Apuntes Personales y de Derecho de las Universidades Bernardo O Higgins y Santo Tomas.


1).-APUNTES SOBRE NUMISMÁTICA.

2).- ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.

3).-LA ORATORIA.

4).-APUNTES DE DERECHO POLÍTICO.

5).-HERÁLDICA.

6).-LA VEXILOLOGÍA.

7).-EDUCACIÓN SUPERIOR.

8).-DEMÁS MATERIAS DE DERECHO.

9).-MISCELÁNEO


martes, 5 de agosto de 2014

144.-El discurso de Barack Obama (III) a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 

 ANA GONZÁLEZ HUENCHUÑIR 


DISCURSO DE CAMPAÑA EN FILADELFIA, PENSILVANIA(Constitution Center)
“Una Unión Más Perfecta”[1]
Barack Obama
[18 de Marzo de 2008]

Hace doscientos veintiún años, en una sala que todavía existe al frente de este lugar, un grupo de hombres se reunió y con estas simples palabras, lanzaron el improbable experimento Americano en democracia. Campesinos y académicos; hombres de Estado y patriotas, habiendo cruzado un océano escapando tiranía y persecución, finalmente realizaron su declaración de independencia en una convención en Filadelfia que duró hasta la primavera de 1787.
El documento producido por ellos eventualmente fue firmado pero, en última instancia, quedó inconcluso. Estaba manchado por el pecado original de la esclavitud en esta nación, una pregunta que dividió las colonias y llevó a la convención a un punto muerto hasta que los próceres escogieron permitir la continuación del tráfico de esclavos por al menos veinte años más, y dejar la resolución final a generaciones futuras.
Por supuesto, la respuesta a la pregunta de la esclavitud ya estaba incorporada en nuestra Constitución – una Constitución que tenía en su núcleo central el ideal de ciudadanía por igual bajo la ley; una Constitución que prometía a su pueblo libertad, y justicia, y una unión que podía y debía ser perfeccionada con el pasar del tiempo.
Y aún palabras en un pergamino no serían suficientes para liberar a los esclavos de su cautiverio, o proveer a cada hombre y mujer de todos los colores y credos con sus derechos y obligaciones plenas como ciudadanos de los Estados Unidos. Lo que haría falta eran Americanos en generaciones sucesivas, los cuales estuvieran dispuestos a poner de su parte – a través de protestas y luchas, en las calles y en las cortes, a través de una guerra civil y desobediencia civil y siempre bajo un gran riesgo – para reducir la brecha entre la promesa de nuestros ideales y la realidad de su tiempo.
Esta fue una de las tareas que nos propusimos al comienzo de esta campaña – continuar la larga marcha de aquellos que vinieron antes de nosotros, una marcha por una América más justa, igualitaria, libre, compasiva y próspera. Decidí ser candidato a la presidencia en este momento histórico porque creo firmemente que no podemos resolver los retos de nuestro tiempo si no los resolvemos juntos – si no perfeccionamos nuestra unión entendiendo que aunque tengamos historias diferentes, tenemos esperanzas en común; que aunque no coincidamos en apariencia o en origen, queremos movernos en la misma dirección – hacia un futuro mejor para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Esta creencia viene de mi fe infatigable en la decencia y generosidad del pueblo Americano. Pero también viene de mi propia historia Americana.
Soy el hijo de un hombre negro de Kenya y de una mujer blanca de Kansas. Fui criado con la ayuda de un abuelo blanco que sobrevivió una Depresión para servir en el Ejército de Patton durante la Segunda Guerra Mundial, y de una abuela blanca que trabajó en una línea de ensamblaje de bombarderos en el Fuerte Leavenworth mientras él estaba ausente. He estudiado en algunas de las mejores escuelas en América y he vivido en una de las naciones más pobres del mundo. Estoy casado con una Americana negra que lleva en sí la sangre de esclavos y esclavistas – una herencia que transmitimos a nuestras preciosas hijas. Tengo hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, tíos y primos de toda raza y de todo matiz, esparcidos por tres continentes, y mientras viva, nunca olvidaré que en ningún otro país en este planeta mi historia sería apenas posible.
Es una historia que no me ha hecho el candidato más convencional. Pero es una historia que ha sellado en mis genes la idea que esta nación es más que la suma de sus partes – que de entre todos, somos verdaderamente uno.
