó aun más esta leyenda. Franco reutilizó durante el combate la imagen de una Asturias rebelde que debía ser reconquistada. En 1937 se inició la última ofensiva sublevada en Asturias que dio lugar, meses después, a la caída del Frente Norte. Desde entonces, ha sido común el empleo de Asturias como escenario propagandístico, tanto durante la dictadura como en casos posteriores. La idea de la revolución cada vez está más desdibujada y más mitificada. Pero ni una ni la otra suponen una lectura correcta sobre lo ocurrido hace exactamente 90 años. |
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uno de los grandes oradores de España, refleja una época importante de madre patria
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