A lo largo del primer año de esta campaña, a pesar de todas las predicciones en contra, vimos cómo hambriento estaba el pueblo Americano por este mensaje de unidad. A pesar de la tentación de ver mi candidatura a través de un lente puramente racial, ganamos victorias contundentes en estados con algunas de las poblaciones más blancas del país. En Carolina del Sur, donde la Bandera Confederada todavía ondea, construimos una coalición poderosa de africano-americanos y blancos.
Esto no quiere decir que el asunto de la raza no ha sido relevante en la campaña. En varias etapas de la campaña, algunos comentaristas me han caracterizado como “demasiado negro” o “insuficientemente negro”. Vimos tensiones raciales salir a la superficie durante la semana antes de la elección primaria en Carolina del Sur. La prensa ha escudriñado todas las encuestas de salida por la evidencia más reciente de polarización racial, no solamente en términos de blanco y negro, sino también entre negro y marrón.
I aún así, sólo ha sido en las últimas dos semanas que la discusión de raza en esta campaña he tomado un sesgo particularmente divisivo.
En un extremo del espectro, hemos escuchado la implicación de que mi candidatura es de alguna forma un ejercicio en discriminación positiva; que está basada solamente en el deseo de liberales ingenuos por comprar reconciliación racial a bajo costo. En el otro extremo, hemos oído que mi pastor anterior, el Reverendo Jeremiah Wright, usa un lenguaje incendiario para expresar puntos de vista que tienen el potencial no sólo de exacerbar divisiones raciales, sino también puntos de vista que denigran tanto la grandeza como la bondad de nuestra nación; que con razón ofenden a negros y blancos por igual.
Ya he condenado, en términos inequívocos, las afirmaciones del Reverendo Wright que han causado tal controversia. Para algunos, todavía quedan preguntas inquietantes. ¿Sabía yo que él era ocasionalmente un crítico feroz de políticas Americanas, domésticas y externas? Por supuesto. ¿Alguna vez lo escuché hacer observaciones que podrían ser consideradas controversiales mientras asistía a la iglesia? Sí. ¿Estuve en fuerte desacuerdo con muchos de sus puntos de vista políticos? Absolutamente – de igual manera que estoy seguro muchos de ustedes han oído palabras de sus pastores, sacerdotes y rabinos con los cuales ustedes están en fuerte desacuerdo.
Pero las afirmaciones que han causado esta tormenta reciente no fueron simplemente controversiales. No fueron simplemente el esfuerzo de un dirigente religioso por denunciar injusticias percibidas. En su lugar, representaron un punto de vista profundamente distorsionado de este país – un punto de vista que ve el racismo blanco como endémico, y que eleva todo lo que es malo de América por encima de todo lo que sabemos que es bueno de América; un punto de vista que ve los conflictos en el Medio Oriente como derivados primordialmente de las acciones de aliados robustos como Israel, en lugar de emanar de las ideologías perversas y llenas de odio del Islam radical.
Como tal, los comentarios del Reverendo Wright no sólo eran incorrectos sino también divisivos, divisivos en un momento cuando necesitamos unidad; racialmente cargados cuando tenemos que juntarnos para resolver un conjunto de problemas monumentales – dos guerras, una amenaza terrorista, una economía a punto de falla, una crisis crónica de cuidado de salud y cambio climático potencialmente devastador; problemas que no son blancos o negros o Latinos o Asiáticos, sino más bien problemas que nos afectan a todos nosotros.
Dados mis antecedentes, mi matiz político, y los valores e ideas que he profesado, sin duda quedarán aquellos para los cuales mis declaraciones de condenación no son suficientes. ¿En principio, porqué asociarme con el Reverendo Wright, se preguntarán?
¿Porqué no pertenecer a otra iglesia? Y yo confieso que si todo lo que yo supiera del Reverendo Wright fueran los recortes de esos sermones que han diseminado en un ciclo infinito en la televisión y en YouTube, o si la Iglesia de Cristo de La Trinidad fuera un reflejo fiel de las caricaturas que algunos comentaristas están tratando de vender, no hay duda que mi reacción sería mayormente la misma.
Pero la verdad es, que eso no es todo lo que yo sé de este hombre. El hombre que yo conocí hace más de veinte años es un hombre que ayudó a encontrarme con mi fe cristiana, un hombre que me habló de nuestras obligaciones de amarnos el uno al otro, de cuidar al enfermo y levantar al pobre. El es un hombre que sirvió a su país como Marine de los Estados Unidos; que ha estudiado y enseñado en algunas de las mejores universidades y seminarios del país, y que por más de treinta años dirigió a una iglesia que sirve a la comunidad haciendo el trabajo de Dios aquí en la Tierra – dando hogar a los que no lo tienen, ministrando a los necesitados, proveyendo servicios de cuidado diario y becas y ministerio de prisiones, y extendiendo su mano a aquellos que sufren de VIH/SIDA.
En mi primer libro, Sueños De Mi Padre, describí la experiencia de mi primer servicio en la iglesia de La Trinidad:
“La gente comenzó a gritar, a levantarse de sus asientos y aplaudir y exclamar, un viento fuerte llevando la voz del reverendo hasta las vigas del techo… Y en esa sola nota – ¡esperanza! – Escuché algo más: Al pie de esa cruz, dentro de miles de iglesias a través de la ciudad, me imaginaba las historias de negros ordinarios mezclándose con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón, los cristianos en el foso de los leones, el campo de huesos secos de Ezequiel. Esas historias – de supervivencia, de libertad, y esperanza – se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas nuestras lágrimas; hasta que esta iglesia negra, en este día brillante, parecía una vez más una nave llevando la historia de un pueblo hacia generaciones futuras y hacia un mundo más grande. Nuestras pruebas y triunfos se hicieron al mismo tiempo únicos y universales, negros y más que negros; en la crónica de nuestra jornada, las historias y canciones nos dieron un mecanismo para reclamar memorias por las cuales no teníamos que sentir vergüenza… memorias que todos podrían estudiar y acoger – y con las cuales podíamos comenzar a reconstruir.”
Esa ha sido mi experiencia en La Trinidad. Al igual que otras iglesias predominantemente negras a lo largo del país, la iglesia de La Trinidad personifica la comunidad negra en su totalidad – el doctor y la madre que recibe asistencia, el estudiante modelo y el ex miembro de una pandilla. Como en otras iglesias negras, los servicios en La Trinidad están llenos de risa alborotada y a veces humor vulgar. Están llenos de danza, de aplauso, gritos y exclamaciones que pueden parecer discordantes a un oído no acostumbrado. La iglesia contiene en su totalidad la bondad y la crueldad, la inteligencia feroz y la ignorancia chocante, las luchas y éxitos, el amor y sí, la amargura y la parcialidad que forman parte de la experiencia del negro en América.
Y esto ayuda a explicar, quizás, mi relación con el Reverendo Wright. Tan imperfecto como él pueda ser, él ha sido como parte de mi familia. El fortaleció mi fe, ofició en mi boda, y bautizó a mis hijas. Ni una vez en mis conversaciones con él lo he oído hablar de ningún grupo étnico en términos derogatorios, o tratar personas blancas con las cuales ha interactuado que no sea con cortesía y respeto. En él están contenidas las contradicciones – lo bueno y lo malo – de la comunidad que él ha servido diligentemente por tantos años.
No puedo repudiarlo a él como no puedo repudiar la comunidad negra. No puedo repudiarlo como no puedo repudiar a mi abuela blanca – una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí, una mujer que me ama tanto como a nadie más en este mundo, pero una mujer que una vez confesó su miedo de los hombres negros que pasaban cerca de ella en la calle, y quien más de una vez ha proferido estereotipos raciales o étnicos que me causaban disgusto
Todas estas personas son parte de mí. Y son parte de América, este país que yo amo.
¿Porqué no pertenecer a otra iglesia? Y yo confieso que si todo lo que yo supiera del Reverendo Wright fueran los recortes de esos sermones que han diseminado en un ciclo infinito en la televisión y en YouTube, o si la Iglesia de Cristo de La Trinidad fuera un reflejo fiel de las caricaturas que algunos comentaristas están tratando de vender, no hay duda que mi reacción sería mayormente la misma.
Pero la verdad es, que eso no es todo lo que yo sé de este hombre. El hombre que yo conocí hace más de veinte años es un hombre que ayudó a encontrarme con mi fe cristiana, un hombre que me habló de nuestras obligaciones de amarnos el uno al otro, de cuidar al enfermo y levantar al pobre. El es un hombre que sirvió a su país como Marine de los Estados Unidos; que ha estudiado y enseñado en algunas de las mejores universidades y seminarios del país, y que por más de treinta años dirigió a una iglesia que sirve a la comunidad haciendo el trabajo de Dios aquí en la Tierra – dando hogar a los que no lo tienen, ministrando a los necesitados, proveyendo servicios de cuidado diario y becas y ministerio de prisiones, y extendiendo su mano a aquellos que sufren de VIH/SIDA.
En mi primer libro, Sueños De Mi Padre, describí la experiencia de mi primer servicio en la iglesia de La Trinidad:
“La gente comenzó a gritar, a levantarse de sus asientos y aplaudir y exclamar, un viento fuerte llevando la voz del reverendo hasta las vigas del techo… Y en esa sola nota – ¡esperanza! – Escuché algo más: Al pie de esa cruz, dentro de miles de iglesias a través de la ciudad, me imaginaba las historias de negros ordinarios mezclándose con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón, los cristianos en el foso de los leones, el campo de huesos secos de Ezequiel. Esas historias – de supervivencia, de libertad, y esperanza – se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas nuestras lágrimas; hasta que esta iglesia negra, en este día brillante, parecía una vez más una nave llevando la historia de un pueblo hacia generaciones futuras y hacia un mundo más grande. Nuestras pruebas y triunfos se hicieron al mismo tiempo únicos y universales, negros y más que negros; en la crónica de nuestra jornada, las historias y canciones nos dieron un mecanismo para reclamar memorias por las cuales no teníamos que sentir vergüenza… memorias que todos podrían estudiar y acoger – y con las cuales podíamos comenzar a reconstruir.”
Esa ha sido mi experiencia en La Trinidad. Al igual que otras iglesias predominantemente negras a lo largo del país, la iglesia de La Trinidad personifica la comunidad negra en su totalidad – el doctor y la madre que recibe asistencia, el estudiante modelo y el ex miembro de una pandilla. Como en otras iglesias negras, los servicios en La Trinidad están llenos de risa alborotada y a veces humor vulgar. Están llenos de danza, de aplauso, gritos y exclamaciones que pueden parecer discordantes a un oído no acostumbrado. La iglesia contiene en su totalidad la bondad y la crueldad, la inteligencia feroz y la ignorancia chocante, las luchas y éxitos, el amor y sí, la amargura y la parcialidad que forman parte de la experiencia del negro en América.
Y esto ayuda a explicar, quizás, mi relación con el Reverendo Wright. Tan imperfecto como él pueda ser, él ha sido como parte de mi familia. El fortaleció mi fe, ofició en mi boda, y bautizó a mis hijas. Ni una vez en mis conversaciones con él lo he oído hablar de ningún grupo étnico en términos derogatorios, o tratar personas blancas con las cuales ha interactuado que no sea con cortesía y respeto. En él están contenidas las contradicciones – lo bueno y lo malo – de la comunidad que él ha servido diligentemente por tantos años.
No puedo repudiarlo a él como no puedo repudiar la comunidad negra. No puedo repudiarlo como no puedo repudiar a mi abuela blanca – una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí, una mujer que me ama tanto como a nadie más en este mundo, pero una mujer que una vez confesó su miedo de los hombres negros que pasaban cerca de ella en la calle, y quien más de una vez ha proferido estereotipos raciales o étnicos que me causaban disgusto
Todas estas personas son parte de mí. Y son parte de América, este país que yo amo.
Algunos verán esto como un intento de justificar o excusar comentarios que son simplemente inexcusables. Les puedo asegurar que no lo es. Supongo que la alternativa políticamente segura sería poner este episodio en el pasado y esperar que se desvanezca. Podemos descartar al Reverendo Wright como un excéntrico o un demagogo, de la misma manera que algunos han descartado a Geraldine Ferraro, en la secuela de sus declaraciones recientes, como a alguien que abriga un prejuicio racial profundo.
Pero la raza es un asunto el cual yo creo que esta nación no se puede dar el lujo de ignorar en este momento. Estaríamos cometiendo el mismo error que el Reverendo Wright cometió en sus sermones ofensivos sobre América – simplificar el estereotipo y amplificar lo negativo hasta el punto de distorsionar la realidad.
La realidad es que los comentarios hechos y los temas que han salido a la superficie en las semanas recientes reflejan la complejidad de la raza en este país, las cuales nunca hemos realmente procesado y resuelto – una parte de nuestra unión que todavía tenemos que perfeccionar. Y si nos alejamos ahora, si simplemente nos retiramos a nuestras respectivas esquinas, nunca podremos juntarnos y resolver retos como cuidado de salud, o educación, o la necesidad de proporcionar buenos trabajos para todos lo Americanos.
Para entender esta realidad, hace falta recordar cómo llegamos a este punto. Como Faulkner una vez escribió, “El pasado no está muerto y enterrado. De hecho, ni siquiera ha pasado.” No tenemos que recitar aquí la historia de injusticias raciales en este país. Pero tenemos que recordarnos que tantas de las disparidades que existen en la comunidad afro americana hoy en día pueden ser atribuidas directamente a desigualdades transmitidas de una generación anterior la cual sufrió bajo el legado brutal de la esclavitud y la segregación de las leyes Jim Crow.
Las escuelas segregadas fueron, y son, escuelas inferiores; todavía no las hemos arreglado, cincuenta años después del veredicto de Brown versus el Consejo de Educación, y la educación inferior que ofrecieron, entonces y ahora, ayuda a explicar la perenne brecha académica entre los estudiantes blancos y negros.
La discriminación legalizada – donde a los negros se les impidió, a menudo con violencia, ser dueños de propiedades, o no se otorgaban préstamos a afro americanos dueños de negocios, o negros dueños de viviendas no tenían acceso a hipotecas subsidiadas FHA, o se excluía a negros de pertenecer a sindicatos, o a los cuerpos policiales, o a cuerpos de bomberos – tuvo como consecuencia que las familias negras no pudieron amasar ninguna riqueza substancial para legar a generaciones futuras. Esa historia ayuda a explicar la brecha en ingreso y en riquezas entre negros y blancos, y las zonas concentradas de pobreza que persisten en tantas de las comunidades urbanas y rurales de la actualidad.
Una falta de oportunidades económicas entre hombres negros, y la vergüenza y frustración proveniente de no poder proveer por sus familias, contribuyeron a la erosión de familias negras – un problema empeorado por muchos años de políticas de beneficencia. Y la falta de servicios básicos en tantas vecindades negras urbanas – parques donde los niños pueden jugar, policías haciendo sus rondas, recolección regular de basura y cumplimiento de códigos de construcción – todos han ayudado a crear un ciclo de violencia, deterioro y descuido que aún nos persigue.
Esta es la realidad en la cual crecieron el Reverendo Wright y otros afro americanos de su generación. Se hicieron adultos al final de los años cincuenta y comienzo de los sesenta, una época cuando la segregación todavía era la ley de la tierra y la oportunidad era restringida sistemáticamente. Lo que es notable no es cuántos fallaron frente a la discriminación, sino más bien cuántos hombres y mujeres se sobrepusieron a unas probabilidades que estaban en su contra; cuántos pudieron construir una salida del encierro para aquellos como yo que vendrían detrás de ellos.
Pero por todos aquellos que pudieron abrirse paso para lograr un pedazo del Sueño Americano, hubo muchos que no pudieron – aquellos que fueron al final derrotados, de una forma u otra, por la discriminación. El legado de la derrota fue transmitido a generaciones futuras – esos jóvenes y ahora cada vez más jovencitas a quienes vemos parados en las calles o languideciendo en nuestras cárceles, sin esperanza o prospectos para el futuro. Aún para aquellos negros que lo lograron, asuntos de raza y racismo continúan definiendo su visión del mundo de manera fundamental. Para los hombres y mujeres de la generación del Reverendo Wright, las memorias de humillación, duda y temor no se han ido; ni tampoco la rabia y la amarguras de esos días. Esa rabia puede que no sea expresada en público, en frente de compañeros de trabajo o amigos blancos. Pero sí encuentra voz en la barbería o alrededor de la mesa de la cocina. A veces, los políticos se aprovechan de esa rabia para cosechar votos a lo largo de las divisiones raciales, o para compensar por sus propias deficiencias como políticos.
Y ocasionalmente encuentra voz en la iglesia el domingo por la mañana, en el púlpito y en los bancos. El hecho de que tantas personas se sorprendan al oír la rabia en algunos de los sermones del Reverendo Wright simplemente nos recuerda el viejo dicho que la hora más segregada in la vida Americana ocurre el domingo por la mañana. Esta rabia no es siempre productiva; de hecho, muy a menudo distrae la atención de la resolución de problemas reales; nos impide enfrentar directamente nuestra complicidad en nuestra propia condición, y previene a la comunidad afro americana de forjar las alianzas necesarias para posibilitar cambio real. Pero la rabia es real; es poderosa; y simplemente deseando que se vaya, condenándola sin entender sus raíces, sólo sirve para ampliar el abismo de malentendidos que existe entre las razas.
De hecho, una rabia similar existe entre algunos segmentos de la comunidad blanca. La mayoría de los blancos de clase media y trabajadora no se sienten particularmente privilegiados por su raza. Su experiencia es la experiencia del inmigrante – en lo que a ellos concierne, nadie les ha dado nada, todo lo han construido a partir de nada. Han trabajado duro todas sus vidas, muchas veces para ver sus trabajos enviados a otros países o sus pensiones desvanecidas luego de una vida entera de trabajo. Se sienten ansiosos por su futuro, y sienten sus sueños escurrírseles de las manos; en una época de sueldos estancados y competencia global, se concluye que la oportunidad es un juego de suma nula, en el cual tus sueños se realizan a expensas de lo míos. Así que cuando les dicen que deben enviar a sus hijos en autobús al otro lado del pueblo; cuando se enteran de que un afro americano tiene una ventaja para obtener un trabajo o admisión en una buena escuela por una injusticia que ellos mismos nunca cometieron; cuando se les dice que sus miedos con respecto al crimen en vecindades urbanas de alguna forma son producto de prejuicio, se acumula resentimiento con el tiempo.
Como la rabia en la comunidad negra, estos resentimientos no son siempre expresados en ocasiones formales. Pero han ayudado a formar el paisaje político por lo menos por una generación. La rabia contra programas de asistencia y contra discriminación positiva ayudó a forjar la Coalición de Reagan. Los políticos rutinariamente se han aprovechado del miedo al crimen para beneficiarse electoralmente. Presentadores de programas de discusión y comentaristas conservadores construyeron sus carreras como tales desenmascarando reportes falsos de racismo, al mismo tiempo que descartaban discusiones legítimas de injusticia y desigualdad social como ejemplos de simple corrección política o racismo reverso.
Igual que la rabia de los negros a menudo resultó contraproducente, también los resentimientos de los blancos han distraído la atención de los verdaderos responsables del cerco a la clase media – una cultura corporativa llena de tratos deshonestos, prácticas cuestionables de contabilidad, y avaricia miope; un Washington dominado por cabilderos e intereses especiales; políticas económicas que favorecen a los pocos a expensa de los muchos. Y todavía, desear que desaparezcan los resentimientos de los americanos blancos, caracterizarlos como equivocados y hasta racistas, sin reconocer que están basados en preocupaciones legítimas – esto también profundiza la división racial, y bloquea el camino hacia el entendimiento.
Aquí es donde estamos ahora. Es un estancamiento racial en el cual hemos caído por muchos años. Contrario a lo que algunos de mis críticos creen, blancos y negros, nunca he sido tan ingenuo como para creer que podemos sobreponernos a nuestras divisiones raciales en un solo ciclo electoral, o con una sola candidatura – particularmente un candidato ten imperfecto como yo.
Pero he afirmado mi firme convicción – una convicción enraizada en mi fe en Dios y mi fe en el pueblo Americano – que trabajando juntos podemos movernos más allá de nuestras viejas heridas raciales, y que de hecho no tenemos otra alternativa si vamos a continuar en el camino hacia una unión más perfecta.
Para la comunidad afro americana, ese camino significa abrazar las cargas de nuestro pasado sin hacernos víctimas de nuestro pasado. Significa continuar insistiendo en justicia completa para todo aspecto de la vida americana. Pero también significa atar nuestras propias reivindicaciones – por mejor cuidado de salud, y mejores escuelas, y mejores trabajos – a las aspiraciones más amplias de todos los americanos – la mujer blanca luchando para sobrepasar los límites impuestos a su género, el hombre blanco que ha sido despedido, el inmigrante tratando de alimentar a su familia. Y significa tomar responsabilidad por nuestras propias vidas – demandando más de nuestros padres, y pasando más tiempo con nuestros hijos, y leyendo para ellos, y enseñándoles que si bien puede que enfrenten retos y discriminación en sus propias vidas, nunca deben sucumbir al desespero o al cinismo; deben siempre creer que ellos pueden ser autores de su propio destino.
Irónicamente, esta más pura noción americana – y, sí, conservadora – de ayudarse uno a sí mismo encontró expresión frecuente en los sermones del Reverendo Wright. Pero lo que mi previo pastor con demasiada frecuencia falló en entender es que embarcarse en un programa de autoayuda también requiere la convicción de que nuestra sociedad puede cambiar.
El error profundo de los sermones del Reverendo Wright no consiste en hablar de racismo en nuestra sociedad. Consiste en hablar de nuestra sociedad como si fuera estática, como si no ha habido progreso; como si este país – un país que ha hecho posible que uno de sus propios miembros compita por el cargo más alto de todos y construya una coalición de blancos y negros; latinos y asiáticos, ricos y pobres, jóvenes y viejos – está aún atado irrevocablemente a un pasado trágico. Pero lo que sabemos – lo que hemos visto – es que América puede cambiar. Este el verdadero genio de esta nación. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza – la audacia de tener esperanza – en lo que podemos y debemos lograr mañana.
In la comunidad blanca, el camino a una unión más perfecta significa reconocer que lo que aqueja a la comunidad afro americana no existe sólo en la mente de los negros; que el legado de discriminación – e incidentes actuales de discriminación, si bien menos manifiestos que en el pasado – son reales y deben ser enfrentados. No sólo con palabras, sino también con hechos – invirtiendo en nuestras escuelas y comunidades; haciendo cumplir nuestras leyes de derechos civiles y garantizando equidad en nuestro sistema de justicia criminal; dando a esta generación escaleras de oportunidad que no estaban disponibles para generaciones anteriores. Requiere que todos los americanos se den cuenta que sus sueños no tienen que realizarse a expensas de los míos; que la inversión en la salud, el bienestar y la educación de niños blancos, negros y marrones en última instancia ayudará a que prosperemos todos los americanos.
Al final, entonces, el llamado es por nada más, y nada menos, que lo que todas las grandes religiones del mundo demandan – que hagamos por los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran por nosotros. Seamos el guardián de nuestro hermano, nos dicen las Escrituras. Seamos el guardián de nuestra hermana. Encontremos ese interés común que todo tenemos el uno en el otro, y dejemos que nuestras políticas también reflejen ese espíritu.
Porque tenemos una alternativa en este país. Podemos aceptar una política que fomenta división, conflicto, y cinismo. Podemos enfrentar a la raza sólo como un espectáculo – como hicimos en el juicio de O.J. Simpson – o luego de una tragedia, como en la secuela de Katrina – o como forraje para las noticias de la noche. Podemos mostrar los sermones del Reverendo Wright en todos los canales, todos los días y hablar de ellos desde ahora hasta las elecciones, y decidir que la única pregunta en esta campaña es si el pueblo americano piensa o no piensa que yo de alguna manera creo en o simpatizo con sus palabras más ofensivas. Podemos utilizar un error de un simpatizante de Hillary como evidencia de que ella está jugando el juego de la raza, o podemos especular si los hombres blancos todos se congregarán del lado de John McCain en la elección general sin importar sus posiciones políticas.
Podemos hacer eso.
Pero si lo hacemos, puedo decirles que en las elecciones después de éstas, estaremos hablando de alguna otra distracción. Y luego otra. Y luego otra. Y nada cambiará.
Esa es una opción. O, en este momento, en esta elección, podemos juntarnos y decir, “Esta vez no.” Esta vez queremos hablar de las escuelas derrumbándose que están robando el futuro de niños blancos y negros y asiáticos e hispanos e indígenas. Esta vez queremos rechazar el cinismo que nos dice que esos niños no pueden aprender; que esos niños que no lucen como nosotros son problema de otro. Los niños de América no son esos niños, son nuestros niños, y no los vamos a dejar quedarse atrás en una economía del siglo veintiuno. Esta vez no.
Esta vez queremos hablar de las fábricas clausuradas que una vez suministraron una vida decente para hombres y mujeres de todas las razas, y las casas ahora en venta que una vez pertenecieron a americanos de todas las religiones, de todas las regiones, de todos los segmentos de la sociedad. Esta vez queremos hablar de el hecho que el problema verdadero no es que alguien que no luce como tú pueda quitarte tu trabajo; es que la corporación para la cual trabajas va a enviar ese trabajo al extranjero por no más razón que una ganancia económica.
Esta vez queremos hablar de los hombres y mujeres de todo color y credo que sirven juntos, pelean juntos y sangran juntos bajo el orgullo de la misma bandera. Queremos hablar de cómo traerlos de regreso a casa de una guerra que nunca debió haber sido autorizada y que nunca debimos haber comenzado, y queremos hablar de cómo vamos a mostrar nuestro patriotismo haciéndonos cargo de ellos, y de sus familias, y dándoles los beneficios que se han ganado.
Yo no estaría compitiendo para ser Presidente si no creyera con todo mi corazón que esto es lo que la gran mayoría de los americanos quieren para este país. Esta unión quizás nunca será perfecta, pero generación tras generación ha demostrado que siempre puede ser perfeccionada. Y hoy, siempre que me siento dudoso o cínico sobre esta posibilidad, lo que me da más esperanza es la próxima generación – los jóvenes cuyas actitudes y creencias y disposición al cambio ya han hecho historia en esa elección.
Hay una historia en particular que quisiera dejar con ustedes hoy – una historia yo conté cuando tuve el honor de hablar en el natalicio del Dr. King en la iglesia donde ofició, la iglesia bautista Ebenezer en Atlanta.
Hay una joven blanca de treinta y tres años de edad llamada Ashley Baia, la cual fue organizadora para nuestra campaña en Florence, Carolina del Sur. Había estado trabajando para organizar una comunidad mayormente afro americana desde el comienzo de esta campaña y un día ella estaba en una discusión de mesa redonda donde cada quién fue contando su historia y porqué estaban ahí.
Y Ashley dijo que cuando ella tenía nueve años, su madre contrajo cáncer. Y como ella tenía que perder días de trabajo, fue despedida y perdió su seguro de salud. Tuvieron que declararse en bancarrota, y en ese momento fue cuando Ashley decidió que tenía que hacer algo para ayudar a su mamá.
Ella sabía que la comida era uno de los gastos más caros, así que Ashley convenció a su madre que lo que realmente le gustaba y lo que verdaderamente quería comer más que nada eran emparedados de mostaza y pepinillos. Porque eso era lo más barato para comer.
Hizo esto por un año hasta que su mamá se mejoró, y ella les dijo a todos en la mesa redonda que la razón por la cual se unió a mi campaña fue para poder a ayudar a millones de otros niños en el país que también quieren y necesitan ayudar a sus padres.
Ahora, Ashley pudo haber escogido algo diferente. Quizás alguien le dijo por el camino que la fuente de los problemas de su madre era los negros viviendo de la beneficencia pública, y demasiado perezosos para trabajar, o hispanos que venían a este país ilegalmente. Pero ella no lo hizo. Ella buscó aliados en su lucha contra la injusticia.
En todo caso, Ashley finaliza su historia y luego va alrededor de la sala y les pregunta a todos los demás porqué están respaldando la campaña. Cada quien tiene historias y razones diferentes. Muchos resaltan un tema específico. Y finalmente llegan a este anciano negro que ha estado sentado callado todo este tiempo. Y Ashley le pregunta porqué él está ahí. El no menciona ningún asunto específico. No dice cuidado de la salud o la economía. No dice educación o la guerra. No dice que está ahí por Barack Obama. Simplemente dice a todos en la sala, “Estoy aquí por Ashley.”
“Estoy aquí por Ashley.” Por sí mismo, ese momento singular de reconocimiento entre esa joven blanca y ese anciano negro no es suficiente. No es suficiente con darles cuidado de salud al enfermo, o trabajo a los desempleados, o educación a nuestros niños.
Pero es por donde empezamos. Es donde nuestra unión se hace más fuerte. Y como tantas generaciones han llegado a darse cuenta a lo largo de los doscientos veintiún años desde que una banda de patriotas firmó ese documento en Filadelfia, ahí es donde comienza la perfección.
BARACK OBAMA
[1] Obama tituló aquel discurso “Una unión más perfecta”, alusivo al preámbulo de la Constitución política de su país: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta…”

Continuación

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